Sin embargo, cuando vemos el florecimiento de explotaciones hidropónicas en el desierto, asistimos al auge de las explotaciones verticales o vemos surgir en nuestras ciudades rascacielos vegetales, es legítimo que nos preguntemos si seguimos necesitando suelo. En una época de emergencia climática, de disolución de certezas históricas, de investigación biotecnológica pionera, ¿tenemos la seguridad de que la propia agricultura, que ha dejado una huella tan profunda en la cultura humana, va a perdurar? En caso afirmativo, ¿seguiremos reconociéndola como tal dentro de uno o dos decenios? ¿Sigue siendo la agricultura el camino por defecto que lleva a la seguridad alimentaria para todos?
Primer plano de vegetales hidropónicos, incluyendo varios tipos de lechuga, que crecen de una pequeña esponja en el agua, Tailandia. ©AdobeStock/Kudos Studio
El siguiente cuarto de siglo
A lo largo de los tres cuartos de siglos transcurridos desde la fundación de la FAO, la ecuación sencilla que marcó los inicios de la institución (cultivar más para alimentar a más) se ha vuelto infinitamente más complicada, por no decir que se ha quedado obsoleta.
Un cliente de un supermercado en Manzini, Eswatini, 20 km. al sur de Mbabane. ©FAO/Giulio Napolitano
El mundo cultiva más, más que nunca antes. No cabe duda que también ha alimentado a más. Pero ya no. Ahora que la FAO cumple 75 años y apenas faltan 10 años para que venza el plazo mundial fijado para poner fin al hambre y la malnutrición, decenas de países siguen lejos de cumplir el objetivo. La subalimentación vuelve a aumentar. Casi 200 millones de niños menores de 5 años siguen padeciendo retraso del crecimiento o emaciación. Es alarmante que 3 000 millones de personas no puedan permitirse la dieta saludable más básica. La obesidad y las enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta se propagan entre adultos y niños, en medio de indicios de que la abundancia de alimentos ultraelaborados tal vez haya alterado de forma perdurable la microbiota humana, es decir, la infinidad de células microbianas que habitan en nuestro intestino.
Ciertamente, los confinamientos derivados de la pandemia de la COVID-19 nos han hecho comprender el lugar central que ocupan en nuestra vida las cadenas de suministro de alimentos que funcionan bien. La crisis también ha revelado que el mundo depende de los trabajadores agrícolas y los de los mataderos, que con frecuencia son migrantes, son objeto de explotación y se ven relegados injustamente a los estratos sociales más bajos. La agricultura, en el sentido más amplio, sigue siendo cuestión de importancia capital.
Sin embargo, en otros sentidos, sobre todo para los consumidores urbanos que actualmente conforman la mayoría de la población mundial, el vínculo entre la agricultura basada en el suelo y la alimentación ha pasado a ser menos evidente. En los países ricos ahora apenas corresponde al sector un porcentaje reducido del PIB. Las superficies agrícolas en uso disminuyen; su contribución a la creación de riqueza es limitada. En países tanto ricos como pobres se ha reducido la proporción de la actividad económica correspondiente a la agricultura. En los últimos decenios el centro de gravedad de la economía agroalimentaria ha pasado de la propiedad de tierras (donde llevaba residiendo miles de años) a la propiedad de insumos, la prestación de servicios, la capacidad de elaboración y, por último, al sector minorista.
Unas agricultoras caminan entre dos plantaciones de hortalizas en la fábrica de Minsk, Bielorrusia. © Sergei Gapon/NOOR for FAO
En las esferas en que la agricultura lleva tiempo suministrándonos productos no alimentarios (la madera nos ha protegido, el algodón nos ha vestido), este proceso se acelera. Desde las terapias avanzadas hasta la ingeniería y el transporte, la agricultura, que durante la mayor parte de su historia se ha dedicado a producir sin parar bienes esenciales pero con escaso valor añadido a la vez que dejaba sin alimentar a muchas personas, se ha diversificado en muy diversas aplicaciones terciarias. Los suelos del mundo siguen encerrando, en potencia, grandes beneficios, pero lo más probable es que las bacterias que residen en ellos propicien avances farmacéuticos y no que impulsen una nueva generación de cultivos gestionados horizontalmente. A su vez, todavía no se ha explorado plenamente ni aprovechado en una escala adecuada el potencial nutritivo de productos de la biomasa no agrícolas que no están basados en la tierra, como insectos o algas. En ese sentido, puede que, en lugar de despertar elogios como puntal de la continuidad humana, la agricultura pase a verse como dependencia del sector de la bioeconomía.
