No solo está aumentando la frecuencia e intensidad de los desastres, sino que se prevé que empeoren sus repercusiones, ya que, a medida que el planeta se calienta, se enfrenta a los desafíos de un panorama de riesgos incierto en un contexto marcado por unos recursos biológicos y ecológicos finitos. Según la Base de Datos Internacional sobre Desastres (EM-DAT) del Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres, la frecuencia de los desastres ha aumentado de 100 por año en la década de 1970 a unos 400 fenómenos por año en todo el mundo en los últimos 20 años.
La FAO presenta esta nueva publicación principal, Las repercusiones de los desastres en la agricultura y la seguridad alimentaria, como parte de su compromiso permanente de promover un futuro más inclusivo, resiliente y sostenible para la agricultura. Con base en tres publicaciones anteriores de la FAO sobre este tema, el informe tiene por objeto organizar y difundir los conocimientos disponibles sobre los efectos de los desastres en la agricultura con miras a promover inversiones en la reducción del riesgo de desastres basadas en datos objetivos.
El riesgo de desastres comprende la compleja interacción entre el entorno físico (tanto el natural como el construido) y la sociedad (como el comportamiento, la función, la organización y el desarrollo). El riesgo de desastres se determina probabilísticamente como una función de la amenaza, la exposición, la vulnerabilidad y la capacidad, mientras que un desastre hace referencia a una perturbación grave en el funcionamiento de una comunidad o sociedad a cualquier escala provocada por fenómenos que supongan un peligro que, en combinación con condiciones de vulnerabilidad, exposición y capacidad, ocasionan uno o más de los siguientes efectos: víctimas humanas y pérdidas y repercusiones materiales, económicas y ambientales.
La agricultura se ve afectada principalmente por amenazas meteorológicas e hidrológicas, amenazas geológicas, ambientales y biológicas, aunque las amenazas sociales, como el conflicto armado y las amenazas tecnológicas y químicas, también podrían suponer un peligro. El valor de las pérdidas y los daños ocasionados por un desastre depende de la velocidad y la escala espacial a la que interactúa una amenaza con la vulnerabilidad y los riesgos preexistentes, junto con el valor de los activos o los medios de vida expuestos.
El carácter sistémico e interconectado del panorama actual del riesgo también influye en las repercusiones de los desastres. Cuando una amenaza se manifiesta, puede provocar repercusiones en cadena y afectar a múltiples sistemas y sectores dentro de los países y entre ellos. Algunos de los factores subyacentes del riesgo de desastres son el cambio climático, la pobreza y la desigualdad, el crecimiento demográfico, las emergencias sanitarias provocadas por pandemias, prácticas como la utilización y gestión insostenibles de la tierra, los conflictos armados y la degradación del medio ambiente.
En todo el mundo, la agricultura se encuentra cada vez más en riesgo de perturbación debido a múltiples peligros y amenazas, como las inundaciones, la escasez de agua, la sequía, el descenso de los rendimientos agrícolas y los recursos pesqueros, la pérdida de diversidad biológica y la degradación del medio ambiente. Las variaciones en el suministro de agua y las temperaturas extremas son dos de los principales factores que afectan directa e indirectamente a la producción agrícola. Las inundaciones y las fuertes precipitaciones pueden tener repercusiones positivas y negativas en los sistemas y la productividad agrícolas. La sequía en la agricultura se debe a una combinación de escasez de precipitaciones (sequía meteorológica), escasez de agua en el suelo y reducción de los niveles de agua subterránea y de almacenamiento de agua necesarios para el riego (sequía hidrológica). Las temperaturas extremas también tienen consecuencias negativas para la producción agrícola. En el subsector de la ganadería, el estrés térmico puede afectar a la mortalidad, al aumento de peso vivo, a la producción de leche y a la fertilidad de un animal.
Existen datos que muestran que las actuales tendencias de calentamiento en el mundo entero ya están repercutiendo en la agricultura. En un estudio reciente, se constató que la gravedad de las repercusiones de las olas de calor y las sequías en la producción agrícola prácticamente se triplicó entre los períodos comprendidos entre 1964 y 1990, y 1991 y 2015, pasando del 2,2 % al 7,3 %. Los desastres también afectan a los medios de vida, la seguridad alimentaria y la nutrición. Dan lugar a desempleo en las zonas rurales, provocan una disminución de los ingresos de los agricultores y los trabajadores agrícolas, y reducen la disponibilidad de alimentos en los mercados locales.
En casos extremos, los desastres provocan el desplazamiento y la emigración de las poblaciones rurales. La provincia de Sindh, en el sur del Pakistán, es un ejemplo de cómo la combinación de amenazas de aparición súbita y de evolución lenta provocó desplazamientos, lo que afectó negativamente a los sistemas alimentarios y aumentó la inseguridad alimentaria.
Como se muestra en el RECUADRO 3, las mujeres suelen ser las más afectadas por los desastres. Las limitaciones estructurales y de recursos son los principales factores de la desigualdad entre los sexos cuando ocurren desastres. Las mujeres se enfrentan a obstáculos para acceder a la información y a los recursos necesarios para prepararse, responder y recuperarse adecuadamente cuando ocurre un desastre, por ejemplo, el acceso a sistemas de alerta temprana y refugios seguros, así como el acceso a planes de protección social y financiera y a empleo alternativo.
Comprender el alcance y al grado en que estas anomalías meteorológicas y fenómenos extremos afectan a la agricultura es el primer paso para elaborar estrategias de reducción del riesgo de desastres y de adaptación al clima. Si bien varias bases de datos registran las repercusiones de los desastres, las pérdidas en la agricultura y sus subsectores actualmente no se evalúan ni notifican de forma exhaustiva como parte de sus pérdidas económicas totales en las bases de datos mundiales existentes sobre desastres y amenazas múltiples. Es sabido que la falta de datos y de coherencia entre las bases de datos existentes es una limitación de los repositorios internacionales de la EM-DAT, DesInventar, el Banco Mundial, la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, las bases de datos que mantienen los grupos de reaseguros internacionales y las bases de datos nacionales.
