C 2001/INF/9


Conferencia

31º período de sesiones

Roma, 2-13 de noviembre de 2001

Vigésima segunda disertación en memoria de McDougall

DISERTACIÓN EN HONOR DE FRANK L. MC.DOUGALL
POR PATRICIO AYLWIN, EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CHILE,
EN LA SESIÓN DE APERTURA DEL 31º PERÍODO DE SESIONES DE LA FAO

¿QUÉ PENSARÍA FRANK McDOUGALL?

Señor Director General,
señores delegados,
señoras y señores:

  1. Agradezco al señor Director General Dr. Jacques Diouf su generosa invitación a pronunciar en esta oportunidad en que se inaugura el trigésimo primer período de sesiones de la Conferencia de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, la tradicional disertación en homenaje a Frank Mc. Dougall. Ello constituye para mí un alto honor, que recibo como expresión de aprecio a la colaboración de mi país con la FAO.

Frank Mc.Dougall, colaborador de la antigua Sociedad de las Naciones en el ámbito de la salud pública, fue de los primeros en plantear hace ya más de sesenta años, la relación que existe entre la salud colectiva, la alimentación de las personas, el desarrollo de la agricultura y la política económica. Y recogiendo el llamado del Presidente Roosevelt para lograr en el mundo las "Cuatro Libertades", entre ellas la de "liberar de la miseria a todas las personas", lo cual -dijo el mandatario en 1941- "puede lograrse en nuestra época y en esta generación", McDougall planteó la posibilidad de suministrar a toda la población humana una dieta apropiada para mantener un buen estado de salud y calculó que para lograrlo sería necesario duplicar las disponibilidades mundiales de alimentos, lo que exigiría a las grandes potencias de la época no sólo asegurar la alimentación suficiente de su propia población, sino también proporcionar asistencia financiera y técnica a los países menos avanzados para que desarrollaran la agricultura y lograran la adecuada nutrición de su población.

Estos planteamientos inspiraron la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Alimentación y Agricultura que se celebró en Hot Springs, en Mayo de 1943, cuya resolución XXIV, sobre "Institución de una economía de abundancia", luego de aseverar -entre otras verdades- que "la causa principal del hambre y de la mala nutrición es la pobreza"; que "el fomento del empleo total de los recursos humanos y materiales, de acuerdo con una política social y económica bien fundada, es requisito primordial para el incremento general y progresivo de la producción y del poder adquisitivo" y que "los aranceles y otros impedimentos al comercio internacional, como también las fluctuaciones anormales en los tipos de cambio, restringen la producción, la distribución y el consumo de alimentos y otros artículos", recomendó a los gobiernos y autoridades que participaron en esa Conferencia una serie de medidas para concretar "su determinación de lograr para todos los pueblos de la tierra una vida exenta de miseria".

De esa Conferencia de Hot Springs surgió una Comisión Interina de Naciones Unidas sobre Alimentación y Agricultura, que a su vez preparó la Constitución de la FAO, cuya primera Conferencia se celebró entre el 16 de Octubre y el 1º de Noviembre de 1945. Es justo y oportuno que el iniciar ahora la trigésima primera Conferencia de la FAO, recordemos con gratitud y admiración el fecundo aporte que Frank McDougall hizo a la concepción, razón de ser y nacimiento de esta Institución. Y junto con rendirle este homenaje, oportuno es también que nos preguntemos qué pensaría Mc Dougall si supiera de la situación a que, en estos inicios del Tercer Milenio, al cabo de cincuenta y seis años de vida de la FAO, ha llegado la Humanidad en materia de Agricultura y Alimentación.

  1. Para dar respuesta a esta pregunta conviene recordar que hace cinco años, en Noviembre de 1996, reunidos en esta ciudad por invitación precisamente de la FAO, los Jefes de Estado o de Gobierno de casi todas las naciones del mundo, o sus representantes, acordaron solemnemente la "Declaración de Roma sobre la seguridad alimentaria Mundial" y un "Plan de Acción sobre la Alimentación" cuyas propuestas se comprometieron a adoptar y a prestarles el apoyo indispensable para lograr su cumplimiento.

