Las presiones sobre los sistemas de tierras y aguas están poniendo en peligro la productividad agrícola. Esto se da precisamente en los momentos y lugares en los que más se necesita el crecimiento para cumplir las metas en materia de alimentación mundial sostenible. La degradación de la tierra y la escasez de agua provocadas por el ser humano aumentan los niveles de riesgo para la producción agrícola y los servicios ecosistémicos (Mapa S.12). El cambio climático añade incertidumbre a los riesgos agroclimáticos a los que se enfrentan los productores, en particular los que tienen menos capacidad para amortiguar las perturbaciones y padecen inseguridad alimentaria.
La inestabilidad climática y los fenómenos hidrológicos y meteorológicos extremos afectarán a todos los productores, si bien los riesgos son mayores en las zonas con una dotación mínima de recursos, poblaciones en crecimiento y facultades económicas limitadas para adaptar los sistemas alimentarios locales o encontrar sustitutos.
La escala e intensidad de los usos actuales de la tierra y el agua para fines agrícolas no son sostenibles en muchos ámbitos locales. En ocasiones, esto se extiende a escala mundial cuando existe la posibilidad de que se interrumpa el abastacimiento "justo a tiempo", en especial en los casos en que una sequía imprevista reduce drásticamente la producción de cultivos.
Las previsiones en el marco del cambio climático muestran la forma en que las variaciones en las temperaturas pueden agravar los riesgos relacionados con la producción. La competencia por la tierra y el acceso al agua es evidente, en particular en la medida en que afecta a las comunidades empobrecidas, cuya seguridad alimentaria y medios de vida dependen directamente de la tierra y el agua. La migración forzada derivada de los conflictos impulsa la demanda en economías frágiles en las que los recursos están limitados y se agotan con rapidez.
El riesgo de degradación de la tierra provocada por el ser humano afecta principalmente a las tierras de cultivo. Casi una tercera parte de las tierras de cultivo de secano y casi la mitad de las tierras de regadío corren el riesgo de degradarse como consecuencia de las actividades humanas (Cuadro S.5).
Las tierras de cultivo en riesgo suelen ser zonas que se han destinado recientemente a la producción. Están sujetas a la disponibilidad limitada de agua dulce y el aumento de la densidad de población. La frecuencia histórica de las sequías en tierras de cultivo de secano refleja esta concentración del riesgo de sequía en las tierras asociadas a una densidad elevada de población (Mapa S.13).
La mayoría de los pastizales en riesgo están expuestos a la disminución de la disponibilidad de agua dulce. Hay excepciones en América meridional y África subsahariana, donde la menor productividad de las tierras y protección de los suelos se debe a la reducción de los servicios ecosistémicos. En Asia, el incremento del estrés hídrico agrava el riesgo al que están expuestos los pastizales. En África subsahariana, los pastizales suelen sufrir incendios frecuentes e intensos.
Las tierras forestales son propensas a la deforestación, y en África subsahariana también a incendios frecuentes y graves. El estado biofísico de la mayoría de las regiones en riesgo se caracteriza por un bajo contenido de materia orgánica en el suelo y poca biodiversidad de especies vegetales, factores que se ven afectados por los ciclos del agua. Se estima que, debido a la salinidad de los suelos, entre 0,3 y 1,5 millones de hectáreas de tierras agrícolas dejan de destinarse a la producción cada año y disminuye la productividad de una superficie adicional de entre 20 y 46 millones de hectáreas. Según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, aproximadamente 10 millones de hectáreas de tierras cultivables dejan de destinarse a usos agrícolas cada año como consecuencia de la salinización, la sodización y la desertificación.