Cuando se trata de proponer formas de fomentar el bienestar de los animales de granja, los defensores de la crítica típica normalmente ofrecen dos opciones: o la adopción de una dieta vegetariana para evitar la utilización de productos procedentes de la producción animal intensiva, o la vuelta al tipo de agricultura anterior al proceso de intensificación. Tales fueron las recetas principales que muchos de los defensores de la crítica típica sugirieron en los años 1970 y 1980.
Un cuarto de siglo después, no parece posible mantener el optimismo y pensar que estas propuestas pueden resolver de forma adecuada los problemas del bienestar animal. En los países industrializados la llamada al vegetarianismo no parece haber resultado muy eficaz: el consumo de carne per cápita parece haberse frenado respecto a su incremento inicial, pero se ha estabilizado en una tasa per cápita bastante elevada. Además, la disminución debida al vegetarianismo en los países industrializados se ha visto más que compensada por el incremento del consumo de carne en los países menos industrializados a medida que ha aumentado la prosperidad humana (Cuadro anexo 4). Consecuencia de ello ha sido que el consumo neto mundial de carne se ha incrementado considerablemente y de forma constante. Además, aunque se ha producido un aumento de los sistemas de producción alternativos como el biológico o el de crianza al aire libre (Vaarst et al., 2004), gran parte del aumento en la producción animal mundial se ha debido casi con toda seguridad al incremento de la producción en confinamiento a media o a gran escala. Por lo tanto, por más que puedan resultar opciones personales satisfactorias para algunos, el vegetarianismo y la vuelta a los sistemas de producción agropecuaria en pequeña escala no constituyen soluciones sociopolíticas prácticas que fomenten el bienestar animal en un mundo en el que se seguirá consumiendo una gran mayoría de productos de origen animal, y en el que gran parte de la producción animal seguirá haciéndose de acuerdo con modelos de producción intensiva. La hipótesis alternativa propone otras opciones para dar respuesta a las preocupaciones sobre el bienestar animal.
Partiendo de que los valores éticos tradicionales sobre el bienestar animal no han desaparecido, sino que son las graves restricciones económicas las que merman la capacidad de los ganaderos de actuar de acuerdo con ellos, en lugar de criticar los valores de los productores deberíamos encontrar formas de alentar y mantener dichos valores sobre el cuidado de los animales. Quizás deberíamos empezar por identificar a aquellos productores que tienen un fuerte apego a sus creencias sobre lo que debe ser el cuidado de los animales, y buscar su colaboración para intentar identificar qué medidas les proporcionarían la libertad necesaria para criar a los animales de la forma que consideren adecuada.
Si no se tratase tanto de un problema de realización de beneficios excesivos por parte de empresas rapaces, sino de falta de beneficios que permitan apoyar prácticas que fomentan el bienestar animal, una buena parte de la solución tendría que ser de índole económica. Los productores tendrían que verse a salvo de las presiones del mercado que les obligan a reducir el espacio y el lugar de descanso de los animales, la ventilación, el tiempo del que dispone el personal, los salarios y otros factores que influyen de forma considerable en el bienestar animal. Algunos ejemplos de estos remedios serían: 1) programas de diferenciación de productos que proporcionen primas de precios para los productos elaborados conforme a criterios específicos; 2) programas gubernamentales para ayudar a los productores a ajustarse a las normas sobre el bienestar de los animales, basados quizás en incentivos financieros para fomentar la conversión a métodos orgánicos; 3) acuerdos de compra mediante los cuales las empresas clientes (cadenas de restaurantes o de minoristas) se comprometen a pagar precios más altos a cambio de una garantía de que se han respetado las normas sobre el bienestar animal; 4) programas de gestión de la oferta que garanticen que los precios pagados a los productores reflejan los costes de elaboración de los productos de origen animal de acuerdo con las normas sobre el bienestar animal (Fraser, 2006). Una de las dificultades consistirá en armonizar dichos programas en todos los países para contrarrestar cualquier tendencia de las normas del comercio internacional que pretenda obligar a los productores a que sigan métodos de producción basados en reducir costes al mínimo.
Si el problema fundamental no fuese tanto la cría en confinamiento como la reducción de costes que acarreó, sería necesario adoptar otro enfoque cuando se defienden los cambios en los métodos de producción. Las presiones que se ejercen para que se produzca una reforma del bienestar animal no deberían centrarse únicamente en la eliminación de los sistemas de estabulación, sino en identificar y corregir factores de gestión clave que inciden en el bienestar animal independientemente del sistema utilizado. Se trataría de algo mucho más complejo que hacer un mero llamamiento para acabar con la estabulación, porque se brindaría a los defensores de los animales y a los ganaderos la oportunidad de luchar por objetivos comunes. Ya se han hecho algunos avances a este respecto. En la provincia canadiense de Alberta, por ejemplo, hay en marcha un programa de cooperación en el que participan el movimiento en defensa de los animales y los ganaderos, y que se ha traducido en programas de formación, inspección, aplicación e investigación que cuentan con el respaldo de ambas partes.
Si la implantación de las grandes explotaciones de cría en confinamiento es en último término la consecuencia de fuerzas tan poderosas como la economía de mercado y el crecimiento del comercio mundial, entonces, en lugar de intentar contrarrestar dichas fuerzas, resultaría más eficaz desarrollar programas de bienestar animal diseñados para que puedan funcionar con un gran número de animales estabulados. Ejemplos de tales programas serían las directivas de la Unión Europea que establecen normas básicas sobre los métodos de producción en confinamiento en todos sus países miembros (Stevenson, 2004), la iniciativa de la Organización Mundial de Sanidad Animal para establecer normas armonizadas internacionalmente en ámbitos como el transporte y el sacrificio de animales (Bayvel, 2004) y los programas iniciados por algunas empresas multinacionales que exigen a sus proveedores que respeten ciertas normas (Brown, 2004).
A medida que sigue aumentando el comercio a larga distancia de productos animales se hace necesario asegurar que esta tendencia no conduzca a una nueva fase de beneficios cercanos a cero y a ulteriores impedimentos para que los productores actúen de manera favorable al bienestar animal. Por último, se debería cambiar la concepción de lo que constituye un buen ganadero. La crítica típica pretendía convertir a los productores intensivos en granjeros en pequeña escala que utilizasen medios de producción no estabularios. No cabe duda de que habría productores con una mentalidad agrícola tradicional que optarían por dicha visión, pero muchos otros no lo harían. Sin embargo, la hipótesis alternativa propone a los ganaderos un modelo ideal diferente basado en niveles altos de capacidad de gestión de los animales, conocimientos científicos, capacidad de gestión del personal, ética profesional sobre el cuidado de los animales, y reconocimiento de la necesidad de respetar las normas. Este ideal, que hace hincapié en el profesionalismo en lugar del agrarismo, proporcionaría una visión alternativa que a muchos agricultores les resultaría más atractiva y más factible.