Los costos ocultos descritos en las secciones anteriores pueden combinarse con otros parámetros pertinentes —como el PIB, el valor añadido agrícola y el uso de los terrenos agrícolas— con el fin de desarrollar indicadores que ayuden a determinar puntos de partida para establecer prioridades en torno a las intervenciones y las inversiones. Pueden crearse diferentes indicadores para diferentes contextos, dependiendo de los problemas a los que se haga frente, el tamaño de la economía y la importancia relativa del sector agroalimentario. El primer paso debería centrarse en determinar dónde son más significativos los costos ocultos y debido a qué actividades. Tras este primer paso, y utilizando los costos ocultos estimados y otros parámetros nacionales, en el presente informe se proponen tres indicadores pertinentes para las dimensiones ambiental, social y sanitaria, con unos puntos de partida específicos como objetivo, a saber, los productores primarios, la población pobre y los consumidores.
Comenzando con la dimensión ambiental, las estimaciones sugieren que estos costos se producen principalmente en la producción primaria, y los costos previos y posteriores a la producción comprenden menos del 2 % de los costos ocultos cuantificados totales. En otras palabras, el sector primario debería considerarse el principal punto de partida para efectuar un cambio en las trayectorias ambientales. En consecuencia, resulta adecuado proponer un indicador que considere la magnitud de los costos ocultos relacionados directamente con la producción primaria, todos ellos ambientales, por unidad de valor añadido al PIB (en dólares PPA de 2020). Este indicador, denominado índice de impacto de las externalidades agrícolas (IIEA), expresa la importancia relativa y, por tanto, la prioridad del sector de la producción primaria en la transformación de los sistemas agroalimentarios. Se trata de la relación entre los costos ocultos derivados de la producción agrícola de un país —es decir, los costos derivados de las emisiones de GEI y de nitrógeno, el uso del agua y de la tierra, y el cambio del uso de la tierra— y el valor añadido bruto (VAB) nacional de la agricultura, la actividad forestal y la pesca en términos de PPA. Por consiguiente, este indicador excluye del numerador todos los costos ocultos cuantificados que se originan al margen de la producción primaria, es decir, los insumos agrícolas, la fabricación, el consumo al por menor y el desperdicio (véase la Figura 5). Dado que la actividad forestal queda fuera del alcance del análisis, tampoco se incluye en el numerador, a pesar de figurar en el denominador a través del VAB. En consecuencia, se espera que el IIEA sea una estimación prudente. A nivel global, se estima que el IIEA tiene un valor de 0,31, lo que significa que cada dólar de valor añadido agrícola genera 31 céntimos de costos ocultos. En otras palabras, los costos ocultos de la agricultura equivalen a casi un tercio del valor añadido agrícola en términos de dólares PPA de 2020.
Pasando a la dimensión social, el segundo indicador propuesto se denomina índice de impacto de la distribución social (IIDS). Este indicador se centra en los actores vulnerables y expresa la contribución de los sistemas agroalimentarios a la pobreza moderada, esto es, la ineficacia distributiva general de salarios y calorías suficientes necesarios para garantizar vidas productivas. En términos matemáticos, se define como el valor del déficit total de ingresos de los trabajadores agroalimentarios por debajo del umbral de pobreza moderada de 3,65 dólares PPA de 2017 al día sobre los ingresos totales anuales de la población moderadamente pobre. Este valor expresa la magnitud necesaria de las posibles transferencias futuras de los gobiernos para evitar esas pérdidas de productividad y compensar el déficit de ingresos en relación con los ingresos totales de la población moderadamente pobre. La mayor parte de la población moderadamente pobre se encuentra en países de ingresos bajos y medianos bajos, para los que los valores del indicador son de 0,57 y 0,27, respectivamente. Esto significa que para evitar los costos de la ineficacia distributiva en los sistemas agroalimentarios, los ingresos de la población moderadamente pobre que trabaja en los sistemas agroalimentarios deben aumentar de media un 57 % en los países de ingresos bajos y un 27 % en los países de ingresos medianos bajos.
