La mayoría de los frutos crecen en los árboles que deben ser plantados, cuidados y cosechados. Las verduras (la mayoría de las cuales son cultivos anuales) deben ser sembradas, trasplantadas, desherbadas, manejadas para el control de plagas y enfermedades, y cosechadas. La producción de frutas y verduras tiende a ser intensiva en mano de obra y habilidades. Eso genera empleo, pero también aumenta el costo de producción, lo que hace subir los precios.
Este capítulo se centra en la producción de frutas y verduras. Empezamos con una visión general de la producción mundial, en términos de productos básicos, regiones y crecimiento en los dos últimos decenios. A continuación, examinamos tres tipos diferentes de productores: los productores en pequeña escala (que cultivan la mayoría de las frutas del mundo), los productores urbanos y periurbanos (que a menudo también son productores en pequeña escala) y los productores comerciales en gran escala.
Luego veremos los insumos agrícolas (semillas, agua, fertilizantes y gestión de plagas) y las buenas prácticas agrícolas. Seguiremos con algunas cuestiones ambientales: la utilización de los recursos, el cambio climático, los cultivos abandonados y las especies silvestres, y la alarmante pérdida de biodiversidad que amenaza a todas las especies de frutas y verduras. Por último, examinamos tres aspectos de las políticas e instituciones que afectan particularmente al extremo de la cadena de valor de la producción: la investigación y el desarrollo tecnológico, los servicios de extensión y la infraestructura rural.
En 2018, el mundo produjo un total de 868 millones de toneladas de frutas y 1 089 millones de toneladas de verduras (FAOSTAT). Las principales frutas en orden de importancia fueron el plátano y banana, los cítricos (naranja, tangerina, mandarina, limón, pomelo, etc.), los melones, la manzana y la uva (Figura 2). Las “otras” frutas representaron 76 millones de toneladas, lo que refleja la amplia gama de diferentes tipos de frutas que se cultivan en todo el mundo.
Las principales verduras fueron el tomate, varios alliums (cebolla, ajo, chalota, puerro), brassica (repollo o col, coliflor, brócoli) y pepino. Pero en general, las “otras” verduras frescas son más importantes que cualquiera de estas categorías individuales: se produjo casi el doble de “otras” verduras que tomates (Figura 3).
La principal región productora de frutas y verduras del mundo es de lejos Asia oriental, seguida de Asia meridional (Figura 4 y Figura 5). Otras regiones productoras importantes son América del Sur, el sudeste asiático y Europa meridional (para las frutas) y el sudeste asiático (para las verduras). Europa septentrional y occidental producen relativamente poco, por lo que tienen que importar gran parte de lo que consumen (ver Capítulo 4).
No obstante, las estadísticas de producción solo abarcan algunas de las muchas especies de frutas y verduras que se cultivan y consumen. Una gran proporción de la producción de los pequeños productores tampoco aparece en las estadísticas oficiales de producción y comercio. La horticultura doméstica y la producción para consumo doméstico están muy poco documentadas, por lo que se desconocen en gran medida sus repercusiones. Es necesario comprender mejor la diversidad y la realidad de los diferentes sistemas de producción.
La producción mundial de frutas y verduras aumentó casi la mitad entre 2000 y 2018 (Figura 6). El mayor aumento absoluto se produjo en Asia, especialmente en Asia oriental (donde China es, de lejos, el mayor productor). En términos relativos, los mayores aumentos se produjeron en Asia central (donde la producción de frutas y verduras se triplicó con creces) y en África central (casi se triplicó de la cantidad de frutas y duplicó del volumen de verduras, aunque partía de una base muy baja). La producción de verduras también se duplicó en África oriental y occidental.
La producción en algunas regiones se ha estancado o incluso disminuido: en América del Norte y Europa meridional y occidental (frutas y verduras) y en Europa septentrional (solo verduras).
El mundo está produciendo más frutas y verduras, pero todavía no es suficiente. En el año 2000, la producción total alcanzó solo 306 g diarios por persona. En 2017, esta cifra aumentó a 390 g (FAO, 2020) - pero esto incluye las porciones no comestibles como el corazón y la cáscara, así como la pérdidas y los desperdicios, que a menudo son muy altos. La OMS recomienda que las personas coman por lo menos 400 g de frutas y verduras al día (Mason-D’Croz et al., 2019).
