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La biodiversidad forestal a nivel del ecosistema:
�cu�l es el lugar de la poblaci�n?

J.A. McNeely

Jeffrey A. McNeely es
Director Cient�fico en la
Uni�n Mundial para la
Naturaleza (UICN), Gland, Suiza.

Cuestiones referentes a la biodiversidad forestal relacionadas con la interacci�n de la poblaci�n con los ecosistemas forestales.

Se acepta com�nmente que la biodiversidad es la medida de la variedad biol�gica a escalas muy distintas, desde el gen hasta el ecosistema. La diversidad de especies en los bosques, especialmente los �rboles que son objeto de aprovechamiento, ha concitado una gran atenci�n. El reto que hay que afrontar es c�mo se puede traducir la idea de la biodiversidad a nivel del ecosistema en medidas concretas que propicien una mejor ordenaci�n de los ecosistemas forestales.

Existe un consenso bastante amplio sobre la definici�n de "ecosistema". Por ejemplo, en el Convenio sobre la Diversidad Biol�gica (CDB) se define como "un complejo din�mico de comunidades vegetales, animales y de microorganismos y su medio no viviente que interact�an como una unidad funcional". Los componentes vivos de un ecosistema interact�an en cadenas alimentarias de gran complejidad (Schoener, 1989). El enfoque por ecosistemas de la ordenaci�n forestal tiene en cuenta la complejidad de esas interacciones y procura al mismo tiempo mantener la productividad del ecosistema forestal y aumentar su capacidad de adaptaci�n a las modificaciones.

El procedimiento de centrarse en el ecosistema constituye una base s�lida para solucionar problemas fundamentales en la ordenaci�n de los recursos. Por ejemplo, la conservaci�n de la biodiversidad forestal en el ecosistema contribuye a propiciar servicios como el mantenimiento del equilibrio de los gases atmosf�ricos, el reciclado de los nutrientes, la regulaci�n del clima, el mantenimiento de los ciclos hidrol�gicos y la creaci�n de suelo (Daily, 1997). Si bien es cierto que los cient�ficos no conocen plenamente todav�a las relaciones entre la diversidad taxon�mica, la productividad, la estabilidad y la adaptabilidad de los ecosistemas, la investigaci�n reciente indica que la diversidad de especies aumenta la capacidad productiva de muchos ecosistemas forestales y su adaptaci�n a las nuevas condiciones (Johnson et al., 1996).

Otro corolario importante de considerar la biodiversidad forestal a nivel del ecosistema es la posibilidad de que una gesti�n deficiente conduzca a una transformaci�n profunda y permanente de un bosque muy productivo en un sistema mucho menos productivo (como una pradera). La investigaci�n reciente ha puesto de manifiesto que incluso los cambios graduales en el clima, el flujo de los nutrientes, la extracci�n de recursos naturales y la fragmentaci�n del h�bitat pueden comportar cambios s�bitos de gran alcance en la naturaleza de un ecosistema forestal (Scheffer et al., 2001). Aunque son muchos los factores que pueden inducir ese tipo de cambios, un elemento de enorme importancia es la p�rdida de la capacidad de recuperaci�n frente a acontecimientos externos como consecuencia de la disminuci�n de la biodiversidad en el ecosistema.

En el proceso de aplicaci�n del enfoque por ecosistemas a la biodiversidad forestal, especialmente en aquellos bosques que experimentan los efectos de un nivel creciente de utilizaci�n por la poblaci�n, es conveniente centrarse en algunas cuestiones clave. En primer lugar, cabe preguntarse si la poblaci�n es parte de los ecosistemas forestales y, en segundo lugar, qu� impacto produce en los ecosistemas forestales su aprovechamiento por los seres humanos En tercer lugar, es preciso plantearse si es posible manejar los ecosistemas para que proporcionen los bienes y los servicios que demanda la sociedad moderna. En este art�culo se analizan brevemente estas cuestiones esenciales y se indican las posibles l�neas de acci�n que deben seguirse en el futuro. Cabe anticipar la conclusi�n afirmando que la diversidad es necesaria en los sistemas de ordenaci�n de los ecosistemas forestales, al igual que en los propios ecosistemas.

