por H. G. WILM, Decano Asociado, Escuela de Montes de la Universidad del Estado, Siracusa, Nueva York
Como parte de su actual programa de labores, la Dirección de Montes de la FAO está preparando para su publicación un estudio acerca de la influencia de los montes sobre el agua, el suelo y el clima, así como de sus relaciones con las políticas de aprovechamiento de tierras. El presente artículo es un resumen del capítulo final preparado por el Dr. Wilm. En dicho estudio figuran también otros trabajos del Profesor Joseph Kittredge, del Dr. R. J. van der Linde y del Dr. Marvin D. Hoover. El Profesor Aldo Pavari ha preparado la introducción general.
Si puede llegarse a una conclusión general en cuanto a la influencia de los bosques en las zonas áridas y en las tropicales húmedas, tal conclusión es la siguiente: que dichas influencias son en estas zonas más pronunciadas que en las más templadas y que, por consiguiente, se hace en ellas más imperiosa la necesidad de una acertada y minuciosa ordenación de la vegetación forestal que conduzca a una regulación óptima de las aguas y a la estabilidad del suelo. Si esto es cierto significa que habrá de exigirse del ordenador de tierras forestales una especial comprensión de los principios a que se ajustan las influencias del bosque, que le permiten proteger o tratar la vegetación de sus tierras en la forma que mejor conduzca a los objetivos fijados. Como base general para el fomento de las políticas y prácticas de ordenación de tierras forestales, se expondrán y resumirán estos principios de forma que se aprecie la relación que existe entre la vegetación forestal y el clima (especialmente las precipitaciones), la escorrentía y la estabilidad de tierras, y el régimen de las corrientes. Se atenderá en particular a los efectos de la utilización de los bosques como guía para la ordenación de cuencas hidrográficas.
Las influencias del bosque
Una de las primeras y más difundidas hipótesis en cuanto a la relación entre los bosques y el agua ha sido la referente a la influencia de éstos sobre el clima. Como ya se indicaba en otro lugar (Kittredge, 1948), esta influencia es difícil de demostrar o de confutar basándose en el clima regional general. Las zonas comparadas son por necesidad grandes, y las variaciones inherentes a las mismas encubren todo efecto regional que se derive de la presencia o ausencia de vegetación forestal. Sin embargo, al menos en determinados casos, parece existir una sólida base racional que permite admitir este efecto regional. Cuando la vegetación forestal existe en zonas expuestas a masas de aire marítimo y caliente, es muy probable que la presencia de tal vegetación ejerza una acción apreciable sobre la precipitación total, y quizá también sobre el clima regional. Como ejemplos pueden citarse los bosques de sequoia a lo largo de la costa del Pacífico de los Estados Unidos así como otras zonas boscosas del Africa Occidental.
Con entera independencia de los efectos regionales hipotéticos, se sabe que la vegetación forestal influye en grado considerable sobre el clima local correspondiente al área que ocupa y a las adyacentes. En todo el mundo, como puede atestiguarlo cualquiera que se haya cobijado bajo los árboles o al socaire de cortinas de protección, la presencia de vegetación forestal mejora el clima local. Las temperaturas máximas quedan disminuidas y las mínimas aumentan; la humedad relativa es ligeramente superior y la velocidad de los vientos puede reducirse en grado variable. Estas influencias son en general beneficiosas, sobre todo en las regiones áridas. Pero de mayor interés para el ordenador de cuencas hidrográficas es la influencia de los bosques sobre la precipitación local, escorrentía, movimiento de tierras y pérdidas hidrológicas.
Al caer la lluvia sobre una masa forestal, la primera influencia de ésta es la intercepción. Según el carácter de la precipitación y la densidad de la masa, queda retenida en la cubierta de copas una cantidad variable de agua, que se evapora sin llegar al suelo. Los datos experimentales obtenidos para diversos climas y tipos de bosques indican que la cantidad de lluvia interceptada por una cubierta de copa es función del espacio de almacenamiento que exista en la superficie de la vegetación cuando comience la lluvia. Un bosque espeso de árboles con copa alta y densa interceptará, según esto, la máxima cantidad de agua descargada por una tormenta; la mínima intercepción corresponderá a la cubierta clara de una vegetación rala.
