Los sistemas agroalimentarios abarcan la producción, elaboración, transporte, comercialización y distribución de alimentos (así como de productos agrícolas no alimentarios). En su estado actual, estos sistemas están sujetos a desafíos complejos e interconectados como los conflictos, los cambios demográficos, las perturbaciones económicas y las inundaciones y sequías agravadas por la variabilidad climática extrema.
La FAO considera que los sistemas agroalimentarios que permiten el acceso universal a dietas saludables son la base de un mayor bienestar humano y planetario. Repensar los sistemas actuales para incentivar la producción y el consumo de diversos alimentos nutritivos ayudaría a reajustar las tendencias dietéticas, mejorar los resultados sanitarios y detener el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
Esto requiere una profunda transformación.
Las soluciones son múltiples. Pueden implicar apoyar a los responsables de las políticas y la creación de capacidad de los pequeños productores; modificar los incentivos agrícolas a gran escala; promover la recopilación de datos; o cambiar el comportamiento de los consumidores. O, con frecuencia, todas estas cosas a la vez.
A través de su labor normativa, la FAO pretende poner los datos y recursos más recientes en las manos más capaces, es decir, permitir que los responsables de las políticas tomen las decisiones correctas para llevar a cabo una transformación sistémica.
Pero reorientar los sistemas agroalimentarios para proporcionar dietas saludables no es tarea que pueda hacer una sola entidad. Por eso, la FAO trabaja en equipo con los gobiernos nacionales, otros organismos de las Naciones Unidas, los sectores público y privado, las organizaciones de la sociedad civil (OSC), las organizaciones comunitarias, los grupos de consumidores y las instituciones académicas y de investigación. Solo si sumamos experiencias, conocimientos, recursos y relaciones colectivas podremos esperar un progreso duradero. Las asociaciones amplias también hacen posibles dos cosas: las campañas conjuntas de concienciación y el aprendizaje entre homólogos entre países.
Aunque los principios básicos de las dietas saludables de la FAO y la OMS son universales, los alimentos específicos que componen una alimentación saludable serán locales. Los hábitos alimentarios —la forma en que las personas sirven la comida en el plato— son claramente contextuales: dependen de la disponibilidad, la asequibilidad, las preferencias personales, la cultura, y las normas sociales y religiosas. Esto significa que es necesario “traducir” los principios básicos.
La FAO orienta a los gobiernos nacionales para que promulguen y apliquen recomendaciones y normas alimentarias formales, entre las que se encuentran las guías alimentarias basadas en sistemas alimentarios. Se trata de hojas de ruta para que los países adapten los principios básicos a nivel local: ofrecen puntos de partida para una intervención sistémica que permita el acceso a dietas saludables. Evidentemente, las guías deben actualizarse periódicamente para integrar nuevas evidencias e investigaciones —los hábitos alimentarios son cualquier cosa menos estáticos— y para reflejar la dinámica de la industria alimentaria y otras dinámicas relacionadas. En el momento de redactar este informe, la FAO apoya el desarrollo y la aplicación de guías alimentarias en 19 países.
En 2022, la FAO proporcionó apoyo técnico al Gobierno de Ghana para desarrollar sus primeras guías alimentarias nacionales. El proceso, que reunió a representantes de ministerios gubernamentales, universidades nacionales, organismos de las Naciones Unidas, OSC, organizaciones no gubernamentales (ONG) y otras partes interesadas, dio lugar a la publicación de dos conjuntos gemelos de directrices: las guías alimentarias basadas en alimentos de Ghana y las directrices sobre sistemas alimentarios de Ghana, estas últimas para apoyar la aplicación de las primeras.
Para cada una de las recomendaciones de las guías alimentarias basadas en los alimentos, las directrices sobre sistemas alimentarios ofrecen ejemplos de medidas que pueden adoptarse a nivel de producción, elaboración o distribución. Por ejemplo, para la recomendación de “comer fruta variada todos los días”, las directrices sobre sistemas alimentarios de Ghana destacan 25 posibles medidas, entre ellas el apoyo del Ministerio de Agricultura a la producción de fruta variada durante todo el año, incluso en espacios públicos y compartidos (como parques, centros comunitarios, escuelas, hospitales y prisiones), y el suministro de fruta diaria a través del Programa nacional de alimentación escolar de Ghana.
Se calcula que el 14 % de la producción alimentaria mundial se pierde en el recorrido que va desde la cosecha a la venta al por menor; una proporción aún mayor se desperdicia después de la venta. Los productos alimentarios con un alto valor nutritivo —como los productos frescos y los de origen animal— son los que sufren los mayores índices de pérdidas, lo que reduce la cantidad total de nutrientes disponibles en el mercado. Los alimentos que se pierden o desperdician también contribuyen de forma significativa al cambio climático.
Por ello, reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos se considera una triple victoria en el camino hacia dietas más saludables y sistemas agroalimentarios sostenibles. Reducir las pérdidas y el desperdicio significa más beneficios económicos para los productores de alimentos; beneficios para la salud, a través de un mayor suministro de alimentos nutritivos a los consumidores; y beneficios medioambientales, a través de un uso más eficiente de los recursos limitados y menos emisiones de GEI. En este contexto, la FAO ha elaborado un Código de conducta voluntario para la reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos, en el que se establecen parámetros avanzados y medidas institucionales.
Una estrategia prometedora es apuntar a los eslabones de la cadena de suministro alimentario donde la pérdida de alimentos es mayor, en particular en el caso de alimentos nutritivos como frutas y hortalizas frescas. La FAO apoya a la Unión Africana (UA) para reducir las pérdidas alimentarias posteriores a la cosecha en once países: Angola, Botswana, Camerún, Côte d'Ivoire, Eswatini, Ghana, Kenya, Namibia, Rwanda, Zambia y Zimbabwe. La FAO también está fomentando la capacidad de la UA para identificar y aplicar soluciones a las pérdidas poscosecha en cada coyuntura de los sistemas agroalimentarios, proporcionando apoyo normativo basado en datos comprobados y promoviendo entre los pequeños agricultores la refrigeración y el secado solar.
La FAO ayuda a los grupos desfavorecidos a contribuir a unos sistemas agroalimentarios más sanos y a beneficiarse de ellos, ya sea capacitando a las mujeres rurales para que se conviertan en empresarias de éxito o fomentando la capacidad de los Pueblos Indígenas para comercializar alimentos nutritivos tradicionales. Las indicaciones geográficas, por ejemplo, pueden convertir el territorio, la cultura y el patrimonio locales en propuestas comercialmente viables.
Al concluir el siglo pasado y comenzar el nuevo, las economías rurales de los Balcanes occidentales se tambaleaban bajo un legado de agitación política, aislamiento por conflictos y estancamiento económico. La región de Arilje, en el suroeste de Serbia, tenía un as en la manga de color rubí: la excepcionalmente jugosa frambuesa local, Ariljska malina, rebosante de vitamina C. Años de apoyo al Gobierno serbio por parte de la FAO y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo dieron como resultado una etiqueta de indicación geográfica para la malina, además de capacitación en certificación, promoción, control de calidad y protección contra las imitaciones. En la actualidad, la región exporta 25 000 toneladas de frambuesas, principalmente a la Unión Europea, una fuente vital de ingresos para las familias locales y un producto nutritivo para los consumidores locales e internacionales.