Existen numerosos factores que influyen en las repercusiones de las perturbaciones y las tensiones sobre las mujeres, así como en su vulnerabilidad y capacidad de resiliencia. Esos factores incluyen el tipo de empleo y las condiciones en las que trabajan las mujeres; la informalidad y la incertidumbre que suelen acompañar a las modalidades que determinan su trabajo; la desproporcionada responsabilidad que recae sobre las mujeres en materia de cuidados; el acceso limitado de las mujeres a activos productivos y servicios y las normas y políticas sociales que limitan el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género en los sistemas agroalimentarios. El marco de los sistemas agroalimentarios con perspectiva de género que se presenta en el Capítulo 1 pone de relieve las distintas repercusiones que las desigualdades estructurales de género y las perturbaciones y los factores de tensión tienen sobre los hombres y las mujeres. A menudo se describe a las mujeres como “amortiguadoras de las perturbaciones” en los hogares, en referencia a las formas en que adaptan sus pautas de trabajo, su consumo de alimentos e incluso sus ambiciones y expectativas para hacer frente a las perturbaciones1.
En el presente Capítulo se examina la forma en que distintas perturbaciones y tensiones, a saber, la pandemia de la COVID–19, el cambio climático, los conflictos y las crisis económicas que llevan aparejadas han repercutido, perfilado y, en muchos casos, exacerbado aún más las desigualdades existentes. También se exploran las formas en que estas perturbaciones y tensiones han afectado a la resiliencia de las mujeres y las niñas y a la seguridad alimentaria y la nutrición de los miembros de sus hogares. En el contexto de los sistemas agroalimentarios, la resiliencia se define como “la capacidad de los sistemas agroalimentarios a lo largo del tiempo, frente a cualquier alteración, de garantizar sosteniblemente la disponibilidad y el acceso a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos para todos y de sustentar los medios de vida de los actores de los sistemas agroalimentarios”2. El aumento de la resiliencia de las mujeres frente a las perturbaciones y los factores de tensión es esencial para mejorar la seguridad alimentaria y la nutrición y, por lo tanto, para alcanzar las metas del ODS 2.
EL AUMENTO DE LA RESILIENCIA DE LAS MUJERES ES ESENCIAL PARA MEJORAR LA SEGURIDAD ALIMENTARIA Y LA NUTRICIÓN.
Las perturbaciones y los factores de tensión no suelen producirse de manera aislada: a menudo se acumulan de manera compleja e interconectada, lo que dificulta las estrategias para afrontarlos. Esto resulta especialmente verídico en las zonas rurales, donde la pobreza, las desigualdades y el cambio climático están inextricablemente vinculados, lo que provoca que aumente la vulnerabilidad de las personas que viven en esas zonas y, en especial, de las mujeres y las niñas3. También contribuyen a esa vulnerabilidad las múltiples formas interrelacionadas de discriminación relativas al género, la edad, el grupo étnico, la salud, la discapacidad y la situación económica.
En determinados casos, las crisis graves —como las pandemias o las perturbaciones meteorológicas significativas— se suman a crisis crónicas a más largo plazo, como las relacionadas con el cambio climático. La respuesta a este tipo de crisis suele desencadenar y exacerbar las diferencias de género ya existentes, lo que provoca a su vez un aumento del trabajo de cuidados no remunerado que recae sobre las mujeres, un acceso más restringido y difícil a la información y a las medidas de seguridad, un aumento de la violencia de género, mayores dificultades económicas y estrategias de medios de vida más limitadas4. La combinación de estas crisis mixtas y múltiples suele producirse en zonas donde la desigualdad de género ya es elevada; por ejemplo, los países que se enfrentan a una alta exposición a fenómenos climáticos extremos suelen ser aquellos en los que las desigualdades de género son significativas5 o donde la pobreza está generalizada6, 7, 8. Los factores de tensión climáticos también pueden actuar como desencadenantes indirectos o causas agravantes de los conflictos, en especial en regiones dependientes de la agricultura y limitadas por otros factores institucionales como la inestabilidad política y los bajos niveles de desarrollo económico9, 10.
Estos desafíos requieren intervenciones centradas en generar resiliencia y capacidades de adaptación en los planos social, económico y territorial. Dichas intervenciones incluyen enfoques que responden a las cuestiones de género tomando en cuenta el tipo de perturbaciones y las repercusiones a corto y largo plazo sobre la capacidad de las mujeres para hacer frente a perturbaciones y factores de tensión múltiples y recurrentes, al tiempo que las empoderan como agentes de cambio, lo que contribuye a la resiliencia general de los sistemas agroalimentarios.
Las perturbaciones y las tensiones provocan crisis económicas que tienen repercusiones diferenciadas en hombres y mujeres, en zonas urbanas y rurales y en la agricultura en comparación con otros sectores.
La pandemia de la COVID–19 ha tenido repercusiones económicas más graves en la participación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios que las crisis económicas previas. Entre ellas, cabe destacar la gran disminución del empleo femenino en los sistemas agroalimentarios en general, así como en los segmentos no agrícolas de dichos sistemas en particular. Durante las crisis financieras del decenio de 1990, por ejemplo, la participación en la agricultura aumentó ya que se produjo una absorción de los trabajadores desplazados de sectores como la industria manufacturera, la construcción o el sector público11, 12. En general, el empleo femenino aumentó durante estas crisis y las acontecidas anteriormente, en especial entre los hogares más pobres y con menor nivel educativo o entre los hogares cuyos miembros trabajaban en el sector informal, por lo que desempeñó una función anticíclica13, 14.
Los efectos sobre el empleo en los sistemas agroalimentarios de la crisis que afectó en 2007–08 a la economía mundial y a los precios de los alimentos brindan una referencia comparativa adecuada. A escala mundial, las mujeres experimentaron un pequeño descenso del empleo tanto en la agricultura como en las partes no agrícolas de los sistemas agroalimentarios entre 2007 y 2008, que fue comparable en líneas generales a las pequeñas pérdidas de empleo que experimentaron los hombres en el sector (Figura 5.1)15. La agricultura no tuvo un efecto amortiguador en todo el mundo, pese a que se constataron diferencias considerables entre las distintas regiones: por ejemplo, en África septentrional se registró el mayor descenso del empleo femenino, mientras que en el África subsahariana se produjo un incremento del empleo tanto para las mujeres como para los hombres.
La pandemia de la COVID–19 puso de manifiesto las desigualdades de género que subyacen en los sistemas agroalimentarios. Además, agravó las desigualdades entre hombres y mujeres, en especial en el empleo, el acceso a los recursos financieros (ahorros, activos y acceso al crédito) y a los alimentos nutritivos, el acceso a los servicios de salud y su utilización, la carga de la prestación de cuidados y la exposición a la violencia doméstica16, 17.