En la actualidad existen dos conjuntos de metodologías que se utilizan para recopilar información sobre las pérdidas ocasionadas por los desastres en la agricultura. El primero forma parte de los estudios de evaluación de las necesidades después de desastres, mientras que el segundo fue elaborado por la FAO en coordinación con la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres con el fin de medir el indicador C2 del sistema de seguimiento del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres.
Los datos de las evaluaciones de las necesidades después de desastres realizadas entre 2007 y 2022 muestran que las pérdidas agrícolas representaron una media del 23 % de las repercusiones totales de los desastres en todos los sectores y que más del 65 % de las pérdidas causadas por sequías se registraron en el sector agrícola. En los desastres provocados por inundaciones, tormentas, ciclones y actividad volcánica, cerca del 20 % de las pérdidas se registraron en la agricultura, lo que pone de relieve la desproporcionadamente alta repercusión de las sequías en el sector. Entre los subsectores, la mayoría de las pérdidas afectaron a los cultivos y el ganado, si bien es posible que estas evaluaciones no se hayan centrado lo suficiente en la pesca y la acuicultura y la actividad forestal.
Los datos del subindicador C2 del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030, que corresponden a las pérdidas agrícolas directas atribuidas a los desastres, fueron notificados por 82 países de los 195, mientras que 38 presentaron datos subsectoriales. Las pérdidas agrícolas totales provocadas por los desastres registrados en el sistema de seguimiento del Marco de Sendai ascienden a una media de 13 000 millones de USD al año, principalmente a causa de inundaciones (16 %), fuegos e incendios forestales (13 %) y sequías (12 %). Es probable que las cifras de las evaluaciones de las necesidades después de desastres y del indicador C2 se queden cortas en gran medida en vista de las limitaciones y demoras de la presentación de datos.
Los datos sobre daños y pérdidas no se recaban de manera sistemática. A fin de abordar estas deficiencias, se utilizaron datos de la EM-DAT y la Base de datos estadísticos sustantivos de la FAO (FAOSTAT) para cuantificar por primera vez las repercusiones de los desastres en la producción agrícola a escala mundial, en particular en los cultivos y la ganadería. Las reducciones de productividad nacional media por producto se comparan con una hipótesis contrafactual en la que los desastres no tuvieron lugar.
Las pérdidas mundiales totales relativas al período comprendido entre 1991 y 2021 ascienden a 3,8 billones de USD, lo que corresponde a unos 123 000 millones de USD anuales. Este valor es equivalente al 5 % del PIB agrícola mundial, y casi 300 millones de toneladas de pérdidas totales al año, o el PIB real del Brasil en 2022. En comparación con principios de la década de 1990, mientras que las pérdidas globales han aumentado solo moderadamente, se han ampliado en cuanto a los países y productos afectados. La frecuencia y la naturaleza covariante de los fenómenos extremos que generan pérdidas en los cultivos y el ganado en todo el mundo parecen estar aumentando.
Las pérdidas muestran tendencias crecientes en los principales grupos de productos agrícolas. Las pérdidas de cereales alcanzaron una media de 69 millones de toneladas anuales en los últimos tres decenios, lo que corresponde a la producción total de cereales de Francia en 2021, seguidas de las pérdidas de frutas y hortalizas y de cultivos azucareros, al acercarse cada uno de estos dos grupos a una media de 40 millones de toneladas al año. En las frutas y hortalizas, las pérdidas corresponden a la producción total de estos productos en el Japón y Viet Nam en 2021. Las carnes, los productos lácteos y los huevos muestran una pérdida estimada de 16 millones de toneladas anuales, lo que corresponde a la producción total de estos productos en México y la India en 2021.
Las pérdidas mundiales ocultan una variabilidad considerable entre las diferentes regiones, subregiones y grupos de países. Asia registra la mayor proporción de las pérdidas económicas totales con un amplio margen, prácticamente equivalente a las pérdidas experimentadas en África, las Américas y Europa juntas. Sin embargo, las pérdidas en Asia solo representan el 4 % del PIB agrícola (valor añadido), mientras que en África corresponden a casi el 8 % del PIB agrícola. En términos absolutos, las pérdidas son más elevadas en los países de ingresos altos, los países de ingresos medianos bajos y los países de ingresos medianos altos, pero los países de ingresos bajos y los pequeños Estados insulares en desarrollo (PEID) sufrieron la mayor proporción de las pérdidas en el valor añadido agrícola. En comparación con las estimaciones de producción contrafactuales, las pérdidas parecen ser especialmente importantes en varias partes de África, sobre todo en África oriental, septentrional y occidental, así como en Micronesia y el Caribe.
No es posible determinar la atribución de las pérdidas a tipos de amenazas específicos a partir de datos de cultivos y ganado estimados, principalmente debido a la dificultad de desglosar las repercusiones de múltiples desastres registrados en un mismo año. Los resultados de un modelo de regresión de repercusiones diversas muestran que, a escala mundial, las temperaturas extremas y las sequías son las amenazas de mayor repercusión por fenómeno, seguidas de las inundaciones, las tormentas y los incendios forestales.
Las pérdidas mundiales de cultivos y ganado se convierten a sus correspondientes valores de energía y nueve micronutrientes que se pierden para el consumo humano. Los productos agrícolas perdidos como resultado de los desastres se equiparan a los valores nutricionales apropiados en la tabla de conversión de nutrientes mundial, la cual proporciona valores nutricionales equivalentes para los principales productos alimentarios. Cabe destacar que, en el presente informe, la atención se centra en la disponibilidad de nutrientes y energía, y no en los cambios en los hábitos de consumo debido a los desastres. Las pérdidas estimadas son de unas 147 kilocalorías (kcal) por persona y día en los últimos 31 años. Para ponerlo en perspectiva, esto corresponde a las necesidades alimentarias diarias de aproximadamente 400 millones de hombres o 500 millones de mujeres. En comparación con las necesidades alimentarias diarias, las pérdidas de nutrientes parecen ser particularmente importantes en lo que respecta al hierro, el fósforo, el magnesio y la tiamina. A escala regional, las pérdidas nutricionales relacionadas con las pérdidas de producción causadas por desastres son de alrededor del 31 % en Asia y las Américas, el 24 % en Europa, el 11 % en África y el 3 % en Oceanía.
