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En 1943, cuando el final de la segunda guerra mundial era aún muy difícil de predecir, 44 gobiernos se reunieron en Hot Springs, en Virginia (Estados Unidos de América), y se comprometieron a crear una organización internacional en la esfera de la alimentación y la agricultura. Su función y sus objetivos se describieron con elocuencia y clarividencia extraordinarias en The Work of FAO (La labor de la FAO), documento preparado en junio de 1945 en nombre de la Comisión Interina de las Naciones Unidas sobre Alimentación y Agricultura por un comité presidido por Frank L. McDougall, de Australia. La visión expuesta en este documento sigue siendo igual de pertinente hoy en día que hace 60 años, tal como ponen de relieve los fragmentos reproducidos en el recuadro de las páginas anteriores.
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El informe de la Comisión Interina y el proyecto de Constitución fueron los elementos principales del primer período de sesiones de la Conferencia de la FAO, celebrado en Quebec (Canadá), que condujo a la fundación de la FAO en calidad de organismo especializado de las Naciones Unidas el 16 de octubre de 1945. Desde su nacimiento, se acordó que la FAO tendría carácter multidisciplinario y se ocuparía «de ese gran sector que representan las granjas, los bosques y las pesquerías del mundo, y de las necesidades de los seres humanos de sus productos». En el informe se subrayaba asimismo que la FAO comenzaba su labor en el contexto de un esfuerzo internacional mucho más amplio, ya que estaría relacionada con el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y tendría «como asociados de trabajo [...] a órganos que se ocupan de los problemas internacionales relativos al trabajo, el crédito, la estabilización monetaria, el comercio y el mercadeo, la salud, la educación y otras cuestiones vitales para el bienestar de las naciones».
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En los seis decenios que han transcurrido desde entonces se han producido notables cambios, que han tenido una profunda influencia en la FAO y las demás organizaciones del sistema de las Naciones Unidas. En los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, los esfuerzos internacionales se centraron en gran parte en alimentar a las personas hambrientas y subnutridas en Europa y Japón, así como en reconstruir la maltrecha infraestructura y las ciudades de Europa. En este contexto se estableció el Plan Marshall, mediante el cual se proporcionaron alrededor de 13 000 millones de dólares EE.UU. destinados a inversiones en infraestructura básica y en empresas a fin de impulsar la recuperación y que sentó un precedente para la prestación de asistencia internacional en gran escala que fue posteriormente aplicado con buenos resultados en Asia y, en menor medida, en América Latina, pero que no se ha aplicado aún en África.
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A medida que el proceso de descolonización avanzaba en los años sesenta, un número creciente de naciones que acababan de conquistar la independencia pasaron a ser miembros de las Naciones Unidas y sus organismos. Con la retirada de las potencias coloniales, el sistema de las Naciones Unidas empezó a asumir muchas de las responsabilidades relacionadas con la provisión de la asistencia financiera y técnica que trataban de obtener los nuevos Estados al hacerse cargo de sus propios asuntos, con miras a crear las instituciones y la infraestructura sobre la que basar su futuro crecimiento económico.
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El sistema de las Naciones Unidas, incluidas la FAO y otras organizaciones del grupo original de organismos especializados, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), crecieron rápidamente en los años sesenta y setenta en respuesta a estas nuevas demandas. Ese crecimiento fue acompañado por la fundación de nuevas entidades en el marco del sistema, incluidas, en esferas de interés para la FAO, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) en 1963, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 1965, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en 1972 y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) en 1977, y, en estrecha relación con el sistema de las Naciones Unidas, el Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional (GCIAI) en 1971. A partir del decenio de 1960, el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo aumentaron paulatinamente sus carteras de inversiones en la agricultura y el desarrollo rural y los donantes bilaterales comenzaron a establecer ministerios especializados en cooperación para el desarrollo.