Aparte de la clase y densidad de la vegetación, la intercepción es menor a medida que avanza la tormenta y que va empapándose la cubierta de copas. Al final de una tormenta intensa y prolongada las copas sólo retienen una cantidad de agua apenas suficiente para compensar la evaporación que durante el aguacero se produce en la superficie de las hojas. De esta suerte, las máximas pérdidas de agua son de esperar en los climas que se caracterizan por un gran número de lloviznas cortas, separadas por períodos de tiempo claro. De todos modos, la intercepción significa una pérdida por evaporación de la lluvia caída.
Además de esta pérdida la vegetación forestal también consume agua por evaporación-transpiración. Una vez que la lluvia ha atravesado la cubierta de copas, toda el agua o parte de ésta penetra en el suelo. Una parte de este agua ocupa los espacios de almacenamiento formados por los «poros» del suelo, llenando los espacios capilares y después, si existe un volumen suficiente de agua, los espacios mayores no capilares. A medida que el aguacero se acerca a su fin, el agua contenida en los espacios no capilares se filtra por gravedad llegando a los espacios más profundos, al nivel freático, o a través de corrientes subterráneas, hasta los cursos de agua. El agua restante queda retenida en el suelo venciendo la fuerza de gravedad y toda ella o parte de la misma se restituye a la atmósfera por evaporación directa o transpiración a través de las raíces y de las copas de los árboles. El volumen de agua consumida de esta suerte varía según la temperatura, humedad y movimiento del aire, y también según el volumen del agua almacenada en el suelo, la amplitud y profundidad de los sistemas radicales y el período de tiempo que transcurra entre dos lluvias.
Las cantidades relativas de agua consumida por evaporación directa y por transpiración de la vegetación pueden deducirse por razonamiento, si bien en una medición real no es fácil separar la correspondiente a cada una de estas causas. La evaporación directa se produce en el agua depositada en la superficie del suelo o en los intersticios de éste. La velocidad de evaporación es máxima en la superficie o cerca de ésta, y disminuye rápidamente al aumentar la profundidad, llegando a ser insignificante en la mayor parte de los suelos a una profundidad aproximada de 50 cm. Por supuesto, la evaporación puede producirse a mayores profundidades si la capa exterior del suelo aparece muy quebrada y resquebrajada. En este caso la superficie expuesta al aire queda aumentada por las paredes de las resquebrajaduras.
En cuanto a la transpiración, el volumen total de agua eliminada depende de varios factores relacionados entre sí, no únicamente del volumen de agua almacenada en el suelo, sino también de la profundidad y grado de desarrollo de los sistemas radicales, así como de la profundidad hidrológica del suelo. Las mayores proporciones de agua quedan consumidas por la transpiración a través de sistemas radicales profundos y completos en suelos profundos que el agua almacenada atraviesa en todo su espesor. En cambio, la transpiración puede ser decididamente poca si los sistemas radicales están limitados por una escasa densidad de la vegetación o por una insignificante profundidad hidrológica del suelo, esto es, cuando la penetración del agua en el suelo es limitada, sea por la presencia de una capa densa rocosa o arcillosa situada a una distancia relativamente breve de la superficie externa del suelo, o por una precipitación escasa que nunca llega a penetrar más allá de una capa relativamente somera.
Naturalmente, la transpiración disminuye al irse reduciendo la densidad de la vegetación, tendiendo entonces a aumentar la evaporación. De esta forma, en suelos poco profundos, la suma de la evaporación y de la transpiración se mantendrá relativamente constante incluso si se producen variaciones en la densidad de la vegetación, tal como fué observado por Wilm y Dunford en Colorado (Estados Unidos, 194X). Cuando el suelo es profundo, la vegetación densa y la precipitación abundante, como ocurre en los Montes Apalaches meridionales de los Estados Unidos, la reducción de la vegetación hace disminuir la evaporación-transpiración y aumentar el rendimiento hidráulico en forma señalada (Hoover, 1944).
