Las maneras en que producimos y consumimos nuestros alimentos representan una amenaza cada vez mayor.
En todo el mundo, la insuficiencia de la dieta está afectando a la salud pública. Se calcula que hasta 756 millones de personas pasan hambre. Más de 675 millones de adultos son obesos. Las enfermedades no transmisibles (ENT) —como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares— matan a 41 millones de personas cada año, casi dos tercios de todas las muertes que se ocurren en el mundo. Al menos 1 200 millones de mujeres sufren carencia de vitaminas y minerales, lo que las expone a fatiga crónica, baja resistencia a las infecciones y defectos congénitos en su descendencia. Otro tanto sucede con casi 400 millones de niños en edad preescolar, que corren por ello el riesgo de ver afectado su desarrollo cerebral y mermada su capacidad de aprendizaje.
Y aun así, en lugar de detenernos y dar marcha atrás, tomamos decisiones alimentarias equivocadas. Los alimentos ultraprocesados se están normalizando. Las dietas saludables, por el contrario, son inasequibles para cuatro de cada 10 personas.
Al mismo tiempo, los sistemas agroalimentarios en su forma actual tienden a poner en peligro los suelos, los bosques y las aguas. La mayor parte de la pérdida de biodiversidad puede achacarse a los sistemas agroalimentarios, al igual que gran parte de la deforestación. Se calcula que son responsables de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que están contribuyendo al cambio climático. A su vez, los patrones meteorológicos irregulares aceleran el daño ambiental y ponen a las dietas saludables aún más lejos de nuestro alcance.
“Algo que hemos hecho francamente mal es eliminar la diversidad de nuestros sistemas agroalimentarios. Tenemos que volver a introducirla. Y tenemos que pensar detenidamente en cómo producir más”.
Una reciente investigación de la FAO ha cifrado el costo oculto social, sanitario y medioambiental de los sistemas agroalimentarios en su forma actual en la impresionante cifra de 12,7 billones de USD en paridad de poder adquisitivo, equivalente al producto interno bruto (PIB) anual combinado de Alemania y el Japón. Casi las tres cuartas partes de este costo están asociadas a las pérdidas de productividad laboral derivadas de las ENT relacionadas con la dieta.