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Una interpretación alternativa


Las investigaciones y análisis necesarias para entender plenamente la intensificación de la producción animal podrían por sí solos originar a una pequeña industria de investigación sobre la historia, la economía y la sociología rural. A falta de tal investigación, el examen que sigue sugiere una hipótesis sobre los factores que condujeron a la intensificación. Dicha hipótesis parece encajar mejor con algunas de las constataciones de las que disponemos, y sugiere un nuevo tipo de medidas para responder a las preocupaciones sobre el bienestar animal relacionadas con la intensificación.

En el siglo XIX, los principales medios de transporte de animales a larga distancia eran el ferrocarril y las vías fluviales. Dado que sólo un número limitado de explotaciones tenía acceso a dichos medios, no era posible enviar fácilmente a muchos animales a mataderos o instalaciones que se encontrasen lejos de su lugar de origen. Por lo tanto, se sacrificaba a muchos animales en la granja o en instalaciones locales. Aunque algunos productos como el jamón ahumado o el cerdo en salazón recibían tratamientos de conservación suficientes como para poder ser transportados y vendidos en otros lugares, la mayoría de los productos de origen animal, que se estropeaban muy fácilmente, tenían que ser vendidos relativamente cerca del punto de producción, en pequeñas carnicerías, lecherías o tiendas de comestibles locales, muy comunes en los países industrializados hasta bien entrado el siglo XX. Por ello, muchos granjeros que producían productos de origen animal se veían a menudo compitiendo con un pequeño número de productores locales que trabajaban bajo las mismas condiciones climáticas, de disponibilidad de forrajes, y de costes laborales.

Sin embargo, en el siglo XX se produjeron dos avances tecnológicos que tuvieron profundas repercusiones en la comercialización de los animales y de los productos de origen animal. Uno fue el desarrollo de nuevas formas de conservar los productos perecederos (la refrigeración, la ultracongelación, la desecación rápida) que hacían posible mantener los productos mucho más tiempo, y por ende enviarlos a mercados lejanos. El otro fue el considerable incremento del transporte por carretera, que permitió transportar animales vivos prácticamente desde cualquier explotación hasta mataderos lejanos, y facilitó que los productos derivados de los mismos pudiesen ser enviados a mercados de otras regiones, países o continentes.

Estos dos cambios habrían propiciado la concentración de las industrias de transformación y los mataderos en manos de un número cada vez menor de empresas, ya que una sola planta podía obtener los animales y vender sus productos en una amplia zona geográfica. Como había un gran número de productores que vendían sus productos a un número cada vez menor de plantas de elaboración, es probable que la competencia entre ellos se intensificase. Habida cuenta de estas condiciones, cabría esperar que se diesen épocas en las que los productores percibían un beneficio muy bajo por animal hasta que ocurriese algo que redujese la presión de la competencia. Esta competencia podría haberse visto reducida, por ejemplo, debido al desarrollo de un sistema de gestión de la oferta o una cooperativa de mercadeo, o a que muchos productores abandonasen el negocio y la oferta disminuyese en relación con la demanda, o a que la producción se agrupase hasta el punto de que hubiese menos productores compitiendo entre sí.

El presente estudio propone que la presión provocada por las etapas de poca rentabilidad desempeñó un papel crucial en la intensificación de la producción animal y tuvo una gran incidencia en el bienestar animal. No obstante, cabe comprobar si estas dos suposiciones clave -la del mayor movimiento de productos de origen animal y la de los bajos beneficios- se corresponden con los hechos.

¿Se vio el proceso de intensificación acompañado por un incremento en el movimiento de los productos de origen animal? Se trata de una suposición difícil de probar directamente, ya que la mayor parte del trasporte se produjo seguramente dentro de las fronteras nacionales y por tanto no quedó constancia del mismo. Sin embargo, si se considera la exportación como un indicador que constituiría la punta de lo que sería un iceberg mucho mayor (teniendo presente que el transporte internacional se desarrolló probablemente como consecuencia de un mayor transporte interno, y por tanto, que las estadísticas de exportación pueden representar un indicador tardío de una tendencia previa), entonces, los datos de los que disponemos apuntan a que el movimiento de productos de origen animal se incrementó rápidamente durante la segunda mitad de siglo, cuando se estaba produciendo la intensificación de la producción animal. Como muestra el Cuadro anexo 2, la tasa de crecimiento de las exportaciones de carne durante el período 1961-2001 superó con creces, en el caso de muchos productos, la tasa de crecimiento de la producción. En el caso de la carne de aves, el porcentaje exportado aumentó rápidamente de un 3,4 por ciento en 1961 a un 13,1 por ciento de una producción mucho mayor en 2001. En el caso de la carne porcina y bovina, el porcentaje exportado prácticamente se duplicó en el mismo período. En cambio, en el caso de la carne de ovino y de caprino, productos que provienen de animales menos afectados por el proceso de intensificación, hubo pocas variaciones en el porcentaje de exportaciones.