A diferencia de lo ocurrido en crisis anteriores, las mujeres que trabajaban en sistemas agroalimentarios durante la pandemia de la COVID–19 experimentaron una mayor pérdida de empleo que los hombres en el primer año de la pandemia. El empleo femenino en los sistemas agroalimentarios se redujo en un 12 %, frente al descenso del 3 % registrado en el empleo masculino en los sistemas agroalimentarios. El descenso del empleo femenino se debió en gran medida a la reducción de las actividades no agrícolas en los sistemas agroalimentarios: en 2020, un 22 % menos de mujeres que en 2019 trabajaba fuera de la explotación agrícola en los sistemas agroalimentarios, mientras que el empleo masculino en el sector apenas disminuyó un 2 % durante el mismo período (Figura 5.2)18. Las diferencias de género en la pérdida de empleo resultaron especialmente pronunciadas en Asia sudoriental y América Latina y el Caribe.
Esto concuerda con tendencias más generales de la economía durante la pandemia de la COVID–19: en todas las regiones era más probable que las mujeres informaran de que habían perdido su empleo que los hombres19. El comercio al por menor, la actividad comercial y las industrias manufactureras, donde trabajaba el 40 % de las mujeres, se vieron especialmente afectados por la pandemia20 (véanse los recuadros 5.1 y 5.2, donde figuran ejemplos concretos de cada país). La pandemia afectó enormemente a las mujeres y los jóvenes, ya que representan gran parte de los trabajadores poco cualificados y con escasa formación y, como tales, tienen más probabilidades de desempeñarse como trabajadores autónomos u ocasionales, lo que aumenta las probabilidades de que pierdan su empleo y sufran interrupciones en sus ingresos21, 22, 23, 24.
En un estudio sobre las repercusiones de la pandemia de la COVID–19 se detectaron efectos diferenciados entre las mujeres y los hombres en los hogares rurales de Kenya, el Níger, Rwanda y Ugandai.
En Kenya, al inicio de la pandemia, las mujeres rurales tenían más probabilidades que los hombres de sufrir pérdidas de ingresos relacionadas con la pandemia. Las mujeres y los hombres que se desempeñaban principalmente en trabajos ocasionales y actividades de elaboración, comercialización y comercio tenían muchas más probabilidades de sufrir pérdidas de ingresos relacionadas con la pandemia que sus homólogos empleados en otros sectores. Las diferencias en la pérdida de ingresos entre los distintos tipos de actividades relacionadas con los medios de vida fueron similares en el Níger, donde, no obstante, los hombres eran más propensos que las mujeres a experimentar interrupciones en sus ingresos durante el primer año de la pandemia.
Las mujeres y los hombres adoptaron estrategias diferentes para afrontar la situación. En Kenya, las mujeres utilizaron el ahorro como primera respuesta para hacer frente a las pérdidas de ingresos, mientras que tanto hombres como mujeres vendieron activos y pidieron dinero prestado como estrategia de afrontamiento, sin diferencias de género significativas. Las principales fuentes de préstamos fueron los amigos y la familia, seguidos de los grupos de autoayuda y de los grupos de ahorro de las aldeas. Solo una pequeña proporción de las personas encuestadas solicitó préstamos a bancos, prestamistas o bancos cooperativos. El 20 % de las mujeres y el 10 % de los hombres declararon recurrir a las transferencias gubernamentales para satisfacer sus necesidades.
Por el contrario, en el Níger, la venta de activos y la reducción del consumo fueron las primeras respuestas para hacer frente a la pérdida de ingresos, sin diferencias de género. Durante la pandemia, solicitar préstamos siguió siendo una estrategia importante para ambos sexos; las mujeres solicitaron préstamos con mayor frecuencia en una fase ulterior de la pandemia, mientras que, en general, los hombres utilizaron más los ahorros como estrategia de afrontamiento que las mujeres. En Rwanda, recurrir a los ahorros fue la principal estrategia de afrontamiento tanto de los hombres como de las mujeres ante la situación. Los encuestados declararon tener menos acceso a transferencias de efectivo, y tanto las mujeres como los hombres recurrieron a sus propios activos y ahorros. No obstante, los hombres se mostraron más propensos que las mujeres a reducir gastos, vender activos y buscar empleos alternativos o adicionales. A medida que la pandemia persistía, el endeudamiento tendía a aumentar, sobre todo en el caso de las mujeres, debido al agotamiento de los ahorros y los activos y a la falta de acceso a las transferencias gubernamentales o de las ONG.
En Uganda, los hombres tendían más a pedir préstamos como respuesta inicial para hacer frente a la situación, mientras que las mujeres lo hacían en una fase posterior, una vez agotados los activos y los ahorros. La mayoría de los hombres y las mujeres rurales solicitó préstamos principalmente a fuentes informales, como amigos y vecinos o sistemas de ahorro rotativo. Muy pocos pidieron préstamos a fuentes formales, como bancos y organizaciones de microfinanciación. Las mujeres se mostraron más propensas que los hombres a obtener préstamos de sistemas de ahorro rotativo.
En Asia central, la pandemia de la COVID–19 aumentó las brechas de género en el empleo agrícola y en el empleo rural no agrícola, el poder de adopción de decisiones y el acceso a los activos y la financiación. En Kirguistán y Tayikistán, una proporción significativamente mayor de mujeres que de hombres declaró haber perdido ingresos debido a la pandemia (el 44 % de las mujeres frente al 37 % de los hombres en Kirguistán, y el 28 % de las mujeres frente al 22 % de los hombres en Tayikistán).
Las mujeres y los hombres recurrieron a estrategias de afrontamiento distintas para superar las perturbaciones provocadas por la pandemia. En el medio rural, la venta de activos fue más frecuente entre los hombres que entre las mujeres, ya que las mujeres de los países de Asia central suelen poseer pocos activos debido a la legislación discriminatoria, el derecho consuetudinario y las normas sociales de géneroi, ii, iii. En Kirguistán y Uzbekistán, la proporción de mujeres que afirmaron no tener ahorros fue superior a la de los hombres, lo que dio lugar a que muchos más hombres que mujeres recurrieran a los ahorros para hacer frente a las crisis (el 12 % de los hombres frente al 6 % de las mujeres en Kirguistán, y el 22 % de los hombres frente al 18 % de las mujeres en Uzbekistán). En los tres países, entre el 5 % y el 16 % de las mujeres del medio rural que no podían acceder a instituciones financieras formales tuvieron que solicitar préstamos a conocidos o familiares.
Además, la carga de trabajo no remunerado que recaía sobre las mujeres rurales aumentó, combinando actividades agrícolas con las tareas domésticas, la prestación de cuidados a familiares enfermos y la ayuda a los niños mientras cursaban la enseñanza en el hogar. En Tayikistán, la pandemia provocó que una mayor proporción de mujeres que de hombres aumentara el tiempo dedicado al cuidado infantil (el 47 % de las mujeres frente al 34 % de los hombres) y a la ayuda en materia educativa (el 48 % de las mujeres frente al 38 % de los hombres). La pérdida de empleo y de ingresos, unida a la movilidad restringida, provocó tensiones y agresiones por parte de los miembros de la familia, lo que supuso que las mujeres rurales fueran vulnerables a los abusos físicos y emocionalesiv, v, vi. La pandemia también limitó las posibilidades de llegar a los centros y servicios de salud: una proporción significativamente mayor de mujeres que de hombres declaró dedicar menos tiempo a acudir a los servicios de salud en Kirguistán (el 51 % de las mujeres frente al 40 % de los hombres) y Tayikistán (el 77 % de las mujeres frente al 68 % de los hombres).