Los problemas de distribución y acceso significan que muchas personas no pueden obtener los tipos o cantidades de alimentos que necesitan (Capítulo 4). Una proporción considerable de la cosecha se pierde o se desperdicia antes de que llegue a los platos de los consumidores (Capítulo 5). El cambio climático y la falta de agua para el cultivo dificultarán la producción suficiente para cumplir con las ingestas diarias recomendadas por la OMS (Mason-D’Croz et al., 2019). Y la cifra de 400 g diarios es un promedio: las cantidades reales recomendadas dependen de factores como la edad y el sexo (Capítulo 2). Asegurarse de que todo el mundo pueda obtener suficientes frutas y verduras requerirá mejoras a lo largo de toda la cadena de valor, desde la producción hasta el procesamiento, la comercialización y, finalmente, el consumo.
El término general “frutas y verduras” abarca una increíble gama de especies, variedades, sistemas de cultivo, condiciones agroclimáticas y tipos de explotaciones y mercados. No se puede utilizar un único enfoque de producción para todas ellas. Para que la producción sea sostenible, las prácticas y tecnologías deben ajustarse al contexto local.
Los agricultores familiares, que suelen ser (aunque no siempre) productores en pequeña escala, representan el 80% de los alimentos del mundo en términos de valor (FAO y FIDA, 2019), así como una gran parte de las frutas y verduras.
En todo el mundo, más del 50% de las frutas y verduras se cultivan en explotaciones agrícolas de menos de 20 hectáreas (la mayoría de las cuales son explotaciones familiares). En los países en desarrollo, esas explotaciones cultivan la gran mayoría de los productos hortícolas, más del 80% en la mayor parte de Asia, el África subsahariana y China (Figura 7).
En Europa y en América del Norte y Central, las granjas medianas de 20 a 200 hectáreas son más importantes, mientras que solo en América del Sur y en Australia y Nueva Zelandia predominan las granjas de más de 200 hectáreas.
Las frutas y verduras suelen ser más rentables que los cultivos básicos para una superficie de terreno determinada. Esto también requieren de una gestión más intensiva. Esto abre oportunidades para que los pequeños agricultores aprovechen el aumento de la demanda y ganen más produciendo y comercializando frutas y verduras. La producción en pequeña escala también tiene el potencial de proteger el medio ambiente y garantizar la equidad social (FAO, 2012). Las mujeres, en particular, pueden beneficiarse, ya que con frecuencia se dedican a la producción y comercialización de frutas y verduras (Fisher et al., 2018).
Las explotaciones familiares en pequeña escala suelen ser más diversas que las de mayor tamaño, con una mezcla de cultivos básicos, frutas, verduras, otros cultivos y ganado. Esta mezcla les permite expandir el riesgo: si un cultivo falla, tienen otros a los que recurrir. La diversidad también significa equilibrio ecológico, con residuos de cultivos utilizados para alimentar el ganado y estiércol utilizado para fertilizar los cultivos. Los diferentes cultivos albergan insectos polinizadores y organismos benéficos que controlan las plagas. Muchos países están experimentando actualmente una disminución del número y la diversidad de los insectos, lo que amenaza los numerosos cultivos de frutas y verduras que dependen de la polinización por insectos. El pequeño tamaño de muchas explotaciones agrícolas familiares puede ayudar a preservar la biodiversidad. Al mismo tiempo, los sistemas diversificados requieren un mayor grado de conocimientos y aptitudes para gestionarlos con eficacia.
Sin embargo, la pequeña escala y la diversidad de los productos dificultan la comercialización eficaz de los productos por parte de los agricultores. Por consiguiente, la comercialización debe basarse en que los agricultores se organicen en grupos o negocien acuerdos de explotación agrícola por contrato con los comerciantes (ver Capítulo 4). Como grupo, los agricultores pueden realizar acciones colectivas como la compra de insumos, la contratación de servicios y la venta de su producción. Los miembros del grupo también pueden intercambiar ideas y experiencias, y tienen más posibilidades de recibir asesoramiento técnico.
Muchos de los productores en pequeña escala se encuentran en pueblos y ciudades y sus alrededores. Entre ellos se encuentran los agricultores que venden su producción a los mercados locales, así como los horticultores caseros y comunitarios que cultivan productos para su propio consumo o para compartir con amigos y vecinos. Los excedentes se venden a veces directamente a los consumidores o a pequeños comerciantes. Estos productores pueden aumentar la disponibilidad y el acceso a frutas y verduras de los habitantes de las ciudades. La pandemia de la COVID-19 ha puesto de relieve la importancia de la producción local (FAO, 2020).