�FORMA PARTE LA POBLACI�N DE LOS ECOSISTEMAS FORESTALES?

En la literatura ecol�gica aparecen con frecuencia t�rminos como "bosque primario", "bosque inalterado" e incluso "bosque primigenio". Pero cada vez son m�s numerosos los datos que indican que los seres humanos han influido de forma determinante pr�cticamente en todos los bosques del planeta, en la mayor�a de ellos durante al menos varios miles de a�os. Los estudios realizados por expertos forestales, ecol�gos, historiadores y antrop�logos sobre los bosques de las regiones tropicales, templadas y boreales revelan que los bosques y las poblaciones han evolucionado de forma conjunta a lo largo de millares de a�os y que las personas han plantado sus �rboles preferidos, han quemado bosques con el fin de mejorar las condiciones para la caza y han manejado los barbechos forestales para mantener sus campos de cultivo. Lejos de ser "primigenios", los bosques forman parte del paisaje humano y las personas han influido profundamente en la biodiversidad que encontramos hoy en d�a en los bosques.

Por ejemplo, antes de que con los viajes de Crist�bal Col�n los europeos fijaran su atenci�n en los recursos de Am�rica del Norte, la poblaci�n que habitaba en los bosques de la parte oriental de los Estados Unidos era un factor ecol�gico poderoso, cuando no esencial, en la distribuci�n y composici�n del bosque (Williams, 1989). Cuando los pueblos ind�genas fueron expulsados de la zona de bosques y praderas y fueron sustituidos por asentamientos europeos permanentes, el bosque se extendi� y la densidad de los espacios arbolados aument� con la intensidad del desarrollo. En esencia, tanto las poblaciones nativas como los colonos europeos configuraron los bosques que ellos deseaban.

A menudo se considera que las vastas extensiones boreales cubiertas de bosques de la regi�n septentrional de Am�rica del Norte son espacios naturales, pero lo cierto es que los seres humanos han ocupado este bosque desde el momento en que se form� cuando las grandes placas de hielo se retiraron hacia el norte al final del pleistoceno. Existen nuevos estudios que han demostrado que las poblaciones americanas nativas del norte de Alberta (Canad�) quemaban sistem�ticamente distintos h�bitats para influir en la distribuci�n y la abundancia relativa de los recursos vegetales y animales a nivel local. Esta tecnolog�a del fuego es similar a la que se ha descrito en relaci�n con los cazadores-recolectores de otras partes del mundo, que daba lugar a un mosaico de zonas quemadas que caracteriza a los bosques boreales septentrionales (Lewis y Ferguson, 1988). Tambi�n los cazadores-recolectores de otras zonas de Am�rica del Norte y de varias partes de Australia recurr�an a los incendios, concretamente para mantener corredores y lugares de asentamiento en diferentes zonas biol�gicas muy distantes entre s�.

M�s al sur, Gomez-Pompa y Kaus (1992) descubrieron que muchas de las actuales especies arb�reas dominantes en la vegetaci�n madura de Am�rica tropical son las mismas especies que se proteg�an, se preservaban o se plantaban cuando se talaban los bosques para la agricultura en el viejo sistema de "corta y quema". Estos autores sostienen que la composici�n actual de la vegetaci�n madura es el legado de civilizaciones pasadas, la herencia de campos cultivados y bosques ordenados que se abandonaron hace varios cientos de a�os.

Se pueden citar muchos otros ejemplos en la Amazonia (Roosevelt, 1994), �frica central (Fairhead y Leach, 1998), Europa (Delacourt, 1987) y Asia tropical (Spencer, 1966), pero la conclusi�n es clara: si bien los ecosistemas forestales son "naturales", los seres humanos son una parte esencial de esa "naturaleza". Por ello, para dotar de capacidad de recuperaci�n a los ecosistemas forestales es necesario que esa capacidad est� presente en los sistemas humanos de ordenaci�n, de manera que se adapten a las nuevas condiciones.