En términos de acceso a los alimentos, las mujeres rurales se vieron más afectadas por la pandemia que los hombres (Figura A). La aparición y posterior propagación de la pandemia de la COVID–19, junto con las restricciones a la movilidad impuestas por muchos gobiernos nacionales, provocaron fuertes subidas de los precios de los alimentos y escasez en su suministro. Las pérdidas de ingresos, las alteraciones en los empleos y la actividad empresarial y las brechas de género en el mercado laboral exacerbaron las brechas preexistentes en la toma de decisiones sobre la relación entre los ingresos y los gastosvii, viii, incluida la capacidad de las mujeres para comprar alimentos. Ello afectó de forma desproporcionada a la seguridad alimentaria de las mujeres y a su capacidad para conseguir una nutrición adecuada y saludable.
Las mujeres tenían más probabilidades que los hombres de achacar su inseguridad alimentaria a la pandemia (el 81 % de las mujeres frente al 73 % de los hombres en Kirguistán, el 67 % de las mujeres frente al 56 % de los hombres en Tayikistán y el 70 % de las mujeres frente al 66 % de los hombres en Uzbekistán). Se observaron resultados similares en cuanto a la disminución del consumo de diversos alimentos: más mujeres rurales que hombres señalaron que habían empezado a consumir menos carne y productos cárnicos, huevos y productos lácteos, frutas, verduras, frijoles, legumbres y frutos secos como consecuencia de la pandemia.
La pandemia también aumentó la carga de trabajo de cuidados que asumen las mujeres. Las múltiples responsabilidades relacionadas con la prestación de cuidados por parte de las mujeres, combinadas con las interrupciones de los servicios y el cierre de las escuelas, aumentaron la labor de cuidados domésticos no remunerada de las mujeres; a su vez, la ratio entre la carga de cuidados que asumen las mujeres y la que asumen los hombres pasó de 1,8 en marzo de 2020 a 2,4 en septiembre de 202119. El aumento de la carga de cuidados agrava el riesgo de pérdida de empleo, ya que las tareas del hogar y las labores domésticas no remuneradas obligan a las mujeres a renunciar al trabajo o a reducir su jornada laboral. Alrededor del 49 % de las mujeres redujeron su jornada laboral remunerada durante el primer año de la pandemia25.
La pandemia también provocó un aumento del número de niñas que dejaron de estudiar por motivos no relacionados con el cierre de las escuelas (las niñas tenían 1,21 veces más posibilidades de abandonar la escuela que los niños)19. Por ejemplo, en Honduras y Uganda, las medidas de confinamiento aumentaron la carga de trabajo doméstico y de prestación de cuidados de las niñas y provocaron una disminución desmesurada de su asistencia a la escuela en comparación con los niños26. Cuando las niñas abandonan la escuela puede resultarles muy difícil retomar sus estudios27.
La pandemia de la COVID–19 provocó un aumento de la inseguridad alimentaria en todo el mundo, pero sus repercusiones sobre las mujeres fueron especialmente acusadas, lo que llevó a un aumento de la brecha entre la inseguridad alimentaria de hombres y mujeres. Como se informó en el Capítulo 1, la brecha creció desde los 1,7 puntos porcentuales de 2019, antes de la pandemia, hasta los 3 puntos porcentuales durante el primer año de la pandemia26, y alcanzó los 4,3 puntos porcentuales en 2021.
Las causas de la creciente brecha de género en la inseguridad alimentaria son diversas. La reducción de la capacidad de producción y distribución de alimentos de las mujeres provocó la disminución de su poder adquisitivo y de su acceso a alimentos nutritivos28. Las pérdidas de ingresos relacionadas con la pandemia incrementaron la carga de trabajo, mientras que el aumento de los precios de los alimentos provocó un cambio hacia alimentos con menos calorías y más baratos, con consecuencias para la seguridad alimentaria y la nutrición. En algunos países y contextos, las mujeres y las niñas tenían más probabilidades que los hombres y los niños de reducir la frecuencia y la calidad de la ingesta de alimentos como consecuencia de los valores y las prácticas socioculturales que sustentan las desigualdades de género en el seno de los hogares26, 29, 30.
La incidencia y la sensación de violencia de género, en especial la violencia doméstica y el abuso contra las mujeres y las niñas, se dispararon durante la pandemia de la COVID–19, debido en gran parte a las tensiones dentro de los hogares durante los confinamientos, el cierre de escuelas y la inseguridad alimentaria y financiera31, 32. Los primeros indicios del repunte de violencia de género se apreciaron al haberse producido un aumento del uso de la ayuda en línea para supervivientes de la violencia, de la policía y de los servicios de crisis de violencia doméstica de los hospitales33. Es posible que las órdenes de permanecer en casa aumentaran la exposición a posibles agresores, al tiempo que restringían los movimientos y el acceso a los servicios de apoyo34. Otros factores, como la edad, la situación socioeconómica, el origen étnico y la discapacidad, también interactúan con la vulnerabilidad y la experiencia de la violencia durante las pandemias35.
En todo el mundo, los hogares adoptaron diversas estrategias para hacer frente a las crisis causadas por la pandemia. Las estrategias de afrontamiento dependían de las capacidades de resiliencia previas a la pandemia, como la disponibilidad de recursos financieros y de capital social y humano (véanse los recuadros 5.1 y 5.2). Las capacidades de resiliencia frente a las repercusiones económicas de la COVID–19 están determinadas por las desigualdades de género. Además de las diferencias de género, la capacidad de afrontamiento y las respuestas también difieren en función de si el entorno alimentario es rural o urbano, y del tipo de cadena de valor agroalimentaria. Las mujeres y las niñas del medio rural tienen más probabilidades de trabajar en empleos informales y de tener menos acceso a los recursos productivos, la asistencia social y los servicios de apoyo, lo que puede dar lugar a que dependan aún más de sus parejas masculinas35. La consiguiente pérdida de poder de negociación, combinada con la inseguridad alimentaria y la restricción de movimientos, puede haber forzado a las mujeres a adoptar estrategias de afrontamiento perjudiciales, como las relaciones sexuales a cambio de beneficios personales, o haberlas expuesto a otras formas de explotación sexual34, 35.
A escala mundial, los programas de protección social fueron una respuesta clave a la pandemia de la COVID–19. No obstante, en julio de 2021, apenas cerca del 20 % de las medidas de protección social y del mercado laboral relacionadas con la COVID–19 en todo el mundo tenían en cuenta las cuestiones de género36. Los prometedores modelos de protección social con perspectiva de género adoptados por los gobiernos se centraron en especial en el empleo informal, la mitigación de la violencia de género y la distribución desigual del trabajo de cuidados35.
