Dentro de un mismo grupo de ingresos puede haber variaciones considerables. Es necesario examinar esta variación para diseñar intervenciones en los sistemas agroalimentarios orientadas a la sostenibilidad y que se adapten a los contextos específicos de cada país. Esto se aplica incluso a países con unos costos ocultos similares en relación con el PIB, en los que los factores impulsores —ambientales, sociales o sanitarios— de los costos ocultos pueden diferir según el país. En la Figura 9 se desglosan los costos ocultos por subcategorías en una selección de países de cada categoría de ingresos, y se muestran las barras y el total de costos ocultos cuantificados como porcentaje del PIB en el lado derecho. La variación entre subcategorías de costos es especialmente visible en los países de ingresos medianos bajos y medianos altos, donde, a medida que aumentan los ingresos medios, disminuye la dimensión social de los costos ocultos, mientras que la sanitaria aumenta, aunque sin alcanzar el nivel de los países de ingresos altos. Sin embargo, hay que tener presente que la importancia relativa de las trayectorias social, ambiental y alimentaria puede variar si se incluyen los costos ocultos omitidos —por ejemplo, el retraso del crecimiento infantil, la exposición a plaguicidas, la resistencia a los antimicrobianos (RAM) o las enfermedades derivadas de alimentos nocivos— ante la falta de bases de datos mundiales que proporcionen información sobre estas dimensiones a nivel nacional.
Figura 9 Costos ocultos cuantificados de los sistemas agroalimentarios desglosados por subcategoría en una selección de países por nivel de ingresos (porcentaje de costos ocultos en relación con el PIB en dólares PPA de 2020, a la derecha)
En los países de ingresos medianos bajos se registra la mayor variación en la distribución de los costos ocultos cuantificados. Por ejemplo, en Nigeria y la República Unida de Tanzanía predominan los costos ocultos sociales asociados a la pobreza y la subalimentación, mientras que en el Pakistán, Viet Nam y, sobre todo, Egipto, lo hacen los derivados de hábitos alimenticios poco saludables que causan obesidad y ENT, como se observa más comúnmente en los países de ingresos altos. El Pakistán también se enfrenta a importantes desafíos relacionados con la pobreza y la subalimentación, mientras que en Viet Nam preocupan más las emisiones de nitrógeno.
Los países de ingresos medianos altos presentan diferencias en la distribución de los costos, a pesar de que aparentemente comparten algunas similitudes. Por ejemplo, se puede observar que Colombia y México registran unos costos ocultos cuantificados totales similares como porcentaje del PIB, pero los factores que los impulsan varían: mientras que en Colombia los factores relacionados con el nitrógeno y la alimentación son significativos, seguidos del cambio climático, los factores que predominan en México son los asociados a los hábitos alimenticios. Lo mismo ocurre en otros países de ingresos medianos altos. En el Brasil y el Iraq los costos ocultos cuantificados totales como porcentaje del PIB son relativamente elevados; en el Brasil son más elevados los costos asociados al nitrógeno y al cambio climático —en este último caso, derivados de las emisiones de GEI vinculadas a la deforestación— y en el Iraq son más elevados los costos ocultos relacionados sobre todo con los hábitos alimenticios poco saludables.
Los países de ingresos altos, por el contrario, no muestran grandes variaciones, ya que los costos sanitarios derivados de las pérdidas de productividad provocadas por los hábitos alimenticios predominan en todos los países, seguidos de diferentes cuestiones ambientales. Esto confirma la necesidad de promover dietas más saludables y gestión ambiental en los países de ingresos altos. En muchos de estos países, las políticas y las inversiones ya se dirigen a cuestiones ambientales, pero se presta mucha menos atención a la alimentación, ya que suele depender de la elección y las preferencias personales, que son más difíciles de regular o modificar.
En los países de ingresos bajos los costos ocultos son principalmente de índole social (véanse las figuras 7 y 8) y se presentan en forma de pobreza y pérdidas de productividad provocadas por la subalimentación. Tal es el caso, sobre todo, de países como Madagascar, el Níger y Uganda. No obstante, en estos países pueden surgir otro tipo de costos ocultos, como los costos relacionados con el cambio climático en el caso de la República Democrática del Congo (probablemente debido a la deforestación) y los costos relacionados con la alimentación en el Afganistán y Nepal. En Etiopía, los costos ocultos se derivan de múltiples preocupaciones ambientales, como el cambio climático, los costos de los servicios ecosistémicos relacionados con la tierra y las emisiones de nitrógeno. En los países de ingresos bajos, la prioridad podría recaer en políticas e inversiones destinadas a mejorar los medios de vida, al tiempo que se reconoce que, a medida que estos países se desarrollan, es probable que aumenten las pérdidas de productividad derivadas del cambio de alimentación, como se observa en los grupos de países de ingresos más altos.
