Lloyd Timberlake
Lloyd Timberlake es Director Editorial de Earthscan en el Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo, Londres. Escribió este análisis expresamente para Unasylva.
Al día siguiente de inaugurada en Nairobi la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Fuentes de Energía Nuevas y Renovables (UNERG), un millar de personas desfiló por las calles de Nairobi esgrimiendo plantones y haces de leña.
Llegaron hasta la misma puerta del enorme centro de conferencias y depositaron su carga - y su reto - a los pies de los Primeros Ministros Pierre Trudeau de Canadá, Thorbjoern Faelldin de Suecia, y Edward Seaga de Jamaica, y de los Secretarios Generales de las Naciones Unidas, Kurt Waldheim y de la UNERG, Enrique Iglesias. A los manifestantes, casi todos mujeres y niños portadores de carretones con mensajes como: «Todo un día para encontrar leña - hágannos más llevadero este tormento», Trudeau dijo que «es bueno darse cuenta de que cuanto hacemos ahí dentro tiene realmente algo que ver con las necesidades de quienes nos eligieron».
Los 700 periodistas presentes informaron con mayor amplitud acerca de la pacífica y simbólica manifestación de la leña que sobre lo que la Conferencia finalmente resolvió en relación con la crisis mundial de la leña.
Pero no es extraño que la prensa y los delegados consagraran tantas palabras a «la otra crisis de la energía». Efectivamente, la UNERG abarcaba una serie tan amplia de energías nuevas y renovables - desde la célula solar y las macizas represas hidroeléctricas al carbón de turba y a la tracción a sangre - que el tema de la escasez de leña era el que sin dudas habían de encontrar más dramático los oradores y los periodistas La Primer Ministro de la India, Indira Gandhi, dijo a los más de mil delegados:
« Si no respetamos las leyes de la naturaleza, agotaremos también las fuentes renovables de energía. La tala desordenada de árboles ha despojado nuestros bosques, dando lugar a desastrosos desequilibrios ecológicos que afectan la calidad esencial de la vida. La naturaleza se desquita duramente de la desnudez de sus montañas, con corrimientos de tierras y devastadoras avenidas que azolvan embalses y ríos. Después, la lluvia escasea y el desierto reanuda su funesto avance.»
Se hizo notar repetidamente que la mitad de la humanidad depende del uso de leña, carbón, estiércol y residuos agrícolas para cocinar sus alimentos y calentarse. El informe sobre leña presentado a la UNERG decía que «ninguna otra fuente de energía podrá substituir en la práctica a la leña... en el próximo cuarto de siglo», y recomendaba que la Conferencia considerase su objetivo más importante «dar a conocer la magnitud y la naturaleza de las necesidades energéticas que tienen que satisfacerse con leña y carbón vegetal». El informe cita cifras de la FAO que muestran que el año pasado 100 millones de personas sufrieron por causa de la escasez aguda de leña; que otros 1000 millones de personas viven en áreas en que es deficitaria, y que «antes de que pasen 20 años, habrá que proporcionar a cambio enormes cantidades de otros combustibles a 2 300 millones de personas».
Los informes presentados por los distintos países a la UNERG también hacían resaltar la crisis. Sudán afirmó que el uso excesivo de leña habla conducido a «desertificación, degradación de suelos y a una creciente aridez». Estimó que necesitaba plantar anualmente 120 000 hectáreas de árboles, y que estaba alcanzando un 6% de esa meta. Previó un déficit de producción de madera para poco después de 1985. Kenya estimó que necesita plantar dos millones de hectáreas de árboles en los próximos 20 años, para hacer frente a las necesidades de leña.
