«La agricultura es la madre y nodriza de todas las demás artes: cuando la agricultura está bien organizada, todas las demás artes prosperan; cuando la agricultura está abandonada, decaen todas las demás artes, sobre la tierra y en la mar.»
(Jenofonte, Económico, V)
Esta frase que se escribió hace más de dos milenios conserva gran parte de su verdad. En los tiempos modernos, para muchos países la agricultura sigue siendo, si no la base de su economía, sí una fuente primordial de ingresos, empleo y divisas. Aun los países que han reducido al mínimo su dependencia económica de la agricultura primaria tienden a considerar el sector lo suficientemente importante para dedicarle una atención especial.
Aunque la agricultura hubiera dejado de ser la nodriza de las «demás artes», seguiría siendo siempre la fuente de nuestra alimentación diaria. Solamente su función en la seguridad alimentaria justifica que los responsables de las políticas le dediquen una atención prioritaria y exige una agricultura «bien organizada» con la misma urgencia que en los tiempos de Jenofonte.
La mentalidad de los griegos antiguos, por muy bien acostumbrada que estuviera a los sofismas y paradojas, encontraría ciertamente extraños muchos aspectos de la estructura de nuestra agricultura, especialmente las políticas que han contribuido a su configuración. Por ejemplo, que la agricultura esté frecuentemente abandonada donde más importancia tiene, mientras en otros países donde su función económica y social es relativamente secundaria recibe un apoyo tal que provoca distorsiones en el mercado mundial. Sería igualmente difícil explicar la existencia de 800 millones de personas desnutridas en un mundo de abundancia y con sociedades capaces de realizar admirables proezas científicas y tecnológicas; nuestra incapacidad de contrarrestar la desaparición de más de 15 millones de hectáreas de bosques tropicales cada año durante el último decenio; o el hecho de que las sociedades y los países ricos tiendan a enriquecerse más y los necesitados a tener cada vez más necesidades, mientras la asistencia exterior, en particular la destinada a la agricultura, ha ido reduciéndose en términos reales durante los últimos años.
El estado mundial de la agricultura y la alimentación, 1994, examina estas cuestiones a la luz de las tendencias y novedades más recientes, centrándose en particular en la forma en que los responsables de las políticas «organizan la agricultura». En el capítulo especial se examina los difíciles dilemas de política que entraña la gestión de nuestros recursos forestales para garantizar el equilibrio entre la satisfacción de las necesidades económicas y sociales, la sostenibilidad de las pautas de producción y consumo y la estabilidad ambiental.
Se señala en esta publicación que se han acentuado las anomalías y los obs-táculos al progreso económico y la seguridad alimentaria en muchas partes del mundo, pero también se reseñan varias novedades positivas en las políticas, la economía y las instituciones mundiales que suscitan expectativas optimistas para el futuro.
Entre los aspectos positivos, cabe señalar el notable dinamismo económico registrado recientemente en gran parte del mundo en desarrollo, pese a las condiciones de recesión mundial predominantes desde comienzos de los años noventa. Los signos recientes de recuperación económica en el mundo industrial permiten abrigar buenas esperanzas sobre la continuación de este proceso.
Ofrecen motivos aún más sólidos para el optimismo algunos acontecimientos registrados en los mismos países en desarrollo. Juntamente con la consolidación de la democracia se ha producido, en gran parte del mundo en desarrollo, un fortalecimiento del proceso de liberalización económica que se ha extendido a la agricultura. Muchos países en desarrollo, incluidos algunos de los más grandes y más poblados, se han beneficiado de este proceso y han progresado hacia la solución de los problemas crónicos del hambre y la malnutrición.
En el período de 1993-94 se han registrado también importantes novedades institucionales y de mercado que afectan al comercio agrícola. Una de las más significativas fue la firma en Marrakech del Acta Final de la Ronda Uruguay de Negociaciones Comerciales Multilaterales del GATT y el acuerdo para la creación de la Organización Mundial del Comercio. Estos importantes acontecimientos prometen beneficiar al bienestar mundial y crear unas «reglas de juego» más claras, más ordenadas y más fáciles de aplicar para el comercio, inclusive el de productos agrícolas. No obstante, los resultados de la Ronda Uruguay en lo relativo al acceso a los mercados y la reducción del apoyo interno y la subvención a las exportaciones fueron inferiores a lo que cabía esperar de la importancia de los temas en cuestión y de los siete años de intensas negociaciones. El proteccionismo sigue siendo intenso y probablemente se mantendrá en el futuro, por lo que será necesario realizar todavía esfuerzos importantes para mejorar el acceso a los mercados y la competitividad de las exportaciones agrícolas de los países en desarrollo. Aunque en los últimos meses se ha registrado un beneficioso fortalecimiento de los precios de los productos básicos que tienen importancia decisiva para las economías de muchos países en desarrollo, no se puede considerar este hecho como el signo de una mejora fundamental de las distorsiones y la cesación de la debilidad del mercado agrícola mundial. Además, distintos grupos de países se verán afectados de diferentes formas por la liberalización del comercio. En particular, muchos países de bajos ingresos e importadores netos de alimentos corren el riesgo de tener que pagar cantidades mucho mayores por dichas importaciones, lo que hará que empeore su seguridad alimentaria, por lo menos inicialmente. Esto exige la realización de esfuerzos generosos y de amplias miras para ayudar a los países con déficit de alimentos a superar el impacto negativo del nuevo contexto del comercio mundial, a la vez que se elevan al máximo las oportunidades de todos los mercados que se les puedan ofrecer.