El mal estado de las carreteras hace que las frutas y verduras altamente perecederas no puedan ser transportadas grandes distancias. Esto es menos problemático en el caso de los cereales o los cultivos como el cacao y el café, que pueden secarse, embolsarse, cargarse en camiones y transportarse a mercados lejanos. Esta es una de las razones por las que la horticultura comercial intensiva tiende a agruparse alrededor de las zonas urbanas.
Si bien el cultivo de frutas y verduras en las ciudades y sus alrededores tiene ventajas, también conlleva riesgos de contaminación y pérdida de tierras por el crecimiento urbano. Además, en algunos países la agricultura urbana no es responsabilidad del ministerio de agricultura, por lo que los productores no pueden beneficiarse de los servicios de extensión ni de los insumos apoyados por el gobierno (Aubry y Manouchehri, 2019; Taguchi y Santini, 2019).
Los productores de frutas y verdura en gran escala tienden a centrarse en una gama relativamente pequeña de cultivos importantes, como los tomates, los plátanos y bananas y piñas o ananás. Muchos de ellos se destinan al mercado de exportación o a la elaboración industrial. Según la estructura del mercado, puede haber (o no) oportunidades para que los pequeños agricultores aprovechen las explotaciones agrícolas más grandes y las instalaciones de elaboración cercanas mediante acuerdos de explotación agrícola por contrato.
Las tecnologías sofisticadas, como los sistemas de riego, la iluminación artificial, la hidroponía y los sistemas de información digital, requieren inversiones de capital y conocimientos especiales; solo las operaciones comerciales de mayor envergadura pueden costearlas. En países como Kenya y Etiopía, los agricultores cultivan judías o frijoles verdes y otras verduras en invernaderos y las exportan por vía aérea a los comerciantes de Europa. Sin embargo, incluso los productores en menor escala pueden adoptar tecnologías como los invernaderos y el riego por goteo.
Se han desarrollado tecnologías que hacen más eficiente la producción, el procesamiento y la comercialización de frutas y verduras como las siguientes:
Estas tecnologías no solo aumentan la productividad, el rendimiento y la calidad, sino que también reducen las pérdidas, disminuyen la cantidad de mano de obra necesaria y ponen más énfasis en la capacidad de gestión. También es más probable que atraigan a jóvenes con mayor formación a las profesiones hortícolas y creen nuevas oportunidades de negocio tanto dentro como fuera de las explotaciones agrícolas. Sin embargo, entrañan desembolsos de capital que pueden estar fuera del alcance de los productores pobres en pequeña escala.
Los cultivos anuales como las coles o repollos y cebollas dependen de las semillas de calidad u otro material vegetal para lograr altos rendimientos. Los cultivos perennes como los cítricos, las manzanas y las uvas dependen de plántulas clonales o esquejes injertados. Este material vegetal debe ser genéticamente puro, tener una alta tasa de germinación y estar libre de enfermedades. Las variedades deben adaptarse al entorno local y a las preferencias del mercado en cuanto a color, forma y sabor. Y deben estar disponibles para el mercado en diferentes formas: frescas, secas, enlatadas, en jugo o fermentadas (FAO, 2001).
En muchos países no se dispone fácilmente de material vegetal de calidad. No existen o escasean cultivos mejorados adecuados. Los programas de cultivo de tejidos para producir material vegetal son escasos. Los agricultores recurren a las semillas que ellos mismos han producido o intercambian material vegetal con sus vecinos. Esto tiene ventajas (conserva las variedades locales) y desventajas (los agricultores no pueden obtener las variedades que necesitan para aumentar su cosecha). Estos inconvenientes son el resultado de políticas inapropiadas y de la falta de un entorno propicio para un sector de semillas próspero (Tata et al., 2016).
Muchas frutas y verduras difieren en sus necesidades de agua: necesitan la cantidad adecuada de agua en los momentos adecuados. Demasiada agua causa la putrefacción de las raíces y con poca agua se marchitan. Los horticultores dicen que los tomates son particularmente complicados: necesitan “cabezas secas y pies húmedos”. El riego es a menudo necesario para complementar las precipitaciones (y por supuesto es indispensable en los invernaderos). Pero el agua de riego en algunas zonas y estaciones es escasa, lo que hace que se hagan esfuerzos para tener “más cultivos por goteo” (FAO, 2003).