Cuando la labor de la UNERG, que consistía en redactar un «Programa de Acción para el Desarrollo y la Utilización de Fuentes de Energía Nuevas y Renovables», se trasladó a dos comités cerrados, ocurrió algo sorprendente. Las naciones ricas e industrializadas - pusieron de relieve la crisis de la leña y la necesidad de remediarla, mientras que los países del tercer mundo, en muchos de los cuales es aguda la escasez de leña, se opusieron a esa insistencia. Algunos funcionarios de la Secretaria de la UNERG trataron de explicar esta divergencia. Dijeron que los países adelantados prefieren concentrar sus esfuerzos en una «crisis de países pobres solamente», sin entrar a fondo en problemas más cercanos pero menos inmediatos, como la transferencia de tecnologías energéticas y la creación de nuevos institutos financieros y organismos internacionales en el campo de la energía. Los países en desarrollo del «Grupo de los 77» (G77) no aprecian esto que consideran una condescendiente concentración en la «energía de los pueblos pobres»: han venido a la reunión de la UNERG en busca de un sucedáneo para el petróleo que emplean sus industrias y que a muchos de ellos les cuesta más del 60% de las divisas que ganan con sus exportaciones. Siempre que surgía el tema de la leña, el G77 procuraba ampliarlo, extendiéndolo al desarrollo de toda clase de energías para el campo.
Al cabo de dos semanas de debates relativamente anodinos (10-21 de agosto), el Segundo Comité de la UNERG hizo pública una larga lista de cosas que urge hacer con respecto a los 10 tipos de energía tratados. Constituyen una gran parte del Programa de Acción y aparecen en las recomendaciones.
Otra sección del Programa de Acción dice que «la crisis de la leña, que está asumiendo proporciones alarmantes» exige prioridad de acción, y recomienda programas de plantación «como parte de un escuerzo quintuplicar la plantación anual de especies para leña, y para satisfacer eficaz y establemente la demanda de combustibles de biomasa para el año 2000». El Comité decidió no hacer un llamado para duplicar la superficie forestal del mundo por no ser científico ni realista.
Con todo, muchos expertos en cuestiones de leña que asistieron a la Conferencia más en calidad de observadores que de delegados, consideran las recomendaciones como una enumeración de lo obvio, de lo que ya cebaría haciendo cualquier país con fondos y mano de obra disponible, y no como un «programa de acción» serio, que señale prioridades y etapas para su ejecución. Philip O'Keefe, Director del Proyecto Kenya Fuelwood del Instituto Beijer, hace notar que el Programa no encara uno de los factores clave de las escaseces de leña, a saber, que «la leña escasea pero no en los bosques, en los que se concentró la Conferencia, sino en las pequeñas parcelas donde vive la gente». Muchos países tienen departamentos forestales que se ocupan de los bosques en cuanto hoyas hidrográficas y proveedores de pasta y materiales de construcción, pero no como abastecedores de leña. O'Keefe sostiene que los departamentos forestales, los extensionistas agrícolas y hasta los ministerios de energía desconocen el problema, no cuentan con el mínimo equipo para enfrentarlo y para hacer plantar árboles en el sorprendentemente elevado porcentaje de tierra baldía que tienen la mayoría de las pequeñas propiedades campesinas. Agrega que ni un hornillo solar perfecto, si existiera, ni tampoco un hornillo de leña barato y eficaz, tienen probabilidad alguna de reemplazar a la lumbre. El fuego no solo cuece los alimentos: da luz, y así prolonga la jornada del campesino; da calor; es un centro social; el humo ahuyenta los parásitos de la paja del techo y seca el grano y otros productos colgados de las vigas, a la vez que los protege de los insectos. Para sustituirlo en cada una de esas funciones, opina O'Keefe, habría que proporcionar varias costosas tecnologías nuevas: luz eléctrica, calentadores, aspersores de insecticida, secadores de alimentos, etc. Detalles tan domésticos como éstos, prosaicos pero importantísimos, brillan por su ausencia en el Programa de Acción de la UNERG, restándole practicidad.
El otro grupo de redacción de la UNERG, el Primer Comité, estaba encargado de convenir las disposiciones financieras e institucionales que habrían de permitir al mundo pasar de la era de los hidrocarburos a la era de los nuevos combustibles. Según fuera el interlocutor, este Comité había fracasado por completo, o al contrario había logrado un delicado compromiso que resultará muy fructífero en el porvenir.