Para los subsectores de la pesca y acuicultura y la actividad forestal, la falta de datos no permite llevar a cabo evaluaciones similares a las realizadas sobre los cultivos y el ganado. Por consiguiente, la información acerca de las repercusiones de los desastres en estos dos subsectores se obtuvo de la literatura existente y los datos documentados derivados del análisis de casos específicos.
Los bosques son sumamente vulnerables a las repercusiones de los desastres y el cambio climático, pero también desempeñan un papel fundamental en la reducción y mitigación del riesgo. Los incendios forestales y las infestaciones de insectos son las dos amenazas más importantes que afectan a la actividad forestal. La mayoría de las amenazas que afectan al sector forestal se deben a factores meteorológicos, la variabilidad climática a largo plazo y la influencia humana, por ejemplo, el cambio del uso de la tierra, las prácticas de gestión de la tierra y la introducción de especies invasoras. No obstante, según la Evaluación de los recursos forestales mundiales de 2020, solo 58 países, que representan el 38 % de la superficie forestal mundial, realizan actualmente un seguimiento de la degradación de los bosques como resultado de la extracción de madera, las quemas, las enfermedades y las infestaciones de insectos. Entre los obstáculos para recopilar datos sobre las repercusiones forestales figuran las incoherencias en los enfoques de las evaluaciones de pérdidas y daños, la aplicación insuficiente de metodologías apropiadas y la falta de cobertura exhaustiva de toda la gama de repercusiones.
Los incendios forestales, impulsados por el aumento de la densidad de población en la interfaz entre zonas urbanas y zonas forestales, están causando cada vez más daños en el medio ambiente, la vida silvestre, la salud humana y la infraestructura. Cada año se queman aproximadamente entre 340 y 370 millones de hectáreas de superficie del planeta a causa de incendios forestales y solo en 2021 se quemaron 25 millones de hectáreas de tierras forestales. Según las últimas conclusiones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), las condiciones atmosféricas más cálidas, secas y ventosas son cada vez más frecuentes en algunas regiones, y seguirán aumentando si los países no cumplen con creces sus compromisos contraídos en virtud del Acuerdo de París. Las cifras sobre incendios forestales en África son significativamente mayores que las de otros continentes, al constituir aproximadamente el 70 % de todos los incendios forestales del mundo, seguidas de América del Sur y Australia, con el 21 %. Al mismo tiempo, el 59 % de todos los incendios que se registraron entre 2002 y 2019 ocurrieron en países menos adelantados, lo que sugiere una asociación entre contextos de riesgo de incendio, ingresos bajos y gestión de los recursos. Abordar las causas subyacentes de los incendios utilizando medidas de reducción del riesgo puede ayudar a evitar considerables daños y pérdidas.
El daño forestal provocado por especies invasoras puede ser catastrófico desde el punto de vista económico, pero la determinación de umbrales a partir de los cuales una presencia tolerable de plagas pasa a ser una infestación constituye un gran desafío. Actualmente, la presentación de informes sobre los daños ocasionados por plagas y enfermedades se basa en la superficie terrestre del daño, el volumen de mortalidad de los árboles o las repercusiones económicas; no existe un sistema armonizado para informar sobre estos efectos. En términos generales, los datos sobre brotes de enfermedades y plagas de insectos son limitados, especialmente en los países en desarrollo. En países de ingresos altos, las pérdidas notificadas son significativas y algunos estudios concluyen que el valor neto de las repercusiones económicas vinculadas a las plagas en Nueva Zelandia alcanzaría entre 3 800 millones y 20 300 millones de NZD en su proyección para 2070. Se calcula que los daños causados por especies invasoras suponen un costo para la economía del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte de más de 2 200 millones de USD al año.
Para evaluar las repercusiones de los desastres en los bosques es necesario utilizar una serie de datos e indicadores, en particular mediciones de las repercusiones directas en los activos productivos, las consecuencias en la producción maderera y la aplicación de metodologías normalizadas para la evaluación de los efectos en los servicios ecosistémicos. Un importante aspecto de la evaluación de la pérdida de madera tras un desastre de gran escala en el sector forestal es que una parte considerable de la madera dañada a menudo puede recuperarse. El número de árboles destruidos por un desastre no se traduce automáticamente en una disminución de la producción de madera. Más bien, se observa un aumento de las ventas de madera inmediatamente después de un fenómeno, ya que se comercializa más madera en el mercado que lo habitual.
La FAO ha promovido una metodología específica para la recolección de datos y para calcular las pérdidas y los daños con el fin de mejorar y normalizar la estimación de las pérdidas forestales provocadas por los desastres. Ofrece una evaluación de los recursos forestales que diferencia entre el valor de la madera en pie madura en condiciones de comercialización y la madera en pie que no ha alcanzado su edad de rotación en el momento del daño.
La pesca de captura salvaje y la acuicultura son vulnerables ante diversos desastres, tanto de aparición súbita como de evolución lenta, entre ellos las tormentas, los tsunamis, las inundaciones, las sequías, las olas de calor, el calentamiento de los océanos, la acidificación, la desoxigenación, la alteración de los regímenes de precipitaciones y la disponibilidad de agua dulce, y la intrusión de sales en las zonas costeras. Un importante factor de riesgo ecosistémico para la pesca de captura es el aumento de la intensidad y frecuencia de las olas de calor marinas, que suponen un peligro para la biodiversidad y los ecosistemas marinos, aumentan la probabilidad de que ocurran fenómenos meteorológicos extremos y afectan negativamente a la pesca y la acuicultura. En la acuicultura, las repercusiones a corto plazo comprenden pérdidas de producción e infraestructura, mayores riesgos de enfermedades, parásitos y floraciones perjudiciales de algas.
Los fenómenos extremos y el cambio climático afectan directamente a la distribución, la abundancia y la salud de los peces silvestres y la viabilidad de los procesos y las poblaciones acuícolas. El cambio climático, la variabilidad del clima y los fenómenos meteorológicos extremos ponen en peligro la sostenibilidad de la pesca de captura y del desarrollo de la acuicultura en los ambientes marino y de aguas dulces. Al mismo tiempo, la rápida restauración de las actividades de la pesca de captura tras un desastre puede ofrecer alimentos nutritivos y empleo y puede acelerar el regreso de una comunidad a las actividades económicas normales.
