Abordar las brechas en la productividad de las mujeres o solamente en uno de los ámbitos de la desigualdad de género —que se analizan en los capítulos 2 y 3— no basta para lograr un cambio significativo y duradero hacia la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en los sistemas agroalimentarios. En los diez últimos años, cada vez se otorga más atención a la importancia de abordar las limitaciones estructurales creadas por las normas sociales discriminatorias y las políticas y leyes que no tienen en cuenta las cuestiones de género en los sistemas agroalimentarios. Esto ha dado lugar a una necesidad cada vez más apremiante de que los proyectos se dirijan a aumentar el empoderamiento de las mujeres y a medir cómo influyen las intervenciones tanto en su capacidad de acción como en el empoderamiento. No basta con seguir como hasta ahora: se necesitan enfoques transformadores en materia de género para abordar el contexto socioeconómico más amplio en el que se producen la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres, incluidas las limitaciones que afectan a la participación y las aspiraciones de las mujeres y las niñas en los sistemas agroalimentarios1.
El modelo del sistema alimentario con perspectiva de género que se presenta en el Capítulo 1 determina cuatro ámbitos de desigualdad de género que obstaculizan el empoderamiento de las mujeres. Esos ámbitos son 1) la capacidad de acción de las mujeres; 2) las normas sociales de género; 3) las políticas y la gobernanza; y 4) el acceso a los recursos y el control sobre ellos. Los cuatro ámbitos varían en función de si su carácter es formal o informal y si limitan a las mujeres de forma individual o en el marco del sistema. La capacidad de acción, las normas, las políticas y el acceso a los recursos interactúan y se ven afectados por ejes convergentes de diferenciación, discriminación y exclusión sociales. Dada su interdependencia, los beneficios que conlleva la mejora de uno de esos ámbitos están supeditados a la consecución de cambios en los otros tres. En el Capítulo 3 se abordaba el acceso a los activos y el control sobre los recursos. En el presente Capítulo se tratan los tres primeros ámbitos referidos.
Abordar la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres significa hacer frente a las normas sociales restrictivas y los roles de género rígidos que afectan a cómo participan las mujeres en los sistemas agroalimentarios. Para hacer todo esto de manera efectiva, es preciso que los hombres, los niños y los líderes de las comunidades participen en los procesos transformadores en materia de género. Aunque existen numerosas pruebas de la importancia que estriba dicha participación, así como del éxito en el ámbito del proyecto o de la comunidad, resulta difícil detectar grandes avances sociales que lleguen a mejorar las normas sociales a fin de facilitar la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres. Por el contrario, cada vez más países diseñan más políticas inclusivas con las mujeres y las niñas. No obstante, todavía resulta mucho menos evidente la medida en que la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres se incluyen entre los objetivos explícitos y, por lo tanto, se inscriben en el marco de una vía clara que permita alcanzarlos.
El empoderamiento se define como el “proceso por el cual aquellos a quienes se les ha negado la posibilidad de tomar decisiones vitales estratégicas adquieren tal capacidad”2. Ello implica una transformación o un cambio a lo largo del tiempo3. El empoderamiento de los hombres y las mujeres da lugar a un mayor bienestar para todos. También puede aportar beneficios económicos y sociales a corto y largo plazo para las familias, las comunidades y las naciones en general. El empoderamiento ocupa un lugar preponderante en la agenda mundial de desarrollo y se refleja en múltiples metas del ODS 5: Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas. También se trata de un elemento esencial en el cambio transformador en materia de género en los sistemas agroalimentarios.
El empoderamiento no estaba entre las consideraciones más importantes del informe El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2010-114, que prefirió abordar las brechas de género centrándose en las desigualdades en términos de acceso a los recursos y los logros. No obstante, desde entonces, el empoderamiento de las mujeres ha pasado a ser un objetivo explícito de las intervenciones en la agricultura y los sistemas alimentarios encaminadas a aumentar la productividad agrícola o la nutrición de los hogares5, lo que permite una visión más holística del logro de la igualdad en los sistemas agroalimentarios.
El empoderamiento se centra en aumentar la capacidad de cada persona para tomar decisiones y la capacidad individual de poder elegir. Incorpora tres ámbitos interrelacionados: 1) recursos (acceso y futuras reivindicaciones sobre recursos materiales y humanos), 2) logros (resultados relacionados con el bienestar) y 3) capacidad de acción (toma de decisiones). La capacidad de acción es la posibilidad que tienen las personas de determinar sus objetivos, tomar decisiones y actuar en función de ellas, y puede adoptar múltiples formas, como la negociación o la resistencia2. Las mujeres pueden ejercer la capacidad de acción de muchas maneras, tanto a título individual como colectivo, en el seno de la familia y mediante su participación en los mercados, la política y otras redes oficiales y oficiosas.