Los seres humanos han influido en la mayor�a de los bosques y los bosques, y las personas han evolucionado conjuntamente durante miles de a�os; por ejemplo, en Sumatra, en Indonesia, muchos bosques han sido talados durante milenios una y otra vez por los agricultores itinerantes, pero siguen proporcionando cuantiosos recursos de los que dependen los agricultores que viven en sus lindes

 J.MCNEELY

�QU� IMPACTO PRODUCEN LOS SERES HUMANOS EN LOS ECOSISTEMAS FORESTALES?

Aunque es cierto que los seres humanos han ejercido una profunda influencia en los ecosistemas forestales a lo largo de la historia, solamente durante los �ltimos decenios se ha extendido la influencia humana a casi todos los bosques de forma global y simult�nea. Los mayores efectos se han concentrado en la tala de bosques, tanto para conseguir nuevas tierras de cultivo como para extraer la madera valiosa. Un examen de un amplio n�mero de estudios sobre el impacto de las pr�cticas de explotaci�n en los ecosistemas forestales tropicales y en su biodiversidad (Johns, 1997) ha puesto de manifiesto que por lo general la explotaci�n del bosque maduro redunda en un aumento local de la diversidad de especies, pues las modificaciones estructurales y los cambios microclim�ticos conexos dan lugar a la aparici�n de h�bitats y de recursos alimentarios atractivos para especies que suelen vivir en el bosque secundario o en los l�mites del bosque. Sin embargo, las poblaciones de muchas especies que viven en el sotobosque sufren un declive importante y durante muchos a�os s�lo persisten en n�meros reducidos o incluso desaparecen. Johns (1997) afirma que el sistema m�s adecuado de ordenar los bosques tropicales para la producci�n de madera sin perder otros valores estriba en preservar zonas reducidas de bosque inalterado en medio de una matriz m�s amplia de bosque productivo, f�rmula que se est� intentando aplicar en algunas zonas de Malasia. En cambio, las empresas madereras comerciales se han resistido con fuerza a adoptar pr�cticas forestales sostenibles porque sus beneficios a corto plazo son mayores cuando externalizan una mayor proporci�n de los costos, como la conservaci�n de la biodiversidad.

En los bosques tropicales, los �rboles del dosel y los �rboles emergentes que son tan atractivos para los madereros tienen una importancia crucial como fuente de alimentos (frutos y flores) y como cobijo para las poblaciones de animales. Son dominantes desde el punto de vista reproductivo e influyen fuertemente en la estructura, la composici�n, la din�mica de claros, la hidrolog�a y la biodiversidad del bosque. La fragmentaci�n de los bosques en la Amazonia central tiene efectos extremadamente acusados en los �rboles de gran tama�o, cuya p�rdida tendr� consecuencias de enorme importancia en los ecosistemas forestales (Laurence, 1999). La mortalidad de los �rboles, especialmente de los de gran tama�o, es mayor en las zonas pr�ximas a los l�mites del bosque y ello tiene consecuencias significativas para la conservaci�n de los ecosistemas de los bosques pluviales y de la biodiversidad que contienen. La elevada tasa de mortalidad de los �rboles grandes puede reducir la fecundidad de las especies del dosel y de los �rboles emergentes, reducir el volumen y la complejidad estructural del bosque, fomentar la proliferaci�n de especies colonizadoras ef�meras y alterar los ciclos biogeoqu�micos que influyen en la evapotranspiraci�n, el ciclo del carbono y las emisiones de gases de efecto invernadero, servicios clave del ecosistema.

El problema no deriva simplemente de la extracci�n de �rboles que sostienen a otras especies. En el Congo, las carreteras que construyen y mantienen las empresas con concesiones madereras intensifican la caza menor al permitir a los cazadores un mayor acceso a poblaciones de fauna silvestre de los bosques relativamente poco explotadas y al reducir el costo del transporte de la caza al mercado (Wilke et al., 2000). El comercio de carne silvestre est� reduciendo a muchas especies a la condici�n de reliquias en muchas partes de la zona forestal africana. Conciliar los efectos de signo contrario que tienen las carreteras sobre el desarrollo econ�mico y sobre la conservaci�n de la biodiversidad es uno de los principales retos a los que se enfrentan quienes se encargan del manejo de los ecosistemas en todas las naciones. Si no se afronta este problema los ecosistemas forestales podr�an quedar pr�cticamente sin poblaciones silvestres, que desempe�an una funci�n esencial en la polinizaci�n, la dispersi�n de las semillas y el ciclo de los nutrientes (Redford, 1992). No es un asunto menor; alrededor del 70 por ciento de los �rboles del bosque atl�ntico del Brasil tienen semillas que son dispersadas por animales vertebrados, principalmente aves y mam�feros (Cardoso Da Silva y Tabarelli, 2000). Cuando desaparecen los vertebrados que realizan la dispersi�n de las semillas, �sta es muy limitada y las especies productoras de frutos son sustituidas por otras que pueden ser de menor utilidad. Estos procesos pueden inducir cambios profundos e impredecibles en el ecosistema (Scheffer et al., 2001).