Quizá convenga ampliar los juicios que anteceden. Según el concepto de Thornthwaite (1955) de «evaporación-transpiración potencial», podrá llegar a la atmósfera una cantidad calculable de agua desde una superficie terrestre cuando concurran un cierto número de condiciones y cuando exista una provisión continua y abundante de agua en el suelo. Si disponen de una abundante provisión de agua, las plantas transpiran en proporción con las radiaciones solares que reciben. Pero al disminuir la provisión de agua en el suelo, los estomas de la planta se cierran, y la transpiración disminuye aun cuando la radiación solar se mantenga elevada.
Así, pues, las pérdidas hídricas reales de un suelo determinado son corrientemente inferiores a las cantidades «potenciales», debido a deficiencias en la provisión de agua en el suelo. En los climas áridos, la precipitación total puede ser sólo una pequeña fracción del consumo potencial, y esta cantidad potencial únicamente podrá alcanzarse en zonas de un nivel freático constantemente elevado (Wilm, 1952). Por lo tanto, solamente en tales zonas (a lo largo de cursos de agua o en oasis) podrá desarrollarse una vegetación abundante. En algunas comarcas áridas, tales como en el sudoeste de los Estados Unidos, tal vegetación ocasiona graves pérdidas hídricas.
Cuando no se cuenta con aguas freáticas, en cambio, el consumo de agua en las zonas áridas asciende sólo a la cantidad de agua que penetra en el suelo por la lluvia. Después de deducir la escorrentía, este consumo es únicamente de unos cuantos centímetros por año. Debido, además, a que este agua penetra sólo a una breve distancia en el suelo antes de ser consumida, se pierde completamente por evaporación o por transpiración, exista o no vegetación. En tales condiciones, la vegetación ejerce poca o ninguna influencia sobre el consumo hídrico, pero sigue desempeñando su importante función estabilizadora del suelo.
Ampliando estas ideas, se ve que la evaporación-transpiración efectiva es de esperar que aumente al ser mayores las provisiones disponibles de agua hasta un máximo equivalente a la evaporación-transpiración potencial. Esto parece ajustarse a la realidad en líneas generales, pero los dos ejemplos que siguen muestran que este principio fundamental no debe simplificarse en exceso.
En primer lugar, suele suponerse con frecuencia que la evaporación-transpiración real es independiente de las variaciones que se producen en la vegetación, siempre y cuando la superficie del suelo esté bien cubierta. Esto sería cierto si la provisión hídrica de que dispone la vegetación no produjera tales variaciones en la vegetación. Esta condición puede observarse en las zonas de nivel freático constantemente elevado, o de suelos; y sistemas radicales poco profundos. Pero consideremos una zona de suelo profundo y con buen desagüe y lluvias abundantes y bien distribuidas entre las que medien períodos de sol. Si no existiera vegetación, o si ésta poseyera sistemas radicales poco profundos (por ejemplo, de menos de medio metro) la cantidad total de agua disponible para la evaporación-transpiración sería ciertamente mucho menor que si la vegetación consistiera en un bosque maduro con sistemas radicales profundos y bien desarrollados que ocuparan una columna de suelo de, por ejemplo, 2 metros de profundidad. El efecto de eliminar tal bosque y sustituirlo por otro denso de chirpiales de frondosas queda ilustrado gráficamente por los experimentos desarrollados en el sudeste de los Estados Unidos (Hoover, 1944, Kovner, 1955). En tal región, la eliminación de un bosque maduro de frondosas hizo disminuir la evaporación-transpiración anual desde unos 99 cm. hasta unos 51 cm. Al crecer los chirpiales la pérdida hídrica anual creció de nuevo lentamente. Sin embargo, incluso después de 12 anos de la corta a hecho, la pérdida era todavía inferior en varias pulgadas a la anterior al tratamiento.
En segundo lugar, puede considerarse que la oportunidad para la evaporación-transpiración aumenta directamente con la precipitación anual. Esto es cierto en general cuando la precipitación anual total no excede demasiado de la evaporación-transpiración potencial. Pero en las zonas húmedas con una excesiva precipitación, parece lógico que la oportunidad de evaporación-transpiración puede disminuir realmente al aumentar todavía más la precipitación. Esto parece quedar ilustrado por las relaciones entre precipitación y escorrentía observadas en las montañas de Luquillo de Puerto Rico en que las lluvias alcanzan unos 500 cm., indicando los datos correspondientes a la escorrentía pérdidas totales por evaporación-transpiración de unos 50 cm. o menos. Digamos además que esta zona particular está caracterizada por un «monte higrofítico» enano que podría también indicar velocidades de transpiración reprimidas.