En el contexto de los sistemas agroalimentarios, la capacidad de acción se cuantifica a menudo como la capacidad autodeclarada de las mujeres para participar en la toma de decisiones dentro del hogar (por ejemplo, sobre el uso de los terrenos agrícolas o los ingresos del hogar) en tanto que criterio para determinar su poder de negociación6. Tener voz en las decisiones que se toman dentro del hogar puede constituir una dimensión significativa del empoderamiento, ya que puede ser deseable como algo en sí mismo y también puede determinar la asignación de recursos en el hogar7. Desde la perspectiva de los sistemas agroalimentarios, la capacidad de acción también permite a las mujeres desempeñar un papel más importante en la gobernanza de las cadenas de valor y evita su exclusión de las negociaciones y medidas estratégicas que facilitan un mayor acceso a los mercados. Dada la crucial importancia de la capacidad de acción para el empoderamiento de las mujeres, índices como el conjunto de herramientas del índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura (véase el Recuadro 4.1) han centrado en gran medida sus mediciones en ella8.
Incrementar el empoderamiento de las mujeres es todo un reto, dada su naturaleza compleja, intangible y política. Medir el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género es importante por cuatro razones fundamentalesi. Puede sustentar un mejor diseño de los proyectos y arrojar luz sobre las maneras en que las intervenciones pueden provocar efectos no deseados, como la violencia de género. Medir y evaluar el empoderamiento también puede aumentar la rendición de cuentas y la credibilidad en los proyectos y políticas que pretenden reforzarlo, (nota a pie de página n.º 2) y, en última instancia, puede cuestionar las relaciones de poder al incluir a los participantes en las decisiones sobre qué y quién debería medir el empoderamiento, y cómo y cuándo hacerloiii. (Nota a pie de página n.º 3)
La creciente relevancia del empoderamiento en la literatura sobre igualdad de género ha suscitado un mayor interés por medir los cambios que se produzcan en él. El índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura, cuya función es registrar la capacidad de acción y el empoderamiento de las mujeres en el sector agrícola, se puso en marcha en 2012iv,v (notas a pie de página núms. 4 y 5). Antes de que entrara en funcionamiento, no existía ningún sistema de medición que se centrara exclusivamente en calibrar la capacidad de acción de las mujeres en este sectorvi. El índice abarca 10 indicadores en cinco ámbitos ponderados por igual: 1) decisiones sobre la producción agrícola 2) acceso a los recursos productivos y poder de adopción de decisiones en relación con estos 3) control sobre el uso de los ingresos; 4) liderazgo en la comunidad y 5) distribución del tiempo.
El índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura presenta varias ventajas. En primer lugar, refleja tanto los niveles absolutos de empoderamiento de las mujeres y los hombres en la agricultura como los logros de las mujeres en relación con los hombres en el seno del mismo hogar. En segundo lugar, el índice recoge el acceso al capital productivo y a los servicios financieros, la pertenencia a grupos y el uso del tiempo, por lo que incorpora una perspectiva más holística de la capacidad de acción que los indicadores que miden únicamente la participación en la toma de decisiones. En tercer lugar, la naturaleza del índice, que permite su descomposición, facilita que los usuarios puedan realizar un seguimiento de los progresos en las distintas dimensiones del empoderamiento, incluidas la evaluación de las complementariedades y las compensaciones entre los indicadores.
El índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura ha dado lugar a una serie de adaptaciones que incluyen su versión abreviada y la que se centra en el ámbito de los proyectos, elaborada como sistema de medición que permite calibrar los efectos de los proyectos de desarrollo agrícola en el empoderamiento de las mujeres y determinar esferas de desempoderamientovii. En el ámbito de los proyectos, el índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura considera la capacidad de acción intrínseca, instrumental y colectiva. La capacidad de acción intrínseca, o poder interior, refleja la voz interna de una persona, su autoestima o confianza en sí misma; la capacidad de acción instrumental, o poder, refleja la capacidad de una persona para tomar decisiones en su propio interés; y la capacidad de acción colectiva, o poder conjunto, es el poder que obtienen las personas al actuar junto con otras personas (véase la Figura A).
El índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura en el ámbito de los proyectos incluye también módulos complementarios opcionales sobre ganadería, salud y nutrición para proyectos que centren su interés en evaluar el empoderamiento en esas dimensionesi. También existen adaptaciones independientes que miden la ganaderíaviii, la pescaxi, la inclusión en los mercados y los resultados nutricionalesx, xi. El índice y sus variantes se han utilizado ampliamente (Figura B)xii.
Pese a que el índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura y otros instrumentos derivados han ayudado a estandarizar y comparar los efectos sobre el empoderamiento de las mujeres, también presentan diversas deficiencias que cabe reseñar. En primer lugar, las variables múltiples que presenta el índice implican que los cambios generales en el empoderamiento están condicionados por compensaciones, por ejemplo, entre la mayor participación de las mujeres en las actividades domésticas y agrícolas, que pueden ser empoderadoras, y el aumento de las cargas de trabajo y tiempo, que no lo son. En segundo lugar, si bien resulta útil medir aspectos de la toma de decisiones en relación con los ingresos y los activos, es difícil juzgar si los cambios en el empoderamiento también conducen a mejoras en el bienestar de las mujeres, a menos que las medidas se combinen con variables de efecto más normalizadas que midan los incrementos en los ingresos y los activos, especialmente entre las personas pobres y extremadamente pobres. En tercer lugar, incluso dentro del contexto relativamente estandarizado del índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura, el uso de diferentes medidas de los resultados dentro de cada ámbito de empoderamiento complica aún más la capacidad de comparar las pruebas reflejadas en los estudios.
