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La silvicultura comunitaria y las mujeres

Marilyn W. Hoskins

MARILYN W. HOSKINS, del Virginia Polytechnic Institute y de la State University de los Estados Unidos, es una socióloga que ha trabajado mucho con las mujeres de los países en desarrollo. Este artículo está basado en una alocución que pronunció en el seminario sobre «La función de las mujeres en la silvicultura comunitaria y el desarrollo rural», que se celebró en Dehra Dun, India, en diciembre de 1980, patrocinado por la FAO y la India.

La primera vez que me di cuenta del marcado interés que las mujeres de los países en desarrollo manifiestan por la silvicultura, fue con las mujeres del Alto Volta. Estaba celebrando seminarios en ese país, y aunque la silvicultura no figuraba en el programa, fue el tema dominante de uno de los debates más animados. En esas conferencias participaban doctoras, abogadas, profesoras de primera enseñanza, agentes del servicio social, y otras mujeres que desempeñaban actividades importantes o esenciales. Todas eran mujeres instruidas, aunque sin ninguna formación en el dominio forestal o agrario. A pesar de ello, hablaban con gran conocimiento y autoridad de la creciente escasez de hojas, nueces y frutos que se necesitan para los platos tradicionales y que son indispensables en la alimentación familiar. Se refirieron también a los matorrales y matas leñosas, que parecen tan inútiles a los agentes de desarrollo, que han sido desbrozados para plantar árboles exóticos de crecimiento rápido. A pesar de que no se habían cortado árboles de especies valiosas, estas mujeres opinaban que el desbroce de las «malezas inútiles» es una pérdida muy grave, ya que las malezas son la base del abastecimiento en los casos de emergencia, especialmente para la población rural pobre y sus familias, que obtienen de ellas hojas, raíces, semillas y cortezas para alimentos, medicinas y objetos artesanales. También se utilizan como combustible para cocinar y calentar, lo que es sumamente importante. Las matas leñosas sirven también, en momentos de escasez o de sequía, para alimentar a personas y animales. Los árboles exóticos de crecimiento rápido pueden abastecer a las ciudades en combustible o madera de construcción más rápidamente que los matorrales, pero de ellos no se obtienen, en general, productos secundarios. Además, están fuera del alcance de quienes viven en los pueblos, habiendo tenido anteriormente acceso a esas tierras. Parecía a las mujeres que se trataba de una operación que no ofrece ninguna ventaja a la población local ni a sus familias, especialmente a las mujeres, sino que beneficia a quienes viven en las lejanas ciudades. Los productos de la madera decían son ciertamente necesarios para la población urbana, pero habría que preocuparse más de reducir al mínimo las pérdidas que tales operaciones originan a las familias rurales.

Las mujeres hablaron de los árboles que preferían para leña, y de las relaciones existentes entre los árboles, el suelo, el agua y los cultivos. Conocían, evidentemente, a fondo la importancia del árbol para su medio ambiente, ya que habían crecido utilizando estos recursos. Se mostraban también preocupadas por la pérdida que representaba, tanto para la localidad como para el país, la desaparición de la cubierta vegetal, con el consiguiente empobrecimiento del suelo y la disminución de la producción forestal. Estaban decepcionadas porque creían que no se habían tenido presentes, al concebir las políticas y los programas, las necesidades, preocupaciones y conocimientos de las mujeres, ni tampoco de sus familias (SAED, 1978).