Aparte de su influencia sobre el volumen de la evaporación-transpiración, la vegetación forestal ejerce otras influencias en extremo importantes sobre el aprovechamiento del agua. Después de que la lluvia ha atravesado la cubierta de copas, no toda ella penetra en el suelo llenando los espacios de almacenamiento o llegando al nivel freático desde donde se traslade tranquilamente hasta los cursos de agua. Según el régimen de precipitación y la densidad de los horizontes superiores, pueden escurrir por la superficie del suelo cantidades de agua mayores o menores. El régimen de lluvias no puede controlarse mediante actividades de ordenación de tierras, pero la densidad de los horizontes superiores del suelo queda afectada enormemente por el crecimiento, explotación o degradación de la cubierta vegetal. Al irse desarrollando una vegetación selvática sin que medie ninguna actividad humana, tiende a crear un medio ambiente cada vez más favorable para la formación de suelo permeable. La capa orgánica de barrujo se deposita primero sobre la superficie de la tierra. Al comenzar su descomposición, los productos orgánicos de ésta penetran en las capas superiores del suelo, creando así condiciones favorables para que las bacterias y otros microorganismos vegetales o animales comiencen su obra de formación estructural del suelo. Asimismo, una red de raíces «nutricias» penetra en las capas superiores, confiriendo a éstas una estabilidad mecánica a la vez que crean una muchedumbre de canalículos subterráneos a medida que mueren y se descomponen.
Así, pues, a lo largo de un cierto período de tiempo, el desarrollo de una cubierta forestal crea condiciones óptimas para la penetración y almacenamiento del agua. Por otra parte, la eliminación de la vegetación (aun sin causar trastornos mecánicos) tiende hacia cambios degenerativos en grado mayor o menor. La eliminación de las copas de cobertura expone el barrujo y el humus a una mayor oxidación, al efecto mecánico de las lluvias y a su desplazamiento anemófilo. La degradación progresiva de la fauna y flora microscópicas, la pérdida de raíces nutricias sin sustitución y el chapoteo de la lluvia tienden conjuntamente a apelmazar las capas superficiales hasta que, llegada la fase crítica, comienza la escorrentía. Si en tal momento no se produce una recuperación de la vegetación, comienza un ciclo progresivo de posteriores degradaciones. La escorrentía agita los sedimentos, que se depositan en los intersticios superficiales del suelo. Esto conduce a una menor porosidad, que a su vez intensifica aún más la escorrentía, y así sucesivamente. El ciclo finaliza en una situación relativamente estable de baja capacidad de filtración y de almacenamiento de la cuenca hidrográfica, así como de una excesiva velocidad de escorrentía. Durante los períodos lluviosos se produce el desbordamiento de los cursos de agua, y entre dos temporales sucesivos aparecen cárcavas.
Esta degeneración de las cuencas queda agravada por el apisonado mecánico del suelo causado por la apertura de arrastraderos y por la construcción de carreteras; por el movimiento de trozas; por la presión de la maquinaria pesada de explotación forestal, y por el pisoteo de los animales mientras trabajan o pastan. En particular, en las tierras de pastoreo, el pisoteo de los animales puede ser una importante causa de degradación de las cuencas hidrográficas. También puede serlo las pisadas de los seres humanos en las zonas muy pobladas.
De esta discusión puede verse que el objetivo general de la ordenación o protección de cuencas hidrográficas es evitar que la degradación de la cubierta forestal llegue a alcanzar la fase crítica de degeneración. En algunas zonas con suelos relativamente porosos y lluvias relativamente escasas, esto puede permitir un aprovechamiento bastante intenso de la vegetación sin graves daños. Otras zonas de elevada precipitación y suelos vulnerables pueden exigir una completa protección contra toda clase de aprovechamiento.