En lo esencial, esas propuestas afirmaron y se comprometieron a asegurar el derecho a la alimentación, que definieron como "el derecho de la persona a tener acceso a alimentos sanos y nutritivos, en consonancia con el derecho a una alimentación adecuada y con el derecho fundamental de toda persona a no padecer hambre". Consecuentemente, declararon "intolerable que más de 800 millones de personas en todo el mundo y en particular de los países en desarrollo, no dispongan de alimentos suficientes para satisfacer sus necesidades nutricionales básicas" y asumieron el compromiso de consagrar su voluntad política y hacer el esfuerzo necesario "para erradicar el hambre de todos los países, con el objetivo inmediato de reducir el número de personas desnutridas a la mitad" -es decir, cuatrocientos millones- "no más tarde del año 2015". Para materializar esos propósitos asumieron siete compromisos específicos sobre objetivos que deberían perseguirse y medidas que deberían adoptarse para lograr la meta referida.

Han transcurrido cinco de los veinte años que los gobernantes de este mundo se auto fijaron para cumplir esa tarea. ¿Cuánto hemos avanzado hacia su logro?

Según una publicación de la FAO de Enero de este año relativa a la "Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después", que se programaba para estos días y ha sido suspendida, la información recopilada y analizada hasta entonces indicaba "que la reducción media anual del número de personas desnutridas en el mundo, estimada en ocho millones, que se consiguió durante el decenio de 1990, es muy inferior al promedio de veinte millones al año que sería necesario para alcanzar el año 2015 la meta fijada". Si se mantiene este ritmo de disminución del hambre, de ocho millones de personas cada año, para liberar a la Humanidad de este flagelo sería necesario un siglo. Basta enunciar este antecedente para tomar conciencia del trágico fracaso que significaría para la Humanidad que no fuéramos capaces de revertir esta situación a corto plazo.

La brutal paradoja de esta realidad -éticamente inaceptable y políticamente incomprensible- es que ella ocurre en circunstancias de que "uno de los logros principales del siglo pasado fue la producción de alimentos suficientes para atender las necesidades de una población mundial que se ha duplicado desde una cifra cercana a los tres mil millones de personas en 1960 a más de seis mil millones en el 2000 y para garantizar al mismo tiempo una mejor nutrición, con el aumento de la ingestión diaria de alimentos de 2.250 Kcal a 2.800 Kcal por persona durante ese mismo período", según expresa un Informe del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de que conocerá la Conferencia que en este acto se inaugura. Con razón, al referirse dicho Informe a esta situación "de que existiera el hambre en gran escala cuando la producción mundial de alimentos era más que suficiente para erradicarla", la califica como "inaceptable".

  1. No debemos ni podemos ocultar el desaliento que provocan estos resultados. Mientras algunos de los países en vías de desarrollo -los más avanzados- disminuyen levemente sus índices de desnutrición, estos continúan deteriorándose de manera alarmante en los países menos desarrollados de Africa, Centro América, Caribe y Cercano Oriente. Esto ocurre no obstante la creciente disponibilidad de alimentos a nivel mundial, evidenciada por los aumentos constantes en los stock de productos alimenticios básicos, tanto en el mundo desarrollado como en algunos países en desarrollo.

No se trata, por lo tanto, de buscar solucionar los problemas del hambre a través del mero aumento de la producción agrícola en los países en desarrollo. El problema es más complejo y se refiere a la falta de ingreso y empleo y la consiguiente prevalencia continua de altos niveles de pobreza. Tal como lo señala el científico indio M.S. Swaminathan: "La Seguridad Alimentaria se expresa mejor en términos de millones de trabajos creados que en millones de toneladas de alimentos producidos".

No obstante las esperanzas de importantes mejoramientos en las condiciones económicas de las poblaciones más pobres que prometían los programas de ajuste macroeconómico forzados por los organismos multilaterales de crédito internacional, cifras del Banco Mundial muestran los escasos avances logrados o los retrocesos registrados en la reducción de la pobreza.

El total de personas que viven con menos de US $1 al día ha disminuido apenas de 1,321 millones en 1990 a 1,214 millones en 1998 y ello es principalmente el resultado del buen desempeño de los países del Este de Asia y del Pacífico en este período, los que disminuyeron en casi 200 millones las poblaciones con estos niveles de ingreso. Todas las otras regiones del mundo, a excepción del Medio Oriente y África del Norte, han aumentado significativamente el número de pobres.