La delegación de los Estados Unidos acudió a la Conferencia con instrucciones de no acceder a aportaciones multilaterales de fondos o a la creación de un nuevo organismo de las Naciones Unidas. Quería que el Comité de las Naciones Unidas sobre Recursos Naturales, que tiene un número limitado de miembros y cuyo mandato se extiende al agua y a los minerales, además de a la energía, asuma toda clase de responsabilidades en materia de energía.
Por su parte, las 120 naciones del G77 querían promesas de más fondos, así como un nuevo organismo al que pudieran asociarse todos los miembros de las Naciones Unidas. Al término del último día de la UNERG, los países ricos y pobres llegaron a un acuerdo de principio sobre fondos adicionales para energía (sin mención alguna de cifras), y sobre la creación de un «comité interino» abierto cuyas tareas y financiación serán decididas por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1982. No será un comité permanente, como querían las naciones del G77, pero a instancias suyas quedará bajo el control del Director General de Desarrollo y Cooperación Económica Internacional de las Naciones Unidas, Sr. Kenneth Dadzie, de Ghana. El Programa convenido recomienda también que se siga explorando la posibilidad de una filial «energética» del Banco Mundial, a lo que se opusieron los Estados Unidos, que han prácticamente vedado la creación de un fondo de esa naturaleza. En definitiva ni fondos, al menos en el Programa de Acción de Nairobi, ni tampoco un nuevo organismo coordinador que vigile la ejecución de ninguna de las muchas espléndidas recomendaciones sobre la leña y otras fuentes de energía.
A pesar de lo anterior, el Dr. Iglesias, economista uruguayo, saludó a la UNERG a la vez como éxito y como novedad en materia de grandes conferencias de las Naciones Unidas. Dijo que no había caído en la trampa de salvar las apariencias creando fondos destinados a quedar en gran parte despropósitos de medios. Así había pasado en la Conferencia sobre Desertificación, convocada por las Naciones Unidas en 1976, y en la de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo, también reunida por las Naciones Unidas en 1979. Consideró que la autoridad que la Asamblea General otorgue en definitiva e n 1982 al programa de la UNERG será más importante que «metas que no pasan de ser teóricas y fondos que no se materializan», acordados en el último minuto. Además, dijo, «el mundo está de mal talante financiero».
Pero, agregó, todos los países están de acuerdo en el principio «de adición» es decir, destinar directamente más dinero a energía, en lugar de desafectarío con ese fin de otras partidas. «Está escrito que los países tienen derecho a pedir dinero.»
Y de todos modos, en resumidas cuentas. la Conferencia no se reunió para tratar de programas o de fondos o de instituciones, sino para sensibilizar la conciencia mundial y, dijo el Dr. Iglesias: «este asunto (el de las energías nuevas y renovables) ha adquirido categoría». Recordó que hablan asistido a la Conferencia 80 ministros, la mayoría de ellos ministros de energía, además de varios jefes de estado. como los Primeros Ministros Gandhi, Trudeau, Faelldin y Seaga, todos ellos figuras clave en las tratativas Norte-Sur y en toda discusión sobre «el nuevo orden económico mundial». Gustavo Best, de México, dijo que antes de venir a Nairobi, todos esos ministros tuvieron que hacerse explicar lo que se hacía en su propio país en materia de energías nuevas y renovables para poder hablar aquí con autoridad. Ahora, al regresar de la UNERG, ya están bien informados, especialmente sobre la importancia de la leña y los animales de tiro.
Asistieron a la Conferencia 5 000 personas. Estuvieron oficialmente representadas 125 naciones. La UNERG obligó a todas esas personas y a todas esas naciones a reconocer que la crisis de la leña existe y que ha alcanzado proporciones graves en varios países del tercer mundo.