Resumiremos en varios conceptos generales la influencia del bosque sobre la provisión hídrica, estabilidad del suelo y régimen de los cursos de agua. En líneas generales, la vegetación consume agua en grado variable según el clima y el tipo de tal vegetación. De ordinario, tal consumo de agua es un factor de importancia en la ordenación de cuencas hidrográficas, si bien en climas extremadamente áridos o húmedos, o cuando el suelo es hidrológicamente poco profundo, la presencia o ausencia de vegetación no supone gran diferencia en la provisión total de agua de lluvia. Sin embargo, su presencia puede influir enormemente en la estabilización de suelos y regulación de cursos de agua.
Por consiguiente, si el objetivo primordial de la ordenación de tierras es la corrección de las inundaciones y la estabilización del suelo, deberá procurarse el mantenimiento de la cubierta de vegetación más densa posible. En cambio, si tal objetivo es obtener el máximo rendimiento hídrico, compatible con la estabilidad del suelo y con la contención de las inundaciones, interesará al ordenador de tierras mantener la mínima densidad de vegetación por encima del punto crítico de degradación.
Se observará que estos conceptos llevan consigo políticas de ordenación y protección que difieren de las adoptadas para la sola producción maderera, pudiendo incluso estar en pugna con estas últimas. El aspecto fundamental de las políticas forestales es la producción de volúmenes máximos de madera por unidad de superficie. En cambio, el ordenador de cuencas hidrográficas persigue el mantenimiento de una densidad de cubierta forestal que permita llegar a los resultados fijados en cuanto a rendimiento hídrico y estabilización del suelo y de los cursos de agua. En algunos casos esto significa la completa protección de la vegetación que no producirá ninguna madera. En otros casos, cuando el rendimiento hídrico es importante, supone el mantenimiento de las masas forestales a una densidad notablemente inferior a la perseguida por el forestal, cuyo objetivo es la máxima producción de madera. Necesariamente, en todos los casos estos objetivos discrepantes deben armonizarse de suerte que a la larga proporcionen los máximos beneficios al máximo número de personas interesadas.
Aplicación de estos principios a regiones difíciles
Zonas áridas. En lo que se refiere a las influencias de los bosques, puede considerarse que las zonas áridas de todo el mundo poseen dos características sobresalientes. La primera de éstas es una evidente falta de agua que se agrava con las exigencias de la civilización. La segunda es un crecimiento característicamente lento y ralo de la vegetación, y por tanto graves danos derivados de la explotación, y una lenta recuperación. Estos factores exigen la máxima prudencia en los proyectos de ordenación de tierras forestales para alcanzar una producción hídrica óptima y una estabilidad de las cuencas hidrográficas. Es típico de las zonas más secas que toda presión notable ejercida sobre el bosque conduzca a un empeoramiento real de las condiciones de la cuenca hidrográfica que precisa un largo tiempo para ser superado y que, con frecuencia, va más allá de la fase crítica, entrando en el grave ciclo de degradación que puede, en último término, dar por resultado un desierto permanente o semipermanente. Por ejemplo, en el Africa occidental, la corta y el pastoreo de los montes de la Nigeria septentrional y del Sudán ha conducido a una paulatina degeneración de los bosques caducifolios, a la formación de tipos de «sabana» y a la penetración hacia el sur del desierto del Sahara (Stebbing, 1939). No obstante, en algunos casos, probablemente cuando el suelo es más permeable, la degradación del bosque caducifolio no conduce a la degeneración de las cuencas hidrográficas:
«Un tipo degradado de bosque caducifolio en el que predominan naturalmente especies resistentes al fuego, se convierte en el curso de decenios o siglos de aplicación de este tratamiento en una masa de poca alzada, con fustes deformados y una cubierta de copas abierta. Todas estas características se hallan hoy representadas, siendo el promedio de altura de los árboles de 25 a 30 pies, aunque también pudimos observar rodales, de ordinario con una densa cubierta de hierba elefante, en que crecían árboles de mayor altura y con una espesa cubierta de copas, apareciendo tales rodales intactos en algunos lugares.«Lo que más me interesó fué el carácter general del monte. Aún puede esperarse mucho del mismo. Según he podido observar, los cursos de agua de esta región llevan un abundante caudal, y es evidente que las reservas conservarán y preservarán las actuales condiciones, que son buenas. Es también evidente que si se permite que las gentes continúen incendiando los montes como al presente hacen, el monte hoy existente irá degradándose paulatinamente hasta un punto en que los recursos hídricos quedarán afectados, reduciéndose con ello la presente prosperidad de esta región» (Stebbing, 1939, página 41).
