4 Respuestas a los riesgos y medidas

4.3 Esfera de actuación III: Adoptar tecnologías y prácticas de gestión innovadoras

Actualmente, las respuestas técnicas están mejor orientadas en todo el sector agrícola para mejorar considerablemente la gestión de la tierra, el suelo y el agua. Las tecnologías móviles se están extendiendo rápidamente, junto con la mecanización innovadora en la explotación agrícola. Los servicios de teledetección, la computación en la nube y el acceso abierto a datos e información sobre los cultivos, los recursos naturales, las condiciones climáticas, los insumos y los mercados ya benefician a los pequeños agricultores al integrarlos en sistemas agroalimentarios innovadores desde el punto de vista digital. En el Recuadro S.5 se muestra un ejemplo al respecto. Sin embargo, es necesario proceder con cuidado para evitar que se produzca una “brecha digital” entre personas con distintos niveles de acceso a las nuevas tecnologías. La GST y la agricultura climáticamente inteligente pueden combinarse con la gestión de la tierra, el suelo y el agua y ampliarse para mantener los niveles de producción.

4.3.1 Abordar los suelos problemáticos

Debido a la salinización de los suelos, hasta 1,5 millones de hectáreas de tierras agrícolas dejan de destinarse a la producción cada año. Las consecuencias de permitir el continuo aumento de la salinidad de los suelos son significativas. Se dispone de opciones para hacer frente a los problemas de la salinidad y el drenaje de los suelos afectados por sales que son esenciales para la futura seguridad alimentaria en entornos áridos y semiáridos. Además de los métodos tradicionales para la lixiviación de los suelos, una opción es aceptar el agua salina de drenaje y adoptar una agricultura biosalina seleccionando cultivos tolerantes a la sal, así como planes de cultivos y prácticas de gestión adecuados. Si se planifica en el ámbito de la cuenca hidrográfica o el territorio, este enfoque adaptativo puede reducir la degradación ambiental y restaurar el ecosistema de las zonas áridas.

El sector agrícola debe aceptar la responsabilidad de gestionar los riesgos ambientales reduciendo los insumos químicos y los desechos animales en las tierras, lo cual constituye una prioridad mundial. El manejo integrado de plagas y el Código Internacional de Conducta para el Uso y Manejo de Fertilizantes (Código de Fertiizantes) son instrumentos diseñados para contrarrestar la tendencia hacia la intensificación insostenible de la agricultura y el posible aumento del uso y las consecuencias perjudiciales de los fertilizantes, plaguicidas y herbicidas. El Código brinda orientación para hacer frente al uso indebido, insuficiente o excesivo de fertilizantes, teniendo en cuenta los desequilibrios de nutrientes y la contaminación del suelo.

©FAO/Marco Longari
©FAO/Marco Longari

4.3.2 Abordar la escasez de agua y la sequía

La agricultura de secano representa el 80% de las tierras cultivadas y el 60% de la producción mundial de alimentos y fibras. Para fomentar la producción y la resiliencia es necesario optimizar el aprovechamiento del agua del suelo mejorando la captación de agua pluvial, incrementando la retención de la humedad del suelo, aumentando al máximo la infiltración y reduciendo al mínimo la escorrentía de superficie y la evaporación. La humedad del suelo es fundamental para su salud y funcionamiento. Contribuye a la absorción del carbono orgánico del suelo e impide que los suelos ricos en carbono se sequen y aumenten sus emisiones.

La escasez de agua dulce está estimulando un interés renovado en el riego, que supone el 70% de todas las extracciones de agua dulce y el 90% del consumo de agua dulce total. Las nuevas tecnologías de planificación, diseño y evaluación, como la contabilidad y auditoría del agua, las TIC y la automatización, están ayudando a modernizar los sistemas existentes y sirven de base para nuevos diseños. La atención está pasando de una eficiencia en el uso del agua mal definida al aumento de la productividad del agua, lo que está redundando en ahorros efectivos del agua y satisfaciendo la demanda de los agricultores en relación con un suministro más flexible y fiable de agua.

El almacenamiento de agua desempeña una función de amortiguación para gestionar la incertidumbre y variabilidad del clima, así como las diferencias en el suministro y la demanda, y para crear resiliencia frente al cambio climático. El almacenamiento está disminuyendo a escala mundial, pero es necesario invertir esta tendencia. Ya se está produciendo una transición de los enfoques convencionales basados en la infraestructura en relación con la gestión del almacenamiento a la apreciación de todas las clases distintas de almacenamiento (tanto natural como construido). Se prevé que el aumento de la ordenación conjunta del almacenamiento de aguas superficiales y subterráneas, en contraposición al uso conjunto, disperse el riesgo y ofrezca una gama más amplia de beneficios sociales y ambientales.

©FAO/Soliman Ahmed
©FAO/Soliman Ahmed

La mayoría de países todavía pone la sequía en la misma categoría de desastres naturales que las inundaciones y los terremotos, lo que desperdicia valiosos recursos y no ayuda a crear resiliencia frente a futuros fenómenos. Cambiar a un enfoque de gestión de riesgos puede reducir considerablemente los riesgos de sequía y sus repercusiones. Actualmente, se está utilizando un planteamiento de “tres pilares”, que exige que se invierta en sistemas de seguimiento y de alerta rápida, se evalúe la vulnerabilidad a la sequía y se adopten medidas para reducir las repercusiones negativas.

La infraestructura verde y las soluciones basadas en la naturaleza contribuyen a reducir al mínimo el riesgo de inundaciones empleando enfoques ecosistémicos para la protección contra este fenómeno. Un buen ejemplo de ello es la restauración de terrenos inundables en lugar de la construcción de un dique. La infraestructura verde reporta beneficios a la sociedad al evitar los daños ocasionados por las inundaciones en la infraestructura existente, además de ofrecer beneficios adicionales como mejoras en la biodiversidad y la calidad del agua y oportunidades recreativas.