¿Se vio el incremento en el tamaño del mercado acompañado de una disminución de los beneficios? Sería necesario examinar los datos relativos a diversos productos y países, pero las cifras disponibles sobre los Estados Unidos muestran que, al menos en algunos casos, así fue. Según datos proporcionados por el Dr. John D. Lawrence, de la Universidad Estatal de Iowa (Cuadro anexo 3), los beneficios de la porcicultura en los Estados Unidos ascendieron, si se abarca toda la vida del cerdo, a una media de 21 dólares EE.UU. por animal (aproximadamente 0,20 ó 0,25 dólares por kilogramo) en el período 1974-1979, para después disminuir hasta aproximadamente 7 dólares por animal en los años 1980, y a 4 dólares en los años 1990, dándose una combinación de años de pérdidas y de años de exiguos beneficios. Si se tiene también en cuenta la inflación, la caída en los beneficios podría haber sido incluso más fuerte de lo que indican estas cifras. La industria del pollo estadounidense, que logró un gran grado de agrupación mucho antes que la industria porcina, también fue de las primeras en experimentar márgenes de beneficio prácticamente nulos. Entre 1970 y 1979, la producción de pollo de los Estados Unidos sólo generó ganancias en cinco de los diez años, siendo el beneficio medio de aproximadamente 0,02 dólares por kilogramo durante todo el decenio. El sector experimentó una considerable agrupación hasta el punto de que en 1980 cerca de la mitad de la producción estaba en manos de diez empresas, y de cinco a mediados de los años 1990 (Thornton, 2003), y entonces los beneficios aumentaron y se estabilizaron. La producción de huevos en los Estados Unidos también pasó por un proceso similar (Cuadro anexo 3).

Estas diferentes etapas de beneficios bajos o en fluctuación podrían en gran medida explicar algunas de las características primordiales de la intensificación de la producción animal. En primer lugar, los beneficios bajos deben de haber sido un factor poderoso en la evolución hacia explotaciones más grandes. Cuando el beneficio por animal era suficiente, las familias podían vivir con las ganancias que obtenían de explotaciones relativamente pequeñas, pero cuando este beneficio era bajo, dichas explotaciones ya no podían generar suficientes ingresos como para mantener a la familia; por ello, los productores se habrían visto forzados a ampliar la explotación o a buscar otro trabajo. Según los datos que aparecen en el Cuadro anexo 3 sobre la producción de cerdo en los Estados Unidos, se puede calcular que en los años 1970 una explotación familiar con 120 cerdas y una producción anual de 2 000 cerdos, reportaría, en promedio, un beneficio anual de unos 42 000 dólares, lo que en aquella época era un buen nivel de ingresos familiares. En los años 1990, el beneficio de dicha unidad habría sido de sólo unos 8 000 dólares; estaríamos hablando aquí más de un pasatiempo favorito que de verdaderos ingresos familiares, y en los años malos, de un pasatiempo que muy pocos se podían permitir. De hecho, si se tiene en cuenta la inflación, una familia que en los años 1970 tenía un hato de 120 cerdas, hubiese necesitado un hato aproximadamente diez veces mayor en los años 1990 para lograr producir unos beneficios que proporcionasen un poder adquisitivo equiparable.

Los bajos y fluctuantes beneficios también habrían obligado a los productores a cambiar sus sistemas de producción para reducir con ello las pérdidas y otros costes. La adopción de la estabulación, aunque habría implicado una mayor inversión de capital, constituyó una forma de reducir los costes de explotación. Los sistemas de cría en confinamiento permitían reducir los costes de mano de obra al automatizar las tareas rutinarias. Probablemente también redujeron los costes de alimentación, al mantener a los animales calientes cuando hacía frío. La estabulación también ayudó a reducir el número habitual de muertes por enfermedad: las jaulas para gallinas ponedoras servían en parte para separar a las aves de los agentes patógenos presentes en el suelo y en los excrementos, y los rediles cerrados permitían a los productores evitar que penetrasen enfermedades. La estabulación también evitó las muertes (sobre todo de animales jóvenes) provocadas por los depredadores o por las condiciones climáticas extremas. Habida cuenta de los costes que la estabulación ayudaba a compensar, las etapas de pocos beneficios habrían constituido un gran incentivo para adoptar sistemas de cría en confinamiento, al menos en los países industrializados en los que los costes de mano de obra eran más elevados y era posible conseguir el capital que hacía falta para construir las instalaciones necesarias.