Stebbing propone el establecimiento de cortinas de árboles orientadas en dirección este - oeste para detener el avance hacia el sur del desierto del Sahara: una a través del Alto Volta hasta el lago Chad, y la otra a través de Ghana y de Nigeria, en la latitud aproximada de Kintapo. En general, parece también inclinarse hacia la preservación de las zonas arboladas contra la explotación pública como medio de defender las cuencas hidrográficas. Cuando se practica el cultivo migratorio, propone que en las zonas desmontadas se practique inmediatamente la plantación de árboles por el método «taungya» como forma de mejoramiento de la tierra y, al mismo tiempo, que tales zonas taladas se utilicen para el cultivo. El procedimiento «taungya» debería combinarse con la rotación regulada de la agricultura migratoria, de forma que se ofrezcan las máximas oportunidades para una recuperación de las tierras.
En las zonas semiáridas de los Estados Unidos, tales como la cordillera oriental de las Montañas Rocosas y otras comarcas de Arizona y Nuevo México, algunas dilatadas porciones de tierra han quedado gravemente degradadas por el efecto de cortas, fuego y pastoreo excesivo a lo largo de varias generaciones. En algunos casos, los resultados han sido el agotamiento o supresión de la cubierta forestal; en otros, la invasión de las tierras de pastoreo por el pino piñón y el enebro. La solución en este caso ha consistido en el establecimiento de bosques nacionales en los que la extracción maderera, el pastoreo y los fuegos están regulados por el Gobierno Federal. Sin embargo, en ocasiones, la consecuencia de esto ha sido la excesiva presión sobre las tierras situadas fuera de los bosques nacionales.
De este ejemplo, y de otros muchos que podrían aducirse, se aprecia claramente que en las zonas áridas la ordenación de las cuencas hidrográficas exige un especial cuidado. En ciertos casos será posible la extracción maderera en grado considerable si los árboles se sustituyen por buenas masas herbáceas o forrajeras y si el pastoreo puede regularse debidamente. De lo contrario, con harta frecuencia el resultado será un prolongado ciclo de grave degradación.
Zona tropical húmeda. En estas extensas zonas el clima y la vegetación presentan una serie de problemas del todo propios. Es característica una excesiva precipitación, hasta el punto de que la evaporación-transpiración puede quedar reprimida por debajo del máximo teórico. La vegetación se desarrolla velozmente, excepto en las zonas más húmedas, formando una cubierta casi impenetrable que protege al suelo en forma más que satisfactoria contra la erosión. Una vez eliminada la masa forestal por corta o quema, su regeneración es tan rápida que el terreno aparece de nuevo completamente cubierto de vegetación en un espacio de tiempo sorprendentemente breve. Al mismo tiempo, la erosión superficial es grave en las tierras desforestadas, y más de una vez se ha citado la agricultura migratoria como origen de sedimentos, inundaciones y degradación del suelo. Está también asociada con la existencia de poblaciones empobrecidas.
Todo esto es indudablemente cierto, al menos hasta cierto punto, pero se teme que se haya exagerado alguno de estos aspectos. Ciertamente, como sistema agrícola primitivo, el cultivo migratorio va acompañado por un correspondiente desperdicio de esfuerzo humano y por un empobrecimiento de la tierra. La erosión suele ser la consecuencia de esta clase de agricultura en los lugares escarpados y en las zonas de lluvias torrenciales. Pero su magnitud total y consecuencias a largo tiempo tal vez constituyan una cuestión diferente.