Asimismo, conviene señalar que, si se incluyeran en el análisis los costos ocultos que actualmente se excluyen, la contribución relativa de cada dimensión a los costos ocultos totales probablemente cambiaría en función del grupo de ingresos. Por ejemplo, si se incluyeran los costos ocultos asociados a la mortalidad infantil y al bajo peso al nacer, la dimensión social de los costos ocultos probablemente sería mayor, en términos relativos, especialmente en los países de ingresos bajos, donde prevalecen estos problemas23.
Como cabía esperar, los países con los costos ocultos netos más elevados son los mayores productores y consumidores de alimentos del mundo: los Estados Unidos de América representan el 13 % de los costos ocultos cuantificados totales; la Unión Europea, el 14 %; y el Brasil, la Federación de Rusia, la India y China (los países del grupo BRIC), el 39 %. Salvo en el caso del Brasil, más del 75 % de los costos ocultos están asociados a los hábitos alimenticios. En el Brasil, casi la mitad están asociados a fuentes de carácter ambiental, de los cuales el 31 % tienen su origen en las emisiones de GEI y el 67 % en las emisiones de nitrógeno. Ahora bien, si se tiene en cuenta el porcentaje de costos ocultos cuantificados en relación con el PIB, los países de ingresos bajos se enfrentan a cargas más elevadas. En la República Democrática del Congo, por ejemplo, ese porcentaje alcanza un alarmante 75 %.
En la Figura 9 se subraya la importancia de adoptar un enfoque de CCR adaptado que tenga en cuenta las especificidades de cada país a la hora de examinar los costos ocultos de los sistemas agroalimentarios, ya que la composición de estos puede variar considerablemente entre los distintos grupos de ingresos y dentro de cada uno de ellos. Al expresar la magnitud de los costos ocultos en términos monetarios, la CCR permite además establecer un orden de prioridades para las intervenciones específicas. Sin embargo, como se destaca en el proceso de dos fases presentado en el Capítulo 1, establecer esas posibles prioridades es tan solo el primer paso de un proceso que culminará en la adopción de medidas. Para determinar las opciones es necesario además comprender los costos de reducción, que se refieren a los costos en los que se incurre para evitar o reducir los costos ocultos y que se excluyen del análisis de este informe, mientras que con los costos ocultos se estiman los costos de la inacción (véase el Glosario). Conviene tener en cuenta estos últimos, ya que una subcategoría específica puede estar ocasionando unos costos significativos a una economía, pero reducir esos costos puede ser igual de costoso, o incluso más, lo que dificulta la reducción de sus repercusiones negativas. Ejemplos de esto son la Argentina y Colombia. De la Figura 9 se desprende que ambos países deben prestar atención a la alimentación saludable, seguida de consideraciones sobre el cambio climático en la Argentina y las emisiones de nitrógeno en Colombia. Sin embargo, reorientar las preferencias y elecciones de los consumidores hacia dietas saludables y sostenibles puede resultar extremadamente difícil y potencialmente costoso. Es necesario comprender cuánto costaría una intervención de este tipo y en qué medida reduciría los costos ocultos (es decir, los beneficios de la aplicación de medidas).
Otro elemento importante que tener en cuenta es el punto de partida de las medidas. El alcance de los sistemas agroalimentarios que se presenta en la Figura 5 pone de relieve los numerosos puntos a lo largo de la cadena de valor alimentaria en los que intervienen múltiples actores que pueden repercutir negativamente en la sociedad. Por ejemplo, los GEI y el nitrógeno pueden liberarse al medio ambiente durante la producción de fertilizantes en las explotaciones agrícolas, pero también en los segmentos finales de la cadena de valor, y abarca hasta a los consumidores a través de los residuos y el alcantarillado. Determinar en qué costos ocultos hay que centrarse y establecer su relación con actores específicos de los sistemas agroalimentarios es el siguiente paso en el proceso de selección de medidas específicas.