El mayor interés en el empoderamiento de las mujeres como objetivo de las intervenciones para el desarrollo y los consiguientes avances en la definición y medición del empoderamiento han dado lugar a nuevas perspectivas sobre los factores que contribuyen a aumentar el empoderamiento en el contexto de los sistemas agroalimentarios. Las intervenciones en los sistemas agroalimentarios pueden aprovecharse para fomentar el empoderamiento de las mujeres, pero es necesario un diseño específico para mejorar los resultados. En el Capítulo 6 se explica con más detalle este aspecto, se profundiza en lo que ha dado buenos resultados y se exponen los siguientes pasos en pro de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en los sistemas agroalimentarios.
Parece más fácil influir sobre la capacidad de acción instrumental de las mujeres, aumentarla y medirla —por ejemplo, a través del control sobre los ingresos y los activos o las decisiones sobre los servicios financieros— que hacerlo sobre la capacidad de acción intrínseca y otros elementos del empoderamiento. En un examen de una cartera de 13 proyectos de desarrollo agrícola llevados a cabo en nueve países de África y Asia meridional que incluían combinaciones de intervenciones en materia de cultivos, ganadería y nutrición y tenían como objetivo aumentar los ingresos y los resultados nutricionales, el índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura en el ámbito de los proyectos indicó que los efectos de los programas sobre el empoderamiento eran desiguales9. Un tercio de las intervenciones dieron lugar a un incremento estadísticamente significativo de la paridad de género en los hogares, una intervención redujo la paridad y las demás no tuvieron efectos estadísticamente significativos. (Figura 4.1).
Además, la mayoría de los proyectos no tuvieron efectos significativos en las medidas globales de empoderamiento. El empoderamiento de los hombres y, sobre todo, el de las mujeres, aumentaron en algunos proyectos, aunque no en la mayoría (Figura 4.2).
En el caso de las mujeres, la mayoría de los efectos positivos sobre la capacidad de acción instrumental se debió a un mayor control sobre los ingresos, la propiedad de activos y el acceso al crédito (Figura 4.3). En varios proyectos se detectaron efectos positivos para las mujeres en los indicadores de capacidad de acción colectiva (por ejemplo, la pertenencia a grupos) cuando se emplearon métodos basados en grupos.
Estos resultados no difieren de los de otros estudios extensos sobre los efectos de las intervenciones en el empoderamiento. En una evaluación de proyectos seleccionados incluidos en el Programa conjunto para acelerar los progresos hacia el empoderamiento económico de la mujer rural10, que abarca un enfoque centrado en aumentar la seguridad alimentaria y nutricional, los ingresos, el liderazgo y la participación e influir en un entorno de políticas más receptivo para la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres, se obtuvieron resultados desiguales sobre el empoderamiento. El grado en que el empoderamiento mejoró significativamente para los hombres y las mujeres estuvo en función del país, el contexto y la ejecución del programa, con resultados más positivos en Kirguistán, más negativos en Etiopía y desiguales en Nepal y el Níger (Cuadro 4.1).
El sector ganadero cuenta con puntos de entrada clave para apoyar el empoderamiento de las mujeres (véanse los capítulos 2 y 3, donde se analizan los patrones de género relativos a la participación en el sector ganadero y la propiedad del ganado). Un examen de 106 estudios sobre intervenciones ganaderas y sus efectos en el empoderamiento de las mujeres reveló que los servicios de extensión, la capacitación y la educación registraron la mayor proporción de efectos positivos, seguidas de las transferencias de activos (Figura 4.4)11. No obstante, todos los tipos de intervenciones ganaderas tuvieron más efectos negativos que positivos sobre la carga de trabajo tanto de las mujeres como de los hombres. Otros estudios se centran en aclarar la necesidad del contexto local para comprender de qué forma interactúan la dinámica y las normas de género con las intervenciones para tener efecto en el empoderamiento de las mujeres3, 12, 13.
Es difícil lograr efectos de carácter sistemáticamente positivo en el empoderamiento de las mujeres ya que, a menudo, se enfrentan a múltiples desventajas y, además, los programas tienden a abordar solo algunas de las limitaciones. El incremento de los activos y los ingresos de las mujeres tampoco se traduce automáticamente en un aumento de sus oportunidades para tomar decisiones estratégicas sobre sus vidas. No obstante, pueden encontrarse relaciones positivas entre el empoderamiento y diversos resultados en materia de desarrollo. El empoderamiento de las mujeres mejora la dieta familiar y la nutrición infantil e incrementa la producción agrícola y la seguridad alimentaria de los hogares (Cuadro 4.2). Sin embargo, no existen demasiadas pruebas de que influya en la satisfacción vital, los resultados educativos y el acceso al agua, el saneamiento y la higiene.
