tomado del Vol. 1, No 1, 1947
Las actitudes hacia la silvicultura han cambiado, y ello se refleja en el lenguaje paternalista usado en el Editorial del primer número de Unasylva, y en la descripción de unos recursos forestales tropicales que, en 1947, se consideraban como «riquezas escasamente explotadas», pero que en años siguientes sufrieron una tal sobreexplotación que terminaron convirtiéndose en objeto de gran preocupación internacional.
Era necesario buscar un título para la revista internacional de silvicultura de la Dirección de Montes y Productos Forestales de la FAO.
Se consideró que el título debía ser la expresión de una política. Al recuperar un lenguaje que en otro tiempo era común a todo el pensamiento científico, la Dirección de Montes ha pretendido poner de relieve la idea básica de que debe haber unidad de pensamiento si ha de existir «un mundo» que considere sus bosques como «un bosque» para uso de toda la humanidad.
La evolución acelerada de la economía mundial y las circunstancias de nuestra vida presente exigen esa política. En un principio los bosques eran una inmensa reserva en la que el hombre podía obtener lo necesario para satisfacer sus necesidades inmediatas de hacer fuego y construir su vivienda.
A medida que iban surgiendo nuevas aldeas y ciudades, las poblaciones se veían obligadas a desplazarse cada vez más lejos para encontrar la madera que necesitaban. Desde el punto de vista económico, los bosques no podían ser ya considerados como una propiedad exclusiva e ilimitada del individuo. Aprovecharlos de forma indebida suponía privar a la comunidad de un suministro esencial, no sólo porque se agotaba una fuente de materia prima valiosa sino porque se despojaba al suelo cultivado de un complemento indispensable y de una protección necesaria.
A medida que se construían carreteras y vías férreas, la proximidad inmediata a grandes bosques dejó de ser una necesidad, y el moderno habitante de las ciudades comenzó a alejarse cada vez más de una tierra que a pesar de todo seguía garantizando su subsistencia. Sin embargo, en virtud de este mismo hecho la responsabilidad del silvicultor fue siendo mayor, y se extendió a los límites de la región e incluso del país.
Mientras tanto, las naciones continuaban encaminándose hacia la consecución de su destino. En los lugares donde la población aumentaba, los bosques desaparecían inevitablemente; era esta una consecuencia natural agravada con demasiada frecuencia por una negligencia censurable. En nuestra época misma, en la que tan pocas naciones consiguen satisfacer sus propias necesidades de madera, los usos de ésta son cada vez más numerosos e indispensables para la civilización. La madera se ha convertido en un producto básico internacional que cruza fronteras e incluso océanos. El propietario de bosques más pequeño debe rendir cuentas al mundo entero.
Para satisfacer sus necesidades, Europa, por ejemplo, necesita ahora dirigirse a países muy lejanos para abastecerse: a los de las Américas, con sus enormes recursos; a los de la Unión Soviética, con sus bosques vírgenes, y a los de las regiones ecuatoriales, con sus riquezas escasamente explotadas.
Cada árbol y cada tramo de bosque han pasado a ser objeto de la atención del mundo entero. El cuidado de los bosques es, pues, una responsabilidad de todos que debe exigir, al menos, que se preste a los gobiernos y a los propietarios forestales la asistencia que puedan necesitar para realizar esa tarea, muchas veces tan difícil.
En efecto, si los bosques han de ser considerados como un recurso mundial, ya sea como fuente de suministro de madera o por su función protectora de las tierras agrícolas, el mundo debe administrarlos con el mismo cuidado que un padre muestra hacia sus hijos. Como mínimo se debe fomentar una ordenación adecuada. Cada generación que ha disfrutado de este gran patrimonio debe legarlo intacto, o mejorado, a la generación siguiente.
Deberán existir organizaciones internacionales que presten asistencia, de formas muy diversas, a aquellos en los que recae la responsabilidad de administrar esa riqueza.
La Dirección de Montes y Productos Forestales espera que Unasylva pueda servir para realizar este propósito, porque en sus páginas se debatirán los problemas y se ayudará a difundir la compleja información y el conocimiento requeridos para una plena utilización de los bosques y sus productos.