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Algunos de los cambios más profundos se han producido durante los últimos tres decenios. Estos cambios han supuesto una redefinición en la mayoría de los países de la función del Estado, que ha abandonado muchas esferas de actividad como la comercialización de productos o de insumos agrícolas y la gestión de agroindustrias para pasar a centrar sus esfuerzos en la provisión de servicios e infraestructura esenciales, así como en el establecimiento de marcos jurídicos, institucionales y de políticas que abren oportunidades para el surgimiento de agentes no estatales. Durante este breve período, el sector privado ha adquirido una creciente importancia en las economías nacionales, y a menudo es el principal proveedor de tecnologías, insumos, servicios y mercados para los productores, fenómeno que exige que se definan nuevamente las respectivas funciones de los sectores público y privado con relación al desarrollo.
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Igualmente significativo ha sido el crecimiento de instituciones en el seno de la sociedad civil, especialmente de organizaciones no gubernamentales (ONG), tanto nacionales como internacionales. Muchas de ellas se crearon para llenar un hueco entre el Estado y el sector privado y para responder al deseo de ciudadanos individuales de poder contribuir directamente a la reducción del sufrimiento humano en situaciones de emergencia. A medida que sus recursos han aumentado, su función se ha ampliado y han pasado a proporcionar asistencia para el desarrollo (varias de ellas tienen una presencia mucho mayor que la FAO en los países en desarrollo) y a actuar como poderosos promotores de un mundo más justo y equitativo.
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La FAO ha tenido que hacer frente y adaptar su función a estos cambios que se han producido en el mundo en general sin dejar de centrarse en los propósitos con los que se fundó. La Organización, que contaba con 42 Estados Miembros cuando se creó, tiene ahora 188 Miembros, y se espera que este número aumente a 190 el 1° de enero de 2006, lo que le confiere un alcance verdaderamente mundial. En este plano mundial, la FAO ha reunido a las naciones para acordar una amplia variedad de tratados, códigos de conducta, convenciones, normas y directrices voluntarias de importancia crucial a fin de velar por una mejor ordenación de los recursos comunes del mundo, como los recursos fitogenéticos y los peces marinos, de reducir los peligros derivados del comercio de plaguicidas peligrosos, de establecer normas uniformes para los alimentos que protegen a los consumidores al tiempo que facilitan el comercio y de garantizar el derecho de las personas a disponer de acceso a alimentos suficientes e inocuos.
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La FAO ha usado en numerosas ocasiones su poder de convocatoria para reunir a sus Miembros con objeto de reforzar su resolución común y hacer frente a problemas mundiales críticos. En especial ha convocado, a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA) de 1996 y la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después de 2002. En la Cumbre de 1996 se fijó por primera vez una meta cuantitativa respecto de la reducción del hambre, pues en ella se pidió que se redujera a la mitad el número de personas subnutridas en todo el mundo para el año 2015, y se elaboró un proyecto, plasmado en un Plan de Acción, para lograr la seguridad alimentaria universal.
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No obstante, para muchas personas, especialmente en los países en desarrollo y en transición, la FAO ha resultado visible principalmente debido a su trabajo práctico de desarrollo y a su oportuna intervención durante emergencias. La FAO ha desempeñado un papel fundamental en muchos países con vistas a realizar inventarios de sus recursos hídricos, pesqueros, forestales y de tierras y a completar censos agropecuarios que han proporcionado la base para formular políticas y estrategias de desarrollo. El apoyo de la Organización para la creación de instituciones ha sido fundamental a fin de establecer estructuras gubernamentales nacionales en relación con los sectores agrícola, forestal y pesquero en muchos países en desarrollo que son Miembros de la FAO, con frecuencia desde el momento mismo de su nacimiento como naciones independientes.
