PRIMERO LA BUENA NOTICIA. Las últimas estimaciones de la FAO muestran que cierto número de países han reducido constantemente el hambre desde el período de referencia (1990-1992) de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA). En 19 países, el número de personas crónicamente hambrientas disminuyó en más de 80 millones entre 1990-1992 y 1999-2001.
La lista de los países que han tenido éxito abarca todas las regiones en desarrollo: un país del Cercano Oriente, cinco de Asia y el Pacífico, seis de América Latina y siete del África subsahariana. Incluye tanto países grandes y relativamente prósperos, como el Brasil y China, donde los niveles de subnutrición eran moderados desde el principio, y países más pequeños, donde el hambre estaba más extendida, como Chad, Guinea, Namibia y Sri Lanka.
Ahora la mala noticia. Lamentablemente, no es esa la situación en la mayoría de los otros países. En el mundo en desarrollo en su conjunto, el número de personas subnutridas en 1999-2001 se estimó en 798 millones, sólo 19 millones menos que durante el período de referencia de la CMA. Peor aún: al parecer, el número de personas subnutridas en el mundo en desarrollo no está ya disminuyendo sino aumentando. Durante la primera mitad del decenio de 1990, el número de personas crónicamente hambrientas disminuyó en 37 millones. Desde 1995-1997, sin embargo, esa cifra ha aumentado en más de 18 millones.
Debemos preguntarnos por qué ha ocurrido esto. Un análisis preliminar no permite dar respuestas definitivas a esa pregunta. Pero un examen más detenido señala varios factores que diferencian a los países que han tenido éxito de los que han sufrido reveses.
En general, los países que lograron reducir el hambre se caracterizaban por un crecimiento económico más rápido y, concretamente, por un crecimiento más rápido de su sector agrícola. Mostraban también un crecimiento más lento de la población, niveles más bajos de infección por VIH y una clasificación más alta según el índice de desarrollo humano del PNUD.
Esas conclusiones concuerdan con análisis anteriores que ayudaron a dar forma al Plan de Acción de la CMA y a la iniciativa contra el hambre presentada por la FAO con ocasión de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después. Subrayan la importancia de contar con algunos elementos esenciales como base para mejorar la seguridad alimentaria: un rápido crecimiento económico; un crecimiento del sector agrícola superior al promedio; y redes de seguridad social eficaces para garantizar que quienes no pueden producir ni comprar alimentos adecuados tengan, no obstante, lo suficiente para comer.
Si los últimos datos tienden a confirmar nuestra interpretación de los factores que contribuyen a la seguridad alimentaria, nos enfrentan también con otra cuestión difícil: puesto que sabemos ya cuáles son los parámetros básicos de lo que es necesario hacer, ¿por qué hemos permitido que millones de personas pasen hambre en un mundo que produce alimentos más que suficientes para todos los hombres, mujeres y niños?
Dicho sin ambages, el problema no es tanto la falta de alimentos como la falta de voluntad política. La inmensa mayoría de las personas hambrientas del mundo viven en las zonas rurales del mundo en desarrollo, lejos de los resortes del poder político y fuera del alcance de la visión de los medios de información y del público de los países desarrollados. Excepto cuando una guerra o una calamidad natural centran brevemente la atención y compasión mundiales, se habla poco y se hace menos para poner fin a los sufrimientos de un «continente de los hambrientos» cuyos 798 millones de personas superan la población de América Latina o del África subsahariana.
Con excesiva frecuencia, eliminar el hambre se ha convertido en una lista de compra de objetivos de desarrollo. Todos esos objetivos están interconectados por el nexo fatal de la pobreza y la exclusión social. Cada uno de ellos merece y requiere nuestro apoyo. Pero debemos tener también la visión y el coraje de fijar prioridades, reconocer que la falta de alimentos suficientes amenaza la existencia misma de las personas y paraliza tanto su capacidad para aprovechar las oportunidades de educación, empleo y participación política como de contribuir al desarrollo económico y social.
Ello nos lleva de nuevo a la necesidad de una voluntad política. Y también a otra buena noticia del informe de este año. Porque, si tenemos que informar de los reveses sufridos en la reducción del hambre, podemos informar asimismo sobre muchos signos esperanzadores de un compromiso creciente en la lucha contra el hambre.
En el Brasil, el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha prometido erradicar el hambre para el final de su mandato cuatrienal. Y ha respaldado esa promesa iniciando el amplio proyecto Fome Zero (Hambre Cero).
El pasado año, más de otros 20 países han pedido a la FAO que los ayude a diseñar y ejecutar programas contra el hambre. Muchos de esos países confían totalmente en sus propios recursos e iniciativas para alcanzar el objetivo de la CMA dentro de sus fronteras. Algunos se han comprometido a objetivos más ambiciosos. El Gobierno de Sierra Leona, por ejemplo, se ha fijado la audaz meta de eliminar el hambre para el año 2007. En su reciente cumbre en Maputo (Mozambique), los jefes de Estado de la Unión Africana prometieron unánimemente aumentar la participación de la agricultura en el gasto público, en un 10 por ciento al menos, en los próximos años.
El hecho de que esos países hayan hecho de la erradicación del hambre una alta prioridad resulta alentador. La forma en que la están realizando lo es todavía más.
La estrategia adoptada por Fome Zero del Brasil incorpora muchos elementos de la iniciativa contra el hambre. Lo que es más importante, subraya el doble componente de un ataque que combina las intervenciones de emergencia para dar a las poblaciones hambrientas acceso a los alimentos, con iniciativas de desarrollo para aumentar el empleo, los ingresos y la producción alimentaria en las comunidades empobrecidas. Fome Zero ha forjado también una alianza nacional contra el hambre, amplia y comprometida, que cuenta con el apoyo y la participación activos de sindicatos, asociaciones populares, organizaciones no gubernamentales, escuelas, universidades, iglesias y empresas.
Un número creciente de países están mostrando el camino, aunando la voluntad política y los recursos para atacar frontalmente el problema del hambre. Ha llegado el momento de que la comunidad internacional siga adelante con los compromisos contraídos en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. La tarea que nos espera es crear una alianza internacional contra el hambre que movilice el compromiso nacional y mundial, no sobre la base de una petición de limosna sino en una exigencia de justicia y un llamamiento al interés de casi todos, al reconocer que el sufrimiento de 800 millones de personas hambrientas no constituye sólo una tragedia injustificable sino también una amenaza para el crecimiento económico y la estabilidad política a escala mundial.
El hambre no puede esperar.
Jacques Diouf
Director General de la FAO