Otro de los principales procesos en curso es el fortalecimiento de los acuerdos regionales de integración económica y comercial. La consolidación y ampliación de la integración económica en Europa y el establecimiento del Acuerdo del Libre Comercio de América del Norte constituyen hitos importantes en este proceso. Sin embargo, debo subrayar la importancia de que los beneficios de los planes de integración se extiendan a todos los países, en particular a los menos adelantados, y se permita participar en dichos planes a todos los países que lo deseen.
El período de 1993-94 ha tenido también su parte de acontecimientos inquietantes y tragedias humanas que han afectado directa o indirectamente a la seguridad alimentaria mundial. En los países desarrollados, la región europea se ha enfrentado a la continuación del conflicto devastador en Bosnia y Herzegovina, al desempleo grave y creciente, y a los problemas de consolidación fiscal y monetaria que arrojan sombras sobre la extensión y rapidez de la actual recuperación. En Europa central y oriental, varios países han intensificado el ritmo y la profundidad de la reforma orientada hacia el mercado y parecen entrar en una fase de expansión. Otros, en cambio, sobre todo la ex URSS, luchan todavía por romper un círculo vicioso: la profunda recesión y los consiguientes problemas políticos y sociales hacen muy difícil de realizar la reforma, si bien la consecución de ésta de forma general y sistemática constituye la condición previa para la recuperación.
La agricultura, que es un elemento central del proceso de reforma en las economías en transición, ha estado totalmente expuesta a los trastornos y efectos recesionarios iniciales derivados del desmoronamiento de las viejas estructuras orgánicas. El pronunciado descenso de la producción ha hecho que disminuya el consumo de alimentos per cápita, y grandes grupos de población se enfrentan realmente con el problema de la malnutrición.
Por lo que respecta al Africa, debo referirme en primer lugar a lo que quizás es el acontecimiento político de mayor importancia de 1994: el final de la discriminación racial y la introducción de un gobierno mayoritario en Sudáfrica. También hay que felicitarse de que hayan cesado varios conflictos armados que durante mucho tiempo se han padecido en distintas partes de la región. Sin embargo, frente a estos acontecimientos positivos, hay que registrar en los últimos tiempos la tragedia de la guerra civil en Rwanda, con su dramática secuela de sufrimientos humanos, problemas de refugiados en gran escala y hambre; el cariz decepcionante de los acontecimientos en Somalia, donde los conflictos civiles han bloqueado el proceso de reconciliación nacional; la continuación de un proceso que parece imparable de regresión económica y social en gran parte de la región; el surgir o el agravarse de situaciones de emergencia alimentaria en numerosos países, principalmente en Africa oriental; y, como se expone en esta publicación, la propagación alarmante del SIDA en todo el mundo, lo cual, especialmente en el Africa subsahariana, ha llegado a representar no sólo un importante problema de salud con repercusiones demográficas y económicas a largo plazo, sino también una amenaza adicional para la seguridad alimentaria.
Basten unos pocos indicadores para exponer el carácter explosivo del problema de la seguridad alimentaria en el Africa subsahariana y señalar la dirección de las medidas de política que se necesitan. Al disminuir la producción de alimentos por persona en más del 20 por ciento durante los dos últimos decenios, el Africa subsahariana ha llegado a ser progresivamente una región importadora neta de alimentos. Hace dos decenios la ingestión de calorías por persona era en esta región superior al promedio de los países en desarrollo, mientras que ahora es un 18 por ciento más baja. Resulta evidente que es preciso conseguir la seguridad alimentaria en Africa primero y principalmente por medio de la revitalización de la producción alimentaria en los años venideros. Esta tarea, que implica enormes inversiones en sectores decisivos como el riego, la tecnología para intensificar la productividad, la protección ambiental y la formación de una fuerza de trabajo capacitada y altamente productiva, exige una acción decisiva e inmediata de parte de los mismos países africanos. La creación y el mantenimiento de un clima político que permita el crecimiento agrícola es la condición previa para la realización de dicha tarea. No obstante, se necesita también que la comunidad internacional de donantes e impulsores del desarrollo tome conciencia de que el problema alimentario del Africa subsahariana es el más acuciante del mundo contemporáneo. La humanidad tendría que afrontar costos incalculables si permitiera que Africa siga quedando marginada en las esferas del comercio, la asistencia para el desarrollo y el flujo de capital internacional.
Jacques Diouf
DIRECTOR-GENERAL