Las floraciones perjudiciales aparecen cuando las algas —organismos fotosintéticos simples que viven en el mar y el agua dulce— crecen sin control, dando lugar a efectos tóxicos o perjudiciales en las personas, los peces, los crustáceos, los mamíferos marinos y las aves. En marzo de 2021, unas 500 toneladas de langostas, en la costa occidental de Sudáfrica, abandonaron el océano. De manera similar, en los informes de evaluación de necesidades sobre tres tifones que azotaron Filipinas en los últimos cinco años (Kammuri [Tisoy] en 2019, Goni en 2020 y Rai [Odette] en 2021) se refleja adecuadamente la necesidad de poner más de relieve las repercusiones en las comunidades pesqueras y acuícolas, incluidas las necesidades y prioridades específicas del sector. Otro ejemplo claro es el del volcán submarino Hunga Tonga-Hunga Ha’apai en Tonga, que hizo erupción el 15 de enero de 2022. El primer informe de la evaluación del desastre elaborado en febrero de 2022 por el Ministerio de Pesca de Tonga se centró en los daños a los recursos pesqueros, que comprenden embarcaciones de pesca en pequeña escala, de atún y de pargo, así como sus motores y artes de pesca. Los daños totales estimados en el subsector de la pesca y la acuicultura ascendieron a 4,6 millones de USD.
El riesgo es omnipresente y aumenta a un ritmo que sobrepasa nuestros esfuerzos por reducirlo. Los riesgos mundiales como el cambio climático, la degradación del medio ambiente y la pérdida de biodiversidad son de carácter existencial y contribuyen a incrementar el riesgo de desastres. Más allá de las repercusiones directas de los desastres, las repercusiones en cadena también son significativas, incluso a escala mundial. Para abordar el riesgo, es necesario no solo evaluar las repercusiones directas de los desastres, sino también entender la incidencia de sus repercusiones en cadena en los distintos sectores, entre ellos y en las diferentes zonas geográficas, la forma en que los elementos de los sistemas afectados interactúan entre sí durante una amenaza y los factores sistémicos que determinan los riesgos. En la Parte 3 del informe se destacan el cambio climático, las repercusiones de las amenazas biológicas (la pandemia de la COVID-19 y la epidemia de peste porcina africana) y el papel de los conflictos armados como impulsores del riesgo de desastre y responsables de daños y pérdidas considerables en la agricultura y los sistemas agroalimentarios.
El cambio climático contribuye a aumentar la incidencia de amenazas, lo que da lugar a una mayor vulnerabilidad y exposición, y a una menor capacidad de afrontamiento de las personas y los sistemas. La ciencia de la atribución, definida como la evaluación y comunicación de los vínculos asociados al cambio climático, ofrece un punto de entrada para estimar el efecto del cambio climático en los rendimientos de los cultivos y el grado en que la producción agrícola se ve influenciada por los fenómenos extremos y de evolución lenta. En el análisis se evalúa cómo el cambio climático afecta a los niveles de rendimiento comparando los registros observados con las distribuciones estimadas contrafactuales y factuales de los rendimientos de la soja en la Argentina, del trigo en Kazajstán y Marruecos y del maíz en Sudáfrica. Una salvedad importante con respecto a los resultados es que existe un elevado grado de incertidumbre relacionada con la estimación de estas atribuciones, y aunque no se ha intentado cuantificar la incertidumbre en la presente evaluación, todos los resultados deben tratarse como aproximaciones.
En la Argentina, el modelo muestra que las variaciones observadas en temperaturas altas y bajas, la intensidad de las precipitaciones y la sequía explican la mayor proporción de las variaciones en los rendimientos de la soja en las provincias de mayor producción del país. Los resultados sugieren que el cambio climático aumentó el rendimiento medio durante el período comprendido entre 2000 y 2019 en menos de 0,1 t/ha, lo que equivale a cerca del 3 % del rendimiento medio observado durante ese período. Asimismo, los resultados indican que las probabilidades de que haya anomalías en los rendimientos en la Argentina que sean tan bajas o menores que las de 2018 pueden haberse reducido a la mitad debido al cambio climático, con cierta incertidumbre. Sin embargo, cabe señalar que el modelo de rendimiento refleja solo algunas de las anomalías registradas.
En Kazajstán, los resultados muestran que una proporción considerable de las variaciones registradas en los rendimientos del trigo en la provincia de mayor produccióna pueden explicarse por variaciones en los grados-días de desarrollob, la variabilidad de la temperatura, el frío, la variabilidad de las precipitaciones y la sequía. En este caso, el cambio climático redujo el rendimiento medio durante el período comprendido entre 2000 y 2019 en aproximadamente 0,1 t/ha, es decir, más del 10 % del rendimiento medio observado durante ese período.
El modelo muestra que una proporción considerable de la variabilidad del rendimiento del trigo registrada en las regiones de mayor producción de Marruecos puede explicarse por variaciones de la temperatura, las altas temperaturas, la sequía y las abundantes precipitaciones. Esto sugiere que el cambio climático redujo el rendimiento medio durante el período comprendido entre 2000 y 2019 en menos de 0,1 t/ha, lo que equivale a un 2 % del rendimiento medio observado durante ese período.
En Sudáfrica, el modelo muestra que una gran proporción de las variaciones registradas en los rendimientos del maíz en las provincias de mayor producción puede explicarse por variaciones en los grados-días de desarrollo, la variabilidad de la temperatura, el frío, la sequía y las abundantes precipitaciones. Desde el punto de vista estadístico, el cambio climático ha sido sumamente perjudicial para los rendimientos del maíz en Sudáfrica. El modelo sugiere que el cambio climático provocó una reducción del rendimiento medio durante el período comprendido entre 2000 y 2019 en más de 0,2 t/ha, lo que equivale a más del 5 % del rendimiento medio observado durante ese período, y que los efectos negativos del cambio climático fueron todavía más fuertes en los años de menor rendimiento. En conjunto, los resultados sugieren que el cambio climático podría ya estar agravando las pérdidas agrícolas y ponen de relieve la importancia de invertir en medidas dirigidas a mitigar las pérdidas y los daños.