Vistos en retrospectiva, todos los enfoques de la FAO hasta la fecha (el productivismo impulsado por los Estados, el diseño de programas en aras del desarrollo, las iniciativas de sostenibilidad centradas en los pequeños agricultores) han obedecido a una impresión inmemorial de la conjunción íntima entre la alimentación y la agricultura. Todos estos enfoques seguirán estando presentes en la memoria operativa y la cartera normativa de la FAO. Sin embargo, ninguno de ellos se concibió para una época como la nuestra: una época de descubrimientos diarios, de innovación trepidante, de replanteamientos radicales. Ningún enfoque histórico, independientemente de sus méritos, ha conseguido encarrilar irreversiblemente al mundo hacia el fin del hambre y la malnutrición.
Un dron volando sobre un paisaje con viñedos, Francia. ©AdobeStock/Jean-Bernard Nadeau
Así pues, el contexto en el que la FAO, dirigida por una nueva Administración, emprende la siguiente fase de su trayectoria está abierto, agitado y sometido a múltiples direcciones. Puede que la alimentación no se haya desligado del todo de la agricultura, pero se han creado circuitos cortos; su relación ha pasado a ser menos exclusiva y más asimétrica. Es casi seguro que el futuro de la FAO deparará algo distinto.
La Organización, que ya se dedica al desarrollo de aplicaciones y productos financieros dirigidos a los agricultores, incluso en materia de diagnóstico de las enfermedades de las plantas, análisis de la tensión y seguro de cosechas, dirige su atención a los macrodatos persiguiendo objetivos en materia de seguridad alimentaria. El seguimiento mediante sensores remotos de la productividad del agua en forma de biomasa; las plataformas interactivas para la gestión de sistemas poscosecha; los seguros agrícolas mediante cadenas de bloques, con contratos inteligentes conectados con datos meteorológicos generados por satélite y vinculados con billeteras móviles: todo ello se encuentra en fase de investigación o en etapas de ejecución inicial.
Un experto de la FAO en Kenya utiliza su teléfono móvil para introducir las coordenadas en la aplicación eLocust3 mientras rastrea las bandas de langostas. ©FAO/Luis Tato
Ahora que una multitud de usuarios puede acceder a las conclusiones e innovaciones científicas de forma casi instantánea, la FAO no puede seguir cumpliendo las funciones tradicionales de difusión de conocimientos derivados de terceros. Su siguiente encarnación debe apuntar a la generación conjunta de conocimientos en tiempo real. Ello solo es posible mediante una colaboración dinámica e intensiva con los foros de donde procede el grueso de los conocimientos: instituciones académicas y el sector privado.
Entretanto, a escala nacional los gobiernos están adoptando marcos para canalizar la innovación: a mediados de 2019 por lo menos 49 países disponían de estrategias en el ámbito de la bioeconomía. Durante el año siguiente la Unión Europea presentó su estrategia “Del campo a la mesa”, en la que se expone el objetivo de un sistema alimentario regional justo, saludable y respetuoso con el medio ambiente. Esa multiplicación de iniciativas en materia de políticas confiere a la FAO la responsabilidad de fomentar entornos propicios a la ejecución en forma de aportaciones analíticas, conocimientos aplicados y sistemas de reglamentación. En 2019, por ejemplo, los Estados Miembros encargaron a la FAO la preparación de un mecanismo que armonizara políticas y normas en el ámbito de la digitalización de la producción de alimentos. Gran parte de esta labor será de carácter técnico; parte de ella se referirá a la gobernanza, desde la protección de datos hasta la reducción del riesgo de sesgo y la manera de hacer frente a la brecha digital.