Los sectores económicos muy expuestos a las condiciones meteorológicas y climáticas y dependientes de ellas, como la agricultura, se ven fuertemente afectados por el cambio climático y las perturbaciones relacionadas con el clima3. El cambio climático también afecta a las cadenas de suministro de alimentos y a otros componentes de los sistemas agroalimentarios, lo que repercute en los resultados dietéticos, ambientales y socioeconómicos, así como en los resultados relativos a los medios de vida37. En este sentido, los efectos del cambio climático obstaculizan los esfuerzos de reducción de la pobreza y socavan los progresos realizados en materia de seguridad alimentaria y nutrición en todo el mundo. Las condiciones locales, la exposición al riesgo climático y el grado en que un hogar o un individuo del medio rural se ven afectados por la exposición al riesgo climático generan repercusiones climáticas de distinto grado en los países y las sociedades.
La capacidad de adaptación —la destreza de un individuo, un hogar o una comunidad para desarrollar resiliencia y adaptarse a los riesgos climáticos— determina el grado de vulnerabilidad al cambio climático, que no es homogéneo en el seno de las comunidades y difiere en función del género y otras categorías sociales que se entrecruzan, como la clase social, la condición socioeconómica, el grupo étnico y el nivel de educación3, 38, 39. Aumentar la capacidad de adaptación reduce la sensibilidad al cambio climático y hace que el individuo, el hogar o la comunidad sean menos vulnerables a sus efectos. En la capacidad de adaptación influyen el acceso a los recursos, su disponibilidad y la capacidad para utilizarlos, incluidos los recursos financieros, técnicos, educativos, sociales y naturales. En ese sentido, el cambio climático está interrelacionado con las pautas mundiales de desigualdad: las personas pobres y los sectores más vulnerables de la sociedad, que tienen una menor capacidad para hacer frente a las perturbaciones económicas y ambientales y a los factores de tensión, sufren de forma desproporcionada las repercusiones relacionadas con el cambio climático8, 37, 40, 41.
El cambio climático afecta a los hombres y las mujeres de manera distinta3. Como se mostrará en las siguientes secciones, existen disparidades de género en cuanto a la sensibilidad a los factores de tensión y las perturbaciones climáticas que, en combinación con la exposición, determinan la magnitud de las repercusiones. A su vez, las disparidades en las capacidades de adaptación y las preferencias de respuesta climática determinan los distintos grados de vulnerabilidad y resultados en materia de bienestar38. Estas disparidades varían en función del contexto e influyen en las posibilidades de las mujeres y los hombres de distinta edad, clase social, origen étnico y otras dimensiones sociales para ejercer su capacidad de acción y hacer valer sus preferencias de respuesta climática a distintos niveles42. A diferencia de las otras perturbaciones, en gran medida imprevistas, que se han analizado en el presente Capítulo (la pandemia de la COVID–19 y los conflictos), el cambio climático plantea desafíos concretos asociados tanto a los cambios de aparición lenta como a las perturbaciones agudas. Como tal, requiere una gobernanza anticipatoria y con perspectiva de género que permita gestionar las crisis climáticas por anticipado.
El grado de exposición de las personas a los factores de tensión y las perturbaciones climáticas y si se ven o podrían verse afectadas negativamente por dicha exposición dependen, entre otros factores, del género. En relación con sus medios de vida, las mujeres y los hombres del medio rural tienen funciones, responsabilidades y derechos diferenciados, lo que está determinado en gran medida por las normas de género y las estructuras sociales e influye en la naturaleza de su sensibilidad al riesgo climático38. En cada lugar, esta heterogeneidad de género en la exposición y sensibilidad a las perturbaciones y los factores de tensión relacionados con el clima también se combina con otras formas de diferenciación social, como la clase social, la edad o el grado de discapacidad40, 42, y todo ello afecta a la capacidad de adaptación y, por lo tanto, al nivel de vulnerabilidad.
La pobreza, la marginación y la discriminación de las minorías étnicas, los Pueblos Indígenas y las mujeres con bajos ingresos —cuyos medios de vida dependen en gran medida de los sistemas agroalimentarios (véase el Capítulo 2)— tienden a exacerbar la vulnerabilidad de esos grupos a la inseguridad alimentaria y la malnutrición derivadas de las repercusiones del cambio climático3. La especificidad contextual de esas repercusiones de género y la intersección de los factores que influyen sobre la vulnerabilidad son esenciales para determinar qué grupos concretos de mujeres y de hombres podrían estar más expuestos a las perturbaciones y los factores de tensión específicos relacionados con el clima42. Los sistemas geoespaciales, los enfoques cartográficos y otras metodologías basadas en índices tienen el potencial de detectar los puntos críticos de los riesgos climáticos y la vulnerabilidad climática de los diferentes grupos de hombres y mujeres en el marco de los sistemas agroalimentarios, lo que facilita una planificación y unas intervenciones de adaptación climática más específicas con perspectiva de género5, 43, 44, 45.
El cambio climático causa repercusiones negativas significativas sobre los sistemas agroalimentarios, por ejemplo, al reducir la productividad agrícola y alterar las cadenas de suministro de alimentos. En ese sentido, reduce los medios de vida de una elevada proporción de mujeres que viven en países de ingreso bajo y de ingreso mediano cuyos empleos dependen directamente de los sistemas agroalimentarios (véase el Capítulo 2).
La naturaleza de la exposición al riesgo climático en función del género varía si el contexto es rural o urbano, pobre o rico41, 40. Por ejemplo, en los países de ingreso bajo y de ingreso mediano, las mujeres rurales, que suelen encargarse de la recolección del agua (Capítulo 2), pueden sufrir una exposición y una sensibilidad desproporcionadas a los cambios en la disponibilidad de agua, exacerbados por el cambio climático46, 47. Los hogares vulnerables en las zonas urbanas pueden verse más perjudicados por las inundaciones y los riesgos para la salud vinculados a estas (por ejemplo, el cólera y la diarrea) que los hogares de las zonas rurales, debido a las deficientes infraestructuras hídricas y a las condiciones de hacinamiento en las que viven, con unas repercusiones desproporcionadas sobre las mujeres urbanas48.
La mortalidad tras fenómenos climáticos extremos y catástrofes naturales muestra unas pautas claramente marcadas por el género. A menudo, las mujeres —en especial aquellas con un nivel socioeconómico más bajo, con limitada capacidad de acción y escaso acceso a la información— tienen menos acceso que los hombres al socorro y la asistencia, así como tasas de supervivencia más bajas y menor esperanza de vida tras las catástrofes naturales49, 50, 51, 52. En Asia meridional y Asia sudoriental, las normas culturales que limitan la capacidad de las mujeres rurales para nadar o trepar a los árboles se han relacionado con menores tasas de supervivencia femenina durante las inundaciones53, 54. Del mismo modo, en Asia meridional, la práctica del purdah, que limita la contribución de las mujeres a las actividades socioeconómicas fuera del hogar, se ha relacionado con una mayor vulnerabilidad y mortalidad de las mujeres tras las catástrofes naturales. Esto puede deberse a que se impida a las mujeres participar en los planes de evacuación o a que ellas mismas se muestren reticentes a abandonar el hogar para buscar refugio antes de que se produzca la catástrofe55, 56.