En Puerto Rico, por ejemplo, se ha acusado a la agricultura migratoria de ocasionar un grave entarquinamiento de embalses valiosos. Sin embargo, de un análisis cuantitativo hecho por el Servicio de Conservación de Suelos de los Estados Unidos (Noll, 1953) para los productos de la sedimentación que llegan al embalse de Caonillas de Puerto Rico, se deduce una pérdida anual de sólo unos 0,065 cm. de suelo en la cuenca. Esta velocidad de erosión significaría una vida máxima de esta presa de unos 800 años, lo cual es superior a lo que puede esperarse en muchas zonas de clima más suave con problemas agronómicos de menor gravedad. Aquí, como en otros lugares, el índice de erosión más grava por unidad superficial corresponde a las tierras desnudas y cultivadas. En la época en que se practicó el reconocimiento éstas ocupaban sólo el 3 por ciento de la cuenca hidrográfica, pero en ellas se producía el 23 por ciento de pérdidas de suelo. En las tierras cafetaleras que ocupan el 26 por ciento de esta zona se producía el 40 por ciento de las pérdidas. Noll sugiere que esta erosión podría reducirse notablemente manteniendo una cubierta vegetal debajo de los cafetos. A los pastizales no mejorados que ocupaban el 37 por ciento de la superficie de la cuenca correspondía el 21 por ciento de las pérdidas de suelo, y los montes arbustivos que ocupaban el 26 por ciento de la superficie sufrieron el 14 por ciento de las pérdidas. Al objeto de reducir a un mínimo la erosión del suelo y la degradación de las tierras, Noll recomendó la ordenación mejorada de los cafetales, el mejoramiento de los pastizales mediante fertilización y otras prácticas, el tratamiento de conservación de las tierras cultivadas, la agricultura de tipo pratícola y el aumento del área forestal. En la medida de lo posible, la agricultura migratoria deberá sujetarse a normas siempre que se practique, quizás combinadas con la reforestación de las zonas desemboscadas mediante el procedimiento «taungya» u otros sistemas.
Resumen
Tanto en las zonas áridas como en las tropicales y húmedas, la explotación forestal no regulada crea peligros evidentes. En las zonas áridas supone una grave degradación de las tierras, desbordamientos impetuosos y estiajes más marcados. En las zonas húmedas conduce a una excesiva velocidad de erosión y a una inferior productividad de la tierra. Ambas consecuencias exigen políticas definidas orientadas hacia una regulación de la explotación forestal: en algunos casos para proteger completamente las cuencas hidrográficas, y en otros para permitir la ordenación de las tierras forestales y de pastoreo en un grado que no conduzca a la degradación por debajo del nivel crítico. En las zonas áridas, el objetivo primordial de tal protección y ordenación deberá ser la regulación de los rendimientos hídricos y la consecución de una máxima estabilidad del suelo. En las regiones húmedas tropicales los correspondientes objetivos serán el incremento de la productividad de la tierra, junto con la reducción de la erosión del suelo hasta un nivel razonable.
En ambas zonas, siempre que los problemas planteados por las cuencas hidrográficas sean de suficiente importancia, las políticas de protección y ordenación forestal habrán de inspirarse en principios de óptima densidad forestal. Cuando la defensa contra las inundaciones y la estabilización del suelo sean de importancia crucial, esta densidad óptima podrá ser la máxima obtenible mediante una protección total o la más prudente explotación de la cubierta forestal. Cuando los suelos son estables, las lluvias y el nivel hidrológico bajos y la consecución de un máximo rendimiento hídrico es de importancia fundamental, la densidad óptima de la vegetación forestal puede ser marcadamente inferior a la necesaria para la máxima producción maderera. En este caso, el objetivo sería mantener la masa más clara posible compatible con la estabilidad de la cuenca hidrográfica. En ciertas zonas este objetivo puede también alcanzarse mediante la total eliminación de los árboles y sustitución de éstos por una buena cubierto forrajera o arbustiva.
Sin embargo, debe tenerse muy presente que toda esta serie de conclusiones y recomendaciones se basa en la extrapolación del conocimiento actual, obtenido en gran parte en las zonas templadas. En todas las zonas áridas y tropicales húmedas del mundo existe una gran necesidad de investigaciones y de proyectos experimentales destinados a establecer los procedimientos óptimos de ordenación de cuencas hidrográficas forestales y de pastoreo.
Hasta tanto que se hayan llevado a cabo tales investigaciones, seguirá siendo difícil para un ordenador de tierras o un funcionario público determinar el relativo valor de la protección en comparación con una ordenación razonable, o incluso decidir qué cabe considerar como ordenación razonable.
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