En campamentos africanos de refugiados el Programa Mundial de Alimentos, organización hermana de la FAO, ya está empleando robots conversacionales para determinar las necesidades alimentarias y nutricionales. En un contexto en el que la inteligencia artificial está abocada a ocupar un lugar cada vez más destacado en aplicaciones relativas a la seguridad alimentaria, la nutrición y la salud, la FAO ha sumado fuerzas con el Vaticano y con gigantes tecnológicos de ámbito mundial para suscribir un Llamamiento de Roma para la ética de la inteligencia artificial, documento que combina la óptica moral, la previsión científica y la labor de reglamentación.
Hasta fechas recientes tal vez pareciera improbable la vinculación entre un organismo destacado de las Naciones Unidas, una autoridad mundial en el ámbito de la religión y Silicon Valley. Sin embargo, la evolución de las pautas de interacción social y la gobernanza mundial presentan indicios de un solapamiento amplio y un alcance conjunto acumulado: colectivamente, los signatarios del Llamamiento de Roma, que propugna una “algorética”, llegan a miles de millones de personas. En gran medida, el futuro inmediato se basará en coaliciones orientadas a la acción que movilicen a entidades y masas de seguidores que ejercen distintos grados de influencia en torno a problemas de carácter transversal: un tipo de unidad habilitada digitalmente que procura obtener resultados dirigidos a mejorar la humanidad. En la vertiente más específica de su impulso de colaboración, la iniciativa Mano de la mano de la FAO va dirigida a “emparejar” a países de distintos niveles de riqueza, donantes y receptores, en torno a objetivos definidos en materia de seguridad alimentaria. La plataforma incorpora recursos digitales en calidad de bien público destinado a generar valor a partir del crecimiento capilar de alianzas bilaterales.
De forma análoga, los proyectos físicos, como los planes de riego, no se acabarán mañana. Tampoco se acabarán los programas tradicionales de creación de capacidad o empoderamiento. Sin embargo, en la siguiente fase de desarrollo de la Organización, su asistencia técnica y su promoción se orientarán hacia un apoyo sistémico de carácter científicamente dinámico basado en macrodatos, vinculado con macroindicadores de ámbito mundial y dirigido a la transformación de la sociedad.
La plataforma geoespacial Mano de la Mano de la FAO muestra la cubierta terrestre de la zona del distrito de Rombo en Moshi, Tanzanía. ©FAO
La información geoespacial complementa y es validada por la información reunida sobre el terreno. En 2012 el mismo distrito fue vigilado por guardabosques. ©FAO/Simon Maina
La ambición de la FAO de ofrecer una interfaz entre ciencia y políticas que incorpore todos los aspectos de la seguridad alimentaria, incluidas sus dimensiones climática y ambiental, se tradujo en la creación de un puesto de Científico Jefe a mediados de 2020. Por aquel entonces, la Organización publicó investigaciones que demostraban que mediante intervenciones específicas en distintos puntos de las cadenas de suministro de alimentos de cualquier país no solo serían espectacularmente más asequibles las dietas saludables, sino que mejoraría el estado nutricional de miles de millones de ciudadanos: se podría ahorrar hasta un 80 % de los costos anuales en concepto de salud y clima relacionados con las dietas, suma equivalente a 3 billones de USD, que de otro modo lastrarían los presupuestos del planeta para 2030.
Los niños utilizan una tablet como dispositivo de aprendizaje, Bangladesh. ©FAO/Mohammad Rakibul Hasan
Ese año, 2030, sigue siendo el horizonte fijado para poner fin al hambre y la malnutrición en todas sus formas. En la búsqueda de ese objetivo los paisajes han cambiado, los rostros de la agricultura han mutado y las aplicaciones han desbancado al arado. La propia alimentación ha cambiado, al igual que nuestra comprensión biológica y cultural de la alimentación. En última instancia, importa menos la manera en que alimentemos al mundo. Pero lo que hagamos –pronto, de forma duradera y por medios inocuos y dignos– importa más cada minuto que pasa.