Muchos pequeños agricultores utilizan regaderas para sus verduras: esto es práctico en pequeños invernaderos y en jardines cercanos a la casa. En zonas más grandes se utilizan diversos sistemas de irrigación, utilizando sistemas aéreos, surcos o irrigación por goteo (tuberías con pequeños agujeros que permiten que el agua gotee, Wainwright et al., 2013). Para el riego se pueden utilizar “aguas grises” procedentes del lavado (tras una simple filtración), pero el uso de “aguas negras” que contienen materia fecal es un problema, ya que puede contaminar el suelo y los cultivos. Los sistemas sofisticados utilizan filtración biológica para reciclar el agua y reducir la contaminación.
En los lugares donde las frutas y verduras tienen una baja prioridad, los gobiernos o el sector privado han hecho pocas inversiones para garantizar que los agricultores puedan obtener y aprender sobre la formulación adecuada de los fertilizantes, la colocación correcta de los mismos y las dosis recomendadas. En consecuencia, muchos agricultores no pueden obtener los rendimientos esperados. La cantidad y los tipos de fertilizantes se debe determinar sobre la base de un análisis del suelo y evitar su aplicación excesiva.
El suministro de fertilizantes sintéticos podría mejorarse mediante una adquisición a granel por parte de grupos de agricultores, y mediante subvenciones y planes de crédito “inteligentes” para ayudar a los agricultores a comprar los insumos que necesitan.
El compost es importante en la producción de frutas y verduras, y su aplicación es más práctica que en el caso de los cereales porque las superficies involucradas tienden a ser más pequeñas. Muchos pequeños agricultores ya lo saben: hacen abono con el estiércol de su granja para fertilizar su parcela de verduras en lugar de esparcir una delgada capa en los campos de cultivo. La cobertura orgánica es útil para cubrir el suelo, conservar la humedad y eliminar las malezas.
Papayas perfectas, hermosos plátanos y bananas, las cerezas más selectas: muchos tipos de frutas y verduras deben parecer impecables para que se puedan vender. Pero muchas son hipersensibles a las plagas y enfermedades. La más mínima mancha puede degradarlas del Grado A al contenedor de alimento para animales.
Para evitarlo, los agricultores suelen aplicar más productos químicos de los necesarios para controlar las plagas y enfermedades y cumplir los requisitos de sus compradores. El uso indiscriminado y excesivo de productos químicos causa problemas sanitarios y ambientales a los agricultores (Tsimbiri et al., 2015), perjudica a los insectos beneficiosos y contamina el producto, lo que genera preocupaciones en materia de inocuidad alimentaria.
La solución es el manejo integrado de plagas. Se trata de una estrategia basada en el ecosistema que se centra en la prevención de plagas y enfermedades a largo plazo mediante una combinación de control biológico, manipulación del hábitat, prácticas culturales mejoradas y el uso de variedades resistentes. Los agricultores utilizan los plaguicidas de manera juiciosa y solo si los cuidadosos controles sobre el terreno demuestran que son necesarios, y no como medida preventiva, como es muy común (Flint, 2012).
Las nuevas tecnologías, como las aplicaciones para teléfonos inteligentes y los laboratorios acreditados, permiten ahora identificar rápidamente las plagas y enfermedades y recomendar formas de combatirlas (Miller et al., 2009). Sin embargo, las empresas de productos agroquímicos pueden utilizar las aplicaciones para promover la venta de sus productos, sin alertar a los agricultores sobre otras formas de controlar las plagas. Es importante reforzar los conocimientos y el pensamiento crítico de los productores y permitirles obtener información y tecnologías precisas para resolver los problemas. En el mercado existen varios bioplaguicidas que son menos perjudiciales para el medio ambiente, pero también deben utilizarse con sensatez. Los enfoques participativos, como las escuelas de campo para agricultores, han tenido éxito en la promoción de la gestión integrada de plagas en todo el mundo.