©FAO/Jonathan Bloom
©FAO/Jonathan Bloom

Las soluciones basadas en la naturaleza pueden proteger frente a desbordamientos de ríos en entornos agrícolas, urbanos, hidrogeomorfológicos y forestales. Las medidas agrícolas tienen el objetivo de gestionar la escorrentía y reducir el riesgo de inundaciones. Las medidas forestales están encaminadas a gestionar los montes claros interceptando el desbordamiento sobre las tierras o promoviendo la infiltración y el almacenamiento del agua en los suelos. La intervención hidrogeomorfológica incluye la restauración y gestión de los humedales y las zonas de anegamiento, la canalización a través de meandros y la reclasificación de los lechos de las corrientes de agua para que se correspondan con los gradientes de energía fluvial anteriores a la construcción de presas.

La economía circular puede aplicarse igualmente a la gestión del agua para usos agrícolas y a los sistemas alimentarios en general. Ofrece oportunidades para utilizar las aguas no convencionales que de otro modo se desperdiciarían, como el agua salina y salobre, el drenaje agrícola, el agua que contiene elementos tóxicos y sedimentos y los efluentes de aguas residuales. Otros aspectos de la reutilización en el marco del sistema de producción agrícola son, por ejemplo, el reciclaje de nutrientes, la regeneración de la salud del suelo y la reducción de la energía y los materiales no renovables y los insumos empleados en los sistemas de secano y de regadío.

4.3.3 No limitarse a la explotación agrícola

Muchas medidas adoptadas fuera de la explotación agrícola y en los sistemas alimentarios influyen directamente en la gestión de la tierra, el suelo y el agua, y cada vez están más generalizadas. Entre ellas figuran los enfoques actuales relativos a la conciliación entre la producción agrícola y la gestión de los ecosistemas, la adopción de prácticas de regeneración de las tierras de cultivo y los pastizales, el aumento de la productividad agrícola, la reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos, el intento de cambiar los hábitos de consumo de alimentos, y la aparición de sistemas alimentarios circulares que mejoran la eficiencia en el uso de los recursos. Estas medidas reflejan los posibles beneficios derivados de adoptar sistemas agrícolas avanzados en distintos territorios y contextos sociales que generen diversos productos, empleo, medios de vida seguros y dietas nutritivas y sostenibles, al tiempo que sustentan los recursos y el buen funcionamiento de los ecosistemas y contribuyen a la reducción de las emisiones de GEI y el incremento del potencial de captación de carbono.

Se pueden adaptar enfoques innovadores centrados en la transición hacia sistemas alimentarios sostenibles, la seguridad alimentaria y la nutrición para aplicarlos en entornos de tierras y aguas específicos. Estos enfoques dependen del punto de partida, por ejemplo, la agroecología, la agricultura de conservación, la agricultura orgánica, la agroforestería, los sistemas integrados de producción agropecuaria, la agricultura climáticamente inteligente y la intensificación sostenible. En la Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Sistemas Alimentarios de 2021 se reconoció la importancia de estos enfoques de transición como métodos territoriales multisectoriales para la ampliación de las prácticas probadas.

©FAO/Sheam Kaheel
©FAO/Sheam Kaheel
©FAO/Giulio Napolitano
©FAO/Giulio Napolitano

Desde el año 2000 se han logrado buenos progresos en el mejoramiento de las variedades de cultivos y los rasgos del ganado. Estos elementos son fundamentales para aumentar el rendimiento y la tolerancia a diversos factores de estrés, como la sequía, el anegamiento, el frío y la salinidad. También serán cada vez más importantes para adaptarse al cambio climático y complementar las soluciones existentes, como la aplicación de más agua, productos químicos agrícolas y mecanización. Los cultivos modificados genéticamente siguen siendo objeto de un debate mantenido desde hace tiempo acerca de los riesgos para la biodiversidad, la salud de las personas y el medio ambiente y la participación en los beneficios.

La reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos es una de las medidas más prometedoras para mejorar la seguridad alimentaria, disminuir los costos de producción, reducir las presiones sobre los recursos naturales y mejorar la sostenibilidad ambiental. En la meta 12.3 de los ODS se pide que, de aquí a 2030, se reduzca a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y se reduzcan las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro.

Se necesitan sistemas alimentarios circulares para solucionar las ineficiencias del actual modelo económico, básicamente lineal, que consiste en extraer recursos naturales para elaborar productos que se utilizarán durante un período limitado y se desecharán en vertederos como residuos. El costo anual estimado del sistema alimentario mundial asciende a 1 billón de USD. Las alternativas son la agricultura cerca de asentamientos rurales y ciudades, la producción regenerativa de alimentos, la utilización de los procesos naturales en lugar de los químicos, el reciclaje, la reducción al mínimo del desperdicio y la contaminación, y la mejora de la nutrición y las dietas sostenibles.

Las comunidades rurales que viven en zonas áridas han desarrollado sistemas y prácticas agrícolas adaptados a las condiciones áridas, semiáridas y subhúmedas y al riesgo de sequía gracias a la experiencia adquirida a lo largo de varias generaciones. Dependen de tierras con posibilidades limitadas y escasos recursos hídricos y han elaborado sistemas integrados de producción agropecuaria basados en cultivos de temporada corta resilientes a la sequía y la retirada de las aguas de la inundación en humedales y llanuras fluviales. Estas comunidades pueden proporcionar lecciones, conocimientos y experiencias a los países que, desde hace poco tiempo, sufren escasez de agua y sequía como consecuencia del cambio climático.

©FAO/Olivier Asselin
©FAO/Olivier Asselin