En América Latina y el Caribe, según estudios de CEPAL, las personas que viven en condiciones de pobreza han aumentado, en el curso de la década de los 90, de 196 millones a 224 millones; las situaciones de "pobreza dura", discriminación étnica, segregación residencial y violencia se mantienen o aumentan; la mayor parte del empleo se ha generado en el sector informal y en varios sectores los salarios son inferiores a los de la década anterior. Esta realidad significa un serio obstáculo para el desarrollo de nuestros países, amenaza gravemente la paz social y constituye un escándalo moral.

Por otra parte, la distribución del ingreso, cuando no ha retrocedido, ha permanecido escandalosamente desigual. El quinto de la población mundial que vive en los países ricos goza de un ingreso 74 veces mayor que el quinto más pobre del mundo. Mientras en América Latina sólo en Bolivia, México, Honduras y Uruguay la distribución del ingreso tuvo una leve mejoría, en el resto permaneció igual o se deterioró, a partir de los niveles más inequitativos del mundo.

Estas cifras y la observación atenta de las tendencias mundiales ocurridas en los años noventa, nos indican un fenómeno de creciente marginación de las grandes mayorías nacionales en los beneficios del desarrollo, distribución regresiva del ingreso, concentración creciente del poder económico en algunos países y en algunas grandes empresas. Esto ha generado fuertes aumentos de las migraciones rural-urbanas y hacia los países desarrollados, como puede observarse en sus principales ciudades. Esto revela que hoy hay una globalización de la pobreza.

  1. Vivimos un tiempo de grandes contradicciones.

Los años noventa vieron cambios tecnológicos de notable significación en el mundo, cuya expresión más notaria ha sido el fenómeno vertiginoso de la globalización económica, cultural y comunicacional.

En el plano económico se ha registrado un acelerado crecimiento del comercio internacional y un aumento aún más dinámico de la inversión extranjera directa. Pero la expansión de los flujos de capitales financieros es espectacularmente mayor; se nos informa que más de un billón de dólares circula diariamente en los mercados internacionales cambiarios y financieros.

Más flujos comerciales, un gran auge financiero, mayores innovaciones tecnológicas. Con todo ello se esperaba que resultase un crecimiento económico más acelerado del mundo, mayor creación de empleos productivos y menos pobreza. Se nos dijo, además, que las distancias entre personas pobres y ricas, entre países pobres y ricos deberían irse reduciendo. Es lo que los técnicos llaman una convergencia de niveles de ingreso y bienestar.

Sin embargo, evidencias irrefutables atestiguan que la justicia social, la equidad económica, ha retrocedido en muchas partes del mundo en los últimos dos decenios. Africa, Asia y América Latina han estado estancados o han experimentado auges temporales seguidos de severas crisis financieras. Hoy sabemos, con certeza, que esas crisis son profundamente regresivas y con efectos por lapsos prolongados.

La región de la cual provengo, América Latina, hizo profundas reformas estructurales, principalmente en los años noventa. Siguió al pie de la letra muchas de las recomendaciones de lo que se ha llamado el Consenso de Washington; lo hizo con intensidad y con fe en la ortodoxia económica. Se trató, me parece, de confiar con plenitud en la libertad del mercado para crear riqueza y bienestar. No obstante, América Latina creció con más lentitud en los años noventa que entre 1950 y 1980 (menos de 3% anual en el decenio reciente en comparación con un promedio de 5.5% en aquellos tres decenios). Por otra parte, la distribución del ingreso, cuando no ha retrocedido, ha permanecido escandalosamente desigual.

¿Qué es lo que funciona mal?

Una causa central, me parece, es que la receta ortodoxa, neoliberal, peca de varios defectos. Se aplica por igual a países de grados muy diversos de desarrollo. Se aplica por igual en coyunturas recesivas o en auges financieros. Se aplica por igual en diferentes contextos políticos, económicos y sociales.