La mortalidad por estrés térmico también difiere entre mujeres y hombres, aunque los datos sobre este tema siguen centrándose, sobre todo, en las economías de ingreso alto, y hay menos estudios sobre los países de ingreso bajo y de ingreso mediano. Varios países europeos han notificado una mayor mortalidad relacionada con el estrés térmico entre las mujeres que entre los hombres, en particular por lo que se refiere a las personas mayores57, 58, 59, mientras que en los Estados Unidos de América se han notificado más muertes naturales relacionadas con el estrés térmico entre los hombres60. Asimismo, existen vínculos evidentes entre la exposición al estrés térmico y otros fenómenos extremos y la violencia de género61, 62, y esos vínculos pueden incrementar aún más los riesgos de morbilidad y mortalidad femenina. Por ejemplo, las olas de calor en España coincidieron con un aumento de las denuncias de violencia de pareja, feminicidios y llamadas a las líneas telefónicas de ayuda, debido probablemente al aumento de la irritabilidad y el estrés, que provocaron que se rebajara el umbral a partir del que se cometen actos violentos63.
La vulnerabilidad a los efectos del cambio climático está ligada indisolublemente a la capacidad de adaptación64. A su vez, dicha capacidad está determinada y conformada por una serie de factores socioeconómicos e institucionales, en los que la desigualdad de género desempeña una función fundamental, en particular en las zonas más expuestas a los riesgos climáticos. La conexión y las intersecciones entre la desigualdad de género y la capacidad de adaptación van desde el acceso desigual a los recursos, la educación y las instituciones hasta las normas culturales y las estructuras sociales existentes41.
Los hombres y las mujeres también muestran preferencias y opciones diferentes sobre cómo adaptarse a los efectos negativos del cambio climático65. La elección de las prácticas de adaptación tiende a reflejar, en parte, las diferencias de género relativas a las funciones y las responsabilidades, ya que los hombres y las mujeres tienden a favorecer la adopción de prácticas que repercuten directamente en sus medios de vida y sus actividades 66, 67. A pesar del papel crucial de las mujeres en la adopción de estrategias de resiliencia climática3, su limitada capacidad de acción constituye una restricción clave a la hora de defender las estrategias y opciones de adaptación climática que prefieren, negociarlas y ejercer poder con respecto a ellas a diferentes niveles (el hogar, la comunidad, el grupo, la organización y las políticas)3.
Las mujeres y los hombres difieren en su acceso a las tecnologías y los insumos productivos necesarios para adaptarse al cambio climático. Dado que en algunos contextos la carga de trabajo de las mujeres aumenta con el cambio climático, el acceso a tecnologías e instrumentos que permitan ahorrar mano de obra es especialmente importante para mejorar su bienestar 68, 69, 70. En África oriental, el nivel de restricción de recursos al que se enfrentan las mujeres puede limitar el uso de dichas tecnologías, aún cuando las mujeres tienen el interés y la voluntad de adoptar tecnologías climáticamente inteligentes 71, 72. Las normas de género también pueden influir en la capacidad de las mujeres de acceder o adoptar determinadas tecnologías que no se consideren apropiadas para el contexto local73. Por ejemplo, las normas de género pueden limitar la capacidad de las mujeres para adoptar soluciones climáticamente inteligentes74, como la agricultura de conservación75 o la agroforestería76, o pueden restringir el acceso de las mujeres a los fertilizantes o las semillas mejoradas y su capacidad de utilizar dichos recursos77, 78. También pueden impedir que las mujeres adopten tecnologías productivas más vanguardistas o tecnologías economizadoras de energía al elaborar y transformar los alimentos, y todas esas tecnologías pueden resultar esenciales para la adaptación al cambio climático. Al mismo tiempo, en muchos contextos, las mujeres rurales desempeñan una función esencial en la selección de semillas de cultivos y la conservación de variedades tradicionales y especies silvestres afines a las plantas cultivadas, con lo que contribuyen al mantenimiento de una amplia reserva genética para la producción de cultivos, que puede resultar fundamental para la adaptación al cambio climático79.
El acceso a los servicios financieros y de asesoramiento y a la información es importante para la adaptación al cambio climático. Las normas discriminatorias de género tienden a limitar la movilidad de las mujeres y su capacidad para acceder a los servicios de extensión y a la información sobre el clima, así como para participar en oportunidades de generación de ingresos y unirse a grupos y organizaciones locales y tomar parte en ellos. Todos estos elementos son importantes para la resiliencia climática46, 68, 80. En África, la falta de acceso a la información es el principal obstáculo para la adopción de prácticas agroforestales, y dicho acceso es especialmente difícil para las agricultoras y los hogares encabezados por mujeres81. Además, las mujeres pueden tener preferencias diferentes a las de los hombres en cuanto a los tipos de servicios de información climática y los productos de seguros basados en índices climáticos que reciben82, 83. Cuando no se tienen en cuenta las preferencias de las mujeres en la planificación de los servicios de extensión de la agricultura climáticamente inteligente, se corre el riesgo de que se reduzca su participación en los servicios y se limite el intercambio de conocimientos84. Como puede verse en el Capítulo 3, la brecha de género en la propiedad de teléfonos móviles también puede limitar la capacidad de las mujeres para acceder a la información climática y meteorológica85. Las mujeres también tienen menos acceso que los hombres a los servicios financieros (véase el Capítulo 3). En Guatemala y Honduras, por ejemplo, las mujeres tienen menos acceso que los hombres al crédito agrícola y a los préstamos de las instituciones financieras formales, pese a que es más probable que las mujeres inviertan en estrategias de adaptación al cambio climático86. Además, hay diferencias de género sustanciales en el acceso, el uso y la demanda de seguros agrícolas87. Las normas de género que limitan la movilidad de las mujeres y su acceso a la documentación sobre la tierra pueden influir negativamente en su capacidad para contratar seguros basados en índices climáticos88.
Las mujeres rurales a menudo tienen que recurrir a estrategias de emergencia a corto plazo a costa de su resiliencia a largo plazo.
El acceso a los servicios financieros y de asesoramiento y a la información es importante para la adaptación al cambio climático. Las normas discriminatorias de género tienden a limitar la movilidad de las mujeres y su capacidad para acceder a los servicios de extensión y a la información sobre el clima, así como para participar en oportunidades de generación de ingresos y unirse a grupos y organizaciones locales y tomar parte en ellos. Todos estos elementos son importantes para la resiliencia climática46, 68, 80. En África, la falta de acceso a la información es el principal obstáculo para la adopción de prácticas agroforestales, y dicho acceso es especialmente difícil para las agricultoras y los hogares encabezados por mujeres81. Además, las mujeres pueden tener preferencias diferentes a las de los hombres en cuanto a los tipos de servicios de información climática y los productos de seguros basados en índices climáticos que reciben82, 83. Cuando no se tienen en cuenta las preferencias de las mujeres en la planificación de los servicios de extensión de la agricultura climáticamente inteligente, se corre el riesgo de que se reduzca su participación en los servicios y se limite el intercambio de conocimientos84. Como puede verse en el Capítulo 3, la brecha de género en la propiedad de teléfonos móviles también puede limitar la capacidad de las mujeres para acceder a la información climática y meteorológica85. Las mujeres también tienen menos acceso que los hombres a los servicios financieros (véase el Capítulo 3). En Guatemala y Honduras, por ejemplo, las mujeres tienen menos acceso que los hombres al crédito agrícola y a los préstamos de las instituciones financieras formales, pese a que es más probable que las mujeres inviertan en estrategias de adaptación al cambio climático86. Además, hay diferencias de género sustanciales en el acceso, el uso y la demanda de seguros agrícolas87. Las normas de género que limitan la movilidad de las mujeres y su acceso a la documentación sobre la tierra pueden influir negativamente en su capacidad para contratar seguros basados en índices climáticos88.