Importancia del árbol para la mujer rural

Desde que se celebró el seminario, he preguntado y me he informado de la forma en que se utilizan los árboles y sus productos, y especialmente sobre la función de la mujer rural en las sociedades industriales, y he llegado a la conclusión de que la relación entre ellas y su medio ambiente es parecida en todos los países: es patente una división sexual del trabajo basada en el papel de la mujer como encargada de cuidar de los hijos y de alimentar a la familia. En todos los países y en todas las épocas, las mujeres han venido asumiendo siempre las tareas propias de esta función. Mientras los hombres tal vez tenían que recorrer grandes distancias para cazar, las mujeres se encargaban de recoger semillas y plantas cerca de sus hogares o tierras. Eran en casi todas partes las que recogían el agua y la leña, preparaban el pan y las hortalizas, encendían el fuego y cocinaban. La población vivía lo más cerca posible de los lugares donde había agua y madera. En las zonas colonizadas, algunas mujeres cultivaban también hortalizas y frutas alrededor del hogar, o en los cercados; pescaban en los ríos y charcas, 0 criaban animales domésticos que pastaban en las praderas o matorrales cercanos. Ayudaban a construir la casa, hacían esteras y cestos, redes para pescar, medicinas y prendas de vestir, sirviéndose de la vegetación que crecía a su alrededor.

Esta sigue siendo todavía la forma de vida de muchos lugares. Las mujeres de una aldea de Sierra Leona me han dicho que recogen o preparan una treintena de productos útiles de los matorrales que crecen en los terrenos en barbecho o en las zonas boscosas de los alrededores. También los hombres se dedican a algunas de estas actividades, pero, a diferencia de las mujeres, no se limitan a utilizar exclusivamente los recursos que se encuentran cerca del hogar.

Consecuencias para las mujeres de la escasez de árboles y productos forestales

Sólo cuando los recursos locales son abundantes desempeñan una doble función económica y de nutrición, lo cual ocurre cada vez menos. La extensión de las zonas desérticas y la descomposición de los suelos de las zonas semiáridas e incluso de las más húmedas ha provocado una grave disminución de la capacidad de sostenimiento de la tierra, que ha coincidido con una mayor demanda de productos agrícolas. Una reciente publicación del Banco Mundial señala que a aunque las zonas forestales de los países en desarrollo tienen una extensión de más de 1000 millones de hectáreas, los asentamientos agrícolas se están llevando a cabo a tal ritmo que, de no producirse cambios fundamentales que modifiquen la tendencia actual, o de emprender extensos programas de repoblación forestal que compensen las pérdidas, las zonas forestales podrían desaparecer al cabo de 60 años. Entre 1900 y 1965, cerca de la mitad de esas zonas forestales de los países en desarrollo han sido taladas para dedicarlas a la agricultura, y más de 3 000 millones de hectáreas, es decir, el 30% de todos los suelos explotables del mundo, están actualmente sometidas a la agricultura migratoria» (Banco Mundial, 1978).

Las estadísticas sobre la pérdida de la cubierta vegetal en todo el mundo, unidas a las informaciones sobre la necesidad de esa cubierta, son inquietantes; pero es todavía más grave el hecho de que se subestime casi siempre el consumo doméstico de los recursos forestales. No obstante, se estima actualmente que el 90% del consumo anual mundial de tales recursos en los países en desarrollo se destina a combustible. La mayor parte de las materias primas, incluidos los combustibles, que se obtienen de los árboles y que son diariamente utilizadas por las campesinas no proceden de zonas clasificadas oficialmente como bosques, y rara vez se mide lo que se saca de los árboles para subvenir a esas necesidades vitales. Las cifras relativas a la utilización de la madera como combustible y a la despoblación forestal no son muy explícitas en cuanto a la forma en que la pérdida de la cubierta vegetal afecta a las campesinas.