Dietas infantiles y nutrición: En numerosos estudios que emplean el índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura como sistema de medición se han documentado vínculos positivos significativos entre el empoderamiento de las mujeres y el estado dietético o nutricional infantil (Cuadro 2.1 del Anexo 2)3, 14. El empoderamiento de las mujeres se relacionó de manera positiva con la puntuación de diversidad dietética infantil en la mayoría de los países y grupos de edad, así como por género15, 16. También existen asociaciones positivas entre la puntuación de paridad de género del índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura y las puntuaciones estándar de altura en función de la edad y la lactancia materna exclusiva en varios contextos (Bangladesh, Camboya, Ghana y Nepal), aunque se dan con menor frecuencia en el caso de la puntuación en materia de diversidad dietética infantil (Bangladesh)3, 15, 17, 18, 19, 20.
Dietas de adultos y nutrición: Hay pocos estudios que analicen la relación entre el empoderamiento de las mujeres y su propia dieta y nutrición, y los que sí lo hacen no aportan pruebas concluyentes3. En los estudios del índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura se señala la necesidad de evaluar mediciones agregadas y desglosadas para desentrañar el vínculo de esta relación (Cuadro 2.2 del Anexo 2). Si bien en algunos estudios se muestran relaciones positivas entre la puntuación agregada del empoderamiento de las mujeres y las puntuaciones de diversidad dietética3, los componentes del índice indican posibles compensaciones en estas relaciones. Por ejemplo, en un estudio sobre seis países, una mayor igualdad en el hogar, una mayor autonomía en la producción y una mayor carga de trabajo se asociaron a un menor índice de masa corporal (IMC), mientras que el aumento de la capacidad para hablar en público y la satisfacción con el ocio se asociaron con un mayor IMC21, 22.
También existen diferencias en función de la especificidad de cada contexto. Por ejemplo, se hallaron correlaciones positivas entre la puntuación del empoderamiento de las mujeres y la diversidad alimentaria en Bangladesh, Ghana, Kenya, Mozambique, Rwanda y Timor-Leste, pero no se observaron efectos significativos en Malawi, Uganda o Zambia18, 23, 24, 25. En un examen sobre la equidad de género en los ingresos, la tierra, el ganado y la carga de trabajo no se encontró ningún estudio que utilizara como resultados el estado nutricional de las mujeres o la calidad de sus dietas26.
En dos estudios sobre Bangladesh se evaluó la relación entre el empoderamiento de las mujeres y la nutrición y dietas de los hombres (Cuadro 2.3 del Anexo 2). En uno de los estudios se relacionaron el aumento en el acceso de las mujeres al crédito y a la toma de decisiones sobre este y su pertenencia a grupos con un menor IMC27, mientras que en el otro, el aumento en la puntuación del empoderamiento de las mujeres, los derechos sobre los activos y la pertenencia a grupos se relacionaron con puntuaciones de diversidad dietética más elevadas para los hombres18.
Dietas y seguridad alimentaria de los hogares: Los datos sobre la capacidad de acción de las mujeres y sobre la disponibilidad de alimentos para los hogares y su acceso a estos son limitados, y los resultados varían en función del contexto. En Bangladesh, los mayores niveles de empoderamiento de las mujeres se correlacionaron con una mayor diversidad alimentaria de los hogares y una mayor disponibilidad de calorías per cápita (Cuadro 2.4 del Anexo 2)27, 28, mientras que en Sudáfrica, el acceso de las mujeres al crédito y sus decisiones al respecto se relacionaron inversamente con la diversidad alimentaria9. La relación entre el empoderamiento de las mujeres y la seguridad alimentaria también varía en función del tipo de producto agrícola, la decisión tomada y el indicador de empoderamiento30. También hay resultados poco concluyentes entre la igualdad de género en el hogar y diversas medidas en pro de la seguridad alimentaria y las dietas de los hogares, si bien los estudios de mayor calidad reflejan conclusiones positivas más sólidas26. En Bangladesh, por ejemplo, la desigualdad de género dentro del hogar se asoció marginalmente con puntuaciones más bajas en materia de diversidad alimentaria en el hogar entre los hogares no pobres, los hogares pobres en tiempo y los que son pobres en ingresos y en tiempo, aunque no entre los hogares que solo eran pobres en ingresos11.