Se nos ha dicho que estamos en el fin de la historia. Que sólo hay una manera única, absoluta, de conducir la economía. Esa visión, extremadamente ideologizada, que deifica el neo-liberalismo y el mercado omnipotente, es notablemente errada y causante de algunos de los males más graves que nos aquejan. Hay falta de equidad, hay crecimiento mediocre y predominan una alta inestabilidad e incertidumbres variadas.

Es cierto que con las innovaciones tecnológicas, muy bienvenidas en sí, el mundo se ha achicado y nos acerca a la "aldea global". Pero surge la paradoja de que las distancias entre países ricos y pobres se ha agrandado y también han crecido las distancias entre ricos y pobres al interior de los países. Lo reiteramos: hay una globalización de la pobreza.

  1. ¿Que ha hecho la Comunidad Internacional Frente a esta Situación?
    Que los esfuerzos desarrollados en estos años han sido insuficientes, lo demuestra la situación que acabamos de describir someramente.

Los fuertes desequilibrios macroeconómicos ocurridos en el mundo en desarrollo durante los años 70 y 80 llevaron a muchos, liderados por los organismos multilaterales de crédito y financiamiento internacionales, a drásticas correcciones en estas tendencias. Pero ellas han buscado privilegiar los mecanismos de ajuste vía soluciones economicistas, muchas veces extremas, por sobre ajustes que incluyan las variables humanas y sociales y una mejor comprensión de la limitada capacidad de respuesta de los mercados, sin una debida orientación por parte de las autoridades nacionales e internacionales. Ejemplo de ello son las costosas crisis financieras, como lo han demostrado con clarividencia y profundidad los nuevos Premios Nobel de Economía, en particular Joseph Stiglitz que ha estudiado sus graves consecuencias para el mundo en desarrollo.

Una de las áreas en que se ha registrado una fuerte globalización es el comercio internacional. ¿Cuántos productos que usamos en nuestros distintos países incorporan bienes y servicios provenientes de diversos rincones del mundo? El fenómeno no nace recién; desde el fin de la Segunda Guerra Mundial el comercio internacional crece más intensamente que el Producto Interno Bruto del conjunto de los países.

Entre mediados de los años cuarenta y fines de los noventa, la expansión del comercio exterior duplicó la tasa anual de crecimiento del producto mundial. Esta tendencia fue favorecida por la presencia del GATT y, posteriormente, por las negociaciones de la Ronda Uruguay y la OMC. La expansión comercial fue particularmente significativa en las manufacturas. En los años noventa el incremento del comercio con respecto a la producción se acentuó aún más. Un alza anual del producto mundial de 2.5% estuvo acompañado por un crecimiento de 7% del comercio mundial. Este hecho, sin embargo, no significa que este dinamismo comercial corresponda a la mayoría de lo que producimos. Sólo un quinto, uno de cada 5 dólares que produce el mundo, es la fracción que cruza fronteras.

Más aún, en el caso del mundo desarrollado, una proporción altísima de ese comercio se realiza entre vecinos asociados en procesos de integración regional. En la Unión Europea, el 63% de sus exportaciones van dirigidas a alguno de sus otros catorce países miembros; el 37% va al resto de las más de 180 naciones del mundo. En el caso de Norteamérica (Canadá, Estados Unidos y México), algo más de la mitad de sus exportaciones llega a los otros dos socios en el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte. Ello ilustra el hecho de que la geografía aún cuenta mucho y de que los países en desarrollo la aprovechamos poco; muy poco. También nos enseña que la globalización puede ser más equitativa y balanceada si desarrollamos, fortalecemos o creamos instituciones regionales o subregionales nuestras, adaptadas a nuestras realidades, que intermedien entre las organizaciones mundiales y las nacionales. Así podremos hacernos oír mejor en nuestros legítimos intereses y cooperar para el desarrollo recíproco de nuestros países.

Una salida tradicional para la inequidad internacional, señalada desde los primeros años de la post-guerra, consiste en la Ayuda Oficial al Desarrollo ofrecida por los países más ricos y por los organismos multilaterales. No obstante los continuos compromisos de estos países, la ayuda al desarrollo ha caído desde 0,33% del PIB de los países de altos ingresos en 1992, a 0,24% en 1999. Esto es, decreció nada menos que una cuarta parte, en vez de elevarse al 0,7% comprometido.