Una mujer de una pequeña aldea de la zona productora de cacahuetes del Senegal describió lo que ocurría a las mujeres cuando la leña se hacía cada vez más escasa. Hace sólo algunos años se podía recoger leña en los alrededores de la aldea; después se han ido desbrozando extensiones cada vez mayores de terreno para el cultivo de cacahuetes, encontrándose siempre menos leña. Era necesario caminar hasta cuatro horas para encontrar ramas muertas. Tanto estas distancias como el tiempo necesario para la recolección de la leña aumentaban sin cesar. Las mujeres se llevaban a sus hijas para poder traer más leña, lo cual les permitía hacer sólo un viaje dos o tres veces por semana, en vez de todos los días. Podían, de este modo, disponer de tiempo para cuidar de los huertos y de los niños, y encargarse de las tareas domésticas. Tenían también que economizar la leña al hacer la comida y utilizar otros combustibles, como los tallos de las plantas. A veces debían cortar ramas de árboles de especies valiosas, a pesar de que sabían que se trataba de árboles que eran necesarios, y que su madera verde no daba tanto calor como la madera seca. Empleaban también como combustible excrementos de vaca, a pesar de que el ganado escaseaba en la zona y de que los excrementos sirven para abonar los huertos. La mujer senegalesa que me decía todo esto agregó que en algunas aldeas vecinas los hombres tenían carretas con las que iban a recoger leña. En otras aldeas, las mujeres compraban la leña a los vendedores que la traían de lugares distantes. No era frecuente poder adquirirla en las aldeas cercanas, ya que los vendedores ganaban más dinero vendiéndola en las ciudades. Tanto esta mujer como sus amigas han debido suprimir una de las dos comidas calientes del día; más adelante ya sólo comían alimentos calientes cada dos días. Las familias consumen harina de mijo sin cocer mezclada con agua cuando no disponían de leña para cocinar. La portavoz del grupo con quien estaba hablando terminó diciendo: a Se puede morir de hambre con el granero lleno, si no se tiene leña para cocinar.»

Los cambios en la cantidad de combustible disponible influyen en la salud y nutrición de toda la familia. Se comen alimentos que se cocinan más rápidamente, o más alimentos no cocidos y menos hortalizas; se dispone de menos tiempo para cuidar de los huertos, y de menos fertilizantes. Con el aumento de los precios del combustible, se tiene también menos dinero para comprar alimentos. En Niger se dice que a cuesta tanto calentar la olla como llenarla», y la realidad es que, en algunos lugares, el combustible cuesta la mitad, o más, de lo que cuesta la comida, y los precios continúan aumentando.

El hecho de tener que dedicar más tiempo a recoger leña influye también en otros aspectos de la vida familiar. En una película cinematográfica hecha en Nepal, se ve a una muchacha al lado de la escuela a la que ya no puede asistir porque tiene que ayudar a su madre a recoger madera en lugares muy distantes. En un estudio se ha señalado que las mujeres podrían verse obligadas a tener más hijos, por la necesidad de disponer de más brazos - y piernas - para recoger la leña. Una alfarero de Lobi me decía que su marido había tenido que dejar el hogar en busca de trabajo, porque con su oficio de herrero no ganaba lo suficiente. A causa de la escasez de combustible ella había tenido que dejar de hacer cacharros grandes, y se preguntaba cuánto tiempo podría seguir manteniendo a su familia con el oficio de alfarero, ya que era cada vez más difícil conseguir madera para cocer, incluso los cacharros más pequeños. Muchas mujeres de los países en desarrollo dependen de la madera como fuente de combustible para la cocina familiar; otras la utilizan para confeccionar meriendas que venden en los mercados. Las mujeres que trabajan en pequeñas industrias, por ejemplo la del pescado ahumado, dependen igualmente de la madera como combustible.

El combustible no es, sin embargo, el único producto forestal importante para las mujeres y sus familias. Una mujer del Alto Volta me dijo que ya no podría seguir haciendo las medicinas que su madre le había enseñado, porque en los alrededores de su aldea ya no se encontraban las plantas que se cultivaban en otra época. Una mujer puel decía que había tenido que renunciar a la cría de pequeños animales que servían para alimentar a su familia y ganar algún dinero, porque cerca de la aldea ya no se encontraban plantas para el forraje. En otra zona, las mujeres ya no podían seguir dedicándose a la pesca, por haberse encenagado la charca donde pescaban, como consecuencia de la erosión de las tierras que la rodeaban. Muchas mujeres se quejan de que, con la desaparición de la cubierta vegetal en todos los campos de los alrededores de dichas aldeas y comunidades rurales, las parcelas de que disponían para huertos son cada vez más pequeñas, y los suelos cada vez más pobres.