Incremento de la productividad agrícola: Los estudios que evalúan la relación entre el empoderamiento de las mujeres y el aumento de la productividad agrícola son relativamente escasos, pero algunos de ellos informan de vínculos positivos que varían en función del resultado. Ha quedado demostrado que el empoderamiento repercute positivamente sobre la productividad agrícola en Bangladesh y en el Níger, así como entre los cultivadores de maíz de Kenya32, 33, 34. En el Níger se estimó que un aumento del 1 % en el empoderamiento conllevaría un incremento de casi un 1 % en la producción agrícola34. En Bangladesh, el aumento de la participación de las mujeres en la toma de decisiones relacionadas con la agricultura se tradujo en una mayor asignación de tierras para los cultivos de frutas y hortalizas y en una reducción de las tierras asignadas al cultivo de cereales35. En ese mismo país también se ha demostrado que una mayor paridad de género dentro del hogar mantiene una correlación positiva con la eficiencia de la producción32, 16.
Otros ámbitos: Existen menos pruebas sobre la relación entre el empoderamiento de las mujeres y otros resultados en materia de bienestar, como la escolarización, la satisfacción vital y la salud mental. En Bangladesh, el aumento de la satisfacción vital de las mujeres y los hombres se correlacionó positivamente con la puntuación del empoderamiento y varios indicadores del índice de empoderamiento de las mujeres en agricultura17. En el estudio se concluyó que las mujeres y los hombres se beneficiaban de diferentes ámbitos del empoderamiento. Por ejemplo, la participación en las decisiones tenía más repercusiones en la vida de los hombres que en la de las mujeres. No obstante, los préstamos tuvieron efectos negativos en la satisfacción vital de las mujeres, pero no repercutieron en la vida de los hombres, lo que indica que las mujeres pueden sentirse más estresadas por las responsabilidades adicionales que conlleva tener que devolver préstamos. En otro estudio realizado en Bangladesh, el empoderamiento de los padres se asoció positivamente con la escolarización de los niños más pequeños, mientras que el empoderamiento de las madres resultaba más importante para la educación de las niñas y para mantener escolarizados a los niños y niñas de más edad38. En Burkina Faso, el aumento del empoderamiento de las mujeres también se ha relacionado con una disminución del estrés y de la depresión posparto39. Otros indicadores de empoderamiento, como la libertad de movimiento de las mujeres y su pertenencia a grupos, también se han señalado como indicativos de la disminución de una salud mental y bienestar deficientes en estudios llevados a cabo en la India y el Senegal40, 41.
LOS ESTUDIOS QUE EVALÚAN LA RELACIÓN ENTRE EL EMPODERAMIENTO DE LAS MUJERES Y EL AUMENTO DE LA PRODUCTIVIDAD AGRÍCOLA SON ESCASOS.
Las normas y prácticas sociales informales, así como las políticas e instituciones formalizadas, pueden crear obstáculos para el empoderamiento y el bienestar socioeconómico de las mujeres. Abordar esos obstáculos es fundamental para construir sistemas agroalimentarios en los que las mujeres puedan participar plenamente y ejercer su capacidad de acción. Lograr la igualdad de género, el empoderamiento de las mujeres y otros cambios duraderos en los sistemas agroalimentarios depende de la creación de marcos de políticas y jurídicos propicios y de la eliminación o la confrontación de las limitaciones subyacentes a la capacidad de las mujeres para acceder a recursos complementarios y sentirse empoderadas1, 42, así como de la reducción de las restricciones informales existentes relacionadas con las normas sociales discriminatorias que impiden a las mujeres materializar sus aspiraciones8. Las normas tienen repercusiones materiales en la medida en que las mujeres pueden poseer y controlar los recursos, acceder a los servicios e incluso conformar reglamentación oficial43.
En los sistemas agroalimentarios, las normas sociales discriminatorias crean desequilibrios de poder entre los hombres y las mujeres y limitan las opciones de que disponen. Dichas normas están formadas por sistemas de creencias y definen los comportamientos característicos y apropiados para los hombres y las mujeres en cada comunidad o contexto. El resultado suele ser una mayor implicación de las mujeres en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, restricciones a su movilidad y sus opciones de trabajo fuera del hogar y las actividades comerciales y limitaciones en su acceso a activos e ingresos y en su control sobre estos44. Estas limitaciones normativas pueden dar lugar a restricciones a la participación económica de las mujeres en los sistemas agroalimentarios (por ejemplo, como vendedoras, empleadoras o empleadas) y afectar a su capacidad para acceder a las tecnologías, los servicios y las redes sociales (como las organizaciones rurales y la capacitación en agricultura) y beneficiarse de todo ello45, 46, 47. También pueden afectar a las aspiraciones de las mujeres (véase el Recuadro 4.2).
Las bajas aspiraciones son limitaciones internas que pueden socavar la confianza de los individuos en sus propias capacidades; como tales, pueden obstaculizar la capacidad de acción y el empoderamientoi, ii, los comportamientos económicosiii y la participación política y comunitariaiv.