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Muchos de los programas encaminados a difundir variedades de alto rendimiento de distintos cultivos y construir los planes de riego que desempeñaron una función tan importante en la revolución verde, haciéndola posible, fueron planeados y ejecutados con la ayuda de ingenieros y agrónomos de la FAO. Los medios de subsistencia de los pescadores artesanales en los países en desarrollo han sido salvaguardados por leyes que regulan los derechos de pesca redactadas por abogados de la FAO. Un gran número de familias pobres están en condiciones de gestionar frágiles recursos forestales gracias a programas forestales comunitarios que han permitido mejorar la sostenibilidad ambiental, salvaguardar las fuentes de agua y reforzar los medios de subsistencia familiares. Millones de pequeños agricultores han aprendido a producir cultivos saludables y más rentables sin una dependencia indebida de plaguicidas peligrosos. Y las comunidades de agricultores azotadas por la sequía, los huracanes o las inundaciones han conseguido ponerse nuevamente en pie gracias a intervenciones oportunas de socorro y rehabilitación.
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Al conmemorar su 60° aniversario, la FAO puede por lo tanto recordar con satisfacción sus muchos logros. Uno de los éxitos más notables de la segunda mitad del siglo XX ha sido la contribución hecha a la expansión de la economía mundial y a la mejora de las condiciones de vida por los agricultores, los ganaderos y los pescadores del mundo, y por las personas cuyos medios de subsistencia dependen de los bosques, al satisfacer la demanda de alimentos, fibras, vivienda y leña de una población cuyo número se ha triplicado. Además, durante este período, el consumo medio de alimentos per cápita aumentó un 23 por ciento y desde 1960 la proporción de personas que padecen hambre se ha reducido del 35 por ciento al 13 por ciento (en 2000-2002). El aumento de la producción ha posibilitado un descenso de los precios de los productos básicos, con la consiguiente reducción de los costos para los consumidores. La FAO puede afirmar legítimamente que ha tenido parte, de conformidad con su mandato, en estos grandes logros.
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Al mismo tiempo, la Organización y sus Miembros deben admitir que no han logrado satisfacer las esperanzas de los fundadores de la FAO en dos esferas sumamente importantes:
en primer lugar, más de 800 millones de personas, alrededor de uno de cada ocho habitantes del planeta, no han sido aún liberados del hambre; y
en segundo lugar, para hacer frente a la explosión de la demanda, se han causado daños incalculables, algunos de ellos irreversibles, a los recursos naturales del mundo.
Las cuestiones centrales que debe afrontar la FAO a medida que avanza el siglo XXI, por consiguiente, son cómo aumentar la eficacia de su labor en unión de sus Miembros con vistas a erradicar el hambre y la pobreza, y cómo reforzar su contribución con objeto de satisfacer las necesidades mundiales de alimentos y productos forestales sin poner en peligro la sostenibilidad del aprovechamiento de los recursos naturales del planeta: las tierras, el agua, la biodiversidad, los bosques y las zonas de pesca.
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Al inicio del milenio estas preocupaciones fueron abordadas por la comunidad internacional en su totalidad y se incorporaron en un conjunto más amplio de ocho objetivos, los objetivos de desarrollo del Milenio (ODM), que, considerados globalmente, definen las aspiraciones fundamentales inmediatas para los países y para el sistema de las Naciones Unidas en los albores del siglo XXI y fijan metas concretas que habrán de alcanzarse para el año 2015. El 13 de septiembre de 2005, en la Reunión Plenaria de Alto Nivel del 60° período de sesiones de la Asamblea General (la Cumbre Mundial de 2005), los Jefes de Estado y de Gobierno presentes reiteraron firmemente su «determinación de asegurar el cumplimiento oportuno y cabal de los objetivos y metas convenidos en las grandes conferencias y cumbres de las Naciones Unidas, incluidos los [...] denominados objetivos de desarrollo del Milenio, que han contribuido a galvanizar los esfuerzos por erradicar la pobreza». Los países acordaron «adoptar, para 2006, y aplicar estrategias nacionales amplias de desarrollo para alcanzar los objetivos y metas de desarrollo convenidos internacionalmente, incluidos los objetivos de desarrollo del Milenio».