PROGRAMA NACIONAL DE PLANTACIÓN DE ÁRBOLES EN LESOTHO las mujeres no figuran en los documentos del proyecto, pero participan en las labores

La silvicultura y el desarrollo de las comunidades locales

Al comienzo de los años setenta, la FAO señaló a la atención internacional la posibilidad de que las comunidades locales participaran en la selección y dirección de los proyectos forestales y en los beneficios obtenidos, y organizó una serie de consultas de expertos forestales de todos los países, que se reunieron durante el Octavo Congreso Mundial de Yakarta, para tratar de estas cuestiones. De todas estas experiencias y consejos de los expertos surgió el movimiento llamado «Actividades forestales en el desarrollo de comunidades rurales», que definieron; «...como cualquier situación que en último término interese a la población local en una actividad forestal. Abarca una gama de situaciones que van desde pequeñas parcelas boscosas en zonas escasas de madera y otros productos forestales, para necesidades locales, pasando por la producción de árboles a nivel de finca agrícola para obtener productos vendibles, y la elaboración de productos forestales a nivel familiar, artesanal o de pequeña industria a fin de obtener ingresos, hasta las actividades de las comunidades que habitan en el bosque. Excluye las actividades forestales industriales en gran escala y toda otra forma de actividad forestal que contribuya al desarrollo de la comunidad exclusivamente mediante empleo y salarios, pero comprende las actividades de empresas forestales industriales y de servicios forestales públicos que estimulan y ayudan a las actividades forestales a nivel comunal. Las actividades así comprendidas son compatibles potencialmente con todos los tipos de propiedad de la tierra. Aunque esto sólo proporciona una visión parcial de la repercusión del sector forestal sobre el desarrollo rural, abarca la mayoría de las formas en que el sector forestal y los productos y servicios de él derivados afectan directamente a la vida de la población» (FAO, 1978).

Los cultivadores forestales y los que se ocupan del desarrollo de la comunidad saben que los proyectos que no prevén la participación local no pueden ejercer gran efecto sobre ciertos aspectos específicos económicos, sociales o ecológicos de una comunidad. Algunas comunidades, por ejemplo, consideran peligroso el árbol del anacardo; en otras, sólo las jóvenes pueden sembrar semillas; algunas poblaciones consideran laudable la competencia, mientras que el grupo vecino considera sospechoso el éxito individual. De estas variaciones dentro de las comunidades, que no son fácilmente apreciables por los que no pertencen a ellas, depende con frecuencia el éxito de un proyecto y, por consiguiente, tienen que ser tenidas en cuenta en la fase de preparación del mismo. Pero la planificación en común, aprovechando los conocimientos de los residentes locales combinados con la información técnica del silvicultor, no es fácil: los servicios forestales han estado tradicionalmente aislados de las cuestiones del desarrollo de la comunidad, y se han concentrado principalmente en proteger los bosques contra la población rural. Es comprensible que sea difícil convencer a los aldeanos, que tienen poca tierra y poco tiempo, a que inviertan sus escasos recursos en plantaciones arbóreas que sólo rinden al cabo de bastante tiempo; pero es todavía más difícil conseguir que los organismos oficiales y los propios habitantes de las zonas rurales se concentren en las necesidades y preocupaciones especiales de las mujeres al preparar los proyectos que afectan al desarrollo de la comunidad.

Al leer las descripciones de los proyectos es difícil encontrar las funciones que desempeñan actualmente las mujeres en la planificación, participación y obtención de beneficios de los proyectos forestales. En estas descripciones se utiliza, por lo general, un término neutro: «agricultores» o «residentes», para indicar los participantes o beneficiarios. Pero se tienen, sin embargo, algunos ejemplos, que aluden a la contribución de las mujeres. Estos proyectos pueden dividirse, a grandes rasgos, en tres tipos: de conservación, de producción forestal y de utilización más eficaz de la madera, principalmente en relación con los hornos.

Conservación

Los proyectos de conservación presentan problemas especiales, ya que no es siempre fácil para los planificadores, con una orientación económica - ni tampoco para los propios agricultores - apreciar los beneficios indirectos y a largo plazo de la conservación, que hacen conveniente que se invierta en estos proyectos tiempo, trabajo y tierra. En realidad, los que obtienen estos beneficios son, con frecuencia, personas que viven en zonas distantes. Por ejemplo, plantando árboles en las laderas de las colinas se podría reducir la tierra disponible en la localidad para cultivar alimentos, aunque con ello se protegen las fincas de los que viven en el valle fluvial distante, donde el encenagamiento se está convirtiendo en un problema.