Los hombres y las mujeres de las comunidades agrícolas y en el contexto de los sistemas agroalimentarios en general pueden tener aspiraciones diferentes en lo que respecta al trabajo, la educación, los ingresos y la posición social, y todas ellas pueden variar en función del contexto y la generación. En los países en desarrollo, los jóvenes aspiran a menudo a abandonar la agricultura y desempeñar trabajos manuales o de oficinav, vi. Pero cuando es poco probable que completen la educación necesaria para ello, los hombres jóvenes manifiestan su interés por la agricultura “moderna”, mientras que las mujeres jóvenes no expresan tal interés, ya que la persistencia de las normas negativas y las limitaciones de recursos restringen sus oportunidades en la agriculturav.
Los patrones de género de las aspiraciones varían conforme se transforman las zonas ruralesvi. Por ejemplo, en las zonas rurales de rápida transformación de Marruecos, los hombres aspiran a una agricultura modernizada y a dedicarse al emprendimiento agrícola, mientras que las mujeres jóvenes tratan de equilibrar sus aspiraciones entre las funciones tradicionales de género (matrimonio y maternidad) y el deseo de obtener ingresos independientesvii. En las zonas donde se registra una importante emigración masculina y hay pocas opciones de llevar una vida lucrativa ajenas a la explotación agrícola, como sucede en algunos lugares de Kenya, las mujeres agricultoras declararon que aspiraban a comercializar sus actividades agrícolasviii.
Las aspiraciones individuales están determinadas por diversas instituciones oficiales y oficiosas, así como por las normas socialesix. También se ven influidas por las vidas y los éxitos de los modelos de conducta en la familia, en la comunidad y más allá de ellaix. Las lideresas representan importantes modelos de conducta, con efectos positivos para las niñas y las mujeres, especialmente en las comunidades rurales. La exposición a lideresas en la India, en el marco de un experimento a escala nacional, aumentó las aspiraciones de las mujeres jóvenes, colmó la brecha educativa de género y redujo el tiempo que las niñas dedicaban a las tareas domésticasx. En Lesotho, esa exposición condujo a actitudes más igualitarias entre las niñas, aunque no cambió los niveles de prejuicios sexistas públicosxi, y los modelos de conducta femeninos influyeron de manera positiva en las elecciones laborales de las jóvenes y disminuyeron su tolerancia frente a los estereotipos de génerovi.
El nivel de discriminación por motivo de género en las instituciones sociales (prácticas jurídicas, culturales y tradicionales que discriminan a mujeres y niñas) varía en función de cada región y país, pero sigue siendo inaceptablemente alto en todo el mundo (Figura 4.5)48. Las normas discriminatorias relacionadas con otras categorías sociales como el origen étnico, la religión, la edad o la discapacidad se entrecruzan con las normas de género y limitan aún más las opciones disponibles para determinados grupos de población48. Las normas discriminatorias en torno al valor de las niñas en la sociedad convergen con la pobreza y la inseguridad alimentaria para generar factores que impulsan el matrimonio infantil49. Las normas que son perjudiciales tanto para los hombres como para las mujeres, como el estereotipo del hombre como sostén económico de la familia, también contribuyen al estrés entre los agricultores varones, y ese estrés puede conducir al suicidio cuando los hombres sienten que no pueden mantener a sus familias50, 51, 52, 53.
Las normas sociales sobre el género y el trabajo de las mujeres siguen siendo sumamente restrictivas en las comunidades de Asia y del África subsahariana, donde la mayor parte de las personas trabaja en la producción primaria, ya sea en la agricultura o en la pesca54, 55, y en general en los países de ingreso bajo y de ingreso mediano56. Esta situación también limita el acceso de las mujeres a la tecnología y su uso en la agricultura, lo que a su vez restringe su productividad y sus posibilidades de obtener ingresos45, 57, 58. No obstante, hay excepciones. En algunas partes de Kenya, por ejemplo, las mujeres están aumentando su acceso a los servicios agrícolas y a los grupos de agricultores. Esto guarda relación con la percepción de las nuevas funciones de las mujeres en el hogar como principales destinatarias de la capacitación en nuevas prácticas, pese al limitado tiempo de que disponen54. En algunas zonas de Asia, las normas se han relajado de tal forma que las mujeres pueden desempeñar un papel más activo en la pesca y la agricultura comercial, lo que ha contribuido a que su movilidad sea más razonable47, 55.
A escala mundial, la aceptación de diversas normas sociales varía de un país a otro, y mejora lentamente a lo largo del tiempo. Por ejemplo, se observan grandes variaciones regionales en las normas relativas a la violencia de género (de forma concreta, en relación con si se debe tolerar el maltrato físico a la esposa, como puede verse en la Figura 4.6). En América Latina no suele aceptarse, mientras que en los países del África subsahariana se tolera más ampliamente. La tolerancia del maltrato físico a la esposa disminuyó ligeramente en la mayoría de los países entre 2006–2013 y 2013–19.
En consonancia con las normas restrictivas descritas anteriormente, en todo el mundo existe la creencia generalizada de que las madres deben cuidar de los niños pequeños en lugar de dedicarse a un trabajo remunerado. En muchos países de todas las regiones, más del 50 % de las personas encuestadas creen que los niños pequeños sufren cuando las madres trabajan (Figura 4.7). Esta norma social es coherente con la creencia generalizada de que los hombres deben tener acceso preferente a los puestos de trabajo en épocas de crisis o receso económico59, 60, 61.