La mejora de las semillas y del material vegetal, el riego adecuado y la lucha integrada contra las plagas forman parte de un conjunto de “buenas prácticas agrícolas” que los agricultores deberían utilizar para cultivar suficientes frutas y verduras de manera sostenible. Otras tecnologías incluyen:
Rotaciones de cultivos y cultivos intercalados. La rotación de cultivos ayuda a mantener la fertilidad del suelo y a controlar las plagas y enfermedades. Las verduras de una sola temporada pueden rotarse con los cereales básicos y otros cultivos. Es importante seguir la secuencia correcta de cultivos, ya que algunas especies no crecen bien junto a otras o después de ellas (Figura 8). También pueden crecer en filas y bandas alternas, o entre filas de árboles frutales. Los árboles frutales pueden crecer alrededor de los campos o en los límites, donde ayudan a estabilizar las pendientes.
Producción integrada con el ganado. El ganado puede pastorear bajo los árboles frutales, donde ayudan a eliminar las malezas y a fertilizar el suelo, o en los campos de verduras después de la cosecha. Los animales pueden ser alimentados con residuos de cultivos como hojas de col o repollo descartadas o frutas manchadas. Después de un tratamiento adecuado, el estiércol puede ser utilizado para fertilizar los jardines y campos.
Enmiendas del suelo. Enmiendas como la cubierta vegetal, el abono y la cal pueden eliminar las malezas, controlar la erosión y aumentar la fertilidad. Algunas enmiendas (cubierta vegetal, compost) pueden hacerse en la granja (la calidad del compost es importante, de lo contrario los productores podrían esparcir semillas de malezas contenidas en el compost). Otras enmiendas, como la cal, pueden ser traídas de otro lugar.
Reducción de la labranza. Los agricultores aran el suelo principalmente para controlar las malezas. Pero el arado tiene muchas desventajas: destruye la estructura del suelo, reduce la humedad del suelo, mata los organismos del suelo, acelera la descomposición de la materia orgánica y acelera la liberación de dióxido de carbono a la atmósfera.
Es mejor reducir la cantidad de labranza o evitarla por completo, por ejemplo, sembrando semillas en surcos individuales o utilizando equipos de plantación especializados. El trasplante de las plántulas les permite adelantarse a las malezas; la plantación densa y la aplicación de la cubierta vegetal también elimina las malezas. Lo mismo ocurre con los herbicidas, aunque éstos corren el riesgo de contaminar el medio ambiente, dañar la biodiversidad y contaminar el cultivo.
Agricultura orgánica. La agricultura orgánica evita por completo el uso de insumos sintéticos, utilizando muchos de los principios descritos anteriormente (Scialabba et al., 2015), que se basan en la plantación densa y el uso de cubierta vegetal para eliminar las malezas, la secuenciación cercana de los cultivos para evitar los períodos de barbecho, las asociaciones de cultivos para controlar las plagas, el control prudente del agua y la observación y el mantenimiento intensivos. Son particularmente adecuados para el cultivo de frutas y verduras en pequeña escala, en el que los horticultores pueden proporcionar el nivel de mano de obra y gestión necesario.
Muchos productores de frutas y verduras en países de ingresos bajos y medios son de hecho productores orgánicos porque no tienen acceso a los agroquímicos, no pueden permitírselos o dan prioridad a sus cultivos básicos por el poco fertilizante que pueden comprar. Podrían beneficiarse de la capacitación y el asesoramiento en materia de gestión de cultivos y de semillas y material vegetal mejorado.
Los alimentos ricos en nutrientes, como las frutas y verduras, tienden a causar un menor impacto ambiental que los alimentos básicos ricos en carbohidratos, como los cereales (Clark et al., 2019). En términos de unidad de tierra, agua y nutrientes, las frutas y verduras son más eficaces para proporcionar seguridad nutricional que otros cultivos. Esto puede ayudar a evitar la expansión de la agricultura hacia zonas forestales que son importantes para la biodiversidad y la captura de carbono.
No obstante, la producción intensiva e insostenible de frutas y verduras puede utilizar cantidades excesivas de fertilizantes y plaguicidas, que pueden dañar la biodiversidad y contaminar las aguas superficiales y subterráneas.