El capital social es fundamental en las capacidades de resiliencia de las agricultoras y los agricultores. La pertenencia a organizaciones de base comunitaria y la posibilidad de tomar parte en sus actividades pueden fomentar la adopción de tecnologías agrícolas climáticamente inteligentes89. Se ha demostrado que las redes y los grupos sociales son importantes fuentes de información sobre el clima, los recursos y las oportunidades económicas para las mujeres, y que contribuyen al fortalecimiento de sus capacidades y a una mayor capacidad de acción39. En algunos contextos, los hombres suelen contar con redes sociales más amplias (véase el Capítulo 3), y también suelen tener una mayor participación en la toma de decisiones en el seno de la comunidad, lo que a su vez puede influir en la adopción de un comportamiento adaptativo67.
El capital humano también es fundamental para la resiliencia al cambio climático. Las personas que han disfrutado de una mejor educación y poseen unas aptitudes y unos conocimientos más completos tienden a adoptar las nuevas tecnologías, a contar con una cartera de medios de vida más diversificada y a tener un mayor acceso a los servicios90. El cambio climático puede afectar más a la educación de las niñas que a la de los niños38, 91, y apoyar la educación, los derechos reproductivos y las aptitudes de las niñas para la vida podría dar lugar a una mayor resiliencia al clima92. Por ejemplo, en Malawi se ha demostrado que los programas de alimentación escolar reducen la probabilidad de que las niñas abandonen la escuela cuando se producen sequías93.
La forma en que las mujeres, los hombres y los hogares hacen frente a las perturbaciones climáticas, por ejemplo, reduciendo el consumo de alimentos, vendiendo activos, emigrando o ajustando la distribución del trabajo, tiene importantes repercusiones en el bienestar de las mujeres y en su capacidad de resiliencia futura46, 94. Las mujeres del medio rural, que tienen una capacidad de resiliencia limitada y, por consiguiente, pocas alternativas para responder a los cambios del clima, a menudo tienen que recurrir a estrategias de emergencia a corto plazo a costa de su resiliencia a largo plazo a las perturbaciones y los factores de estrés climáticos46, 95, 96, 97, 98. En la India, por ejemplo, las mujeres recurren a menudo a disminuir el número y el tamaño de las comidas que consumen durante las sequías, con efectos negativos para su salud en general99. En Uganda, los activos de los maridos están mejor protegidos frente a las perturbaciones meteorológicas que los de sus esposas, y algunos indicios apuntan a que los hogares afectados por las inundaciones pueden estar deshaciéndose de los activos de las esposas no relativos a las tierras como mecanismo de supervivencia100. Las mujeres cuyos esposos han emigrado debido al cambio climático y a otras limitaciones económicas pueden enfrentarse a una carga de trabajo adicional101 o a mayores riesgos de mortalidad102.
Las decisiones de modificar la distribución del trabajo en respuesta al cambio climático también tienen distintas repercusiones en la carga de trabajo relativa de los hombres y las mujeres. Los hogares pueden alterar las pautas de trabajo en respuesta al estrés térmico de manera que se incremente la carga de trabajo de las mujeres en la agricultura. En la República Unida de Tanzanía, por ejemplo, el estrés térmico se asoció con reducciones en el trabajo agrícola familiar de los hombres, pero no afectó al trabajo agrícola familiar de las mujeres en los hogares con presencia de hombres y mujeres, y se relacionó con incrementos en el trabajo agrícola familiar de las mujeres en los hogares formados únicamente por mujeres103. En un estudio reciente realizado en África104 se constató que, pese a que las olas de calor y las sequías están relacionadas con la reducción de las horas dedicadas a la agricultura, los efectos son un 40 % menores en el caso de las agricultoras. Por consiguiente, la proporción de horas trabajadas por las mujeres en la agricultura durante el calor extremo y la sequía aumentó en relación con las trabajadas por los hombres, lo que sugiere que las mujeres sufren de manera desproporcionada las perturbaciones relacionadas con el clima, ya que mantienen los niveles de trabajo a pesar de las repercusiones climáticas. Las niñas de más edad también pueden correr un mayor riesgo de desescolarización que los niños de más edad cuando aumenta la demanda de mano de obra familiar como consecuencia de las perturbaciones del clima, con repercusiones a largo plazo para su bienestar98, 105, 106.
Las estrategias a corto plazo para hacer frente al cambio climático también pueden empujar a las mujeres y a los hogares a adoptar prácticas no adaptadas, como las que pueden degradar los recursos naturales, o a optar por mecanismos de supervivencia perjudiciales para hacer frente a la situación, como las relaciones sexuales transaccionales, incluido para recibir ayuda62, 107. Los fenómenos meteorológicos extremos también contribuyen al aumento de los matrimonios precoces y forzados (véase también el Recuadro 5.3 sobre las posibles repercusiones en el trabajo infantil). En Bangladesh, por ejemplo, las mujeres y las niñas tienen más probabilidades de contraer matrimonio precoz en los años en que se producen olas de calor moderadas o graves, y tienen más probabilidades de casarse con hombres con un nivel educativo más bajo y que están más a favor de la violencia de pareja108. Durante esos fenómenos meteorológicos extremos, las familias pueden estar más dispuestas a aceptar matrimonios menos deseables (es decir, matrimonios en hogares más pobres y con maridos de menor nivel educativo) para aliviar la carga financiera, reducir las dotes o adelantar el matrimonio, exponiendo así a las mujeres a riesgos de morbilidad y mortalidad que perduran más allá de los fenómenos meteorológicos108.
La creciente frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos derivados del cambio climático afectan a las condiciones y a los medios de vida de millones de personas, incluidos los niños y las niñas vulnerables. Además, los niños y las niñas pueden verse afectados de forma diferente por los fenómenos relacionados con el clima, dadas las diferencias de género en las actividades domésticas y laborales y en la carga asumida en la prestación de cuidados.