Por otro lado, la mayoría de las personas encuestadas en los países de África del Norte y el África subsahariana apoya los derechos de las mujeres a ser propietarias de tierras y a heredarlas (Figura 4.8)61, 62. Más del 50 % de los encuestados en todos los países excepto en tres creían que las mujeres deberían tener los mismos derechos que los hombres a ser propietarias de tierras y a heredarlas.
La desigualdad de género en los sistemas agroalimentarios persiste, en parte, porque las políticas y las instituciones siguen limitando la igualdad de oportunidades, la rentabilidad de la mano de obra y los derechos a los recursos, pese a que se está prestando más atención a las brechas de género que se señalan en el Capítulo 363. Es necesario introducir cambios en una amplia gama de políticas, incluidas las políticas fiscales, las políticas que incentivan la inversión, la investigación y la innovación, y las políticas relacionadas con sectores sociales como la educación y la nutrición64.
El grado en que se abordan las cuestiones de género en los marcos normativos nacionales ha aumentado en el último decenio. Las políticas y los presupuestos nacionales en África oriental y América Latina han puesto cada vez más de relieve las brechas estructurales en el acceso y han incluido esfuerzos para producir resultados sensibles al género65, 66, 67. Un índice que mide las diferencias en la legislación entre el acceso de hombres y mujeres a las oportunidades económicas en 190 economías muestra mejoras en todas las regiones de ingreso bajo y de ingreso mediano bajo68, 69. Estas mejoras son más notables en Asia meridional y Oriente Medio y África del Norte, que partían de un nivel más bajo y siguen obteniendo puntuaciones significativamente inferiores a las de otras regiones (Figura 4.9). En el África subsahariana, la legislación que regula la movilidad, los activos y las iniciativas empresariales es la que más ha evolucionado con respecto a todas las demás regiones durante el período 2011 2022. En Burkina Faso, Sierra Leona y Zambia, las puntuaciones asignadas a la legislación que apoya las iniciativas empresariales aumentó un 33 % en este período.
Además, todos los países africanos han ratificado la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, y 42 países africanos han ratificado el Protocolo de la Carta Africana sobre los Derechos Humanos y de los Pueblos relativo a los Derechos de la Mujer en África (Protocolo de Maputo)48. También se lograron avances positivos en la promulgación de leyes y reformas para hacer frente a la violencia de género y para aumentar los derechos de las mujeres a acceder al crédito y a la tierra48, 70, 71.
Políticas agrícolas: cada política agrícola aborda la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres de manera diferente. En un análisis de documentos de políticas agrícolas (por ejemplo, las políticas agrícolas nacionales y los planes nacionales de desarrollo agrícola) de 68 países de ingreso bajo y de ingreso mediano realizado a través del instrumento de políticas sobre el género en la agricultura72 se llegó a la conclusión de que en el 15 % de los documentos no se tenían en cuenta las cuestiones de género (es decir, que en ellos no se hacía mención a las cuestiones de género al referirse a la igualdad o al empoderamiento de las mujeres) (nivel 1 de la Figura 4.10), aunque en la mayoría sí figuraba alguna consideración de género. No obstante, el 43 % de los documentos sobre políticas incluía muy pocas medidas o medidas muy genéricas destinadas a promover la igualdad de género (nivel 3 de la Figura 4.10). Apenas un documento proponía de manera explícita enfoques transformadores en materia de género para abordar las normas sociales discriminatorias (nivel 5 de la Figura 4.10). Entre las regiones, el África subsahariana ocupa la posición de vanguardia en cuanto a la receptividad a las cuestiones de género de las políticas agrícolas nacionales, seguida de América Latina y el Caribe (Figura 4.10).
Pocas de estas políticas abordan en profundidad cuestiones de igualdad de género y empoderamiento de la mujer. Si bien en más del 75 % se reconocían el papel de las mujeres o los retos a los que se enfrentan en la agricultura, solo en el 19 % se establecían la igualdad de género en la agricultura o los derechos de la mujer como objetivos políticos explícitos; en el 29 % se apoyaba el uso de datos desglosados por sexo para el seguimiento y la evaluación de las políticas, y solo en el 13 % se fomentaba la participación de las mujeres rurales en el ciclo de las políticas (Figura 4.11). Alrededor del 80 % de las políticas no tenían en cuenta las normas sociales discriminatorias, la violencia de género u otras vulnerabilidades interseccionales, como el cambio climático.