En el Cabo Verde, donde gran parte de la vegetación ha sido destruida por la sequía, y los hombres han tenido que emigrar a otros lugares para encontrar empleo, las mujeres, que trabajan como obreras remuneradas, son el eje de todos los esfuerzos para terraplenar y plantar en las laderas de las colinas. En Honduras, los proyectos de conservación no interesaban a los hombres, ni siquiera mediante el pago de su trabajo; sólo se sumaron a las actividades después de que varios grupos de mujeres hubieron empezado a trabajar en el proyecto, por haber comprendido su importancia. En Lesotho, las mujeres reciben raciones alimentarias del Programa Mundial de Alimentos FAO/ Naciones Unidas sólo cuando trabajan en la construcción de carreteras, o en la conservación de los suelos y la plantación de árboles. Estos ejemplos, especialmente los dos primeros, no pueden incluirse en las «Actividades forestales en el desarrollo de las comunidades locales», aunque demuestran que las mujeres pueden hacer con éxito trabajos pesados de plantación y terraplenamiento, que los planificadores de los proyectos habían considerado, en principio, imposibles para ellas. Los dos últimos ejemplos muestran también que las mujeres han llevado la iniciativa en los trabajos para mejorar su medio ambiente.

Los ejemplos de China, El Salvador y Honduras muestran un modelo diferente de participación.

En China, en 1954, las mujeres plantaron un cinturón de protección a lo largo de la costa de la provincia de Guangdong: en esta zona, los hombres pescan y las mujeres cultivan los campos. Han padecido malas cosechas durante muchos años consecutivos, a causa de las tormentas de arena. Los miembros femeninos de los municipios son los que dirigen a los demás en la formación de grupos voluntarios para la plantación de árboles, a fin de que sus cultivos crezcan mejor (Women of new China..., 1978).

En El Salvador, el Gobierno compró, en 1971, una finca privada y la entregó a las 130 familias que habían trabajado en ella. Algunas mujeres formaron grupos para hacer trabajos domésticos, y otras se inscribieron en las asociaciones de agricultores. Estudiaron sus tareas: la procreación, la preparación de comidas, el lavado de las prendas de vestir, el transporte del agua y de la madera; en general, la tendencia era a hacer trabajos caseros y familiares. Después discutieron cómo podrían mejorar su nivel de vida, y decidieron hacer un proyecto de conservación de suelos y repoblación forestal. Organizaron un grupo que se dedicó a la plantación de hortalizas y de árboles frutales alrededor de las terrazas, y que repobló pequeñas zonas forestales, para poder tener leña y madera de construcción.

En Honduras, el Gobierno pidió a los agricultores que se organizaran, a fin de replantar una zona que había sido destruida por un huracán. Les sorprendió que un grupo de mujeres ofreciera también su ayuda, pero no se opusieron a ella. La justificación de esta ayuda que dieron las mujeres era que deseaban reponer las tierras de cultivo. Con instrumentos ligeros, que obtuvieron con facilidad, y con horarios flexibles de trabajo que les permitían realizar sus labores caseras, repoblaron 40 ha de bosque e hicieron también otros trabajos de conservación. Según los funcionarios, habían dado un buen ejemplo a los hombres (Wiff, 1979).