En esta subsección se presentan y analizan las repercusiones de las recientes pandemia de la COVID-19 y epidemia de peste porcina africana en la agricultura y la seguridad alimentaria. Una evaluación inicial de las encuestas del sistema de seguimiento de datos sobre situaciones de emergencia (DIEM) de la FAO indica que la pandemia de la COVID-19 perturbó los sistemas alimentarios debido a la escasez de mano de obra, con lo que se impidieron los movimientos de mano de obra estacional, especialmente en sistemas de producción que requieren mucha mano de obra. En un análisis realizado en 11 países expuestos a la inseguridad alimentaria se constató que la pandemia había causado una perturbación a la seguridad alimentaria y los medios de vida comparable a la de los conflictos o los desastres provocados por amenazas naturales. Los productores de ganado y cultivos comerciales fueron algunos de los grupos más afectados e informaron de dificultades para acceder a insumos, vender sus productos, acceder a pastizales debido a las restricciones de la circulación y acceder a los mercados internacionales. Otras evaluaciones de los confinamientos aplicados durante la pandemia en distintos países confirmaron que se había registrado una contracción en el suministro de insumos agrícolas y una escasez de mano de obra, así como una reducción en la prestación de servicios veterinarios.
Las perturbaciones en el transporte y la logística de los productos agrícolas dieron lugar a un descenso de los precios en las explotaciones. Mientras tanto, los precios al por menor aumentaron, lo que afectó a los ingresos de los agricultores, ya que el costo de la vida subió. Era más probable que la superficie sembrada se redujera en el caso de los cereales y cultivos de hortalizas, comparado con las frutas o los cultivos comerciales. Tal es el caso sobre todo para los cultivos comerciales, ya que se producen principalmente por su valor comercial más que para el consumo de sus productores. Cuando se impusieron restricciones relacionadas con la pandemia de la COVID-19 durante la principal temporada de siembra, hubo una clara reducción de la superficie sembrada. Las restricciones a las reuniones de personas se tradujeron en que los agricultores indicaran una superficie sembrada menor o mucho menor, pasando de una probabilidad de cerca del 22 % en ausencia de este tipo de restricciones a aproximadamente el 50 % cuando las restricciones eran muy estrictas. Asimismo, las restricciones impuestas a las reuniones se asocian a una probabilidad del 56 % de que los agricultores informaran de un incremento en la cosecha en comparación con lugares que no estaban sujetos a estas restricciones durante la cosecha. La probabilidad de que los agricultores informaran de dificultades para acceder a insumos agrícolas también se incrementó significativamente.
En cuanto a la categoría de enfermedades transfronterizas de los animales, el brote de peste porcina africana tuvo repercusiones catastróficas. Desde enero de 2020, se ha notificado la presencia de la peste porcina africana en 35 países de cinco continentes, y sus consecuencias más evidentes se observaron en Asia. Entre el primer brote de peste porcina africana en China el 3 de agosto de 2018 y el 1 de julio de 2022 se notificaron 218 brotes en total al Sistema Mundial de Información Sanitaria de la Organización Mundial de Sanidad Animal. El sacrificio de 1,2 millones de cerdos a fecha de 2019 generó enormes pérdidas económicas. A fines de 2019, la incapacidad de satisfacer la demanda nacional de cerdo se hizo patente, ya que los precios medios de los cerdos y de la carne de cerdo se dispararon un 161 % y un 141 %, respectivamente, en relación con los niveles anteriores a la peste porcina africana.
Utilizando los resultados del instrumento OutCosT, se puede estimar que el costo de los brotes de peste porcina africana en la provincia de Lao Cai (Viet Nam) en 2019 ascendió a 8,6 millones de USD. En Filipinas, 10 provincias se vieron afectadas por la peste porcina africana en 2019, pero para fines de 2020 la enfermedad había perjudicado a 32 provincias. El costo aproximado de los brotes de peste porcina africana en 2020 en Filipinas fue de entre 194 millones y 507 millones de USD.
Los conflictos armados activos (que abarcan situaciones de desorden público, cambios de régimen, conflictos entre Estados y guerras civiles) se encuentran en su nivel más elevado desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque el riesgo de conflicto armado no está comprendido en el alcance del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030, la interrelación entre los conflictos y el riesgo de desastres es un ámbito que requiere un examen más detenido, en particular su relación con los daños y las pérdidas. El número de estrategias y planes nacionales, regionales y sectoriales de reducción del riesgo de desastres que incluyen las amenazas sociales va en aumento. Entre los ejemplos pueden citarse el proyecto de Estrategia Nacional de la República Centroafricana, la Estrategia Nacional de Reducción del Riesgo de Desastres del Iraq y la Estrategia Nacional de Reducción del Riesgo de Desastres del Afganistán.
Los conflictos pueden incrementar la vulnerabilidad de una sociedad a los desastres, ya que se destruye la infraestructura, aumenta la pobreza y las inversiones a largo plazo en la reducción del riesgo de desastres ya no se consideran importantes o no pueden financiarse. Las prácticas agrícolas insostenibles que incrementan el riesgo de desastres pueden verse determinadas por perturbaciones o la pérdida de medios de vida debido a conflictos armados. Dado que los conflictos armados también pueden limitar el acceso a la tierra, incitar movimientos demográficos y perturbar el acceso a los cuidados sanitarios y los sistemas de protección social, debemos ser conscientes de las consecuencias más amplias de los daños y las pérdidas que provocan. Asimismo, los desastres pueden extender la duración de los conflictos en curso, en particular cuando provocan escasez de recursos.
En un estudio exhaustivo sobre África y Asia que pone de relieve la importancia de las diferencias contextuales y locales en el modo en que los desastres pueden influir en la dinámica de los conflictos, se observó que, en los países muy pobres, las sequías locales aumentaban la probabilidad de que continuara la violencia en relación con los grupos que dependían de la agricultura y los grupos excluidos por motivos políticos. El contexto geopolítico más amplio influye en el funcionamiento de los sistemas agroalimentarios, ya que a menudo incide en la manera en que se configuran los conflictos armados a escala local, y también a través de las repercusiones a nivel macro en los flujos comerciales debido a la interconectividad del comercio mundial. Los sistemas agroalimentarios que están sometidos a un estrés continuo a causa de los conflictos tienden a volverse más impredecibles.