Comparativamente se han hecho pocas investigaciones sobre los efectos del cambio climático en la producción de frutas y verduras. Varios aspectos del cambio climático pueden afectar a la producción de frutas y verduras: la temperatura, las concentraciones de dióxido de carbono, los niveles de ozono, la disponibilidad de agua y la salinidad. Es probable que sus efectos varíen de un lugar a otro. Algunos son positivos (se espera que el aumento de los niveles de CO2 estimule el crecimiento de las plantas); otros son negativos (la reducción de la disponibilidad de agua lo perjudica) (Scheelbeek et al., 2018). Muchas especies de frutas y verduras son muy sensibles a las temperaturas extremas, como las heladas y el calor durante la floración. Algunos cultivos dejan de crecer si la temperatura no está dentro del rango apropiado; otros sufren trastornos que los hacen no comercializables: las vainas de los frijoles se vuelven fibrosas, las coliflores desarrollan tallos huecos, y las lechugas “echan flor” (crecen con tallos extendidos) (Peet y Wolfe, 2000).
De las 400 000 especies de plantas en el mundo, se estima que existen entre 30 000 y más de 80 000 especies que son comestibles para los seres humanos (Brummitt et al., 2020; FAO, 2018). Varios miles de ellas se cultivan en forma de productos agrícolas y hortícolas. Desde el advenimiento de la agricultura se han recogido y cultivado unas 7 000 especies. Sin embargo, el suministro de alimentos del mundo depende de solo 200 especies de plantas (muchas de las cuales son frutas y verduras), y solo 12 especies proporcionan tres cuartas partes de los alimentos que consumimos; solo nueve representan el 66% de la producción total de cultivos (FAO, 2019; IDRC, 2010). La mayoría de los cultivos menores restantes son también frutas y verduras, al igual que la gran mayoría de otras especies comestibles.
A menudo se hace referencia a estas especies y variedades locales como “descuidadas y subutilizadas” porque han sido “olvidadas” por las investigaciones e inversiones agrícolas. Incluyen especies y variedades de cultivos tradicionales, así como especies silvestres que la gente a menudo también cosecha y utiliza como alimento. Presentan un enorme potencial sin explotar para los pequeños agricultores y las comunidades rurales. Suelen ser más nutritivas y más resistentes a las plagas y enfermedades que las variedades comerciales (Schreinemachers et al., 2018). Se adaptan bien al clima y las plagas locales. Son resistentes y requieren pocos o ningún insumo, a menudo crecen como malezas en los campos y sus alrededores y a lo largo de los bordes de los caminos, por lo que suelen ser accesibles tanto para los propietarios de tierras como para los que no las tienen.
Muchos cultivos tradicionales y especies silvestres se venden en los mercados locales (Mundy, 2014). Ayudan a mantener la seguridad alimentaria y nutricional y actúan como amortiguador en las zonas propensas a los desastres (Rahim et al., 2009). Estas especies y variedades pueden desarrollarse para ampliar la canasta de alimentos ante la amenaza del cambio climático (Padulosi et al., 2013). Los alimentos silvestres contribuyen a la calidad y diversidad alimentaria y a la uniformidad estacional (Powell et al., 2015), proporcionando importantes nutrientes y complementando muchas dietas basadas en alimentos básicos en cualquier mes del año.
Es importante elaborar estrategias que puedan ayudar a que los cultivos alimentarios autóctonos contribuyan eficazmente a la seguridad alimentaria, nutrición, salud y el desarrollo económico (Kahane et al., 2013). Para ello será necesario crear entornos normativos favorables y aumentar las inversiones (Jaenicke, 2013), producir y difundir información (Pichop et al., 2016) y promover la investigación, la gestión de los conocimientos y la creación de capacidades, por ejemplo, para fomentar programas de mejoramiento centrados en el desarrollo de variedades adaptadas (COAG, 2018).
Los agricultores y horticultores de todo el mundo mantienen una amplia gama de variedades tradicionales de frutas y verduras. Pero esta riqueza se ve amenazada por distintos factores. Las presiones comerciales inducen a los agricultores a adoptar tipos de alto rendimiento en lugar de los tipos tradicionales de menor rendimiento, pero más resistentes que tienen una demanda limitada por parte de los consumidores. Los productores de semillas solo venden variedades comerciales, a menudo híbridas que producen semillas inútiles o ninguna semilla. Cuando las variedades más antiguas de árboles frutales mueren, no son reemplazadas. La polinización cruzada con variedades importadas diluye la pureza genética de los tipos locales. Las plagas, las enfermedades, la sequía y el calor afectan a las poblaciones restantes de las variedades tradicionales y pueden forzar la extinción.