Mientras que todo el mundo reconoce que la deforestaci�n es un problema importante desde el punto de vista de la conservaci�n, no se concede la atenci�n necesaria al problema de la fragmentaci�n del h�bitat, relacionado con ella. Solamente en la selva amaz�nica brasile�a, la superficie forestal que est� fragmentada (con bosques de una superficie inferior a las 10 000 ha) o que es vulnerable a los efectos de borde (distancia de menos de un kil�metro hasta los aclareos) es m�s de un 150 por ciento mayor que la superficie deforestada. La situaci�n es similar en toda la extensi�n de los tr�picos, de manera que el destino de los ecosistemas forestales tropicales del mundo depende en buena medida de la capacidad de las diferentes especies que los componen de sobrevivir en paisajes fragmentados.

Los fragmentos peque�os tienen caracter�sticas muy diferentes, en cuanto al ecosistema, que las superficies m�s extensas de bosque, pues sostienen m�s especies de luz, m�s �rboles cuyas semillas o frutos son dispersados por el viento o el agua y un n�mero menor de especies en el sotobosque (Laurence, 1999). A medida que desaparecen de esos h�bitats los mam�feros y las aves que dispersan los frutos, se reducen las masas de �rboles cuyos frutos dispersan. En los fragmentos de tama�o m�s reducido es mayor tambi�n la ca�da de �rboles, la cubierta de copas es m�s irregular, existe un mayor n�mero de especies de malas hierbas y se da una abundancia inusual de trepadoras, lianas y bamb�es. Conservan, pues, �nicamente una parte de la flora original y la fauna que se adapta a estas especies.

A medida que aumenta el impacto de la acci�n humana sobre los bosques, las zonas que eran antes un bosque continuo con claros espor�dicos dejan paso a paisajes agr�colas con bosques espor�dicos. Esto provoca una reducci�n importante de la poblaci�n de algunas especies de aves porque la fragmentaci�n limita el anidamiento y, por tanto, el tama�o de la progenie. Un estudio reciente ha revelado que las tasas de reproducci�n de algunas especies eran tan reducidas en la mayor parte de los paisajes fragmentados que sus poblaciones depend�an de la inmigraci�n de otras poblaciones procedentes de h�bitats con una cubierta forestal m�s extensa (Askins, 1995). Las estrategias de conservaci�n deben asegurar la preservaci�n y restauraci�n de h�bitats forestales extensos y sin fragmentar en cada regi�n (Robinson et al., 1995; Askins, 1995) y poner mayor empe�o en establecer v�nculos entre los ecosistemas en el paisaje (Bennett y Wit, 2001).

�C�MO PUEDEN MANEJARSE LOS BOSQUES COMO ECOSISTEMAS?

Los enfoques por ecosistemas para conservar la biodiversidad forestal deben reconocer que toda la pol�tica medioambiental ha de ser considerada como la demostraci�n de una hip�tesis en la que las medidas de ordenaci�n propuestas deben alcanzar objetivos precisos y conducir a resultados previsibles. En este sentido, la gesti�n del ecosistema es siempre un experimento, un ejercicio de aprendizaje a partir de la experiencia. Un elemento esencial para poder aplicar las lecciones aprendidas en el manejo del ecosistema es la labor de supervisi�n, que facilita la informaci�n necesaria para modificar el sistema de manejo a la luz de la experiencia. Se han establecido numerosas redes ecol�gicas, que indican c�mo pueden funcionar esos sistemas de supervisi�n y retroinformaci�n en una amplia gama de ecosistemas forestales (Bennett y Wit, 2001). Ser� importante, por lo tanto, definir con la mayor precisi�n posible los objetivos de la ordenaci�n, teniendo en cuenta la informaci�n disponible.