En algunos casos, los beneficios bajos o fluctuantes pueden también haber fomentado la integración de la producción agropecuaria en algún tipo de estructura empresarial. Probablemente, unir diferentes explotaciones en una sola empresa que también produjese piensos y elaborase la carne ayudaría a lograr economías de escala, y, lo que es quizás más importante, a pesar de que el beneficio fuese casi nulo en la puerta de la explotación, aún era posible sacar beneficios en otros puntos de la cadena de producción. Por lo tanto, producir pollos en el marco de una estructura empresarial probablemente seguía resultando beneficioso incluso cuando no lo fuese en el caso de las granjas avícolas independientes. Sin embargo, aunque la ampliación fuese prácticamente inevitable en el caso de explotaciones destinadas a mantener a una familia, la formación de empresas fue una opción que sólo se siguió en algunos casos.

Además de los cambios a «nivel macro» de resultas de la estabulación y el aumento del tamaño de las explotaciones, los bajos beneficios también tuvieron efectos a «nivel micro» sobre variables que sin duda influyen en el bienestar animal. Si el beneficio por animal era adecuado, los productores podían permitirse proporcionar a los animales el espacio y el lecho que contribuyese a mejorar su grado de confort a pesar de que no resultase rentable; pero cuando los beneficios eran bajos, estos servicios resultaban inevitablemente perjudicados. Si el beneficio por animal era suficiente, los productores podían dedicar tiempo a cuidar de cada uno de ellos, asistir los partos y atender a los animales enfermos; si los beneficios eran menores, había que reducir el tiempo de dedicación y el número de cuidadores hasta que se alcanzase un nivel estrictamente rentable. Por lo tanto, la coyuntura económica que potenciaba explotaciones de gran tamaño y sistemas de cría en confinamiento, debió también dar lugar a un recorte de gastos en servicios que tan importantes eran para el bienestar de los animales.

En resumen, lo que esta propuesta alternativa sugiere es que los cambios que se produjeron en el siglo XX, sobre todo en cuanto a los medios de transporte y de conservación de los alimentos, permitieron un comercio considerablemente más amplio de los productos de origen animal y una consolidación de la industria de elaboración de alimentos; que el consiguiente aumento de la competencia determinó que hubiera períodos en los que los productores recibían beneficios muy bajos por animal; que estos períodos de beneficios bajos contribuyeron mucho a que se establecieran explotaciones más grandes y sistemas de cría en confinamiento e hicieron necesarias reducciones de costes en aspectos como el espacio, el tiempo de dedicación de los empleados y otros servicios. A modo de corolario a esta hipótesis diremos que, sea o no cierto que las grandes explotaciones, los sistemas de cría en confinamiento y a veces la propiedad empresarial puedan haber repercutido directamente en el bienestar de los animales, la reducción de costes en los servicios básicos tuvo repercusiones ciertas.

La hipótesis alternativa que se acaba de describir se ha simplificado en exceso. Por supuesto hubo otras presiones que contribuyeron a la intensificación de la producción animal. La mera falta de mano de obra fue seguramente uno de los factores: a medida que los trabajadores se veían atraídos por las oportunidades laborales existentes en sectores más mecanizados de la economía, la automatización habría servido como una forma de mantener la necesidad de personal de la explotación dentro de los límites de lo que el propietario individual o la familia podían permitirse. Desde el punto de vista cultural, en los años 1950 y 1960 seguramente resultaba muy moderno y avanzado utilizar maquinaria para automatizar las tareas manuales repetitivas. La disponibilidad de los antibióticos, que podían ser administrados de forma preventiva gracias a sistemas de alimentación controlados, probablemente permitió densidades de pastoreo que hubiesen sido imposibles en otras circunstancias. Además, muchos gobiernos adoptaron políticas que potenciaban las explotaciones grandes y más mecanizadas como una forma de producir alimentos baratos y mejorar las condiciones de los ganaderos de bajos ingresos (Thomson, 2001). Por lo tanto, casi con toda probabilidad hubo una confluencia de factores demográficos, culturales, tecnológicos y gubernamentales que contribuyeron a la intensificación.

Sin embargo, como una primera aproximación sencilla, la hipótesis alternativa parece concordar mejor que la crítica típica con la información de la que disponemos. También lleva a entender de una forma diferente el vínculo entre la intensificación y el bienestar animal. Por lo que respecta a los métodos de producción, pone de relieve no sólo las características a nivel macro de las grandes explotaciones o del uso de sistemas de cría en confinamiento, sobre cuyas repercusiones en el bienestar animal se puede decir que hay diversidad de opiniones, sino también las características a nivel micro, sobre todo la necesidad de los productores de reducir costes a la vez que se iba intensificando la producción animal. Desde el punto de vista económico, el problema no ha sido la realización de beneficios excesivos por las grandes empresas, sino los beneficios bajos e impredecibles y las consiguientes restricciones para los productores. Por lo que respecta a los valores y a la ética, la teoría plantea que el problema fundamental no es tanto el deterioro de los valores de los productores sobre el cuidado de los animales, como el de los valores de los consumidores, expresados a través de sus hábitos de consumo, que no dejaban a los productores demasiado margen para poner en práctica los valores sobre el cuidado de los animales que pudiesen poseer.


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