En países de altos ingresos, las empresas de semillas crían, multiplican y comercializan semillas de cultivos hortícolas, y los viveros comerciales crían plántulas de verduras y árboles frutales. Las universidades, los institutos de investigación y las organizaciones no gubernamentales también conservan y distribuyen semillas de variedades tradicionales. Esos servicios son escasos o inexistentes en los países de ingresos bajos y medios, salvo en el caso de unas pocas especies comerciales como el plátano y banana y la piña o ananá. Los agricultores deben depender de sus propias semillas o de intercambios de semillas locales. Esto conserva la biodiversidad, pero significa que los agricultores no tienen acceso a variedades adecuadas de mayor rendimiento.
El Centro Mundial de Vegetales, el instituto internacional de investigación con el mandato para los vegetales mantiene un banco de genes con 61 000 accesiones de 155 países, incluidas unas 12 000 accesiones de vegetales autóctonos (Centro Mundial de Vegetales, 2020b). Pero se ha hecho mucho menos trabajo para caracterizar y conservar el germoplasma de la mayoría de las especies de frutas y verduras que para los principales cultivos básicos. En cambio, el Banco Internacional de Genes de Arroz contiene más de 132 000 accesiones de arroz y sus parientes silvestres (IRRI, 2019a).
La intensificación sostenible de la producción de frutas y verduras exige un compromiso político, inversiones, apoyo institucional y un enfoque del desarrollo tecnológico basado en la demanda. No hay un conjunto de recomendaciones que sirva para todos los casos. No obstante, es posible identificar las características fundamentales de las políticas e instituciones habilitadoras para la intensificación sostenible de la producción de frutas y verduras en pequeña escala. El diseño, la aplicación y la supervisión de las políticas requerirá una fuerte colaboración entre los diferentes ministerios y administraciones, desde la salud pública y la educación hasta el comercio, el medio ambiente y la agricultura.
En comparación con los principales alimentos básicos como el arroz y el trigo, se ha dedicado relativamente poco esfuerzo público al desarrollo de tecnologías mejoradas para las frutas y verduras. Esto se debe a que, en el pasado, los gobiernos y las organizaciones internacionales se centraron en garantizar la seguridad alimentaria en términos de calorías más que en términos de nutrientes: han puesto más esfuerzo en llenar los platos en lugar de aumentar la variedad de alimentos en el plato. También se debe a la gran cantidad de especies de frutas y verduras, cada una de las cuales necesita su propio programa de cultivo e investigación.
La financiación dedicado a la investigación de todo tipo de cultivos es inadecuada, dada la importancia de estos cultivos, los retos a los que se enfrentan y la rentabilidad probada y potencial de la investigación y el desarrollo. El Instituto Internacional de Investigación del Arroz tiene un presupuesto de USD 73 millones y se centra en un solo cultivo (IRRI, 2019b). Esto sigue siendo mucho más que el presupuesto del instituto equivalente dedicado a las verduras, el Centro Mundial de Vegetales, que tiene un presupuesto de alrededor de USD 20 millones y debe manejar toda una canasta de cultivos (Centro Mundial de Vegetales, 2020a). No hay ningún centro de investigación internacional que se centre en la fruta.
La mayoría de las investigaciones agrícolas son realizadas por instituciones públicas como institutos de investigación gubernamentales, universidades y centros internacionales (Beintema y Elliot, 2011). Las cifras sobre la investigación del sector privado son difíciles de encontrar, pero parecen ser inferiores a las de la investigación financiada con fondos públicos. La mayor parte de la investigación privada se centra en los países de ingresos altos, y muy poco se destina a los países de ingresos bajos y medios.
Las frutas y verduras representan una pequeña proporción del esfuerzo total de investigación agrícola, y la mayor parte de la investigación hortícola se centra en los principales cultivos comerciales y de exportación, como el banano, en lugar de la amplia gama de cultivos que son de importancia local y no aparecen en los datos comerciales. Se necesitan más investigaciones para apoyar la producción nacional sostenible y la conservación y promoción de las especies desatendidas y subutilizadas, especialmente en las regiones en que la oferta prevista es particularmente insuficiente, como el África subsahariana y partes de Asia y el Pacífico (Mason-D’Croz et al., 2019).