El movimiento Embrace a tree, de la India, podría indudablemente considerarse como un esfuerzo laudable de conservación por parte de un grupo de mujeres rurales, y es famoso en todo el mundo. También en Kenya un grupo de mujeres de las ciudades se ha dedicado a tareas de conservación. Este grupo femenino ha reconocido que la despoblación forestal es uno de los principales problemas nacionales, y ha preparado un programa en el que se pide dinero a la población para la plantación de árboles conmemorativos. Con ese dinero no sólo se plantarán los árboles sino que se cuidará de ellos durante cinco años. Su idea es que, dado el carácter de esta plantación, es poco probable que los árboles sean talados o dañados. Se contratan, con frecuencia, campesinas para que planten y cuiden de estos árboles, ofreciéndoles así nuevos empleos e ingresos para sus familias. Son también instructivos otros dos ejemplos de proyectos de conservación, para los cuales no se consultó a las mujeres. El primero de ellos era un proyecto sobre servicios forestales, de fijación de las dunas en el Senegal. Los directores del proyecto, después de haberse plantado varias bandas de vegetación, pidieron a los habitantes de la aldea que plantaran árboles alrededor de sus pequeños huertos, a lo cual se negaron cortésmente. Algunos funcionarios atribuyeron esta negativa a la indolencia, o a no comprender la forma en que los árboles podrían ayudarles a evitar que sus huertos fueran invadidos por la arena. Sin embargo, en una breve conversación que tuve con las mujeres de la aldea, quedó bien claro que comprendían perfectamente la relación existente entre la arena y los árboles, y uno de los motivos de su negativa era que no podrían vender las hortalizas que cultivaban, y que, por consiguiente, consideraban que esos huertos tenían una utilidad limitada. ¿Por qué - decían - debemos hacer nosotras el trabajo del servicio forestal, si este servicio no hace algo para nosotras? ¿Y por qué debemos plantar árboles en nuestra tierra si creemos que no nos van a servir para nada? Si se les hubiera ofrecido como incentivo la construcción de mejores caminos, o de una infraestructura comercial, tal vez se habrían decidido a plantar los árboles.

HORNOS DE TERRACOTA EN BENIN diseñados por los hombres... sin consultar a las mujeres

Los funcionarios - hombres, naturalmente - tienen por costumbre no hacer caso o no tener en cuenta a las mujeres. En Malí, un técnico forestal joven tenía un plan para la construcción de bermas en la ladera de una colina situada en un sector del servicio forestal; después tenía el propósito de plantar árboles cada tres metros, para que el suelo pudiera cultivarse y evitar que el agua lo arrastrara hacia el pueblo que estaba más abajo. El técnico dijo que había hablado con los campesinos que tenían permiso para cultivar esta tierra, y que estaban de acuerdo con el plan, cuya descripción escrita había sido aprobada. Pero al llegar al lugar se vio que ya había plantaciones en las colinas, y que no parecían estar gravemente erosionadas: en realidad, habían sido terraplenadas con muros de piedra. Las mujeres explicaron que, durante la estación seca, se habían dedicado a recoger estiércol y a mezclarlo con el suelo, y que después habían construido muros de piedras para evitar la erosión, que vigilaban cada vez que llovía: cuando el terreno empezaba a desprenderse con el agua, lo contenían con piedras. Estas mujeres no habían sido nunca consultadas ni habían oído hablar del proyecto propuesto, porque se ocupaban de cultivar las tierras de sus maridos, que eran los únicos que tenían permisos para cultivar. Con este proyecto, al cabo de uno o dos años los árboles habrían dado demasiada sombra a sus huertos para poder seguir cultivando en ellos. Por fortuna, el proyecto fue rectificado a tiempo, pero son muchos los trabajos de conservación que tienen análogas consecuencias negativas para las campesinas rurales.

Silvicultura de producción

La intervención de las mujeres en los proyectos de silvicultura con fines de producción plantea diferentes problemas: la cuestión principal para las mujeres es conocer los beneficios que podrán obtener, y su distribución. ¿Por qué deben plantar árboles las mujeres en tierras que no son suyas, si saben que no podrán utilizarlos? Se ha convencido con dificultad a los planificadores que las mujeres necesitan intervenir en todos los aspectos relacionados con la obtención de recursos, aunque, como muestran estos ejemplos, su participación puede ser diferente. En el Camerún, las mujeres discutieron, en las sociedades que se dedican a la molienda del maíz, el hecho de que el servicio forestal quería plantar lotes boscosos, a lo que se opusieron los habitantes de la localidad, que destruyeron las cercas; las mujeres, en cambio, necesitaban disponer de leña cerca de la aldea, y ayudaron a los técnicos forestales a reparar las cercas y a plantar los árboles, poniendo así fin a la hostilidad tradicional que existía entre los técnicos forestales y la población masculina de la aldea, que acabó apoyando también el proyecto.