Pero ahora las naciones más avanzadas han señalado la importancia de ofrecer oportunidades de comercio más que recursos para la cooperación al desarrollo. Sin embargo, estas oportunidades no han llegado. No sólo siguen protegiendo en forma creciente sus sectores agro-rurales, en perjuicio de las oportunidades de comercio en estos productos por parte de las naciones en desarrollo, donde éstas efectivamente tienen ventaja, sino a la vez mantienen aranceles crecientes según el grado de industrialización de los productos primarios, impidiendo así el progreso en las etapas de desarrollo de estos países.

La expansión del comercio ha tenido lugar, en parte, con la conducción de la Organización Mundial del Comercio (OMC, ex GATT). Crecientemente, en especial en la última serie de negociaciones, llamada Ronda Uruguay, se estableció una estricta "nivelación normativa", que puso en un pie más uniforme de reglas a los países en desarrollo con los industrializados. Lamentablemente, se trata de "normas niveladas" para países con enormes "desniveles productivos"; resulta, entonces, un tratamiento igual a desiguales. Así nos encontramos, de nuevo, con un ideologismo neoliberal que se impuso arbitrariamente. Ello dificulta, enormemente, a los países en desarrollo generar nuevas capacidades productivas, diversificar sus exportaciones y elevar su capacidad de generar mayor empleo productivo. Para lograr el desarrollo con equidad se precisa adquirir ventajas comparativas, de desarrollar competitividad, con mejoras crecientes de ingresos, por ejemplo siguiendo la exitosa experiencia de desarrollo del Asia Oriental entre mediados de los años sesenta y de los noventa. La receta neoliberal lleva con frecuencia a una competitividad espuria, basada en salarios míseros.

Las esperanzas generadas para el mundo rural por los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio se han visto frustradas. El acuerdo negociado, entre cuatro paredes, por las principales potencias mundiales, ha permitido que los países desarrollados mantengan altos niveles de protección agrícola (aranceles, cuotas y otras restricciones contra la importación de productos provenientes de los países en desarrollo), y un incremento sustancial de sus niveles de apoyo al sector agro rural interno en los países de la OCDE (los subsidios se incrementaron en un 8% desde la firma del Acuerdo, llegando a un monto total de US $363 mil millones). ¿Cómo poder, entonces, seguir promoviendo incrementos sostenidos en la producción agrícola de los países en desarrollo, si no se abren mercados para ella? Ello provoca muchas veces una agudización de los fenómenos de pobreza rural, pues se sobreabastecen mercados internos afectando así negativamente los ingresos de sus agricultores, en especial los más pobres.

Por su parte, los países en desarrollo no han asignado la suficiente prioridad en sus estrategias de desarrollo a la seguridad alimentaria y a la búsqueda de un desarrollo integrador y generador de empleos. Así, desgraciadamente, no obstante los buenos deseos y compromisos mundiales asumidos en este tipo de encuentros, hasta hoy ellos no se traducen en efectos reales para el mejoramiento de las condiciones de vida de los millones de hambrientos y pobres que aún sobreviven en mundo.

  1. ¿Qué hacer?

La experiencia nos demuestra que la libertad económica irrestricta no garantiza la justicia en relaciones entre sujetos desiguales, porque en ese cuadro el más fuerte impone al débil sus propias condiciones. En tales casos, hay que buscar los caminos que permitan alcanzar el bien común. Bien común que ha sido definido como "el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección". Y esta es, precisamente, la razón de ser y el fin del Estado: promover y asegurar el bien común. Común al todo y a las partes: a la sociedad en su conjunto y a cada uno de sus miembros.

Hacerlo significa aceptar que la libertad de los mercados no es un dogma intocable -como postula el pensamiento neo-liberal-, sino que admite limitaciones en razón del bien común. La mera libertad no garantiza el bien común, porque en relaciones entre sujetos desiguales, concurriendo libremente, el más fuerte impone sus condiciones y al más débil no le queda más que someterse.

