DESDE QUE COMENZÓ la epidemia de VIH/SIDA, 25 millones de personas han muerto de esa enfermedad. Otros 42 millones de personas se encuentran ahora infectadas por el VIH. Durante el presente decenio, se prevé que el SIDA se cobrará más vidas que todos los desastres y guerras de los últimos 50 años.
La crisis alimentaria que amenazó a más de 14 millones de personas en el África meridional en 2002-2003 hizo que la atención se centrara en las interacciones entre el VIH/SIDA y la seguridad alimentaria. Demostró que el hambre no puede combatirse eficazmente en las regiones asoladas por el SIDA, a menos que las intervenciones se ocupen de las necesidades especiales de las familias afectadas por esa enfermedad e incorporen nuevas medidas, tanto para prevenir como para mitigar la propagación del VIH/SIDA.
¿Son el VIH/SIDA y la crisis alimentaria una doble emergencia crónica?
La crisis alimentaria del África meridional fue desencadenada por una combinación de sequías recurrentes, políticas económicas fallidas y contiendas civiles. Sus efectos se vieron agravados por la devastadora epidemia de SIDA que ha destrozado ya millones de familias, socavado el sector alimentario y debilitado la capacidad de los gobiernos para reaccionar.
Sólo en 2001, un año antes del inicio de la crisis, casi 500 000 personas murieron de SIDA en los países afectados, dejando huérfanos a 2,5 millones de niños, según las estimaciones.
Los gobiernos y las organizaciones internacionales reaccionaron rápidamente para proporcionar ayuda alimentaria de emergencia. Sin embargo, los informes sobre el terreno advirtieron de que se estaba enfrentando una nueva especie de emergencia, en la que la grave penuria de alimentos se superpone a un hundimiento sin precedentes de la salud, la producción agrícola y la seguridad alimentaria que durará decenios.
La epidemia de SIDA está impulsada por un virus lento, con una curva epidémica que abarca hasta bien entrado el presente siglo (véase el gráfico).
El SIDA erosiona la seguridad alimentaria
El VIH/SIDA produce inseguridad alimentaria y la agrava de muchas formas. La mayoría de sus víctimas son adultos jóvenes que caen enfermos y mueren durante lo que debería ser el apogeo de su vida productiva. Dejan atrás una población excesivamente cargada de ancianos y de menores, muchos de ellos huérfanos (véase el gráfico). Los efectos en la producción agrícola y la seguridad alimentaria son a menudo devastadores.
Para 2020, la epidemia se habrá cobrado una quinta parte o más de la fuerza de trabajo agrícola en la mayoría de los países del África meridional (véase el gráfico). Ya hoy, en varios países afectados, del 60 al 70 por ciento de las explotaciones agrícolas han sufrido pérdidas de mano de obra como consecuencia del VIH/SIDA. En algunas zonas gravemente afectadas, los estudios han determinado que más de la mitad de los hogares están a cargo de mujeres (el 30 por ciento, en su mayoría viudas), abuelos (casi el 20 por ciento) y niños huérfanos (casi el 5 por ciento). Al carecer de la mano de obra, los recursos y los conocimientos para dedicarse a la producción de cultivos básicos y comerciales, muchos hogares han pasado a cultivar alimentos de subsistencia. Otros han abandonado totalmente sus campos. Un estudio de la agricultura comunal en Zimbabwe determinó que la producción de maíz disminuyó en un 61 por ciento en los hogares en que había habido algún fallecimiento relacionado con el SIDA (véase el gráfico).
Y los efectos seguirán sintiéndose en las próximas generaciones. El SIDA disminuye las inversiones en la agricultura. Despoja a los hogares de sus bienes, ya que se ven obligados a vender lo poco que tienen para pagar gastos médicos y funerales, o simplemente para sobrevivir. Fuerza a los niños, especialmente las niñas, a dejar la escuela para trabajar o para cuidar de sus parientes enfermos ellos, e interrumpe la transferencia de conocimientos y experiencias esenciales entre las generaciones.
En dos distritos de Kenya afectados por el SIDA, un estudio determinó que sólo el 7 por ciento de los huérfanos a cargo de familias agrícolas tenían conocimientos agrícolas suficientes.
El ONUSIDA prevé que, entre 2000 y 2020, 55 millones de africanos morirán antes de lo que hubieran muerto si no hubiera existido el SIDA: un total equivalente a toda la población de Italia. Esa catástrofe humana sin precedentes frustrará el desarrollo económico y social. Estimaciones recientes indican que la pandemia ha reducido ya las tasas de crecimiento económico en África en un 2 a 4 por ciento anual. Los datos indican también que la subnutrición ha seguido aumentando en países en donde el VIH/SIDA estaba ya muy extendido en 1991, mientras disminuía en otras partes del África subsahariana (véase el gráfico).
EL hambre alimenta la epidemia de SIDA
Aunque el VIH/SIDA se ha convertido en causa principal del hambre, lo contrario es también cierto. El hambre acelera tanto la propagación del virus como el curso de la enfermedad. Las personas hambrientas se ven obligadas a adoptar estrategias arriesgadas para sobrevivir. Con frecuencia se ven obligadas a emigrar, a menudo a barrios miserables en las ciudades donde las tasas de infección por el VIH son elevadas. Desesperados, niños y mujeres cambian sexo por dinero y alimentos, exponiéndose al riesgo de infección.
En el caso de las personas ya infectadas por el VIH, el hambre y la malnutrición aumentan su vulnerabilidad a las enfermedades infecciosas, lo que lleva a una aparición más temprana del SIDA propiamente dicho. Una vez que la enfermedad se afirma, la absorción de nutrientes se reduce, el apetito y el metabolismo se deterioran y los músculos, órganos y otros tejidos se atrofian. Las personas infectadas por el VIH o afectadas de SIDA tienen que comer considerablemente más para luchar contra la enfermedad, contrarrestar la pérdida de peso y prolongar la vida productiva.
La seguridad alimentaria ayuda a prevenir el SIDA
Como ha mostrado la crisis del África meridional, las intervenciones en materia de seguridad alimentaria deben planificarse desde la perspectiva de VIH/SIDA. Las redes tradicionales de ayuda alimentaria no bastan y pueden resultar ineficaces.
Las familias que han perdido miembros productivos esenciales pueden verse imposibilitadas para participar en proyectos de «alimentos por trabajo», comúnmente utilizados como forma de proporcionar alimentación de emergencia a cambio de trabajo en proyectos de obras públicas. Para recuperarse y lograr cierto grado de autosuficiencia, necesitan tanto asistencia alimentaria como programas de desarrollo agrícola que atiendan sus necesidades, dando prioridad a cultivos nutritivos que requieran menos mano de obra, a una diversificación que reparta mejor las necesidades de mano de obra y las cosechas a lo largo del año, y a la educación y capacitación de los niños y adolescentes huérfanos.
Incorporar la prevención del VIH, la atención nutricional a las personas afectadas por el VIH/SIDA, y las medidas de mitigación del SIDA en los programas de seguridad alimentaria y nutrición puede ayudar a reducir la propagación y los efectos del VIH/SIDA. Cuando la emergencia alimentaria a corto plazo se combina con la crisis de VIH/SIDA de larga duración, la seguridad alimentaria de los hogares puede ser la más importante estrategia de prevención del VIH y respuesta para mitigar el SIDA.