Salvo contadas excepciones (por ejemplo, Gouache et al., 2011), las simulaciones de riesgo de plagas no han incluido las opciones que los agricultores y ganaderos podrían adoptar para mitigar o adaptarse a un mayor riesgo de plagas en el futuro. Esto es cierto para la agricultura (Juroszek y von Tiedemann, 2015) y la silvicultura (Bentz y Jönsson, 2015). No obstante, en la agricultura hay una serie de opciones potenciales de mitigación y adaptación a corto plazo que deberían ser consideradas, no solo por los agricultores y ganaderos, sino también para incluirlas en los modelos de simulación a fin de apoyar la toma de decisiones futuras. Un mayor desarrollo de las herramientas necesarias para la gestión adaptativa de las plagas aumentará la probabilidad de éxito de las estrategias de adaptación en el futuro (Macfayden, McDonald y Hill, 2018).
La mayoría de los científicos consideran que la mejora de la resistencia de las plantas huésped (y la competitividad de las plantas de cultivo frente a las malas hierbas) y los ajustes en la aplicación de plaguicidas son las dos formas más eficaces de adaptar la protección de los cultivos a las futuras condiciones climáticas (revisado por Juroszek y von Tiedemann, 2015). Otras opciones son los ajustes en el momento de la siembra, una mayor rotación de cultivos, la mejora de la previsión de plagas, el ajuste de las prácticas agronómicas, como el riego y la fertilización, y la prestación de asesoramiento específico (Juroszek y von Tiedemann, 2015). Curiosamente, otras herramientas potenciales de adaptación en la protección de cultivos, como la modificación del microclima mediante la alteración de la densidad de siembra, no se discuten en absoluto en la literatura relacionada con las simulaciones de riesgo de plagas.
En la silvicultura y la agricultura, también puede ser necesario adoptar estrategias climáticamente inteligentes para la gestión de plagas (Heeb, Jenner y Cook, 2019; Lipper et al., 2014). En general, la gestión integrada de plagas incluye una amplia gama de medidas directas e indirectas de gestión fitosanitaria (Heeb, Jenner y Cock, 2019; Juroszek y von Tiedemann, 2011). Entre ellas se encuentran la cuarentena (bioseguridad), otras medidas fitosanitarias (por ejemplo, semillas y plántulas sanas), un seguimiento cuidadoso y un calendario óptimo de las intervenciones necesarias (Heeb, Jenner y Cook, 2019; Strand, 2000) o el control biológico (Eigenbrode, Davis y Crowder, 2015).
En el contexto de la adaptación de los sistemas de cultivo al cambio climático, la mejora de la resistencia a las enfermedades es una de las opciones más atractivas (Miedaner y Juroszek, 2021a, 2021b). Las variedades con tolerancia a la sequía, a las altas temperaturas y a las plagas son cruciales para la seguridad alimentaria en cultivos básicos como el maíz y las judías, así como para los cultivos comerciales de exportación, como el café y la soja. A veces, las nuevas variedades permiten ajustar los sistemas de cultivo para moderar el riesgo de plagas asociado a los probables cambios. Por ejemplo, la disponibilidad de nuevas variedades de trigo permite que los cultivos de trigo en el centro de Queensland (Australia) se planten tres o cuatro semanas antes (Howden, Gifford y Meinke, 2010). También en el caso del cacao se sugiere una selección multicriterio en el desarrollo de nuevas variedades, en el contexto del cambio climático (Cilas y Bastide, 2020). Aunque la mejora de los cultivos, y especialmente la de los árboles, tiene un largo retraso en la respuesta a los nuevos retos, los modelos de los efectos del cambio climático en el riesgo de plagas pueden ayudar a elaborar estrategias antes de que surjan nuevos problemas. La identificación, conservación y uso de variedades antiguas también puede ser útil.
En la silvicultura, la adaptación para responder a los posibles efectos del cambio climático es más probable que implique medidas preventivas, como la eliminación de árboles infestados para evitar una mayor propagación de las plagas, debido a las dificultades para gestionar eficazmente los árboles adultos de gran altura (Bonello et al., 2020; Liebhold y Kean, 2019). Otra importante opción de adaptación preventiva es la explotación de la diversidad genética, la elección de especies de árboles adecuadas, o de clones o cultivares resistentes o tolerantes a las plagas, si están disponibles, cuando se plantan nuevos bosques (Bonello et al., 2020).
La elección de las estrategias de adaptación dependerá de muchos factores. El coste es un factor, y Srivastava, Kumar y Aggarwal (2010) concluyen que deberían explorarse más estrategias de adaptación de bajo coste, como el cambio de la fecha de siembra y la elección del cultivar, para reducir la vulnerabilidad de la producción de cultivos al cambio climático. Sin embargo, la viabilidad de cambiar las fechas de siembra o cosecha depende de la posible penalización del rendimiento y del lugar donde se cultiva, de las preferencias de los agricultores y los consumidores en cuanto a los cultivares y de la situación del mercado (Wolfe et al., 2008). También pueden ser necesarias opciones de adaptación más costosas (Juroszek y von Tiedemann, 2011). Esto puede implicar, por ejemplo, el desarrollo de métodos más potentes para gestionar los patógenos en los residuos de los cultivos, que podrían combinarse con métodos ya bien establecidos, como la rotación de cultivos, para evitar la colonización saprofita de los residuos de los cultivos por parte de los patógenos y disminuir el arrastre de inóculo entre temporadas de cultivo (Melloy et al., 2010). Los métodos “antiguos”, como el volteo del suelo, también pueden ser un método eficaz para gestionar los residuos de los cultivos enfermos (Miedaner y Juroszek, 2021b), aunque la agricultura de conservación podría ser más adecuada en zonas propensas a la sequía. Arar el suelo también supone un mayor consumo de combustible y, por tanto, más emisiones de CO2 determinantes para el clima, en comparación con el laboreo mínimo.
Por último, teniendo en cuenta la planificación estratégica, es importante decidir dónde se van a producir cultivos agrícolas perennes como las palmeras datileras (Shabani y Kumar, 2013). Con el conocimiento de dónde podrían aparecer en el futuro enfermedades económicamente importantes de dichos cultivos, se podrían identificar lugares de bajo riesgo para evitar o minimizar el impacto futuro de estas enfermedades (Shabani y Kumar, 2013). Esto se aplica también a la silvicultura, donde la planificación es especialmente importante para evitar o minimizar el futuro aumento de los riesgos de plagas, como se ha explicado anteriormente. En el caso de los cultivos anuales, como la colza, se ha sugerido el desplazamiento de las zonas de cultivo como una de las adaptaciones en el peor de los casos (Butterworth et al., 2010). De hecho, en Egipto, el cultivo de la faba se ha trasladado del centro del país a la región más fría del delta del Nilo, en el norte, para escapar de los efectos perjudiciales de las enfermedades víricas, posiblemente causadas —al menos en parte— por el calentamiento global.
Todas las opciones señaladas anteriormente pueden contribuir a que los agricultores y ganaderos puedan mitigar el riesgo creciente de plagas y adaptarse a este. En general, sin embargo, será importante favorecer y aplicar aquellas tecnologías y prácticas que puedan contribuir simultáneamente a aumentar la productividad y reducir la vulnerabilidad a los cambios provocados por las emisiones de CO2, N2O y CH4.