El desempeño económico mediocre en crecimiento, regresivo en equidad y negativo en estabilidad real, muestra señales inequívocas de la urgencia ética y política de corregir rumbos. Necesitamos intensificar los esfuerzos nacionales para reformar nuestras economías, para modernizarlas, en el sentido de difundir el progreso económico y social y los derechos humanos hacia todos los rincones y sectores del mundo en desarrollo. Pero, al mismo tiempo, parece evidente la necesidad de reformar las reformas que las entidades económicas y financieras internacionales han estado predicando e imponiendo a las naciones.

La globalización no es un dato, sino que se hace; esto es, se construye con la acción humana, y parte de ésta son las políticas públicas. Paradojalmente, en esta época de globalización, hay rasgos esenciales para una gobernabilidad mundial más integral y balanceada que se han debilitado. Por ejemplo, los esfuerzos de apoyo de las naciones ricas a las en desarrollo son hoy más débiles, cuando la necesidad es mayor. Los flujos de capitales especulativos se mueven hoy con una supervisión deficiente en relación a las necesidades que plantea la enorme expansión de los capitales volátiles. Ello exige una acción más decidida, más efectiva, libre de los intereses creados sectoriales, tanto al nivel nacional, como al regional y al internacional. Su objetivo clave es evitar la recurrencia de crisis financieras y comerciales cuyos efectos se transmiten contagiosamente a través del mundo.

Como ha dicho reiteradamente Michel Camdessus el ex Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, a quien nadie podría tildar de socializante, "a la mano invisible del mercado hay que agregarle la mano fuerte de la justicia del Estado y la mano de la solidaridad". Considero que hacerlo es requisito indispensable para conciliar el desarrollo con las exigencias de la ética. Se trata de buscar y encontrar caminos eficaces para lograr que el desarrollo no se conciba simplemente como proceso de crecimiento económico -por el incremento de los bienes y pesos más de que la sociedad humana en su conjunto pueda disponer- sino como un proceso mucho más profundo de mejoramiento de la calidad de vida de todos y cada uno de los seres humanos.

La libertad es un atributo propio de la dignidad del ser humano, pero como las personas no vivimos aisladas ni constituimos universos separados, sino que convivimos, la única manera de asegurar la libertad de todos es regulando su ejercicio para hacer compatible la de unos con otros y que en definitiva prevalezca la justicia. Sin regulación, la ley del más fuerte se impondría brutalmente sobre los débiles y sobrevendrían la violencia y la arbitrariedad o el caos.

Por otra parte, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los documentos que la complementan, convenidos por todas las naciones del mundo en solemnes documentos que constituyen la Carta Magna de la convivencia humana, complementan el derecho de toda persona a la libertad y sus garantías con otros derechos que de algún modo le son inherentes o la complementan, como el "derecho al trabajo, a una remuneración equitativa y satisfactoria", "a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar y en especial la alimentación, el vestido" y la atención de otras exigencias humanas fundamentales, entre ellas la salud y la educación.

Como ha dicho Juan Pablo II, "no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos" (Encíclica Sollicitudes Rei Socialis).

Si el concepto de derechos humanos -inherentes a la dignidad de las personas- ha llegado a ser en nuestros tiempos la piedra fundamental sobre cuya base debe construirse la convivencia entre los hombres y entre las naciones, es ineludible concluir que la vida económica de las sociedades no debe desenvolverse al margen de la consideración y respeto que esos derechos merecen en cuanto imperativo ético formalmente aceptado por todas las naciones.

La búsqueda de la justicia es función del Estado. Ella exige a cada Estado en el ámbito de su soberanía y al conjunto de los Estados en la esfera internacional, establecer o convenir las regulaciones indispensables para asegurar el bien común por encima de los intereses particulares de cada uno de ellos o de los intereses privados de personas o grupos, por muy poderosos que estos sean.

La práctica de la solidaridad es función de la sociedad civil. Las economías de mercado prevalecientes en nuestros días, tienden a hacer a los hombres esclavos de la cosas. La adquisición de bienes de consumo suele convertirse para muchos en su principal afán, genera una agresiva competencia, convierte a los compañeros en rivales y agudiza el individualismo. Las redes sociales se debilitan, pero la historia enseña que su fortalecimiento es recurso indispensable para contener la tiranía de los poderosos y defender o promover el bien común. La fuerza de los débiles está en su colaboración y unidad, cuyo instrumento natural y eficiente es la organización comunitaria.