En el Senegal, las mujeres habían trabajado con el servicio forestal sembrando plantones para venderlos. Algunas tenían viveros en sus casas, y otras cultivaban los plantones en los terrenos comunales, y destinaban los beneficios a la adquisición de equipo o a las empresas propiedad de la comunidad. En Lagbar (Senegal), se cita un proyecto de desarrollo integrado como uno de los que más éxito han tenido en conseguir que comunidades de pastores planten árboles. Para este proyecto se consultó a los hombres y a las mujeres acerca de los árboles que preferían; escogieron los que daban sombra, los que servían para obtener forrajes y los que producían ingresos. Las mujeres, en el desempeño de sus funciones tradicionales, regaban los árboles que habían plantado los hombres, y en algunas zonas donde las mujeres no habían intervenido, los árboles se habían secado por falta de agua. Los que hicieron el proyecto no habían reconocido la importancia de esta tradición local de división del trabajo.

En Lesotho, las mujeres habían plantado lotes boscosos, mientras que en Guinea pidieron que la plantación de los árboles se hiciera en común, por creer que si las mujeres trabajaban con los hombres, éstos apreciarían su contribución, mientras que si trabajaban solas, temían el descontento de los maridos si la comida se retrasaba.

Las actividades forestales secundarias pueden también interesar a las mujeres, si son apropiadas. En Kenya no se llegaba a conseguir que las mujeres apoyaran un proyecto de cría de abejas, hasta que el director del proyecto se dio cuenta de que lo que no querían era tener que trepar para llegar a las colmenas; cuando se colocaron éstas cerca de la tierra, las mujeres participaron en el proyecto. En China, las mujeres intervienen activamente en las pequeñas industrias que tienen como base la madera, y en el Senegal fabrican también las macetas que se utilizan en los viveros forestales.

Como ejemplo de los problemas que se plantean cuando no se tiene en cuenta la función de la mujer en la fabricación de productos puede citarse lo sucedido en Sierra Leona, donde extensos palmerales de aceite y cafetales comunales fueron plantados por los hombres sin tener en cuenta que habría que proceder a la recolección en una época en que se estaban también recolectando otros cultivos. Gran parte de este trabajo sólo podían hacerlo las mujeres, que en esa época estaban muy ocupadas con los cultivos alimentarios. La consecuencia de estas excesivas exigencias dio como resultado que se perdiera gran parte de lo producido por el proyecto.

Hornillos para combustible derivado de la madera

La tercera categoría de proyectos que interesan a las mujeres es la obtención de hornillos para combustible derivado de la madera de mayor rendimiento. Si, como algunos afirman, con estos hornillos se puede reducir a la mitad el combustible necesario, la cuestión es, evidentemente, importante y conviene estudiarla. Sin embargo, en casi todos los países los cambios en el uso de los hornillos han sido lentos, y los promotores del desarrollo censuran frecuentemente la mentalidad anticuada, o demasiado apegada a la tradición a este respecto, de las mujeres. Hay algunas excepciones, como en Honduras, donde se han popularizado mucho los hornillos de tierra con un buen rendimiento calorífico. Según un investigador, esta innovación ha sido aceptada porque se había enseñado a las mujeres a construir hornillos. Ellas enseñaban, a su vez a las demás mujeres. Se daban también facilidades de crédito a través de una cooperativa, que concedía préstamos cuyos reembolsos mensuales, tanto para el hornillo como para la cavidad donde se coloca en la cocina, son de la misma cuantía que lo que se economiza mensualmente en combustible (Elmendorf, 1980). En un proyecto sobre hornillos propuesto para el Nepal se sugería enviar nepalesas a la India para que aprendieran a construir estufas, y enseñaran después a otras mujeres, ya en su casa, a construirlas. En Níger, un nuevo programa del Church World Service proyecta la presentación a las mujeres de las ciudades, a través de una organización femenina, de hornillos perfeccionados.

