El reciente período de turbulencia mundial, caracterizado por la pandemia de la COVID-19, la guerra de Ucrania y las ulteriores presiones inflacionarias, ha vuelto a poner a prueba la resiliencia de los sistemas agroalimentarios de todo el mundo a efectos de cumplir las metas 2.1 y 2.2 de los ODS: poner fin al hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición para 2030. Aunque las dificultades han sido considerables y carecen de precedentes, se desprende un mensaje claro: esta vez el mundo ha respondido mejor.
Las señales de mejora en los ámbitos del hambre y la inseguridad alimentaria en los últimos años sugieren que las medidas adoptadas para revertir la situación tras los retrocesos ocasionados por la pandemia y la guerra de Ucrania han tenido un efecto positivo a nivel mundial. Sin embargo, una serie de tendencias regionales contrapuestas apuntan a la existencia de disparidades importantes en cuanto a los desafíos a los que se enfrentan los países y a las opciones de políticas de las que disponen, y la mayoría de los países siguen sin ir por buen camino en cuanto al cumplimiento de las metas de los ODS relacionadas con la malnutrición para 2030. En el informe de este año se hace hincapié en la importancia de realizar un análisis general que comprenda los precios de los alimentos y las tendencias del comercio, así como datos sobre seguridad alimentaria y nutrición a nivel de la población, con miras a comprender mejor las repercusiones multidimensionales de la inflación de los precios de los alimentos.
En comparación con crisis anteriores, como el alza de los precios de los alimentos de 2007 a 2008, la respuesta mundial a las fuentes de la perturbación inflacionaria de 2021 a 2023 fue más coordinada, fundamentada y contenida en lo que respecta a la seguridad alimentaria y la nutrición. Los gobiernos y las instituciones mostraron una mayor sensibilidad acerca de las repercusiones que podría tener la falta de coordinación de las medidas e intervinieron con políticas más calculadas, mejor orientadas y fundadas en las enseñanzas extraídas.
Una de las mejoras más evidentes tuvo lugar en el ámbito de la política comercial. Mientras que las crisis anteriores se caracterizaron por prohibiciones generalizadas de la exportación y medidas restrictivas que amplificaron la incertidumbre y la volatilidad de los precios en todo el mundo, en el último episodio fue menor el número de intervenciones de ese tipo. En los casos en que sí hubo intervenciones, en general fueron más breves y menos disruptivas. Este cambio ha sido decisivo para mantener el flujo de productos agrícolas y garantizar que los mercados mundiales sigan funcionando, incluso en momentos de considerable tensión.
Del mismo modo, se ha reafirmado la importancia de la transparencia del mercado y la información oportuna. Iniciativas como el SIMA, puesto en marcha por el G20 en respuesta a la crisis de 2007 y 2008, han desempeñado un papel clave en la mejora de la transparencia de los mercados mundiales de alimentos. Al proporcionar datos fiables y mejorar la comunicación entre países, estos mecanismos contribuyen a frenar la especulación y a reducir el riesgo de reacciones suscitadas por el pánico en el ámbito de las políticas. El fortalecimiento de estos sistemas ha resultado ser uno de los instrumentos más eficaces para amortiguar las variaciones extremas de los precios y fomentar la confianza entre los participantes en el mercado.
La respuesta ante el período de inflación alta de los precios de los alimentos también demuestra el valor de contar con instituciones sólidas y marcos de políticas asentados. Los países con estructuras sólidas para la intervención en situaciones de emergencia, como mecanismos de protección social bien asentados, pudieron actuar con mayor rapidez y eficacia a la hora de prestar apoyo a su población vulnerable. Del mismo modo, una mayor coordinación entre las instituciones fiscales y monetarias permitió que se adoptaran conjuntos de políticas más coherentes que equilibraron el alivio a corto plazo con la estabilidad a largo plazo.
A pesar de los progresos realizados, todavía queda mucho por hacer para comprender plenamente el efecto de la reciente inflación de los precios de los alimentos en la nutrición y seguir mejorando la resiliencia de las personas, en particular de las mujeres y los niños, ante las conmociones de los precios de los alimentos, así como ante los principales factores que dificultan los esfuerzos mundiales por erradicar el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición.
De cara al futuro, las respuestas eficaces a la inflación de los precios de los alimentos deberían combinar medidas fiscales bien orientadas, reformas estructurales y medidas coordinadas en materia de políticas. Las intervenciones en los precios a corto plazo deberían calibrarse con cuidado para evitar distorsiones del mercado y garantizar la sostenibilidad a largo plazo. En tiempos de crisis, las respuestas fiscales, como la concesión de transferencias monetarias o las reducciones fiscales temporales, deberían ser focalizadas y ajustarse a plazos precisos, así como tener estrategias de salida claras. Los programas de protección social deberían incluir la dimensión nutricional y estar mejor diseñados para proteger a las poblaciones más vulnerables al tiempo que tienen en cuenta la erosión del valor de transferencia en contextos de inflación alta.
En el plano macroeconómico, una gestión fiscal sólida acompañada de una política monetaria creíble y transparente contribuye a estabilizar los mercados y a reforzar la confianza de los inversores. Los bancos centrales desempeñan un papel decisivo en el anclaje de las expectativas inflacionarias, pero el éxito depende de que se prevean las tendencias fiscales y se ajusten los instrumentos de política en consecuencia. Es fundamental reforzar la coordinación entre los organismos fiscales y financieros para garantizar la coherencia de las políticas, especialmente en el contexto de una inflación de los precios de los alimentos que puede propagarse con rapidez por economías completas.
Las medidas estructurales son igualmente esenciales. Las inversiones en almacenamiento de alimentos, infraestructuras de transporte y sistemas de información del mercado pueden reducir las pérdidas de alimentos, mejorar la eficiencia de las cadenas de suministro y amortiguar la futura volatilidad de los precios. El mantenimiento de reservas estratégicas bien concebidas y la mayor transparencia del mercado contribuyen a la estabilidad de los mercados de alimentos y a su integración en marcos integrales para la gestión del riesgo.
En el informe de este año se reafirma que, aunque la inflación de los precios de los alimentos sigue siendo un motivo de preocupación acuciante, no es invencible. Las inversiones sostenidas, el refuerzo de la coordinación de las políticas, una mayor transparencia, la mejora de la orientación de las políticas hacia la prestación de apoyo a dietas saludables y la continua innovación institucional serán de importancia vital para fomentar la resiliencia ante futuras perturbaciones. Las enseñanzas de los últimos años ofrecen una hoja de ruta para hacer frente tanto a los efectos inmediatos de la inflación de los precios de los alimentos en la seguridad alimentaria y la nutrición como al objetivo a plazo medio de cumplir el ODS 2 y lograr dietas asequibles y saludables para todas las personas.