Políticas sobre el clima: en general, en la última década se ha producido una ligera mejora en el grado y la forma en que las cuestiones de la igualdad de género y los derechos de las mujeres se incorporan en las políticas relacionadas con el clima, con un aumento progresivo de la financiación internacional de las intervenciones que tienen en cuenta el género y de la representación de las mujeres en los foros y negociaciones internacionales sobre el cambio climático. La mayor atención al género y al cambio climático en las políticas también se refleja en una reciente revisión de las contribuciones determinadas a nivel nacional, donde el porcentaje de esas contribuciones examinadas en las que se hace mención a las mujeres o al género aumentó del 40 % en 2016 (contribuciones determinadas a nivel nacional previstas) al 78 % en 2021 (contribuciones determinadas a nivel nacional actualizadas)73. La agricultura fue el sector con mayor grado de integración del género (33 %) y el África subsahariana y América Latina y el Caribe fueron las regiones con las tasas más elevadas de inclusión del género en las contribuciones determinadas a nivel nacional: el 94 % (17 de las 18 contribuciones determinadas a nivel nacional) y el 100 % (las 18 contribuciones determinadas a nivel nacional), respectivamente73.
No obstante, los datos de América Central, África oriental y Nepal indican que, a menudo, la integración de las cuestiones de igualdad de género y derechos de las mujeres en las políticas agrícolas y climáticas nacionales es superficial, con menciones de pasada al “género,” que frecuentemente se limitan a reconocer su relación con el cambio climático74, 75, 76. La integración del género en las políticas climáticas y agrícolas también ha presentado a menudo a las mujeres como víctimas, en gran medida vulnerables y pasivas, del cambio climático76, 77, 78, 79, 80, pese a que existen pruebas de que la situación está cambiando: el número de contribuciones determinadas a nivel nacional que consideran a las mujeres como “partes interesadas” y “agentes del cambio” ha aumentado a lo largo del período 2016–2021, lo que refleja un progreso en la representación de las mujeres como participantes activas en la acción climática73.
Pese a estos cambios positivos, a menudo, las políticas agrícolas y ambientales nacionales que hacen referencia a las vulnerabilidades al cambio climático relacionadas con el género siguen sin incluir medidas normativas o estrategias para hacer frente a esas vulnerabilidades durante su aplicación76, 81. En un estudio de Zambia se destaca que, aunque las políticas y los planes de desarrollo nacionales generales presentan disposiciones claras para la transversalización de la perspectiva de género, los programas de ordenación de recursos naturales y cambio climático carecen de mecanismos sólidos de seguimiento y evaluación para controlar los progresos en la aplicación de las disposiciones de género82.
El desajuste entre el discurso y las medidas en materia de políticas relativas al género y el cambio climático también resulta patente al hacer el análisis presupuestario. En Nepal, el presupuesto nacional asignado a las medidas para luchar contra el cambio climático no incluye referencias al género pese a los recientes incrementos en la asignación76. Los parlamentarios y los responsables de formular políticas suelen carecer de los conocimientos y las capacidades necesarios para incorporar la perspectiva de género y la interseccionalidad en las políticas y medidas relacionadas con el cambio climático83, 84, lo que a menudo se ve agravado por los obstáculos que dificultan una aplicación eficaz, como la falta de voluntad política y la presencia de un marcado sesgo de género en las instituciones sociales a través de las cuales se supone que se dictan las políticas relativas al clima74, 75, 82, 85, 86.
Los datos disponibles sobre la integración de las cuestiones de género, la agricultura y el cambio climático en las políticas de desarrollo subnacionales son limitados. En Uganda, el discurso sobre género y cambio climático decae progresivamente al pasar de las políticas nacionales a las de distrito y subnacionales81. En un análisis de la medida en que se tienen en cuenta las cuestiones de género al elaborar los presupuestos de los planes de ejecución en los distritos y las administraciones locales en Uganda y la República Unida de Tanzanía se llegó a la conclusión de que existe una marcada diferencia entre las estimaciones presupuestarias y los presupuestos reales asignados, y de que estos últimos se mantienen en niveles bajos74. Del mismo modo, al presupuestar los planes de desarrollo subnacionales en Uganda se asignaron cantidades limitadas a las cuestiones de igualdad de género, repartidas entre categorías amplias como “mujeres”, “género” y “asuntos de la mujer”81.
Cuanto mayores son los niveles de representación política femenina en los parlamentos nacionales, más frecuente resulta contar con políticas de cambio climático más rigurosas87. No obstante, las mujeres y las organizaciones de mujeres suelen estar marginadas en los procesos de adopción de decisiones sobre el clima que tienen lugar en las administraciones, tanto en el plano nacional como en el local88, 89, 90. La inclusión y participación de las mujeres en los procesos internacionales de toma de decisiones en materia de políticas sobre el clima también sigue siendo limitada, aunque los datos recientes apuntan a una mejora gradual. Por ejemplo, el porcentaje de mujeres que ejercen como delegadas nacionales ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) aumentó del 30 % en 2009 al 38 % en 2021, aunque solo el 13 % de los jefes de delegación en 2021 eran mujeres (frente al 10 % en 2009)91. El activismo de las organizaciones de mujeres también ha influido en los procesos internacionales de toma de decisiones en materia de política climática, con un papel fundamental, por ejemplo, en la creación del Grupo de Mujeres y Género de la Conferencia de las Partes de la CMNUCC92, 93.