En un estudio reciente realizado en Côte d’Ivoire, Etiopía, Nepal y el Perú se encontraron diferencias —aunque no pautas coherentes— entre géneros y países en las repercusiones de los períodos de sequía y las fuertes lluvias sobre el trabajo infantil, tanto en términos de incidencia como de intensidad (tiempo trabajado). En Côte d’Ivoire, las lluvias torrenciales se asocian a una menor incidencia del trabajo que realizan los niños, pero mayor en el caso de las niñas. Por el contrario, los períodos de sequía provocan un aumento de la intensidad del trabajo que realizan los niños, pero no en el caso de las niñas. En Etiopía, es más probable que las lluvias torrenciales aumenten la incidencia y la intensidad del trabajo que realizan los niños, mientras que no hay datos sobre los efectos de los períodos secos en relación con el trabajo que realizan los niños y las niñas. En Nepal, las lluvias torrenciales se asocian a una reducción de la intensidad del trabajo que realizan las niñas, pero no del que realizan los niños. En cambio, los períodos secos se relacionan con un aumento de la incidencia del trabajo que realizan las niñas y con una disminución de la incidencia y la intensidad del trabajo que realizan los niños. En el Perú, los resultados no muestran indicios de una relación entre las lluvias torrenciales o los períodos secos verificados de forma independiente y el trabajo infantil. No obstante, en un análisis adicional se concluyó que existe una relación entre los períodos secos declarados por la propia población y el aumento de la incidencia y la intensidad en el trabajo que realizan los niños, pero no en el de las niñas.
Aunque es evidente que la carga de trabajo de los niños y las niñas se ve afectada de manera distinta por los fenómenos climáticos, la falta de una pauta coherente por género o fenómeno sugiere la importancia de examinar más detenidamente los mecanismos subyacentes y, en particular, el vínculo entre las perturbaciones relacionadas con el clima, el trabajo infantil y la carga de cuidados.
Superar la desigualdad de género es un paso clave e indispensable para un desarrollo resiliente al clima. Es necesario abordar las cuestiones relacionadas con el cambio climático y alcanzar los objetivos de la adaptación al clima y la mitigación del cambio climático de forma que no solo se eviten mayores desequilibrios de género, sino que se busque intencionadamente reducir la vulnerabilidad y mejorar el empoderamiento de las mujeres41.
Es fundamental aumentar la resiliencia de los sistemas agroalimentarios, dadas las crecientes tasas de hambre e inseguridad alimentaria de los últimos años, especialmente en los países afectados por conflictos (véase el Recuadro 5.5)2. La inseguridad alimentaria, la malnutrición y la desnutrición se concentran cada vez más en entornos afectados por conflictos armados109. Desde 2012, los conflictos y la inestabilidad han sido uno de los principales motores del aumento de la prevalencia del hambre, especialmente en el Cercano Oriente y África del Norte110. A escala mundial, los conflictos y la inseguridad siguen siendo los principales causantes de las crisis alimentarias en cuanto al número de personas afectadas111. De acuerdo con la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria y el Marco armonizado (CIF/CH) (fase 3 o superior112), en 2021, alrededor de 139 millones de personas se enfrentaban a una crisis o una situación peor en 24 países o territorios en los que el conflicto o la inseguridad se consideraban el principal factor causante de la situación113. Los conflictos fueron el principal factor en tres de los cuatro países con poblaciones en situación de catástrofe (fase 5 de la CIF), a saber, Etiopía, Sudán del Sur y el Yemen. En 2030, dos tercios de la población pobre del mundo vivirá en Estados clasificados como frágiles o en conflicto, en los que la pobreza está estancada o va en aumento114.
La pandemia de la COVID–19 ya había provocado un aumento de la inseguridad alimentaria en Ucrania antes de que estallara la guerra. La inseguridad alimentaria moderada o grave entre las mujeres aumentó del 17,3 % en 2019 hasta el 28,9 % en 2021; en ese mismo período, entre los hombres aumentó del 13,3 % al 24,0 % (Figura A). Si bien las diferencias entre las mujeres y los hombres no son significativas en términos estadísticos, la pauta observada sugiere que las mujeres han sufrido más inseguridad alimentaria que los hombres por lo menos desde 2014.
El género se entrecruza con otras dimensiones sociales que afectan a las vulnerabilidades de distintos grupos, como la población romaní, las personas con discapacidad, las mujeres de las comunidades rurales y en zonas de desplazamiento y conflicto y las comunidades LGBTI+i. Las continuas operaciones militares y sus repercusiones en la producción agrícola y el comercio, así como en otros aspectos de la vida, han provocado cambios significativos en las pautas de mortalidad y emigración por sexo y edad, con importantes consecuencias para la igualdad de género, las dinámicas familiares y las relaciones socialesi.
El conflicto violento se ha definido como la ruptura sistemática del contrato social que resulta de las normas sociales y que produce cambios en ellas, lo que implica violencia masiva instigada a través de la acción colectivai. La Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) utiliza varios criterios para determinar qué casos de violencia equivalen a “conflicto”ii, entre ellos, la naturaleza de la violencia, el número de víctimas mortales, el tipo de agentes implicados y su nivel de organización. El derecho internacional humanitario distingue los conflictos armados internacionales entre Estados, en los que se utiliza la fuerza armada, y los conflictos armados no internacionales, en los que las hostilidades alcanzan “un nivel mínimo de intensidad” y las partes demuestran “un mínimo” de organización. En el Programa de recolección de datos sobre conflictos de la Universidad de Uppsala se define el conflicto armado como el uso de la fuerza armada entre grupos organizados que tenga como consecuencia al menos 25 muertes relacionadas con los combates en un año natural, y se diferencian los conflictos armados estatales de los no estatales en función de si toma parte el gobierno o Estadoiii. En el Proyecto sobre datos acerca de los conflictos armados y su ubicación, cuyos datos figuran en el presente capítulo, no se delimita qué es un “conflicto”, sino que se definen seis tipos de sucesos y alteraciones políticas y 25 tipos de componentes de los sucesos definidosiv.
Los datos de la CIF/CH no están desglosados por sexo, pero las pruebas demuestran que las mujeres suelen ser más vulnerables a la inseguridad alimentaria, ya que siguen enfrentándose a riesgos, obstáculos y desventajas adicionales debido a su género115. Los conflictos, la consolidación de la paz, la seguridad alimentaria y la nutrición y la igualdad de género están interrelacionados, y esas relaciones son causales en ambas direcciones116. Los conflictos violentos tienen repercusiones específicas diferenciadas por género en términos de nutrición, seguridad alimentaria, violencia de género (véase el Recuadro 5.6), resultados sanitarios, económicos y educativos, movilidad y actividades políticas y cívicas117, 118, 119, 120. En determinados casos, los conflictos armados afectan más a las mujeres y las niñas que a los hombres y los niños, sobre todo en lo que respecta a la violencia sexual, la malnutrición y el no retorno a la escuela. En otros casos, los hombres y los niños sufren más en términos de muertes y lesiones relacionadas con los conflictos, los secuestros y el reclutamiento en grupos armados, así como de pérdidas en materia de empleo y de educación.