En el manejo de los ecosistemas forestales, los encargados de la gesti�n de los recursos deben tener presente que est�n ante unos sistemas din�micos a escalas muy distintas, desde las simples hojas hasta paisajes muy extensos (Holling, 1992). Con frecuencia, la variabilidad natural en cada una de esas escalas es muy amplia y no es posible predecir todav�a c�mo afectar�n los cambios registrados en los modelos y procesos a una escala determinada a los procesos de otras escalas. Es dif�cil, dada la limitaci�n de los conocimientos, determinar la intensidad y el nivel del impacto humano adecuado en esos sistemas en constante evoluci�n. Pero las nuevas t�cnicas e instrumentos, como las im�genes por teledetecci�n, la elaboraci�n de modelos de simulaci�n, los sistemas de informaci�n geogr�fica y la creciente capacidad de elaboraci�n de datos pueden contribuir a conseguir un mejor conocimiento del dinamismo de los ecosistemas forestales y, de esta forma, a incrementar la capacidad humana para adaptarse a nuevas condiciones. La consideraci�n de la biodiversidad forestal al nivel del ecosistema ayuda a reforzar esta perspectiva.

�Qu� puede hacerse para conservar la biodiversidad forestal en el ecosistema? Aunque los encargados de la gesti�n de los recursos tienen dificultades todav�a para responder a esta pregunta, parece posible establecer unas orientaciones generales. En primer lugar, proteger zonas extensas de bosque cuando sea posible. En segundo lugar, reconstruir los nexos entre peque�as zonas protegidas adyacentes incluyendo el h�bitat intermedio y fomentando la reforestaci�n del paisaje. En tercer lugar, proteger las lindes de los bosques frente a los da�os estructurales, los da�os causados por los incendios y la colonizaci�n por especies ex�ticas, estableciendo una zona de bosque como amortiguaci�n natural que pueda ser manejada de manera que recuerde a un ecotono natural (una zona lim�trofe o de transici�n entre comunidades contiguas) y no un l�mite abrupto. Por �ltimo, reducir al m�nimo la aspereza de la matriz adyacente diversificando y promoviendo formas menos intensivas de uso de la tierra en torno a los bosques, controlando la utilizaci�n del fuego en los ecosistemas que no son "cl�max de fuego" (comunidades vegetales cuya sucesi�n se mantiene mediante incendios peri�dicos), reduciendo la aplicaci�n de productos qu�micos t�xicos y controlando la introducci�n de especies de plantas ex�ticas que pueden ser invasoras. Este enfoque queda perfectamente ilustrado por los amplios corredores de biodiversidad que se han propuesto en Am�rica Central, la Amazonia (Gascon, Williamson y da Fonseca, 2000) y otros lugares. El objetivo general es aplicar a la pr�ctica de la ordenaci�n forestal los principios que permiten que los bosques funcionen como ecosistemas, por ejemplo asegurando la regeneraci�n natural, utilizando m�todos de explotaci�n de impacto reducido que no perturben los suelos y evitando una fragmentaci�n excesiva.

Los recursos forestales contribuyen a sustentar el desarrollo sostenible en las tierras bajas de Sulawesi, en Indonesia, tierras adecuadas para el cultivo del arroz; los planes de uso de la tierra pueden ayudar a decidir la intensidad adecuada de la incidencia humana en los ecosistemas din�micos