Señor Director General, señores delegados, señores y señoras.
Con mucha modestia, inherente a quien viene de un pequeño y lejano país llamado Chile, parte del denominado mundo en desarrollo, he creído que ante la generosa invitación del Director Diouf, mi deber, en esta solemne ocasión, era plantear ante vosotros muy francamente lo que pienso. No soy especialista en economía ni en agricultura, pero la razón natural me muestra como incomprensible que en esta etapa del desarrollo de las sociedades en que se ha logrado tan asombroso dominio de las leyes de la naturaleza y tanta riqueza y posibilidades de bienestar para la Humanidad, haya mil doscientos millones de personas que viven en pobreza extrema, ochocientos millones de ellas que sufren hambre habitualmente y varios cientos de millones que carecen de trabajo.

Como es lógico, el mundo no lo ignora. Y la Organización de Naciones Unidas ha promovido, en el último decenio, diversos encuentros internacionales, al más alto nivel, para encarar los desafíos que esta realidad -y otras igualmente preocupantes- plantean a la Humanidad de nuestros días. Tales han sido, entre otras, la Cumbre de la Infancia en 1990, la Cumbre de la Tierra en 1992, la Cumbre de Desarrollo Social en 1995, la Cumbre de la Mujer el mismo año y la Cumbre Mundial sobre la Alimentación en 1996. En todos esos eventos, en que han participado prácticamente todas las naciones de la tierra, representadas por sus Jefes de Estado o por muy altos dignatarios, se han comprobado y reconocido frecuentemente los graves problemas que la Humanidad enfrenta en los respectivos ámbitos, se han contraído solemnes compromisos para enfrentarlos y se han aprobado programas para su superación que todos nos hemos comprometido a cumplir o implementar.

Pero el tiempo pasa y las soluciones no llegan. No se ven avances substanciales. El hambre, la pobreza, la discriminación de las mujeres, el abandono de los niños y la contaminación de la atmósfera y destrucción de la capa de ozono continúan en mayor o menor medida. Los compromisos y programas de ayuda al desarrollo se cumplen sólo a medias o simplemente no se cumplen.

Ante esa penosa realidad, mucha gente - especialmente entre los grupos humanos más afectados, o entre quienes sienten compasión por ellos - pierde la confianza en las instituciones internacionales y en los propios gobiernos nacionales, propicia acciones de protesta y llega a aceptar y hasta justificar reacciones de violencia. Se explica así que hasta los criminales hechos terroristas que recientemente han conmovido al mundo y provocado la abrumadora condenación que merecen, hayan suscitado algunos intentos para explicarlos.

El desafío es grande y urgente. Necesita de todos un esfuerzo muy grande de buena voluntad y de generosidad. Reclama de los organismos internacionales el máximo celo y eficiencia para estudiar, proponer e implementar soluciones realistas. Exige de los gobernantes de las naciones visión de estadistas, independencia y coraje para adoptar las decisiones que reclama el bien común.

En el caso específico de la Agricultura y la Alimentación, de que esta conferencia ha de ocuparse, espero que las consideraciones que he expuesto sean compartidas por los participantes y ayuden a adoptar acuerdos y recomendaciones más eficaces para superar con éxito el flagelo del hambre y para el mejor desarrollo de la agricultura en el mundo.

Al concluir, vuelvo a preguntarme. ¿Qué pensaría Frank McDougall si se impusiera de la situación actual de la Agricultura y la Alimentación en el mundo?

Aunque no soy versado en sus conocimientos técnicos, ni en sus convicciones, no puedo dejar de imaginarme que sufriría una gran desilusión. Como el Presidente Roosevelt -a quien asesoró- él debe haber pensado y esperado que la Humanidad sería capaz de liberarse del hambre en su generación. Sin duda sufriría al comprobar que, pasado ya ese lapso, estemos tan lejos de lograrlo.

Pero el recuerdo y el ejemplo de su espíritu deben estimularnos a seguir luchando con tesón para que su ideal se convierta en realidad en el más breve plazo.

Es lo que la Humanidad tiene derecho a demandarnos.

Gracias.

Roma, 2 de Noviembre de 2001.