Debido a la gran cantidad de carbono que almacenan, el agua que bombean desde sus raíces hacia la atmósfera y su creciente vulnerabilidad, los bosques de los territorios de los pueblos indígenas y tribales cumplen un rol crítico en la estabilización del clima a nivel local, regional y mundial. Solo los bosques de los territorios de los pueblos indígenas del continente que han sido mapeados almacenan alrededor de 34 000 millones de toneladas métricas de carbono (MtC) (Frechette et al., 2018), es decir, casi el 30% del carbono en los bosques de América Latina y el 14% del carbono en los bosques en el trópico en el mundo (Saatchi et al., 2011; Walker et al., 2014; Frechette et al., 2018). El 72% del carbono (24 641 MtC) puede encontrarse en la Cuenca del Amazonas (Frechette et al., 2018).
Los árboles en esos bosques no solo almacenan carbono; constantemente capturan más carbono de la atmósfera. Entre 2003 y 2016 el carbono que capturaron los territorios indígenas en la Cuenca Amazónica equivalía al 90% de todas las emisiones de carbono por la deforestación y la degradación forestal en esos territorios (Walker et al., 2020). En otras palabras, las emisiones netas de carbono de estos territorios fueron prácticamente nulas.
Para la Cuenca Amazónica también hay evidencia de que la pérdida de una proporción significativa de los bosques de los territorios de los pueblos indígenas y tribales podría llevar a un “punto de inflexión” (tipping point), desatando una reacción en cadena en la que la deforestación reduce las lluvias y aumenta la temperatura, y eso a su vez eleva la pérdida de bosques debido a sequías e incendios forestales. Así, en unas pocas décadas, el ecosistema de bosque húmedo del este y sur de la cuenca se podría convertir en uno de sabana (como la Ecorregión del Cerrado), lo que tendría efectos decisivos sobre el patrón de lluvias en América Latina y el aumento de la temperatura a nivel local y global (Lovejoy y Nobre, 2019).
Los territorios de los pueblos indígenas y tribales también albergan una enorme diversidad de fauna y flora silvestre. En los territorios indígenas de Brasil, por ejemplo, hay más especies de mamíferos, aves, reptiles y anfibios que en todas las áreas protegidas fuera de esos territorios (Schuster et al., 2019). Asimismo, en los territorios de los pueblos Tacana y Leco de Apolo – en el Estado Plurinacional de Bolivia – se encuentran el 66% de los vertebrados y el 60% de las especies de plantas de ese país (Salinas et al., 2017). De ahí que evitar la deforestación y la degradación forestal en estos territorios reduciría la pérdida de hábitat, una de las principales amenazas a la conservación de la vida silvestre.
A su vez, mantener la integridad de los bosques de estos territorios puede ayudar a evitar las epidemias de enfermedades zoonóticas, tanto las nuevas como las conocidas. A nivel global, la mayor parte de las nuevas enfermedades que han causado epidemias en las últimas décadas son de origen zoonótico, y muchas están vinculadas con la deforestación y la degradación forestal (Guégan et al., 2020). En la Amazonía, existe evidencia que vincula la perturbación de los bosques con la prevalencia de arbovirus, candida auris, chagas, fiebre amarilla, hantavirus, leishmaniasis, malaria, paracoccidioidomicosis y rabia (Ellwanger et al., 2020).
Aunque la población de los territorios con buena cobertura forestal que los pueblos indígenas y tribales gestionan de forma colectiva probablemente no supere los diez millones de personas (Thiede y Gray, 2020), estas poseen una enorme riqueza cultural, con un valor incalculable tanto para ellas mismas como para la cultura universal. De los más de 800 pueblos indígenas y tribales de América Latina y el Caribe, la mayoría (más de 300) se encuentra representado en los territorios analizados aquí (CEPAL y FILAC, 2020).10 Esto representa una enorme diversidad de culturas, cosmovisiones, costumbres y conocimientos, que contribuye a casi todas las facetas de la vida humana.
Como ya se mencionó, pese a esa gran riqueza cultural y de bienes naturales, los pueblos indígenas y tribales que habitan en estos territorios están entre los grupos humanos con menores ingresos monetarios y acceso a servicios y, además, tienen altos índices de inseguridad alimentaria y nutricional y de enfermedades. Suelen vivir en zonas caracterizadas por altos niveles de actividad ilícita, conflicto violento e impunidad (Global Witness, 2018, 2019, 2020; McSweeney et al., 2018; Clerici et al., 2020). Además, estas dificultades se han agudizado con la pandemia de COVID-19 (Cowie, 2020; FILAC y FIAY, 2020; Hernández, 2020). Eso hace que estos territorios tengan una gran importancia desde una perspectiva de gobernanza y estabilidad política local y nacional.