Las evaluaciones de las repercusiones de los conflictos armados en la agricultura comprenden cálculos de los daños y la destrucción de equipos e infraestructuras y de la pérdida de activos productivos como el ganado. Sin embargo, otras repercusiones en la agricultura tienen consecuencias a más largo plazo, como el desplazamiento forzado y la disponibilidad de mano de obra agrícola. Se han elaborado instrumentos y orientaciones para adaptar las evaluaciones de las necesidades después de desastres a entornos de funcionamiento complejos, como los lugares donde se producen conflictos armados. Las orientaciones brindan información a fin de garantizar que las actividades posteriores a desastres y las operaciones de respuesta no agraven la dinámica de los conflictos.
La sequía recurrente, la inseguridad alimentaria y el consiguiente riesgo de hambruna se han convertido en un ciclo devastador y cada vez menos sostenible en Somalia en los últimos decenios. Se estima que entre la hambruna de 2011 y la prolongada sequía de 2016 y 2017 se gastaron aproximadamente 4 500 millones de USD en respuestas de emergencia para salvar vidas. En 2017, una evaluación multisectorial de los daños y las pérdidas realizada en el marco de la coordinación general del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indicó que los daños y las pérdidas en la agricultura ascendieron a un total combinado de algo menos de 2 000 millones de USD.
Poco después de los primeros levantamientos de 2011, la República Árabe Siria se sumió en un complejo conjunto de conflictos. Cinco años después del inicio de la crisis, la FAO llevó a cabo una exhaustiva evaluación de los daños y las pérdidas. Los resultados indicaron que durante los primeros cinco años de la crisis el total de los daños en el sector agrícola ascendía a 16 000 millones de USD, lo que equivalía a un tercio del PIB de la República Árabe Siria en 2016. La mayor repercusión en dólares fue en términos de pérdidas (9 210 millones de USD) si bien en este caso el nivel de daños fue de 6 830 millones de USD.
Se evaluaron las repercusiones del conflicto armado en Ucrania entre septiembre y octubre de 2022 en 22 provincias. Se constató que los daños y las pérdidas sufridos por los hogares rurales, los ganaderos y los pescadores y productores acuícolas debido a la guerra ascendieron a casi 2 300 millones de USD. Por término medio, el 25 % de la población rural suspendió o redujo la producción agrícola, aunque en la línea de contacto más del 38 % de los encuestados informaron de que habían detenido la producción agrícola. Los efectos globales en la acuicultura y la pesca de Ucrania durante los primeros ocho meses de la guerra en 2022 representaron daños por un valor de 4,97 millones de USD y pérdidas (cambios en los flujos financieros) por un valor de 16,6 millones de USD, es decir, el 63 % de la producción anual total del sector acuícola ucraniano (34 millones de USD).
Esta parte del informe complementa las tres partes previas al centrarse en la viabilidad de las inversiones en la mejora de las buenas prácticas proactivas de reducción del riesgo de desastres en los sistemas agroalimentarios y en la acción preventiva para aumentar la resiliencia de los medios de vida ante los desastres. Por consiguiente, las medidas destinadas a reducir las posibles repercusiones de los desastres y los riesgos subyacentes se analizan en términos de sus beneficios frente a su costo de aplicación. Se ofrecen varios ejemplos de análisis de los beneficios asociados a las prácticas de reducción del riesgo de desastres y a la acción anticipatoria que pueden servir de modelo para la evaluación comparativa de inversiones ampliables.
Los agricultores, en particular los pequeños productores que trabajan en condiciones de secano, son las partes interesadas más vulnerables de los sistemas agroalimentarios y, por ende, suelen ser los más perjudicados por las repercusiones de los desastres. Hay múltiples vías que pueden emprender los agricultores, los responsables de las políticas y los agentes humanitarios y de desarrollo para reducir la vulnerabilidad de los pequeños agricultores, entre las cuales figuran buenas prácticas y tecnologías de reducción del riesgo de desastres en las explotaciones agrícolas. Estas soluciones técnicas son ampliables y pueden probarse en hipótesis con amenazas y sin amenazas, y así se puede demostrar que previenen o reducen las pérdidas de producción agrícola causadas por amenazas naturales o biológicas.
Por ejemplo, en Uganda, para reducir las repercusiones del aumento de los períodos secos, el cultivo de variedades de banano de alto rendimiento y tolerantes a la sequía se combinó con prácticas de conservación del suelo y el agua, como el recubrimiento del suelo con materia orgánica, la construcción de zanjas y el uso de compost orgánico. El estudio demostró que, en las explotaciones afectadas por períodos secos, la aplicación del paquete de buenas prácticas reportó beneficios netos totales por acre durante 11 años que fueron cerca de 10 veces mayores que los logrados mediante las prácticas locales existentes. La relación beneficio-costo de las buenas prácticas fue de 2,15, en comparación con 1,16 en el caso de las prácticas locales existentes.
En el altiplano del Estado Plurinacional de Bolivia, para reducir la mortalidad de las llamas por las heladas, las nevadas, las lluvias torrenciales y las granizadas, se probaron buenas prácticas, que incluyeron la construcción de refugios semitechados para animales (corralones) y el uso de farmacias veterinarias. La relación beneficio-costo de estas prácticas mostró unos beneficios netos totales un 17 % mayores que los de las prácticas locales anteriores durante 11 años. El análisis de simulación también mostró que si las buenas prácticas se ampliaban sistemáticamente, la mortalidad de los camélidos se podría reducir 12 veces con respecto a las prácticas anteriores.
En el Pakistán, se probaron buenas prácticas de reducción del riesgo de desastres en el trigo, el algodón, el arroz, la caña de azúcar y cultivos hortícolas y oleaginosos como la ocra y el girasol durante las dos campañas agrícolas principales, la temporada seca (kharif) y la estación húmeda (rabi) en distritos de las provincias de Punjab y Sindh, que son sumamente vulnerables al cambio climático y se encuentran entre los distritos más vulnerables de la cuenca del Indo. Se realizaron análisis de costos-beneficios en seis temporadas. Los resultados indican que por cada USD invertido en este paquete de buenas prácticas se generarán beneficios por valor de 8,18 USD y 6,78 USD en condiciones sin amenazas y con amenazas, respectivamente.