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Habida cuenta de que las personas forman parte de los ecosistemas forestales, la participaci�n de las comunidades locales puede ser un recurso importante para contribuir a resolver los conflictos de intereses entre la poblaci�n local y los departamentos forestales y puede favorecer los objetivos de conservaci�n. Por ejemplo, en Nepal, el manejo de los bosques de las aldeas por grupos de usuarios locales ha suscitado un fuerte sentimiento de propiedad y ha ayudado a mejorar las pr�cticas de ordenaci�n forestal. La poblaci�n local, tanto los hombres como las mujeres, incluidos los habitantes m�s pobres de la aldea, participan en diversas actividades como el aclareo, la poda, las labores de vigilancia de los incendios y la extracci�n de madera. Gracias a sus esfuerzos, se han registrado mejoras en la composici�n de especies de flora y fauna, la cubierta de copas, el h�bitat y microh�bitat de los invertebrados, el musgo, los hongos y los l�quenes, con efectos positivos sobre los ecosistemas forestales. Los bosques comunitarios propician la estabilidad ecol�gica y los grupos de usuarios de los bosques tienen una mayor sensibilidad ante los objetivos de conservaci�n. Las poblaciones de flora y fauna silvestres, as� como la diversidad de especies, han aumentado, al menos en algunos de los bosques (aus der Beek, Rai y Shuler, 1997).

El muerto viviente

El "muerto viviente" son especies vegetales representadas todav�a por ejemplares vivos pero incapaces de reproducirse porque los animales de los que depende su ciclo reproductivo han sido eliminados del ecosistema.

Un conocido ejemplo es el �rbol calvaria (Sideroxylon majus) en la isla Mauricio, que dej� de regenerarse tras la extinci�n del dodo (Raphus cacullatus), porque sus semillas no pod�an germinar sin pasar por la molleja de un dodo. La especie se salv� cuando se demostr� experimentalmente que las semillas germinar�an si pasaban por la molleja de un pavo dom�stico.

Aunque es cierto que las poblaciones locales e ind�genas tambi�n experimentan la tentaci�n de sobreexplotar los recursos forestales para obtener beneficios inmediatos, en algunos casos han establecido sus propias medidas de gesti�n del ecosistema. Por ejemplo el grupo ember�, que habita en los bosques que se extienden en la frontera entre Colombia y Venezuela, reserva grandes extensiones en las cuencas hidrogr�ficas de las tierras altas y en las cadenas monta�osas como zonas protegidas por esp�ritus. Las �reas que gozan de esa protecci�n son muy similares a las que reservan los gobiernos modernos como espacios protegidos. Estas grandes extensiones de bosques primarios constituyen reductos para la reproducci�n de fauna silvestre y para la protecci�n de las cuencas hidrogr�ficas. Los ember� mantienen la estabilidad ecol�gica mediante una serie de t�cnicas que encuentran paralelismo en muchas otras partes del mundo, tanto del Norte como del Sur: tecnolog�as locales; protecci�n de lugares importantes; modelos apropiados de asentamiento; normas sociales flexibles; estructura social igualitaria; compromiso religioso y una fuerte tradici�n de manejo de los recursos forestales en inter�s propio (Harp, 1994).

En el valle de Arun, en Nepal, los bosques de las cuencas hidrogr�ficas contribuyen a mantener la productividad de los arrozales de regad�o, al tiempo que siguen aportando productos no madereros; el equilibrio entre los usuarios de los recursos (agricultores, habitantes de los bosques, pescadores y otros) se alcanza mejor a nivel de ecosistema

J. MCNEELY

La confianza en las comunidades locales como responsables de la gesti�n del ecosistema forestal debe compaginarse con el reconocimiento de que los bosques cumplen numerosos objetivos nacionales, pues satisfacen las necesidades de madera de construcci�n y de le�a, ofrecen posibilidades de explotaci�n econ�mica en el futuro, representan valores �ticos y est�ticos y proporcionan beneficios a escala mundial, tales como la conservaci�n de la biodiversidad. Por consiguiente, la mera gesti�n local de los recursos forestales no siempre se traduce en unos niveles socialmente �ptimos de conservaci�n de la biodiversidad. Es la sociedad en su conjunto la que debe movilizar recursos y medios adicionales para apoyar el grado de conservaci�n deseable socialmente, que resulte adecuado desde el punto de vista de su contexto ecol�gico, social, hist�rico y pol�tico. Como en todos los �mbitos, la ordenaci�n supone establecer objetivos y alcanzar las soluciones de compromiso necesarias para conseguirlos.

Bibliograf�a


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