Pero si estos hornillos no son adecuados a las condiciones locales, no se aceptarán, cualquiera que sea el que se ocupe de su introducción. En Ghana, un proyecto sobre hornillos que, al parecer, había tenido gran éxito en la época en que se estaba ejecutando, fue considerado como un fracaso diez años después. No sólo no se habían construido más hornillos nuevos, sino que los primeros no se seguían utilizando. Resultó que éstos no se habían diseñado para cocinar los platos locales, y que necesitaban más combustible que los modelos tradicionales, a los que se había atribuido menor rendimiento.

En ciertas zonas del Alto Volta, el Gobierno está llevando a cabo una campaña para que las mujeres construyan hornillos, y el servicio de extensión femenino está estimulando el proyecto. Como en la propaganda que se hace de estos hornillos se los presenta como artefactos a modernos», nadie los critica, pero yo tengo una fotografía de uno de ellos que, aunque se decía que era maravilloso, se utilizaba para sostener la madera de otro hornillo de tres piedras construido a su lado. Varios organismos internacionales de desarrollo, bilaterales y multilaterales, están dispuestos a invertir dinero en programas para economizar combustible utilizando hornillos de mayor rendimiento pero, como mujeres, debemos insistir en que los hornillos no se proyecten como si fueran a utilizarse en los laboratorios sino para nuestro uso: sólo así no se derrochará este dinero. Una máxima fundamental al estudiar la construcción de hornillos debería ser que, en su fase de diseño, se consulte a las mujeres de los países a que estén destinados.

Los forestales, las mujeres y la silvicultura comunitaria

En muchos países, los forestales no están en absoluto familiarizados con los objetivos y métodos de desarrollo comunitario, que a veces llegan incluso a ignorar. Encuentran difícil cambiar sus actividades técnicas y de reglamentación por otras de apoyo o de servicio a las tareas de las comunidades locales. Además, a los servicios forestales, especialmente en los países en desarrollo, no se da prioridad en los presupuestos del Estado, y suelen carecer de la infraestructura y del personal necesario para lanzar nuevos programas sociales de repoblación forestal, que requieren imaginación, paciencia, normas flexibles y funcionarios capaces de ocuparse no solamente de los recursos agrícolas sino también de tratar con otras personas.

Discutí estas cuestiones con un técnico forestal, que me dijo: «En realidad, nosotros tenemos mucho en común con las mujeres: los recursos de que disponemos son insuficientes y no se nos tiene en cuenta al planificar la conservación o al decidir la política que debe seguirse.» Nadie negará que tiene razón.

Los forestales tienen capacidad profesional y técnica y las mujeres tienen un conocimiento realista y una experiencia de las necesidades de las sociedades locales. Si se quiere que den resultado proyectos comunitarios sobre silvicultura, ambos grupos tendrán que reconocerse mutuamente y trabajar juntos.

Referencias

BANCO MUNDIAL. 1978 Forestry sector policy paper. Wáshington, D.C.

DEVRES. 1979 The socio-economic and environmental context of fuelwood use in rural communities of developing countries: issues and guidelines for community fuelwood programs. AID, Wáshington. D.C.

ELMENDORF, MARY. 1980 The human dimension: energy survey methodology. National Academy of Science International Workshop.

FAO. 1978 Actividades forestales en el desarrollo de comunidades locales. Roma

HOSKINS, MARILYN W. 1979 Women in forestry for local community development: a programming guide. Office of Women in Development, AID Wáshington, D.C.

SAED. 1978 Social and economic devolepment in Upper Volta: woman's perspective. AID, Ouagadougou, Alto Volta.

WIFF, M. 1979 La mujer en el desarrollo agroforestal en América Central. Ponencia presentada al seminario FAO/ SIDA, Oaxatepec, México.

1978 Women of New China are an important force in forestry development. Ponencia presentada al Octavo Congreso Forestal Mundial, Yakarta.


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