En la región de Bicol (Filipinas), se probó el cultivo del super arroz verde durante tres temporadas sucesivas (la temporada seca y la estación húmeda de 2015 y la temporada seca de 2016). Los resultados mostraron que aportaba claros beneficios económicos, así como un aumento de la productividad agrícola al adoptar la variedad de cultivo tolerante a múltiples factores adversos en comparación con las variedades locales en condiciones con amenazas y sin amenazas. La relación beneficio-costo de la adopción de variedades de super arroz verde fue mayor que la del cultivo de variedades locales en la estación húmeda y en la temporada seca.
Para aprovechar todo el potencial de las medidas proactivas de reducción del riesgo, como las que se analizan en el presente documento, deben ampliarse y reproducirse en gran medida. Por consiguiente, es necesario abordar los desafíos y obstáculos que afrontan los agricultores a la hora de adoptar estas medidas, como por ejemplo políticas que apoyen su aceptación. La integración de medidas de reducción del riesgo de desastres y programas de protección social también puede ofrecer importantes oportunidades.
La acción preventiva se define como actuar antes de que se presenten las amenazas previstas a fin de prevenir o reducir los efectos humanitarios graves antes de que se desarrollen por completo. Existe la posibilidad de aplicar acciones preventivas entre la activación de una alerta temprana y el momento en el que se produce la repercusión de la amenaza. Se desarrolla un sistema de activación y se preasignan fondos específicos para su rápida liberación cuando se alcanzan los umbrales acordados. El sistema de activación se basa en previsiones pertinentes (por ejemplo, las precipitaciones, la temperatura, la humedad del suelo, las condiciones de la vegetación y otros indicadores en el caso de las amenazas relacionadas con el clima) y en observaciones estacionales e información sobre vulnerabilidad.
La acción preventiva es una medida probada y eficaz en función de los costos para mitigar las repercusiones de los desastres con dividendos de resiliencia considerables. Al prestar apoyo antes de que se presente una crisis, una acción preventiva eficiente y oportuna puede moderar la inseguridad alimentaria, reducir las necesidades humanitarias y aliviar las presiones sobre los limitados recursos humanitarios. Activada por sistemas de alerta temprana específicos de cada contexto, las acciones preventivas son intervenciones a corto plazo que tienen por objeto proteger los beneficios de la resiliencia y la reducción del riesgo de desastres frente a la repercusión inmediata de las perturbaciones previstas. Los resultados de la relación beneficio-costo de la acción preventiva en las 10 intervenciones que se analizan en esta sección son mayoritariamente positivos, al oscilar entre 0,46 y 7,1.
Las acciones preventivas destinadas a proteger el ganado frente a las amenazas previstas han demostrado ser especialmente eficaces para reducir la mortalidad animal y mantener las condiciones físicas y la productividad de los animales, así como la capacidad reproductiva de los rebaños. También se registraron resultados positivos para las intervenciones relacionadas con la acción preventiva que se centraron en los cultivos. Dependiendo del contexto, entre ellas pueden figurar semillas resistentes a los factores adversos, la recolección anticipada, la protección fitosanitaria frente a plagas y enfermedades provocadas por amenazas, semillas de cultivo de ciclo corto y pequeños equipos de riego, entre otras intervenciones.
Los datos circunstanciales sugieren que las intervenciones relacionadas con la acción preventiva también pueden reducir el riesgo existente y proteger los medios de vida más allá de la amenaza inicial. Las actividades de capacitación realizadas durante las intervenciones relacionadas con la acción preventiva brindaron la oportunidad de concienciar y desarrollar habilidades para la reducción del riesgo de desastres. Asimismo, los sistemas de alerta temprana pueden dar lugar a intervenciones oportunas, y una mayor incorporación de la acción preventiva en las políticas, planes y marcos financieros de reducción del riesgo de desastres y en los marcos humanitarios y de desarrollo permitirá a los países aumentar la resiliencia y reducir el riesgo de desastres.
El recrudecimiento de la plaga de la langosta del desierto que se produjo en el Gran Cuerno de África en 2020 y 2021 fue una de las peores crisis de esas características jamás registrada en la región. Constituyó un peligro sin precedentes para la seguridad alimentaria y los medios de vida, capaz de causar un gran sufrimiento, desplazamientos y conflictos. Sobre la base de experiencias anteriores de la ejecución de la operación de la FAO para combatir la plaga de la langosta del desierto en 2020 y 2021, se elaboró una nueva metodología para calcular el rendimiento de la inversión de la intervención de la FAO fundamentada en los riesgos. En los informes sobre el terreno se proporcionaron detalles sobre la naturaleza de la operación de control (en el aire y el suelo) y la relación saltón-enjambre. La información relativa a previsiones y avisos de alerta temprana oportunos y precisos que emitió el Servicio de información sobre la langosta del desierto de la FAO durante todo el recrudecimiento de la plaga permitió aplicar estrategias fundamentadas en los riesgos. Como consecuencia, se trataron los 2,3 millones de hectáreas afectadas en el Cuerno de África y el Yemen. El valor comercial del total de pérdidas de cereales y leche evitadas se estimó en 1 770 millones de USD. Las intervenciones para combatir la plaga de la langosta del desierto a escala y fundamentadas en los riesgos ofrecen un rendimiento de la inversión de 1:15. Esto significa que por cada USD invertido en la intervención se evitó la pérdida de alrededor de 15 USD en el Gran Cuerno de África. Estos esfuerzos colectivos de la FAO y sus asociados permitieron evitar la pérdida de 4,5 millones de toneladas de cultivos, salvar 900 millones de litros de leche y garantizar alimentos para casi 42 millones de personas.
Cabe recordar también que el recrudecimiento de la langosta del desierto no fue el único desastre que afectó al Cuerno de África en 2020 y 2021. Los agricultores del Cuerno de África ya se veían afectados por otros desastres, como los provocados por inundaciones, sequías y tormentas, y sufrían las restricciones relacionadas con la COVID-19 que limitaban el acceso a insumos agrícolas, así como la reducción de la superficie sembrada. Sin el control preventivo del recrudecimiento de la langosta del desierto, la producción de maíz y sorgo en 2020 y 2021 podría haber sido incluso menor. Esto también ha requerido la aplicación de un enfoque de reducción del riesgo de desastres con múltiples amenazas a fin de garantizar que las intervenciones aplicadas sobre el terreno abordaran la naturaleza interconectada del riesgo de desastres y sus repercusiones en cadena.