El tercer y último indicador se centra en la dimensión sanitaria y se denomina índice de impacto de los hábitos alimenticios (IIHA). Está relacionado con los consumidores y refleja la magnitud de los costos ocultos derivados de los hábitos alimenticios que desembocan en obesidad y ENT y, como consecuencia, en pérdidas de productividad. Se mide como la relación entre el promedio de las pérdidas de productividad por persona derivadas de la ingesta de alimentos en dólares PPA de 2020 y el PIB PPA per cápita. Al igual que antes, se excluyen los costos directos, como los costos de la atención sanitaria, puesto que ya están incorporados a la economía. A nivel mundial, el valor de este indicador equivale al 7 % del PIB PPA en 2020; los países de ingresos bajos registran el valor más bajo (4 %), mientras que otras categorías de ingresos registran un 7 % o valores superiores.
En la Figura 10 se ofrece una representación geográfica mundial de los tres indicadores: IIEA (arriba), IIDS (centro) e IIHA (abajo).
FIGURA 10 Distribución geográfica de los indicadores de costos ocultos en los sistemas agroalimentarios mundiales, 2020
En el Cuadro 2 se comparan los tres indicadores en una selección de países en función de su categoría de ingresos, ya que puede haber variaciones significativas, y se indica una situación de urgencia que puede oscilar entre baja (verde) y muy alta (rojo). De este modo, se obtiene una indicación de las esferas prioritarias en las que es necesario seguir investigando para estudiar las opciones y comprender los costos de reducción. Por ejemplo, en países de ingresos bajos como Burkina Faso, Madagascar, Mozambique, el Níger, la República Democrática del Congo y Uganda, debe darse prioridad a la ineficacia distributiva de los sistemas agroalimentarios, aunque la República Democrática del Congo también acusa costos significativos en las explotaciones agrícolas relacionados con las emisiones de GEI procedentes de la deforestación.
CUADRO 2UNA REPRESENTACIÓN POR COLORES DE LOS TRES INDICADORES DE MAGNITUD CON VISTAS A SEÑALAR POSIBLES PRIORIDADES PARA UNA EVALUACIÓN ESPECÍFICA
En el caso de los países de ingresos medianos bajos, como Nigeria y la República Unida de Tanzanía, la escasez de ingresos entre la población moderadamente pobre también constituye una preocupación importante. En la República Unida de Tanzanía, la atención debe centrarse también en las pérdidas de productividad provocadas por la alimentación, al igual que en Bangladesh y el Pakistán. La situación es muy diferente en los países de ingresos medianos altos, en los que por ejemplo China, la Federación de Rusia, el Iraq y Sudáfrica se enfrentan a alarmantes pérdidas de productividad provocadas por las elecciones alimentarias, junto con los desafíos ambientales derivados de las externalidades de la producción primaria.
Los países de ingresos altos, por el contrario, se enfrentan en su mayoría tanto a las externalidades ambientales derivadas de las actividades de producción primaria como a unos hábitos alimenticios poco saludables, aunque con variaciones sustanciales. El Canadá y los Estados Unidos de América, por ejemplo, se enfrentan a grandes dificultades derivadas de las emisiones de nitrógeno y de la pérdida de servicios ecosistémicos provocada por el cambio del uso de la tierra, mientras que en Chile la atención debería centrarse probablemente en promover dietas más saludables. Resulta interesante observar que, a pesar de la elevada incidencia de las ENT y la obesidad por hábitos alimenticios poco saludables en países de ingresos altos como los Estados Unidos de América, los valores del indicador IIHA son relativamente bajos. De hecho, algunos países de ingresos medianos, que registran menores costos ocultos asociados a los hábitos alimenticios (véase la Figura 9), presentan valores de IIHA relativamente más altos debido al menor valor del PIB per cápita, el denominador del indicador.
En resumen, estos indicadores expresan la magnitud de los costos ocultos en las distintas dimensiones y para los distintos países. Su objetivo consiste en proporcionar una comprensión más precisa de los desafíos de los sistemas agroalimentarios que sirva de guía a los encargados de formular políticas a la hora de efectuar intervenciones e inversiones eficaces para mitigar sus costos ocultos. No obstante, debido a la naturaleza multisectorial de los costos ocultos, es importante reconocer que no pueden reducirse únicamente adoptando medidas relacionadas con los sistemas agroalimentarios. También será necesario impulsar y coordinar políticas que vayan más allá de los sistemas agroalimentarios (por ejemplo, en los sistemas ambientales, energéticos, sanitarios y otros).