Las críticas vertidas contra la ganadería intensiva han seguido una pauta que ha sido reproducida de forma tan fiel y tan frecuente, en libros, emisiones, páginas de Internet y otros medios, que se la podría denominar la «crítica típica» a la ganadería intensiva y a sus efectos sobre el bienestar animal.
Una de las afirmaciones de esta crítica típica es que las empresas están sustituyendo a la granja familiar. Por ejemplo, en Vegan: the new ethics of eating (Vegan: la nueva ética de la alimentación), Eric Marcus (1998) sostiene que, en los años 1980, «las grandes empresas entraron en juego y se hicieron con el control de la industria porcina con los mismos sistemas en gran escala que utilizaban para las aves de corral», y que, «con el declive de la granja familiar, los animales a los que antes se cuidaba con cariño y cuyo bienestar se tenía en cuenta, vivían y morían ahora en condiciones deplorables». De forma parecida, en la página de Animal Place se dice que «durante los últimos cincuenta años, la producción animal ha evolucionado, pasando de las granjas pequeñas y familiares a los grandes sistemas de producción agropecuaria», y que éstos «se basan en la brutal premisa de aumentar el margen de beneficios a cualquier precio, lo que tiene consecuencias devastadoras para los animales y su cuidado».
Una segunda afirmación es que los valores tradicionales sobre el cuidado de los animales, que se consideraban característicos de las granjas familiares, han sido sustituidos por la avaricia de las empresas. John Robbins (1987), en Diet for a new America (Dieta para una América nueva), sostiene que «los gigantes del sector agroindustrial moderno buscan el beneficio sin ningún tipo de contemplaciones éticas respecto a los animales y su cuidado»; y en Old MacDonalds factory farm (La vieja explotación agrícola de MacDonald), C.D. Coats (1989) afirma: «Hoy en día se considera que dispensar un trato humano es innecesario e irrelevante, porque tal actitud entra en conflicto con el propósito de incrementar al máximo los beneficios.»
Una tercera afirmación es que con el cambio del control familiar de la producción animal por el control ejercido por las empresas, los métodos de zootecnia que eran apropiados para los animales han sido sustituidos por sistemas de cría en confinamiento que resultan desastrosos para el bienestar animal. Por ejemplo, en The price of meat (El precio de la carne), Danny Penman (1996) dice que «ya se trate de gallinas criadas en batería o de cerdos en establos compartimentados, todos los animales sufren la misma angustia que llevaría a muchos seres humanos al suicidio». Edward Dolan (1986), en Animal rights (Los derechos animales), afirma que «las características, el bienestar y el confort de los animales no se tienen en cuenta en absoluto cuando se utilizan métodos de producción que buscan el máximo beneficio al mínimo coste en estabulación y en cuidados». La Humane Farming Association (Asociación para la producción animal sin crueldad) habla de industrias agropecuarias en las que los animales llevan una vida «marcada por profundas privaciones, estrés y enfermedades».
La crítica típica retrata la intensificación de la producción animal como un proceso en el que las empresas han sustituido a las granjas familiares, la búsqueda de beneficios ha sustituido a los valores relacionados con el cuidado de los animales, y los métodos industriales del mundo empresarial han sustituido a los métodos de explotación agrícola tradicionales, lo que ha tenido consecuencias espantosas sobre el bienestar animal.