En términos generales, la lección aprendida es que, en el caso del recrudecimiento de la langosta, la adopción de medidas fundamentada en los riesgos ha limitado considerablemente las posibles repercusiones negativas de la perturbación en los sistemas agroalimentarios y los medios de vida asociados, dando lugar a una reducción de los daños a los cultivos y los terrenos de pasto, de pulverizaciones de plaguicidas que tienen repercusiones negativas en la salud humana y el medio ambiente y de los costos financieros.
La necesidad de mejorar los datos y la información sobre las repercusiones de los desastres en la agricultura es el primer tema principal que figura en todas las secciones del informe. La inversión en la mejora de las metodologías e instrumentos de seguimiento, elaboración de informes y recopilación de datos es un primer paso fundamental en la creación de capacidades nacionales para comprender y reducir los riesgos de desastres en la agricultura y los sistemas agroalimentarios en general. Este informe ha ampliado la base de conocimientos al ofrecer la primera estimación mundial de la repercusión de los desastres en los cultivos y la ganadería.
Es fundamental aplicar enfoques específicos de cada sector para evaluar la vulnerabilidad y las repercusiones y para reducir los riesgos. Incluso en subsectores con un mejor acceso a la información, es necesario elaborar instrumentos normalizados para medir las repercusiones de los desastres con el fin de evaluar las pérdidas y los daños, crear capacidad en diversos niveles, apoyar los mecanismos de coordinación para la prevención y respuesta y ampliar estas estimaciones de las pérdidas a una escala nacional o mundial. En concreto, los subsectores de la actividad forestal y la pesca se ven afectados por no contar con información exhaustiva sobre su producción, activos, actividades y medios de vida, y no suelen figurar en las evaluaciones de las repercusiones y las necesidades después de desastres. Las tecnologías incipientes y los avances en las aplicaciones de teledetección ofrecen nuevos medios para mejorar la información sobre las repercusiones de los desastres en la agricultura. En el plano de las políticas, la promoción y el fortalecimiento de la presentación de datos relativos al indicador C2 del Marco de Sendai, referente a las pérdidas económicas directas en la agricultura, que corresponde al indicador 1.5.2 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, también proporcionarán una base de datos sistemática y exhaustiva de las pérdidas atribuidas a los desastres en la agricultura.
Una segunda conclusión principal del presente informe es la necesidad de elaborar e integrar enfoques multisectoriales de reducción del riesgo de desastres con amenazas múltiples en la formulación de políticas y la adopción de decisiones. Las repercusiones de los desastres se ven agravadas por múltiples factores y crisis simultáneas que producen repercusiones combinadas en cadena y empeoran la exposición y la vulnerabilidad de las personas, los ecosistemas y las economías. Como se describe en el presente informe, factores como el cambio climático, la pandemia de la COVID-19, la epidemia de la peste porcina africana y los conflictos armados hacen que aumenten el riesgo de desastres y las repercusiones en los sistemas agroalimentarios. En el caso del cambio climático, el uso de metodologías de la ciencia de la atribución brinda nueva información sobre el grado en que este fenómeno agrava las pérdidas en la agricultura.
Las estrategias eficaces para reducir los riesgos climáticos y de desastres deben adoptar una visión integral y sistémica de los diferentes factores y vías de repercusión que generan pérdidas en los sistemas agroalimentarios. Esto resulta especialmente pertinente en los países que tienen un gran número de personas o comunidades vulnerables, que tienen capacidades o recursos menos desarrollados para prepararse o responder ante desastres o en los que las fluctuaciones en la producción agrícola pueden fácilmente poner en peligro la seguridad alimentaria. Es de suma importancia entender mejor los beneficios de las medidas de reducción del riesgo de desastres en el sector de la agricultura y a lo largo de los sistemas agroalimentarios. Resulta crucial crear una base empírica sólida sobre intervenciones y medidas que puedan ampliarse y promoverse a mayor escala.
La tercera conclusión principal del informe es la necesidad de inversiones en la resiliencia que aporten beneficios para reducir el riesgo de desastres en los sistemas agroalimentarios y mejoren la producción agrícola y los medios de vida. Las buenas prácticas de reducción del riesgo de desastres en las explotaciones agrícolas específicas de cada contexto y ubicación son soluciones eficaces en función del costo para mejorar la resiliencia de los medios de vida y los sistemas agroalimentarios frente a las amenazas naturales y biológicas. Los estudios de casos que se exponen en esta parte demuestran que las buenas prácticas no solo reducen el riesgo de desastres, sino que también presentan beneficios adicionales significativos. Para ello es necesario adoptar medidas urgentes con miras a fomentar la adopción de innovaciones disponibles, al tiempo que se promueve la generación de soluciones de gestión de riesgos más ampliables y se mejoran las medidas preventivas y de alerta temprana.
Aunque no son exhaustivos, los datos disponibles sugieren una serie de medidas que pueden adoptarse para mejorar las evaluaciones de las repercusiones de los desastres y aumentar las políticas de reducción del riesgo de desastres. Las estrategias nacionales, sectoriales y locales de reducción del riesgo de desastres son una piedra angular para lograr sistemas agroalimentarios inclusivos y resilientes, y el sistema de las Naciones Unidas puede ser un importante colaborador para integrar la reducción del riesgo de desastres en las políticas, programas y mecanismos de financiación nacionales y sectoriales. Sin embargo, es preciso ampliar la base de conocimientos de los estudios que puedan orientar la formulación de políticas y la adopción de decisiones basadas en datos objetivos a fin de promover la resiliencia en la agricultura y los sistemas agroalimentarios en general. Este es un primer paso fundamental para la integración satisfactoria de la reducción del riesgo de desastres con múltiples amenazas en las políticas agrícolas y los servicios de extensión y en las estrategias nacionales y locales de reducción del riesgo de desastres.