La violencia de género se manifiesta de muchas formas durante las crisis. Las condiciones previas suelen agravarse durante las crisis, al tiempo que pueden surgir nuevas formas de violenciai. Por ejemplo, en Uganda se detectaron ocho formas de violencia de género durante el conflicto armado: violencia física, sexual y económica; altercados; matrimonio precoz; acaparamiento de tierras; malas relaciones familiares; y no revelación del estado serológico respecto al VIHii. En Colombia, otras formas de violencia de género fueron las amenazas de violencia contra la familia, el reclutamiento forzoso, el aborto forzoso o el control reproductivo, el secuestro, la violación y la trataiii. Es difícil estimar la naturaleza y la magnitud de la violencia sexual y de género en contextos de conflicto y posconflicto debido a los diferentes tipos de violencia, el estigma asociado a la victimización y el desmoronamiento de los marcos jurídicos y los servicios sociales que se producen durante estos acontecimientosiv, v, vi. Puede ocurrir que se superpongan múltiples formas de violencia, lo que exacerbaría la vulnerabilidad ante la violencia o su materialización. Las características de cada persona, como ser viuda o huérfana o tener una condición socioeconómica baja, interactúan con las desigualdades de género, lo que afecta a los riesgos de violencia de género.
En situaciones de conflicto, la violencia sexual se emplea a veces como medio para torturar y aterrorizar a las personasvii, viii. El término “violencia sexual relacionada con los conflictos” se refiere a la violación, la esclavitud sexual, el matrimonio forzado, la prostitución, el embarazo, el aborto y la esterilización, así como a cualquier otra forma de violencia sexual de gravedad comparable perpetrada contra mujeres, hombres, niñas o niños que esté directa o indirectamente relacionada con un conflictoviii. A menudo, las mujeres y las niñas suelen ser las más afectadas por la violencia; en 2021, alrededor del 97 % de toda la violencia sexual relacionada con los conflictos que se denunció se ejerció contra mujeres y niñas. No obstante, la cifra de denuncias está muy por debajo de la verdadera magnitud de la violenciaix.
Los conflictos pueden tener efectos perjudiciales en las personas cuyo sustento depende de los sistemas agroalimentarios. Si bien se ha considerado a menudo que las zonas urbanas son el principal entorno donde se produce la violencia y los conflictos debido a su mayor densidad de población, en África septentrional y occidental los conflictos se están ruralizando pese al rápido crecimiento de la población urbana121, 122. Por ejemplo, el 53 % de los sucesos violentos registrados en 2021 tuvo lugar en zonas rurales, frente al 20 % de hace una década122. Esta ruralización de los conflictos amenaza gravemente el empoderamiento de las mujeres y las niñas del medio rural y su papel en los sistemas agroalimentarios, aunque los datos al respecto siguen siendo limitados.
La guerra que tiene lugar actualmente en Ucrania plantea riesgos de género para las mujeres, los hombres y los niños, y se prevé que se convierta en la mayor emergencia humanitaria en Europa desde la Segunda Guerra Mundial123 (véase el Recuadro 5.4). Además, entraña repercusiones para la seguridad alimentaria mundial, ya que la Federación de Rusia y Ucrania son dos de los principales productores y exportadores de trigo, maíz, semillas y aceite de girasol124. Es probable que el conflicto tenga repercusiones de género a través de varias vías: i) el aumento de los precios de los alimentos puede afectar a la asequibilidad de las dietas saludables de manera diferente para las mujeres y los hombres; ii) el incremento de los costos de los insumos agrícolas podría afectar a la productividad de las agricultoras y los agricultores de manera distinta; iii) la reducción de los presupuestos gubernamentales (especialmente tras la pandemia de la COVID–19) puede reducir aún más el de por sí limitado apoyo que se presta a las comunidades agrícolas rurales, especialmente a las mujeres; iv) la falta de colaboración internacional puede reducir la asistencia oficial para el desarrollo destinada a los grupos vulnerables38, 124. Por todo ello, a la hora de aliviar las repercusiones de la guerra es importante centrarse en las mujeres y las niñas.
Los estudios de casos de países sugieren que los conflictos tienen consecuencias complejas sobre las funciones económicas de las mujeres en el hogar, la comunidad y la sociedad en general117, 120, 125, 126, 127. De los estudios de Bosnia y Herzegovina, Colombia, Kosovo, Nepal, Tayikistán y Timor Leste se desprende que los conflictos armados pueden aumentar la participación de las mujeres en las actividades económicas y los mercados de trabajo118; en algunos casos, esto se asocia con mejoras del bienestar general del hogar y la comunidad120. La agricultura se considera a veces como un “botín de guerra”, donde la posibilidad de obtener mayores rendimientos de la producción agrícola aumenta los riesgos de inestabilidad social y violencia. En otros contextos se describe como causa de agravios y frustraciones derivadas de la baja productividad o de la ausencia de oportunidades económicas que pueden contribuir a estos riesgos128.
En el Cuadro 5.1 se resumen las conclusiones de una serie de estimaciones de regresión que reflejan la relación entre los resultados laborales, la exposición al conflicto en los últimos 12 meses, el género y la interacción entre el género y la exposición al conflicto en 29 países del África subsahariana128. Las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de formar parte de la fuerza de trabajo en general y también de formar parte de la fuerza de trabajo tras haber estado expuestas a un conflicto (columnas 2 y 3). Los conflictos reducen la intensidad del trabajo tanto en el caso de las mujeres como en el de los hombres, pero esa disminución es mayor en el caso de los hombres (Figura 5.3). La exposición a conflictos puede dar lugar a una mayor participación en la agricultura tanto en el caso de las mujeres como en el de los hombres, si bien el aumento es mayor en el caso de las mujeres (12,9 puntos porcentuales, frente a los 8,3 puntos porcentuales en el caso de los hombres). Para las mujeres, la exposición a conflictos también conduce a una reducción de los ingresos, mientras que los hombres no sufren esa repercusión, lo que sugiere que las brechas salariales existentes que perjudican a las mujeres son aún mayores en contextos marcados por conflictos.
Aunque las novedosas conclusiones descritas anteriormente se centran en África, los datos de las diferencias de género en las repercusiones de los conflictos sobre el empleo en los sistemas agroalimentarios en el resto del mundo son variadas y particularmente limitadas. En un estudio reciente realizado en Colombia durante el período de 1994–2014 se llegó a la conclusión de que los conflictos armados de alta intensidad aumentaban la tasa de desempleo de 3,9 a 4,3 puntos porcentuales y tenían más repercusiones sobre las mujeres que sobre los hombres, lo que probablemente refleja cambios en las dinámicas domésticas en los hogares afectados por conflictos129. Por el contrario, un estudio realizado en varias ciudades asiáticas demostró que un mayor número de mujeres se incorporó a la fuerza de trabajo y se convirtió en el sostén económico de la familia como consecuencia del cambio de actitudes sociales o de la pérdida de miembros varones de la familia debido a conflictos130. No obstante, dadas sus limitadas aptitudes y su experiencia empresarial, las mujeres se incorporaron en su mayoría al mercado de trabajo como trabajadoras informales con salarios bajos, y a menudo no se les permitía trabajar en sectores dominados por los hombres, como el comercio y el transporte. Asimismo, las nuevas funciones de las mujeres resultaban extremadamente difíciles en términos de seguridad, condiciones de trabajo peligrosas y explotación salarial130.