Es necesario investigar para obtener variedades resistentes a las enfermedades y las plagas, con tolerancia al calor, la sequía, las inundaciones y la salinidad, y con un mayor contenido de nutrientes. Otros temas prioritarios son las técnicas de gestión de cultivos, el control de plagas y enfermedades, los sistemas de riego de bajo consumo como el riego por goteo y el reciclado de aguas servidas, la buena gestión del suelo y los métodos de conservación para mejorar la salud de las plantas, y el uso de maquinaria agrícola adecuada para reducir las necesidades de mano de obra y mejorar la productividad.
Los invernaderos ofrecen muchas oportunidades para reducir el impacto ambiental del cultivo de verduras, por ejemplo, optimizando el uso de la energía, reduciendo la emisión de CO2, mejorando la eficiencia del uso del agua y controlando las plagas y enfermedades.
Pero los pequeños productores cultivan la mayor parte de las frutas y verduras del mundo, y se necesitan tecnologías que se adapten a sus condiciones y a sus bolsillos. Las mujeres, que gestionan una gran parte de los huertos del mundo, deben tener acceso a las nuevas técnicas. El desarrollo y el despliegue de esas tecnologías ofrecen oportunidades de negocio para el empleo de los jóvenes dentro y fuera de las explotaciones agrícolas. Más adelante en la cadena de valor, se necesitan tecnologías para mejorar los servicios poscosecha, el almacenamiento, el transporte y la elaboración a fin de preservar el contenido de nutrientes y el sabor, y reducir las pérdidas.
Al igual que la investigación agrícola, los servicios de extensión se centran generalmente en los principales cultivos básicos y comerciales. La mayoría de los extensionistas son capacitados en los principales cultivos, en primer lugar, y en otros temas, en segundo lugar; cuando se reúnen con los agricultores, los grandes cultivos ocupan la mayor parte del tiempo.
No obstante, las frutas y verduras plantean problemas muy diferentes a los agricultores en todas las etapas: insumos, producción, cosecha y comercialización. Cada cultivo plantea sus propios desafíos, sufre sus propias plagas y enfermedades y debe ser comercializado a su manera. Los extensionistas deben ser capaces de asesorar a los agricultores sobre todos estos temas.
Internet y los teléfonos inteligentes permiten a los productores conocer diversos aspectos de la producción y la comercialización, así como descubrir los precios, establecer vínculos con los compradores y efectuar y recibir pagos. También facilitan la recopilación, cotejo, análisis y el informe de datos acerca del área, la producción, los rendimientos y los precios. Si bien los agricultores comerciales de los países de altos ingresos suelen obtener información y llenar formularios en una computadora, es más probable que los agricultores en menor escala y los de ingresos bajos y medios utilicen sus teléfonos inteligentes. Tanto el gobierno como los operadores privados están desarrollando servicios para los agricultores, que suelen centrarse primero en los cultivos básicos y comerciales como el cacao y el café, pero también abarcan los principales cultivos hortícolas como el tomate.
La llegada de los teléfonos inteligentes presenta nuevas oportunidades (es posible comunicarse con los agricultores sin tener que viajar) pero refuerza viejos problemas (cómo llegar a los agricultores más pobres, especialmente a las mujeres). Los operadores privados también se enfrentan al problema de encontrar formas de pagar sus servicios: los anunciantes son escasos en las zonas pobres y los agricultores no quieren o no pueden pagar suscripciones (CTA, 2015). Es necesario mejorar la conectividad y los servicios de Internet en las zonas rurales antes de poder utilizar los dispositivos. Esto es especialmente importante con el reciente aumento del comercio en línea.
La infraestructura necesaria para las frutas y verduras también plantea problemas. Algunas especies, como las cebollas, son relativamente resistentes y pueden ser colocadas en sacos o cargadas en camiones a granel. Otras, como los tomates, los mangos y las frutas blandas son extraordinariamente delicadas y deben manejarse con gran cuidado. Requieren de una cuidadosa clasificación para eliminar la fruta dañada, un embalaje especial para protegerlas en el camino, y refrigeración durante todo el viaje para mantenerlas en perfectas condiciones. No resisten los rebotes en la parte trasera de un camión que transita por caminos de tierra ondulados.
La inversión en carreteras, electricidad (para las cámaras frigoríficas), acceso a Internet, almacenamiento y capacidad de procesamiento en las zonas de producción ayudará a vincular a los agricultores a los mercados de productos frescos y a los procesadores que los convierten en productos con una mayor vida útil. Esto también ayudará a estabilizar los precios, reducir las pérdidas posteriores a la cosecha y disminuir los costos de transacción.